FRANCISCO FICHERAS CUBA LIBRE anexión o independencia New York A. W. HowesDE LOS 500.000 CUBANOS QUE HAN MUERTO PARA QUE NOSOTROS VIVAMOS. F.AL LECTOR. Se penetra en la opinión pública por la tribuna, la prensa y el folleto. A la tribuna en tiempos revueltos, lo mismo ahora que en la época de Demóstenes, ha ascendido la ambición para embriagar á. las muchedumbres con el humo de la lisonja y comprar la popularidad con la moneda falsa de la adulación. El periódico obedece casi siempre á fines industriales ó políticos, y además no todos tienen un periódico á su disposición. Para enunciar libremente una idea, deshacer ilusiones, destruir esperanzas noblemente acariciadas y decir verdades muy amargas, se necesita el folleto. El presente no responde más que á estas necesidades. El Autor. w J “Y si quieren que la bandera española deje de tremolar sobre Cuba, tendrán que conseguirlo con un glorioso Trafalgar á las. puertas de la Habana.” Así se expresaba bien entrado ya el año de 1896 el Sr. D. Antonio Cánovas del Castillo primer Ministro de la Monarquía Española. Y esas palabras, que la soberbia y la obcecación ponían en los labios del funesto administrador de la decadencia de España, se han visto confirmadas en las aguas de Santiago de Cuba por los cañones de Sampson y de Schley. El Trafalgar se ha realizado, pero sin más gloria que la irracional y baladí, de sufrir sin devolver, los golpes de un adversario superior en fuerza y en destreza. Con la escuadra del Almirante Cervera se han hundido los últimos restos de la dominación española en América, y no han de ser ni muchos ni muy largos los días que tarde en arriarse para siempre de ella, e:ja ban-s. dera, que izada por la codicia con la cooperación del fanatismo religioso, ha querido perpetuar su imperio sobre Cuba al alborear el siglo XX, por los mismos procedimientos que le sirvieron en el XVI para conquistarlo. La cortina está próxima á descender sobre el primer acto del drama que constituye la vida de toda Colonia. Y en ese primer acto, por lo levantado del propósito y por lo heróico del sacrificio, los insurgentes cubanos, que han sido los protagonistas, tienen derecho á reclamar para su obra, del mundo que lia admirado su constancia, el—Plaudite cives—con que los actores romanos solicitaban el aplauso del espectador que habían conmovido y entusiasmado con su genio. Pero el drama no ha concluido. La Colonia ha roto el vinculo que la ligaba á la Metrópoli; y cómo las funciones sociales no pueden suspenderse, necesita con urgencia constituirse y organizarse; en una palabra, tomar estado. Para este segundo acto del drama, antes de preparar el escenario, es preciso encontrar un argumento. La revolución parecía tener él suyo. La independencia y con ella la República; u una, cordial y sagaz, fundada en el ejercicio franco de las capacidades legítimas del hombre.’’ Pero los sucesos que en estos momentos se están desarrollando, han introducido en la acción dramática, un nuevo y más principal protagonista, el cual, á niaAera del Deus ex machina de los antiguos, puede cambiar en un instante la faz del desenlace. Un deshuese d\ campos se aproxima. Aquellos que unió con é *vínculos de acero el amor á la Patria y el odio á la-tiranía de España, están próximos á tomar distintos rumbos, estimando unos con honrada conciencia, que la intervención americana ha detórminado irremediablemente nuevos horizontes para Cuba, y creyendo otros con igual conciencia honrada, que es imperativo categórico llegar á todas las consecuencias del programa revolucionario. La revolución cubana se inició con una negación que sumaba muchas voluntades. De ahí su fuerza. ¡ Nada con España ! - ¡ Nada con esa Nación degenerada, que consciente y sistemáticamente nos expolia y tiraniza ! Tal fué el grito que lanzado desde Maisí á San Antonio, culminó en esa rebelión, en la que unos colonos impulsados á la desesperación por la tiranía, han podido resistir á un despliegue de fuerzas nunca igualado en guerra colonial alguna. Esa negación vigorosa, cual la nota de un clarín ó la estrofa de un Penan, era acompañada en un tono mucho más bajo, por la afirmación de crear en Cuba una República democrática; pero razones de un orden puramente psicológico, unidas á la misma oscuridad empleada en el desarrollo del concepto, despojaban á esa afirmación de su importancia.—Con tal que salgamos de España, se oía decir á muchos »cubanos, que seamos turcos, chinos ó negros. No importa. Lo natural hubiera sido cometer el desenvolvimiento de la Revolución á la voluntad de Cuba, libréente demostrada por un plebiscito: procedimiento de pié forzado en toda Democracia, cuyos poderes no tienen otra fuente que la Soberanía Nacional, ni otro íhedip deexpresión que el sufragio universal. Pero eu aquellos prinn ros momentos de la acción pudo estimarse como más conveniente ó necesario, el dar á los vientos, algo más concreto que una mera negación, aunque hubiera que encerrarlo en aquellas anfibológicas 'formas en que el oráculo de D elfos emitía sus vaticinios. De aquí la fórmula enigmática, vaga y semi-krausiana de la República u una, cordial y sagaz fundada en el ejercicio franco de las capacidades legítimas del hombre.” El país aclamó y proclamó la negación: en cambio solo aceptó la afirmación ¡ Cuba* libre !! fuá el símbolo con que la primera unió en apretado haz todos esos elementos de la sociedad cubana, que han dado á la Revolución su apoyo moral ó material. “ Cuba libre es la frase sonora, Que resuena en el campo doquier, Cuba libre será desde ahora, Cuba libre por siempre ha de ser.” Asi cantó la Musa popular en una nueva Marsellesa. Una ligerísima ojeada sobre Cuba, antes de estallar la guerra comprobará nuestra aserción. Estaban contra España la propiedad agobiada por las contribuciones; la agricultura agonizante bajo la losa de granito de la Ley de Relaciones Mercantiles; las profesiones que no podían ser ejercidas sin el prévio pago del impuesto; y hasta los obreros que se veian obligados á trabajar ya por la ración. Y al par de estys elementos estaban también contra España los que se estimaban representantes de la protesta armada,« fietps á la vieja fé jurada y esclavos de su historia; los ,uto|)i^tas soñadores que lejos de amoldar sus7 ideas á las necesidades sociales, exijen que estas se amolden á las creaciones enigmáticas de su cerebro enfermo; los revolucionarios por sport y por afición que gozan con el bullicio y se deleitan con el aura popular; y finalmente todos esos aventureros, ávidos de revueltas, y ansiosos de jugar en un día su vida y su fortuna á la carta de las conmociones populares, desde el abogado sin pleitos y el médico sin enfermos, hasta el jayan de saco, gancho y cuerda. La revolución sin examinarlos ni discutirlos aceptó todos esos elementos, los unió en un principio común, el odio á la opresión, y los lanzó á la lucha contra España. Para demoler y destruir todo sirve. El mundo no ha progresado todavía lo suficiente para que las revoluciones puedan hacerse con un ejército de Obispos. Más estamos en vísperas de edificar y para edificar solo los arquitectos pueden ser llamados á bosquejar los planos del edificio. Los que sirvieron para la revolución con la revolución han de quedar enterrados, aunque haya que levantarles un mausoleo que perpetúe su memoria. Si la revolución luchando brazo á brazo con España y. con su solo esfuerzo hubiera llegado á redimir' el territorio entero de la Patria, su triunfo hubiera sido completo, indiscutido é indiscutible. La victoria absolviéndola de la temeridad del empeño y adornándola con el nimbo de la gloria, la hubiera rodeado del prestigio necesario para coronar su obra, imponienáo á los vencidos su credo y su programa. Tal ha s:»do siempre en la humanidad 'el proceso de las ideas? La • • • • * «8 fuerza demostrada por el éxito ha acabado casi siempre, por constituir la legalidad. Pero el triunfo de la revolución, si así puede llamarse, ha sido más nominal que efectivo. Un teólogo lo hubiera definido como un triunfo inpotentia, pero no in actu. Con esta clase de triunfos no se vá á ninguna parte. Fáltales la cohesión que une, el magnetismo que atrae, la fuerza que reduce, el empuje que arrastra y la autoridad que impone. Construir con tales cimientos es fabricar sobre la movediza arena.—“Arar en el mar y sembrar en el viento, ”—como dijo con su pintoresca elocuencia, el gran Bolivar, al sentirse herido por la primera duda acerca de la fecundidad de su obra. Hoy se necesita ser ciego para no ver, ó loco para negar, que toda la sangre derramada y todas las-ruinas acumuladas sobre* el suelo de Cuba, en nuestro noble afan de redimirla, corrian peligro inminente de convertirse en un estéril sacrificio. La ley para el débil la ha dictado en el mundo muchas veces el fuerte con su espada. Y Cuba hubiera sido un caso más. La argolla se hubiera enroscado con nueva fuerza al cuello de la Colonia rebelde, y la airada Metrópoli, en su fecunda imaginación de vieja y experimentada tirana, hubiera encontrado nuevos y sutiles ligamentos para perpetuar su explotación. La situación se ha salvado. Un pueblo vecino en cuyo hogar siempre hubo un puesto para el oprimido jr* * y un asilo para el infortunio, un Titán adolescente, de %* corazóníde niño, que nunca se había dado cuenta de sus fuerzas, sino para emplearlas, en el trabajo de • » % • « • • « 0 9 domar una naturaleza tan gigantesca como él, escucha nuestros lamentos, se penetra de nuestras desgracias y de nuestra impotencia para remediarlas, hace suya nuestra causa, y cubriéndonos con su cuerpo en el momento en que vacilábamos y se escapaba de nuestras manos, debilitadas por el hambre, la espada del combate, derriba con su diestra poderosa el monstruo que nos devoraba las entrañas y nos devuelve á la vida que es dulce y á la libertad que la hace amar. La revolución estaba al principio de su fin y al cabo de sus fuerzas, y Cuba agonizaba sangrando de cien heridas diferentes. De pronto cuatro hombres generosos que habían tenido ocasión de palpar nuestro infortunio—los Sres. Proctor, Gallinger, Thurston y Money—con la autoridad que les dá su toga de Senadores, anuncian al pueblo americano, que á la vista de sus playas, y en la isla más fértil de la tierra, medio millón de seres humanos están muriéndose de hambre, sin haber cometido otro delito que ser padres, esposas ó hijos de hombres que odiaban la tiranía, amaban la libertad y se habían lanzado á la guerra para conquistarla. Esta horrible revelación sacudió la conciencia americana y la intervención se impuso. España fué umversalmente considerada como un vecino molest-o, peligroso é inmoral, que había que descuajar del Continente, hasta por medio de las armas en caso necesario. Se declaró la guerra y se rompieron las hostilidades; las tropas americanas desembarcaron en Cuba y nuestra debilidad no pudo ya ocultarse por más tiempo. * o • oM ^ 10 Aparecimos ante los americanos como teníamos que aparecer : muy llenos de entusiasmo, con fé no debilitada en el éxito, no por lento menos cierto, de nuestra causa y con resolución inquebrantable de perecer en la contienda antes que retroceder en la demanda ; pero escasos en número y más escasos todavía en ropas y en mantenimientos, con no muy sobrada disciplina y sin más organización militar, que la muy rudimentaria que acompaña siempre á la guerra de guerrillas. En cambio nuestro verdugo, la España que dábamos por agotada y exhausta, para resistir á la invasión americana, extrajo de su flaqueza fuerzas suficientes á demostrar, que entregados á nuestros propios recursos, la independencia de Cuba no podía ser más que una nueva quimera del patriotismo, y la persistencia de sus adeptos en la lucha, un verdadero suicidio á fecha más ó menos larga, pero cierta. Y esta forma peculiar en que la revolución ha venido á recibir el triunfo material, conquistado por mano agena, ha complicado también las soluciones ya previstas del problema. Al lado de la independencia y como una derivación de ella, se han creado nuevos principios, apoyados en grandes intereses que aspiran á ser oidos y discutidos. Esos principios son hijos legítimos de la revolución, amamantados á su pecho é inspirados en sus más antiguas tradiciones ; y esos intereses, son los intereses sociales y permanentes del puebjo cubano, que la revolución habrá podido conmover, pero que habrá que sacar á salvo á toda co^ta, cualquiera que sea la suerte política de Cuba, si es qufc ha de reinar en ella el imperio del derecho. • ^De aquí la necesidad de estudiar, discutir y analizar otras soluciones á más de la, independencia, para la constitución definitiva y estable de nuestra Patria. A exponerlas todas con la sinceridad que demanda el patriotismo, consagramos este trabajo. Puesto el oido á las pulsaciones de la pública opinión, parecen ser tres las formulas precisas en que esa opinión se cristaliza. Primera : Independencia inmediata y absoluta. ¡Segunda: Independencia con el protectorado americano. 1 Tercera : Anexión más ó menos inmediata á los Estados Unidos. Examinemos cada una de esas tres soluciones. 4Noble,-santa y levantadísima noción es la de la independencia nacional. Y la historia enseña que los pueblos que la han conocido, ganado y afirmado, no han titubeado en la hora del peligro en hacer por ella los mayores sacrificios, y que una buena parte de la sangre derramada en tantas guerras como han asolado á la humanidad, ha sido consagrada en holocausto á tan sacratísimo principio. Pero esa maestra de la vida y espejo de los tiempos que fueron, nos enseña también, que en todas partes donde tales-acciones se han realizado, la independencia no ha sido una mera abstracción de la mente, ni una liviana persuaeión del deseo, sino un hecho consumado y tangible, encarnado en la realidad, consolidado por la posesión y consagrado por el uso, factores todos que con el lento proceso de los tiempos llegan á cristalizar al cabo ese vínculo de diamante que se llama conciencia nacional. *14 Pero la independencia de Cuba no ha salido hasta ahora de los limites de un estado embrionario; y antes de traspasar esos límites la intervención americana le ha impuesto la dura suerte que tienen reservada todos los productos de un alumbramiento precoz. Esos frutos inmaturos de la fecundidad, lo mismo en la vida de los individuos que en la de los pueblos, carecen de personalidad bastante para que pueda consagrárseles otro afecto, que ese sentimiento melancólico, que acompaña siempre á todas las esperanzas malogradas. En el siglo en que vivimos se ama algo más real, y Se lucha y se muere por algo más práctico que el vago é inconsciente afecto á lo desconocido. Y la independencia de Cuba es lo desconocido con todos sus prestijios, pero también con todos sus terrores. El viejo idealismo que informó por siglos el espíritu humano, se está quedando sin fieles, y el romanticismo,' una de sus últimas transformaciones, no encuentra ya adeptos, sino en esa edad en que los pueblos y los individuos carecen todavía de una noción bastante clara de su finalidad sobre la tierra. El Gran Pan de la naturaleza y de la realidad ha resucitado, y por todas partes su culto se restablece. Ese culto que se llama en Estética naturalismo, en Religión libre pensamiento y en Filosofía método experimental, en Política se apellida oportunismo. El enseña á amoldar á las necesidades del momento histórico, todas las reformas reclamadas por las instituciones de un país; él enseña que así como la naturaleza no procede por saltos, así tampoco puede procederse por saltos en la evolución social; y enseñafinalmente, que también en política no tiene la ocasión más que un cabello, y desdeñarla es errar con grave é irremediable daño para los pueblos. Entre los elementos necesarios para constituir una Nación, tienen por esenciales los que el caso lian estudiado, la unidad de razas, la población proporcionada al territorio y la educación política bastante á descargar las funciones de gobierno, tanto en el exterior como en el interior. Examinemos con serena imparcialidad la sociedad cubana al objeto de inquirir si en ella concurren esas tres condiciones imperativas de la viabilidad de una nación. El observador desapasionado que coloque á Cuba bajo su lente, encontrará en su población tres productos étnicos bien definidos y enteramente distintos, aunque presentando todos ellos ligeras modificaciones y medias tintas originadas por la adaptación y el cruzamiento. Esos elementos son el autóctono ó cubano blanco, el cubano más ó menos negro de reconocida y confesada ascendencia africana, y el español peninsular. Por especialísima circunstancia estos tres elementos han llegado á alcanzar y mantienen todavía, una ponderación de fuerzas tan próxima al equilibrio, que puede asegurarse sin miedo á incurrir en error, que cada uno de ellos, en un caso por su número, en otro por su adaptación al clima y en el último por su riqueza y por la influencia natural que de ella trasciende, gozan y disfrutan de la misma suma de fuerza social. El cubano blanco es el más numeroso, el negro el más apto para resistir y hasta para prosperar bajo elcielo de la zona tórrida, y el peninsular es poseedor de casi toda la riqueza moviliaria de la Isla y de una buena parte de la inmueble, tanto urbana como rústica, y por lazos de familia, como padre ó como marido, penetra muy hondo dentro de la población cubana y blanca. Por otra peculiar circunstancia, esos tres elementos constitutivos de la sociedad cubana no viven apartados y recluidos en determinadas provincias, dándoles carácter y sello especial á la región en que residen, sino que se encuentran yuxtapuestos y mezclados en cada provincia, en cada pueblo y hasta en cada hogar. Abundan en Cuba las casas de familia, en las cuales, al lado de un padre, español peninsular chapado en las viejas tradiciones de su raza, fiel creyente en una especie de derecho divino vinculado, como el derecho hereditario de Mahoiua, en la rama colateral con perjuicio de la descendente para dominar el suelo de América, viven en mansa anarquía política, el hijo primogénito sin mucho amor á España pero con tanto amor á Cuba como el que más, y fiando sus destinos al proceso evolutivo que en su sentir preside y determina todas las conquistas del progreso; el hijo más joven, fiel adepto á los principios de la revolución á la manera rebespierana, firmemente penetrado de que los pueblos adelantan más en una hora de revolución, que en un siglo de pacífica propaganda; y allá en la penumbra, consagrado al servicio doméstico, el negro, esclavo ayer, hoy libre, con su parte que estima no pequeña por cierto en la leyenda revolucionaria, sintiéndose humillado por el color, que debe no á su libre voluntad, sino á la fatalidad de su filiación, maldi-17 ciendo su obscuro pigmento y sintiéndose y estimándose fuerte, más fuerte todavía que el blanco, en esos ardientes climas tropicales que parecen formados por la naturaleza, expresamente para su raza. El amor que profesamos á la justicia como firmamento inmanente de la conciencia humana, no por cierto nos mueve y obliga á desconocer y negar, que cuando la fuerza se ha puesto al lado del derecho, ha realizado la mayor parte de los progresos de la historia, y que la mayoría de las modernas nacionalidades han nacido como el hombre, en medio de las lágrimas y la sangre. ¿Pero cual de los elementos que integran la sociedad cubana es suficientemente fuerte para que á su sombra y bajo su amparo pueda cristalizarse una nacionalidad ? El éxito que marcha muchas veces detrás del error, absolviéndole sus faltas, ¿ha coronado por ventura la obra revolucionaria en tal forma y en tal grado, que la revolución tenga derecho á pasar un rasero sobre Cuba y á imponer su criterio sobre la independencia á todos sus habitantes? Los hechos se han encargado de contestar y han contestado ya negativamente á esta pregunta. Obra sería de insensatéz y descabellado el propósito de amasar una nacionalidad con elementos tan heterogéneos y complicados. Las naciones para que sean viables tienen que ser de una sola pieza y de una sola substancia. Y cuando en oposición á estas leyes que presiden el desenvolvimiento social, la espada de un conquistador, como despojo de su victoria, amontona y aglomera los diversos pueblos que ha vencido, esa unión hecha por la fuerza, solo puede ser mantenidapor la fuerza, y si liega á consolidarse es porque la fuerza con el auxilio del tiempo y al calor de los intereses que se crean, ha logrado fundir en una misma masa á los vencidos. Pero antes de llegar á este resultado, á qué horribles sufrimientos no hay que someter el cuerpo social. Para obtenerlo se ha acudido á todas las formas imaginables de la tortura, desde el cabellete que lacera y destroza los miembros, hasta la Bastilla, donde la libertad tiene que desposarse en nupcias eternas con la muerte. ¿Este violento proceso de aglutinación social es el que ambicionamos para Cuba? La nacionalidad es un estado político-social que determina deberes inexcusables tanto en la esfera exterior como en la interior de la vida nacional. Atañen á la primera las relaciones internacionales, la defensa común, el comercio y la navegación; y á la segunda, el orden, la libertad y la justicia asegurados por todos y para todos. “ Nosotros el pueblo de los Estados Unidos, con objeto de perfeccionar la Unión, establecer la justicia, asegurar la tranquilidad doméstica, proveer á la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros y para nuestra posterid ¡d, instituimos y establecemos esta Constitución para los Estados Unidos de América.” Tales son los fines á que debe responder una nacionalidad. ¿Está Cuba en condiciones para hacerlo? La independencia echaría sobre sus hombros una carga muy superior á sus fuerzas y al número de sus habitantes cuya vida la guerra ha perdonado. Antes deella Cuba estaba despoblada y habrá de estarlo mucho más después de ella todavía. Aun reduciendo el guarismo en que la conciencia pública indignada estimó las víctimas de la reconcentración, no se nos tachará de exagerados, si calculamos que en una ú otra forma, hasta ahora por la guerra y mañana por la paz, la población cubana habrá de quedar reducida á un millón escaso de habitantes. Y esta cifra resulta muy mezquina para que distribuida y esparcida en un territorio de cuarenta y cinco mil millas cuadradas, pueda presentar con seriedad la apariencia de una nación, y atender y cumplir esos deberes nacionales é internacionales que son ineludibles en los pueblos civilizados. Cuba es un pais esencialmente agrícola, escaso siempre de brazos, aun en los tiempos más felices de su antigua prosperidad productora. La guerra se ha cebado con ensañamiento y crudeza en su entera'población rural, de la que ha extraído la revolución sus soldados, España sus guerrilleros, la emigración sus refugiados y Weyler las víctimas de su infame reconcentración. Si Cuba ha de tener productos que ofrecer al extranjero á cambio de los muchos que necesita para su vida, y que ni cosecha ni fábrica, debe atender con urgencia superior á todo encómio, al propósito de reponer ante todo y sobre todo su población rural, por medio de una inmigración sábiamente escojida y juiciosamente estimulada. ¿Dónde escojerla? Y ¿cómo estimularla sin garantizar antes á esos inmigrantes, tanto el orden y la libertad, como la retribución justa y legítima á que tiene derecho perfectísimo el sudor20 que riega la tierra que produce? Y no es ocioso el * apuntar, que la raza blanca, hija legítima de los climas templados, sin grandes y muy poderosos estímulos, jamás se ha mostrado propicia á levantar sus hogares en las zonas tropicales. * El agricultor por otra parte, ni se improvisa ni se inventa; y si tres meses bastaban á Napoleón I, para formar un soldado y cinco años para crear un marinero, bueno es advertir que un verdadero y útil labrador no se forma por el trascurso de los años, sino que es preciso que nazca labrador, de padres y abuelos labradores y que, en una palabra, desde la cuna tenga celebrado, por decirlo así, sus desposorios con la tierra. Es verdad que los mejores partidarios de la independencia creen, y lo que es más, lo creen de buena fé, que van á. establecer en Cuba una república modelo, que deje tamañita á la que idealizó Platón y bosquejó el filósofo de Ginebra; pero como esta promesa no tiene más garantía que la de su palabra, por muy respetable que esta sea, parécenos que no ha de ser estímulo bastante para atraer la inmigración de labrado^ res que Cuba necesita, y que como buenos labradores, más han de fiar en los hechos que en las palabras y más en el pájaro en la mano que en ciento volando. # Otro inconveniente para la independencia, y no por cierto el de menos importancia, es la deficiencia notoria de nuestra educación ó training en todas aquellas funciones políticas, que es necesario desenvolver en el „ gobierno de un país regido por instituciones democráticas y republicanas. .Las colonias españolas de la América, tanto las que21 se hicieron independientes en el primer tercio de este siglo, como la misma Cuba y Puerto Rico; lejos de haber sido educadas por España para la libertad y el self government, lo han sido precisamente para la dominación y la servidumbre. El americano, decía un buen Virey del siglo XVIII, con peregrina ingenuidad, no necesita aprender más que á rezar, á labrar la tierra y á respetar á la autoridad. Ninguna intervención séria y estimable dio jamás España á los cubanos en la decisión de los problemas políticos de su .tierra, y si es verdad que después de la paz del Zanjón se estableció en Cuba algo que semejaba á un gobierno representativo, la máquina electoral se montó de tal manera, que solo los españoles peninsulares resultaban favorecidos en los comicios por el veredicto del sufragio popular. El Ayuntamiento de la Habana en 1893 con sus treinta y seis Concejales, de los cuales treinta y cuatro eran peninsulares, aparecía ser más bien la Corporación Municipal de un Madrid, un Oviedo ó un Santander, que la que debía corresponder á la Capital de una Colonia con cuatro siglos de establecida. Podía creerse que no había cubanos en Cuba, ó que los que había no tenían derecho ni aptitud para representar á su país. Cuba, según el criterio colonial español, tenía que ser personada por los españoles y no por los cubanos, y eran tan contadas las escepciones de esta regla general, que solo servían para confirmarla. De este modo, aunque puede haber entre los cubanos, y es seguro que los habrá, algunos ó muchos relacionados con las teorías de gobierno, régimen parlamén-tario, asambleas deliberantes y en suma, con todo aquello que constituye la substancia y la vida de un sistema político democrático y republicano, es más seguro todavía que será imposible encontrar entre ellos, alguien que presuma y presuma con justicia, de la práctica, más necesaria á todas luces que la teoría, en todas esas funciones inherentes al gobierno representativo. La independencia pondría en nuestras manos, completamente inexpertas, un organismo por demás complicado y delicadísimo, tal como resulta ser la república democrática, y no sería aventurado el predecir que antes de adquirir la experiencia necesaria para su manejo, habríamos roto el organismo, hiriéndonos ó matándonos con sus fragmentos. De lo que vienen á ser los pueblos que se lanzan á las tempestades de la vida independiente, sin la necesaria preparación práctica para ello, el mapa de la América nos ofrece gran cópia de ejemplos, de los que podemos sacar provechosísima enseñanza, si los examinamos, dando la espalda á ese enfermizo sentimentalismo, que por su exageración, ha venido á ser la úlcera de la raza latina. Llamamos sentimentalismo á la involuntaria propensión á acudir al sentimiento, como único ó principal criterio, para resolver todas aquellas cuestiones que solo deben ser resueltas por la razón ó por el cálculo. Salvo Chile, donde la concurrencia de un cúmulo de circunstancias tan afortunadas como fortuitas, logró de*sde los primeros momentos cimentar y consolidaruna República á la manera veneciana, todos los demás pueblos que la raza latina sembró en el Continente americano, desde el día siguiente ai de su emancipación, por su notoria incapacidad política y por los constantes disturbios á causa de ella derivados, han venido siendo el ensangrentado espantajo que todas las tiranías, llamáranse Metrópoli, Imperio ó Monarquía, colocaban delante de los pueblos sometidos á su yugo, para cohibir sus ansias de libertad, presentándole ese tristísimo espectáculo, no como el fruto abortivo de una precocidad,malsana, sino como la consecuencia lógica y obligada, necesaria y fatal de la democracia y de la República. México en solo medio siglo ha sumado ocho Cartas constitucionales, veinte revoluciones y cincuenta pronunciamientos; y más de .cien tiranuelos, unos con el nombre de Emperador y otros con el de Presidentes ó Dictadores, se han arrogado la autoridad suprema por medio de la fuerza para ser á su vez derribados, como resulta siempre, también por medio de la fuerza. Y mientras la demagogia, de brazo con el motín, baila la danza macabra de la anar-.quía, la mitad del territorio mexicano, para cuya redención se inmolaron tantos mártires desde Hidalgo hasta Morelos, se queda en manos del extranjero. Y si hoy parece disfrutarse allí de algún sosiego, es que se ha comprado al precio de una dictadura más ó menos disfrazada, transacción á que acuden siempre todas, las sociedades cuando ven amenazados los principios fundamentales de su existencia. No tiembla tanto el suelo de las cinco Repúblicas de24 la América Central por las convulsiones seísmicas de sus numerosos volcanes, como por el extremecimiento de sus continuos motines y revueltas, los cuales á la manera de la fiebre de sus pantanos, parecen haber afectado allí, la forma clínica de la periodicidad. Salvo excepciones tan contadas, que ponen tristeza en la conciencia humana, sus gobernantes no se han curado de otra cosa, que de sangrar en su provecho la fortuna pública; y no hace aún muchos años que la sociedad neoyorquina acogía en su seno, diez veces millonaria, á la viuda de uno de esos modernos condottieros de la política sur-americana, levantado por un motín á nombre del órden, y derribado por otro motín á nombre de la libertad. Colombia ha cambiado diferentes veces de constitución y hasta de nombre, pero sin abandonar por ello esos procedimientos de fuerza y de violencia que parecen formar el dogma político de nuestra raza en América. Las tiranías sucédense á las tiranías. Se muda de instrumento, pero no de sistema.' Mosquera y Meló gobiernan con el sable que intimida; Nuñez y Caro con el oro que corrompe; la deuda extranjera no se paga, la interna se repudia, y el gobierno italiano se vé en estos momentos constreñido á cobrar por la vía • de apremio de los .cañones de su escuadra, la indemnización otorgada á uno de sus súbditos, por un Tribunal de arbitrage y que no había podido hacer efectiva por la vía diplomática. • En Venezuela el pronunciamiento, como que es la única manera de conquistar el poder, ha llegado á convertirse en una verdadera institución del Estado; y laRepública en una res públicamente sacrificada por la ambición en beneficio del caudillo vencedor, que reparte sus despojos entre los“generales que le han ayudado á conquistar el poder supremo y los doctores que han contribuido á vestirlo con el traje bufo de una hipócrita legalidad. Guzmán Blanco, uno de sus últimos caudillos, vástago de modestísima familia, hace ostentación hoy día en París, de sus cien millones de francos, producto del saqueo de toda una Nación, y mezcla su sangre plebeya y republicana con sangre que ha corrido por venas de Papas y de Emperadores. 'A Guzmán Blanco le sucede Rojas Paul, á este Anduiza Palacio, que es á su vez reemplazado por Crespo: hombres todos que en una comunidad libre, honrada y civilizada hubieran muerto en las galeras ó en la horca. El Ecuador ha sido hasta hace muy poco un pedazo de la Europa de la edad media, incrustrado entre el Pacifico y las cimas de los Andes; algo así como un inmenso monasterio con honores de nación, en el que unos frailes imbéciles, se disputan el cargo de Abad por medio del puñal ó del veneno. No hace aún muchos años que uno de esos abades, el general Veinti-milla, en descargo sin duda de sus muchos pecados y á imitación de aquellos Señores feudales que ébrios de crímenes y de rapiñas, dotaban conventos para reconciliarse con el Cielo, ofrendó al Papa el territorio entero de la República. Perú echa de menos los tiempos de Manco Capac y de Huáscar, tiempos en que sus fronteras eran respetadas, imperaba el órden, florecía la agricultura, rei-2(> naba la paz. y atravesaban el llano, cruzaban el torrente y salvaban la montaña, magníficas carreteras que los degenerados descendientes de los españoles y de los Incas lian dejado desaparecer. En los últimos veinte años el Perú lia disfrutado de una guerra extranjera, que le ha cercenado sus dos mas ricas provincias, y de más do diez guerras civiles, que lo han arruinado y empobrecido, á tal extremo, que los títulos de su deuda nacional no tienen* otro valor que el del papel en que se hallan estampados. Bolivia, la ahijada de su libertador, vive todavía la vida primitiva de todas las sociedades humanas, que es la vida pastoril; y sin relaciones int ¿rnacionales, sin comercio exterior y sin manifestación alguna de la vida moderna, se tiende sobre su desolado y desierto territorio con la misma estólida conformidad con que el mendigo profesional se acuesta sobre sus harapos. La República Argentina rompe el record de la tiranía con Rosas y el del desorden con cinco Presidentes disputándose á la vez el poder. Durante cincuenta años Buenos Aires, como un buque maldito condenado á navegar siempre por mares tempestuosos, parece hundirse con placer entre las revueltas olas de las guerras civiles que amenazan sepultarla, hasta que Mitre, uno de esos hombres extraordinarios, que son los Mesías de los pueblos amenazados de disolución, soldado, legislador, político, literato, todo en una pieza, salta al timón, lo empuña con mano tan hábil como vigorosa, y puesta su fé en los grandes prestijios de la libertad y de la democracia, después de atravesar escollos que parecían insuperables, tiene la suerte deconducir á su patria á puerto seguro de salvación. Merced á este esfuerzo supremo se determina una saludable reacción, á cuyo influjo la Argentina ha logrado en estos últimos tiempos algunos años de sosiego en los cuales la prosperidad ha comenzado á dar sus primeros brotes ; pero es tan escasa la confianza en la perdurabilidad de ese sosiego, que el crédito nacional se cotiza con un lamentable quebranto. Uruguay y Paraguay, pequeños satélites de la Argen-ntina, han reflejado en mayor ó menor grado la situación y la suerte de esta, y Rosas el tirano se vé en ellos reproducido por Francia, por López y por Urquiza, no menos tiranos también. El Brasil arriba á la vida de la nacionalidad por medio de la evolución, y, lo mismo que Chile, goza de estabilidad, merced á instituciones sólidamente conservadoras; pero cuando esas instituciones se quebrantan, la anarquía se extiende por el país y las guerras civiles se suceden las unas á las otras. Pero ninguna puede presentar términos más justificados para una comparación con Cuba, como esas dos nacionalidades de opereta, que se han distribuido el territorio de la infortunada Quisqueya. Aludimos á las llamadas Repúblicas de Haití y Santo Domingo, que situada« como Cuba en el mar de las Antillas y enclavadas como Cuba en la misma zona tórrida, se hallan lo mismo que Cuba, habitadas por negros, y por blancos de origen latino. En Haití, la raza negra, algo más numerosa, haaca-.bado, casi por completo, de absorver á la raza blanca, á pesar de ser esta más rica y más culta, al extremo quelos pocos blancos que hoy se vén en Haití son casi todos extranjeros. On revient toñjours á ces anciennes amours, dice el adagio francés, y la exactitud de esa sentencia de la filosofía vulgar, ha sido plenamente confirmada por la raza africana de Haití. Abandonado asimismo, árbitro de sus destinos y en libertad completa de seguir sus gustos y aficiones, el negro haitiano ha retrogradado á sus buenos tiempos de la Costa de Oro y de Guinea, á tal punto y extremo, que la llamada República de Haití, no es en el día otra cosa, que un verdadero daho-meyato de la Nigricia, erigido en el seno de la América, por la ceguera é imprevisión de la Francia. Si se recorren las calles de Port au-Prince,Gonaives y Aux Cayes, no se echará de menos ninguna de las peculiaridades que dan colorido y sello especial á cualquiera factoría de la costa africana. Ausencia absoluta de policía urbana, las calles sin aceras ni pavimento, convertidas en vertedero de todas las inmundicias, y las sombras de la noche dando abrigo en cada encrucijada, á un ladrón ó á un asesino. Y si de la ciudad pasamos al campo, no será por eso el paisaje menos africano. La agricultura de un país que en el siglo pasado disfrutó el privilegio exclusivo de surtir á Europa de azúcar y de café, ha ido reduciendo su horizonte, hasta quedar encerrada en el miserable conuco, tan conocido de todos los cubanos, y en donde el antiguo esclavo en horas hurtadas al sosiego, podía gozar únicamente del santo derecho de hacer suyos los frutos de su trabajo. En ese conuco, por el procedimiento rudimentario de la* azada y el machete, se cosechan las viandas necesariaspara el sustento de la familia, y se cultivan además unos cuantos cafetos para dar su fruto á, cambio de las pocas mercaderías extranjeras, que pueden exigir las necesidades de un país en que la civilización parece extinguirse. Y lo mismo que en Africa el cultivo se efectúa por la mano de la mujer y de los hijos, mientras que el negro, padre y señor, semi-desnudo y mal oliente, tendido perezosamente en su hamaca, arranca á su cachimba, sendas espirales de nauseabundo humo. Espectáculo repugnante al cual no falta, sino el tigre y el mono para quedar convertido en un paisage africano. Mas profundos que los de Haití, son todavía los puntos de contacto que Santo Domingo tiene con Cuba. El principal de ellos es la proporción bastante similar, en que en ambos países se distribuye por el color la población. Y aunque esta ponderación viene manteniéndose desde los primeros tiempos de la independencia, no ha sido obstáculo sinembargo, á que la raza blanca, aún siendo algo más numerosa y culta que la negra, haya visto elevarse á la jefatura del Estado, casi siempre, por supuesto, por el camino de la violencia, á numerosos representantes de la segunda, al extremo de que la mayoría de los Presidentes dominicanos ofrecen todos los matices del color negro, desde el más obscuro del ébano, hasta el más atenuado del cedro, pasando por la medias tintas de la caoba. Santana, Baez, y Hereaux, son prueba elocuente de ello. Ese equilibrio que la raza blanca ha podido mantener por su número y la negra por el ejercicio casi constante de la primera magistratura del Estado, ha impedido que la una30 absorba á la otra; pero determina un peligro aplazado, que algunos dominicanos quisieron disipar con la anexión á los Estados Unidos, que murió antes de nacer, y luego con la anexión á España, que costó al país una furiosísima guerra, pero que no por aplazado deja de pesar como sangrienta amenaza, sobre el futuro de Santo Domingo. Por lo que hace al de sen volvimiento político del país, por ningún concepto es la República dominicana, uña excepción de la ley fatal de la herencia que pesa sobre todos los pueblos sembrados por España en América. Cabe por el contrario sostener que la enfermedad hereditaria ha presentado en ella, nuevos y más agudos síntomas. El país ni siquiera por fórmula es' consultado por sus gobernantes, y el poder supremo se obtiene á balazos en la plaza pública, de la misma manera que el salteador de caminos, obtiene la bolsa de un viajero en medio de una encrucijada; la justicia es una vana palabra escrita en las leyes para consuelo de los pobres de espíritu; y los Presiden tes dominicanos no se recatan de prescindir de los tribunales encargados de aplicarcarla y de convertir su voluntad en sentencia inapelable, que hacen ejecutar incontinenti, por un pelotón de su guardia, en el mismo patio de su mo-rada. Y al que dude de esta afirmación, le recordaremos á un cuñado del señor Hereaux, [a] Lili, levantado por éste de su mesa en medio de un festín y ejecutado momentos después por orden sumaria.de ese' Tiberio de guardarropía. Con tal sistema de gobierno no es extraño que Santo Domingo, poco después de hacerse independiente»31 dejara de ser un país exportador; y si en estos últimos años se fomentaron en él algunos ingenios de azúcar, lo fueron por emigrantes cubanos ó portorriqueños, como Hatton, Clark, Herediay algunos otros que en estos momentos no recordamos. Este principio de vida industrial oesó apenas comenzado, como planta exótica sostenida por los recursos artificiales del invernadero; y hoy el comercio total de importación y exportación para un país que anda rayano á los 800.000 habitantes, asciende solo á la menguada cifra de $ 3.000,000 mexicanos. Penosa nos ha sido por extremo, esta excursión por todos los pueblos de nuestra familia en America; porque es ciertamente entristecedor el espectáculo que ofrece la humanidad esclava todavía de errores que el tiempo ha disipado en otras naciones más adelantadas y más cultas. Y es que los pueblos latino-americanos son sociedades detenidas en la primera etapa de su desarrollo. España haciendo insoportable su tiranía, las obligó á emanciparse demasiado jóvenes, y sin haberlas educado en la vida práctica del gobierno representativo y democrático. De aquí dimanan sus desgracias. El niño cae muchas veces antes de aprender á caminar; * y esos pobres pueblos latino-americanos á la manera de los niños, siguen su camino por la vía de la nacionalidad, cayendo con frecuencia, pero levantándose con dificultad y con excesiva lentitud, porque no tienen como el niño, la mano celosa del padre que le sirva de apoyo y de sostén. ¿ Qué contestan los cubanos partidarios de la independencia inmediata, cuando se les pone por delante32 ese cuadro sombrío de las desgobernadas Repúblicas latino-americanas ? Pues contestan sencillamente que ellos, los cubanos que se aprestan á implantar la República de Cuba, están por todos conceptos más adelantados que los colonos españoles del primer tercio de este siglo. Ignoramos lo que replicarían á semejante afirmación los verdaderos interesados, que son los descendientes de esos colonos; pero debemos suponer que no se habrán de mostrar muy conformes en rebajar la talla de su Bolivar, su Sucre, su San Martín, su O’Higgins, su Guerrero y su Morelos, para que puedan llegar á hombrearse con ellos los héroes, algo más modestos, de nuestra revolución cubana. Es verdad que los cubanos independientes no afirman paladinamente su superioridad sobre los actuales latino-americanos, sino sobre sus antepasados de principios de este siglo; pero como los nietos siguen gobernándose tan mal como se gobernaron los padres y los abuelos, es lógico deducir, que al afirmar su promesa de una República modelo, los cubanos, implícitamente por lo menos, establecen también su superioridad sobre la actual generación latino-americana. A los que así lo crean, hay que manifestarles que están profundamente equivocados. Los cubanos no somos mejores ni peores que los demás pueblos his-pano-americanos: somos sencillamente lo mismo, y de la misma masa y substancia, producto de la sangre 'española en mayor ó menor grado de pureza; y consecuencia lógica de esa ley que preside la vida de las33 H * especies y que condena con fallo inapelable á todo ser á producir su semejante. Por mucho que nos duela la confesión es imposible resistirla. Y á no ser que la naturaleza haya quebrantado sus leyes eternas introduciendo una escep-ción, en obsequio de los cubanos, éstos como hijos de españoles tienen que ser semejantes á sus padres los españoles, tanto en el orden de la vida moral como en el de la física, sin más limitaciones que las inherentes á la adaptación por el clima y la educación. No es extraño pues, que los cubanos independientes con el proverbial orgullo de la raza española, presuman de constituir un pueblo en condiciones hábiles de erigirse en Nación ; pero es hora de que reflexionen, que tál nos ha dejado el largo período de nuestras luchas con la Metrópoli, que apenas nos queda tela bastante para vestir el traje modesto de una abigarrada aunque patriótica tribu. Tampoco lo es, que ese propósito de crear una República en la ensangrentada y deshecha Cuba, tenga sus únicos partidarios en las filas del separatismo militante. Los que en su lucha con España, cuando no tenían otro techo que los arboles del bosque, llevaron su fantasía al extremo de organizar las, aunque patrióticas, allegadizas y escasas fuerzas de la revolución, en seis cuerpos de ejército, número igual á aquel en que Napoleón I distribuyó el famoso Grand Armee con que dictó leyes á la Europa, no es sorprendente que incidan, y que lo hagan de buena fé, en la tentación de crear una nacionalidad con los escasos elementos que hoy ofrece Cuba para ello.34 Hemos visto ya los tristísimos resultados que la * falta de práctica en el selfgovernment, durante el período colonial, ha producido en la América del Sur. Convirtamos la vista hácia el Norte de ese Continente, para que apreciemos los opimos frutos de llegar á la # Nacionalidad con una educación política más ó menos desenvuelta, tanto en el orden teórico como en el práctico de la vida pública. Muy á la inversa de los españoles, cuyo fin único era la subyugación, dominación y explotación de* la raza indíjena, bajo el pretexto hipócrita de convertirla á la fé cristiana, los establecimientos ingleses de la América del Norte, adoptan desde su principio el carácter de nuevas sociedades, á cuya formación concurre por modo principal el ciudadano inglés, llevando en el corazón su amor intenso á la libertad y sus aficiones, nunca desmentidas, á la vida parlamentaria, en su cerebro la noción más clara del régimen político que ha poseído pueblo alguno, y en su mano la confesión de Augsburgo que consagra la inmunidad de su conciencia, y la empolvada Carta Magna, fuente de sus derechos políticos, conquistas ambas, que han sido regadas con la sangre de generaciones enteras, que se han consagrado en su holocausto, y que han venido á ser el fundamento del bienestar social, político y económico de esa sabia raza anglo sajona, que parece haber resuelto el secreto de la mecánica social, como ha resuelto también el secreto de la mecánica física. Desde el primer día de su fundación las trece colonias inglesas d'e la América del Norte, revisten todos los caracteres esenciales de un organismo político bien35 definido y caracterizado. Una Carta otorgada, en sus desenvolvimientos no muy distante, de las que rigen todavía hoy en Italia y en Portugal, delineaba la esfera de acción de los poderes públicos y, lo mismo que en Inglaterra, el ejecutivo correspondía al Rey, representado por un Gobernador y el legislativo á unas Cámaras elegidas por el pueblo. No era menos libre ni gozaba por cierto de menos derechos un vecino del Lancashire, que el más modesto colono de New Ham-phire ó de Connecticut. La Colonia votaba sus impuestos, proveía á la seguridad pública con sus milicias provinciales, de cuyas filas salió más tarde la mayoría de aquellos gefes y soldados que al lado de Washington vencieron en Yorktown, y satisfacía por medio de sus Consejos legislativos de libre y no restringida ni menos influida elección, á todas las necesidades públicas y privadas de aquellas sociedades en formación. De esta manera, cuando surgió el conflicto entre la Metrópoli y las Colonias, cuando un Rey herido por incurable imbecilidad y un Parlamento dominado por clases privilegiadas intentaron despojar á los Colonos de lo que ellos entendían que eran sus derechos inmanentes de ingleses, poco ó nada hubo que cambiar en el país para atender primeramente á las necesidades de la guerra y más tarde á las exigencias de la paz y de la nacionalidad. La práctica constante del sistema representativo, les hizo crear sin mayores dificultades los dos primeros Congresos continentales; surge en ellos el pacto federal, como primer esbozo de la unidad nacional; las milicias provinciales se convierten en el36 ejército de la Nación; se clava en la roja bandera de la * vieja Metrópoli la cruz de la fé y la estrella de"la esperanza; y las trece colonias unidas de la mano, hacen su tránsito de la vida colonial á la vida nacional, como se hacen las revoluciones de los astros y las transfor- c maciones de la vida humana, sin saltos ni sacudimientos, con la precisión matemática de las leyes de la naturaleza. Dentro del pacto federal, más estrechamente ligado en 1878, cada Colonia conserva inalterable su personalidad para todos los fines de la vida local, y solo abdica en el poder central, y eso por modo taxativo, aquellas facultades puramente necesarias para mantener la vida nacional. Los fecundos resultados obtenidos de circunstancias tan afortunadas se encuentran hoy día, á la vista del mundo, que atónito las contempla. Del Pacífico al Atlántico, desde el Golfo Mexicano hasta esas heladas regiones del sol de media noche, donde hace poco más de un siglo la naturaleza se entregaba á todos los horrores de la guerra de las especies, se levantan y se yerguen hoy día los poderosos Estados Unidos con sus 70 millones de habitantes, núcleo de hombres civilizados el más numeroso que hoy registra la tierra, con sus cien ciudades de más de cincuenta mil habitantes cada una, con su riqueza colosal, cuyo guarismo se sale de la órbita de la aritmética común, y más que todo y sobre todo, con esa raza anglo-americana, ejem- % piar el más hermoso del género humano, especie de bronce de Corintó, forjado por el cruzamiento y la adaptación, y que, como Hércules en la cuna, por vía37 de infantil entretenimiento, acaba de ahogar entre sus dedos al viejo león de España, ahito con la sangre de cien pueblos. Y si de los Estados Unidos pasamos al Dominio del Canadá tendremos ocasión de observar, que iguales principios han producido idénticos resultados. El Canadá por boca de su primer Ministro Mr. Laurier, en medio de los representantes de todos esos pueblos que constituyen el Imperio británico, y que estaban congregados para solemnizar el jubileo de la Reina Victoria de Inglaterra, ha declarado urbi et orbe el derecho de su país á ser potencialmente considerado como una Nación, y esa viril afirmación á más de asentimiento fué recibida con aplauso. Nadie, efectivamente, pone hoy en duda, que el Canadá puede pasar al ejercicio de la vida de las nacionalidades sin el más mínimo trastorno interior, y como sur roulettes. Por mucha que sea nuestra vanidad, es difícil suponer que los cubanos en el desenvolvimiento de su nacionalidad y en la instalación de su República, puedan realizar, esos que parecen milagros de la raza anglo-sajona en América, y que no son más que hijos del claro concepto que acerca de todos los problemas de Gobierno, el inmigrante anglo-sajón trajo á las orillas del Hudson, de su antiguo solar europeo. Loque esas viejas comunidades, como Inglaterra, Holanda y Suiza, han ganado y aprendido en diez siglos de dolo-rosas experiencias, no vamos á conquistarlo nosotros los cubanos en veinte y cuatro horas, y como por arte de mágia y encantamiento. Guerrear, que es lo que hasta ahora con más ó menos38 fortuna han hecho los cubanos, es aliciente y oficio de jóvenes. Administrar y gobernar es ministerio de viejos, y de ejecución tan por extremo difícil, que la misma vejéz muchas veces no es garantía suficiente del éxito. La espada, á la manera que el bisturí del cirujano, ha resuelto y resolverá todavía en lo adelante, muchas enfermedades del cuerpo social: pero no puede ser el símbolo de una convalecencia de tanto riesgo y peligro, como es la de los paises que acaban de pasar por una revolución. Ambas sirven para sacar la sangre enferma que envenena las fuentes de la vida, pero ninguna de ellas produce la sangre nueva de que se ha de nutrir un organismo depauperado. Cuba sale de su lucha por la emancipación, arruinada y desunida y despiertos sus hábitos latinos de rebelión; con elementos militares que” se estiman en mucho, y que saben como hacer en los bosques una guerra interminable; excitado el instinto semi-socia-lista y semi-anárquico de la muchedumbre inconsciente, y sin otro estatuto fundamental ú orgánico, que el podrido estatuto español que importa reemplazar. • ¿ Confían acaso los cubanos en que un rayo de la sabiduría divina ha de depositar en el cerebro de sus estadistas,—de esos estadistas que en el seno de la revolución extendieron el derecho electoral á la edad de diez y seis años, edad todavía de escuela y de tutela—la noción más perfecta del sentido político, para que á su suprema evocación, al fiat lux de su omnipotente varita, de virtudes, surjan de la nada como creaciones de un cinematógrafo maravilloso, constitución, leyes orgánicas, reglamentos, industria,39 comercio, inmigración y todo lo demás que demanda la situación de Cuba ? Sería vana expectación. Los milagros no son de . nuestro tiempo y milagro fuera, y no de los más peque- * ños, el que una sola generación realizara con provecho la obra monumental, que entraña el problema de la independencia de Cuba y que amerita el esfuerzo de diez generaciones por lo menos. Y si la independencia en el orden social nos amenaza con el caos, y en el orden político con la anarquía ó la dictadura, en el orden económico trae aparejada para ese pobre, suelo de Cuba la ésterilidad de los desiertos africanos. Los acontecimientos que se suceden en los momentos en que se escriben estas líneas, indican ya como segura, la anexión de Puerto Rico á los Estados Unidos, y como más que probable la de las Islas Filipinas. Ambos países situados, como Cuba, en climas tropicales y con una población mucho más densa que la cubana, producen, y en escala bastante considerable, tabaco, azúcar y café, únicos renglones de que vive nuestra' agricultura y de que se ha alimentado hasta ahora nuestro comercio. Puede desde luegos asegurarse, que la energía industrial americana extendiéndose * con el amor de la novedad por esos territorios, levante en poco tiempo en todos ellos una producción tan inmensa, que baste á satisfacer las necesidades del único mercado, cuyas puertas al comenzar la revolución no estaban cerradas para Cuba, y que esa producción, aun antes de desarrollarse, exija de su Gobierno y de sus Cámaras legislativas, la protección arancelaria, que ni el uno ni las otras han regateado nunca á las indus-40 trias del país. ¿Qué haremos entonces con nuestro azúcar y con una gran parte de nuestro tabaco? ¿ Cabrá en lo posible ajustar tratados que dejen un margen holgado para la competencia? ¿Serán tan sandios esos prácticos legisladores de "Washington, que perjudiquen las industrias de sus nuevas posesiones á beneficio de un país extranjero? No parece diíícil contestar á estas preguntas, porque pertenecen al género de aquellas interrogaciones, que están contestadas aun antes de ser hechas. Puerto Rico produce hoy muy cerca de 100,000 toneladas de azúcar y Filipinas no anda lejos de las 300,000. Ambos países, aun en los tiempos en que fueron Colonias españolas, eran nuestros competidores en el mercado americano. Es seguro predecir que cuando flote sobre ellas la bandera americana y el capital yankee acuda á dar vertiginoso crecimiento á sus industrias, hemos de encontrar en ellas unos verdaderos enemigos, que se opondrán con tesón y con justicia, á que se dé al extranjero cubano, la protección que por derecho corresponde al filipino y al puertorriqueño americanos. Entonces no nos bastará todo el azúcar que podamos producir, para endulzar las amarguras de una ruina irremediable, ni con'todo nuestro tabaco, á humo reducido, podremos disipar las tristezas de haber condenado á la miseria, por nuestra culpable imprevisión, á una de las islas más fértiles que creó la naturaleza. Pero además de influir por modo pernicioso en el orden económico, la anexión de Puerto Rico en particular, ha de tener sobre los destinos políticos de Cuba, una trascendental influencia. Los Estados Unidos no41 solo llevarán á Puerto Rico su espíritu de empresa y sus capitales, para justificar con mejor éxito el nombre que le dieron sus conquistadores españoles, sino que, con esa admirable percepción para todos los problemas * de gobierno, que caracteriza á la raza anglo sajona, erigirán en ella instituciones políticas capaces de hacer la felicidad de su pueblo. Puerto Rico á la sombra del pabellón estrellado . vendrá á ser una permanente lección objetiva, cuyo influjo obrando slow but surely sobre la conciencia cubana, hará tan débil y eiímera la vida de la República, que á los primeros inevitables obstáculos que encuentre en su camino, una conmoción general que no ha de ser posible resistir, dará al traste con una independencia, que no hizo más que cambiar la tiranía importada por la tiranía doméstica, que no acertó siquiera á . garantizar el orden social, primera necesidad de los pueblos, que malogró los frutos de tanta sangre cubana derramada para conquistar el general weüfare, y bajo cuya sombra funesta han establecido su domicilio permanente el motín, la ambición, la anarquía y la dictadura.III Algunos cubanos convencidos de las verdades que venimos exponiendo y atemorizados ante la responsabilidad de constituir en forma independiente un país en estado preagónica como Cuba, han parado mientes en un Protectorado, que manteniendo en principio la independencia cubana, preste esas garantías al orden y al derecho, tan indispensables para crear y desenvolver los organismos políticos incipientes. Claro es que para ese Protectorado se indica desde luego al Gobierno de los Estados Unidos de América. No se nos oscurece que á los que así piensan, les guía é inspira el noble propósito de aunar en la obra de constituir la nueva República, á todos los cubanos, tanto á los que aceptaron y cooperaron á la revolución, como á los que se mantuvieron en actitud expectante, no por españoles, que de eso llevaban bastante poco, sino como conser-44 vadores, en la acepción más generosa que la Política ha dado á esta palabra. Pero lo laudable del propósito no abona la posible realización de la obra. Los protectorados se han dado hasta ahora por razones muy diferentes á la mera conservación del orden público interior. Esa especie de tutela de las Naciones grandes y fuertes sobre las débiles y pequeñas, responde á fines de un orden más alto que el orden interior : responde al propósito de defender al Estado débil y pequeño de agresiones exteriores; y cuando se crea, es porque la independencia de ese Estado, está sèriamente amenazada por enemigos poderosos, que plauean en la sombra su conquista. Tal es el protectorado que á virtud de la conferencia de Berlín en 1889, ejercen Inglaterra, Alemania y los Estados Unidos, sobre el Reino de Samoa. Tal es el que ejerce Inglaterra por la Convención de 1884 sobre la República del Africa del Sur. Tal es finalmente, el que la misma Inglaterra ejerce sobre el Egipto, país todavía tributario de la Puerta Otomana, y que responde á fines puramente económicos ó mejor dicho, financieros. En ninguno de ellos la Nación protectora tiene la más mínima intervención en el mantenimiento del orden público interior de su protegida. Y no pudiera ser de otra manera. El primer deber de toda nacionalidad, es proporcionar tanto al nacional como al extranjero, la garantía de sus bienes y persona; y solo cuando se lia llegado á consagrar esta garantía, no como una promesa, sino como una realidad, es, cuando con razón puede afirmarse, que un pueblo ha llegado á la mayor edad de la nacionalidad.Independencia nacional, y Protectorado con bayonetas extranjeras para dar garantías al órden social, son términos tan incompatibles en la ciencia de la Política, que no pueden coexistir, y rabian y braman de verse juntos. Los peligros de Cuba independiente, no son por cierto del órden exterior. El mar que baña su entera periferia, su naturaleza tropical, su sol de fuego, poco propicio a empresas militares para ejércitos de zonas templadas, y más que nada y sobre todo, esa doctrina de Monroe, que desarmó el brazo de la Santa Alianza, expulsó de México á los soldados de Napoleón III, y detuvo recientemente á Inglaterra en su agresión contra Venezuela, constituirían para (Juba independiente, un palladium tan sagrado y más invulnerable, que aquel que no acertó á mantener en pié los muros de Ilión. Pero los progenitores del Protectorado no temen los peligros del exterior. Lo que ellos temen, y junto con ellos muchos cubanos, que han ganado alguna experiencia en la vida, son esas revueltas á diario y esos pronunciamientos mensuales, que han caracterizado.los primeros pasos de todas las Repúblicas latino-americanas y que se han convertido en muchas de ellas, en un estado permanente. Y esto no lo remedia el Protectorado de la manera que es entendido y practicado por las Naciones más poderosas de la tierra. Solamente puede remediarlo, la anexión pura y sencilla de Cuba á los Estados Unidos: solución que nos parece más digna, si como es natural, es aceptada por la mayoría de los cubanos,46 que esa independencia ficticia y nominal, especie de tela de colorines, que no serviría más que para exornar nuestra pueril vanidad, en tanto que, nuestro Parlamento deliberaría, nuestros Tribunales juzgarían y nuestros Ministros gobernarían bajo la presión vergonzosa de las bayonetas de un ejército americano. En la historia de las relaciones de España con Cuba, hay numerosos ejemplos de esa farisàica y muy española habilidad, que consiste en cambiar los nombres de las cosas, sin alterar por eso su substancia; todo ello con el poco humano propósito de mixtificar las justas y legítimas aspiraciones de los pueblos. Así Cuba y Puerto Rico, que no eran otra cosa que unas tiranizadas Colonias, se rebautizaron con el nombre de Provincias Ultramarinas: el viejo pacto colonial resucitado, recibió el nombre de cabotaje: Gobierno civil ó político, se denominó el mando ejercido por un militar, tan incivil como impolítico: y Sección de Higiene á lo que no era más que la explotación del mal social con la más refinada hipocresía. No pretendamos imitar esa conducta de nuestros antiguos dominadores. Si la independencia ha de ser,* que séa en la única forma en la que puede ser racionalmente posible ; pero si nos tiemblan las carnes ante ese Calvario que se nos ofrece por delante, y si se han agotado nuestras fuerzas para apurar hasta las heces el cáliz que la fatalidad ha acercado á nuestros labios, no intentemos mixtificar una noble aspiración, que no por ser, hoy por hoy irrealizable, es por eso menos noble ; pidamos plaza en el hogar americano, y que brille nuestra estrella solitaria, con tanto brillo comola que más, en medio de esa constelación que ha tegido una diadema de astros sobre la cabeza de la estátua que se -levanta en la roca de Bedloe. Pudiera suceder que algunos, que én el fondo son pardidarios de la anexión, aboguen sinembargo por el protectorado, estimándolo como una fórmula de transición, que suavice y prepare el terreno para una futura anexión. Pero los que así piensen están profundamente Equivocados, y por emprender por el atajo se arriesgan á tomar una senda tan divergente á su propósito, que corren peligro de llegar muy tarde, ó tal vez de no llegar nunca, al término de sugornada. Los Cuerpos colectivos tienen también su instinto de conservación lo mismo que los individuos, y como éstos, aman la vida y quieren seguirla viviendo. Desde el mismo día en que la República de Cuba se establezca, comenzarán á su sombra á surgir intereses, que se irán aumentando y fortaleciendo con cada afío de su existencia. Esos intereses por débiles ó equivocados que sean, constituirán la guardia imperial de la República; y antes de encontrar su Waterloo, se defenderán con la tenacidad del instinto, y habrá que destruirlos á cañonazos, como hizo Wellington con los viejos pretorianos de Napoleón I. La perspectiva de nuevas asonadas, con su séquito acostumbrado de horrores, es lo que el protectorado, enderezado á tal propósito ulterior, puede solo atraer sobre la ya harto infortunada Cuba. Si fórmulas de transición fueran deseadas, acúdase por la vía correspondiente al propio cosechero. La iniciativa sagacísima que encerró la vida nació-48 nal (le los Estados Unidos, dentro de los moldes del Estado y del Territorio, no se ha agotado ni muerto todavía; y si tales moldes no resultaran apropiados á las necesidades de Cuba, Puerto Rico ó Filipinas, la fecundidad política de los legisladores de Washington, dentro de su claro concepto de la ciencia del Gobierno, encontrará de seguro un organismo de transición, que salvando lo que merezca salvarse, dé satisfacción á todos los intereses, cualesquiera que sea su origen y procedencia é inspire confianza hasta á los más escrupulosos y refractarios. Antes del movimiento de Baire de 1895, no había un solo cubano que tal nombre mereciera, que no se hubiera dado por quito y contento en luengos años con una autonomía calcada, todavía más en la práctica que en la teoría, en el sábio molde canadense. Y si tal crédito le abrimos á España que tanto nos debía en injusticia, desgobierno y explotación, no parece natural que se lo neguemos á nuestro salvador Unele Sam, que tiene en su abono el cash de su probado afecto á la libertad en todas sus manifestaciones y de su reconocida experiencia en materias de gobierno.IV. Nos queda que estudiar aun la última solución del problema cubano, ó sea la anexión de Cuba á los Estados Unidos de América. Y esta aspiración de una parte de la conciencia cubana á solucionar de una manera definitiva y práctica los destinos de su país, por medio de la anexión, no es nueva en modo alguno. La historia de Cuba nos enseña que durante un período más ó menos largo de su constante batallar con España, para emanciparse de su tiránica tutela, la opinión cubana se condensó en una corriente francamente anexionista, en la que tomaron parte sus mejores hijos, que riñó con la Metrópoli las primeras sérias batallas de la emancipación y que llegó por oierto á proporcionar al movimento de Yara hasta esa bandera de la estrella solitaria, que quedó convertida en el símbolo, á cuya sombra se acojieron más tarde todos los cubanos enemigos de la dominación. española, cualesquiera que fueran sus puntos de vista50 para después de la emancipación. Consecuencia de ese movimiento anexionista fueron las dos expediciones que condujo Narciso López á Cuba en los años de 1850 y 1851, y lo fueron también las protestas, que coetáneamente hicieron en el Camagüey, D. Joaquín Agüero y en Trinidad D. Francisco Armenteros, los cuales pagaron con su cabeza la gloria de ser los primeros mártires de la causa santa de la redención de su patria. Los propósitos de la conspiración de Pintó, que vino á costar la vida á Anacleto Bermudez, uno de los jurisconsultos más eminentes que Cuba ha producido, fueron también francamente anexionistas, según lo comprueban las memorias del General Concha. Y aun después del movimiento de Yara de 1868, al reunirse la Constituyente de Güaimaro, de la que fué un miembro el Sr. Estrada Palma, actual Delegado de los revolucionarios cubanos en el extranjero, uno de sus primeros actos fué dirijir una representación al Gobierno de Washington afirmando su propósito de anexar á Cuba á los Estados Unidos, y esa representación, cuya copia, según hemos oido, posée el Sr. D. Manuel San-guilí, fué acordada, no por mayoría, sino por unanimidad. No es pués Ja anexión una solución determinada en estos últimos tiempos por la intervención americana. Arranca de más lejos y tiene, como hemos visto, su historia, su bandera y hasta sus mártires. Y es indudable, que un secreto instinto hacia entender á los cubanos, desde los primeros momentos de su lucha con España, que no les era posible conquistar la victoria, sino con la cooperación más ó menos directa de los Es - o51 tados Unidos; y que el mejor camino para lograr esa cooperación, era pedir puesto en la familia de Estados» que componen la Unión americana. No hay que decir cómo el porvenir, que para nos otros es el presente, se ha encargado de dar la razón á esos verdaderos pioners de nuestras luchas por la libertad y por el derecho. La bandera española de la conquista, del monopolio y de la tiranía, se arría en estos momentos en Cuba por manos americanas y en manos americanas nuestros destinos han venido á quedar depositados. ¿ Ha sido esto obra del acaso ó producto de esas leyes eternas que dirigen la dinámica social ? La ignorancia ó el escepticismo, que es su habitual compañero, podran dar fé á lo primero ; la razón analizando fríamente los hechos, tiene que decidirse por lo segundo. A esa ley de atracción que concierta los movimientos de los astros en el mundo planetario, responde otra ley en el campo de las nacionalidades, que sujeta los pueblos chicos á la influencia atractiva de los pueblos grandes y que, lo mismo que con aquellos, se regula también, tanto por la distancia como por la masa ; y de la misma manera que, cuando el equilibrio de la atracción se destruye, los astros de masa menor corren con la velocidad del rayo á sumarse y á fundirse con el astro mayor que regula su movimiento, así también cuando un cuerpo social rompe sus vínculos políticos, tiene que ser atraído con fuerza irresistible por aquella nación en la cual respecto á él, se encuentren combinados el poder y la proximidad. ¡ Cuantas veces en esas serenas noches de Cuba en52 que la naturaleza tropical dormida, parece consumar sus nupcias con un cielo tan sereno como ella, hemos visto atravesar el espacio, sangriento y encendido, uno de esos bólidos brillantes, fragmento tangible de otros mundos, que han roto la ley del equilibrio universal, y que obedeciendo á la ley no menos poderosa de la gravitación, acude veloz á confundirse y á sumarse con nuestro planeta ! ¡ Y cuantas veces ante ese espectáculo, acudía á nuestra imaginación sobresaltada, la idea de Cuba cayendo por ministerio de ley inexorable, en el regazo de la Unión Americana, una vez rotos los vínculos que la unían con España ! Si esceptuamos esas islas, semi-salvajes de la Polinesia, donde la civilización no presenta todavía más que muy rudimentarios caracteres, de las muchas islas que pueblan el mundo, solamente tres tienen al presente, carácter definido de nacionalidad; y esto se debe sin duda, á que en todos los tiempos las islas se han considerado como meros apéndices de los países continentales inmediatos, dentro de cuya órbita tienen que efectuar su revolución, como si fueran sus verdaderos satélites. Así resulta en Grecia con el archipiélago del mar Egeo y del mar Jónico, en Italia con Cerdeña y con Sicilia, en Francia con Córcega, en España con las Baleares, en Portugal con Madera y las Azores, y en la Gran Bretaña con Irlanda, las Hébridas y Guerne-sey; y obedeciendo áese precepto, como si fuera de derecho público natural, aún no hace muchos años, que Inglaterra hizo á Prusia devolución gratuita y expon-tánea de la isla de Heligoland, y los Estados Unidos por el voto de sus Cámaras acaban de anexarse á53 Hawaii, aunque dista dos mil millas de sus costas. Cuba no puede ser una excepción de esa regla universal, que ha colocado el destino de las islas en manos de los poderes continentales, y, quiéranlo ó no lo quieran los cubanos, la anexión es un hecho fatal, que ha tenido su origen en las tradiciones revolucionarias, y tiene su fuerza en las leyes que presiden la mecánica política, y su palmaria justificación, en esa intervención americana, que cojiéndonos por el cabello, nos ha devuelto á la vida, en el momento en que rodábamos al abismo. ¿Qué argumentos se oponen á la anexión? Pasémosle revista—¡Qué nos echamos nuevos amos!— claman algunos cubanos, que aún llevan en sus carnes laceradas las cicatrices del férreo yugo español. Pero este grito es hijo más bien del sentimiento expontáneo, que déla fría razón. En el suelo libre de los Estados Unidos no se dan amos, ni existe más esclavitud, que la esclavitud de la Ley. La sangre de 500,000 cadáveres segados por la espada, en la guerra más extraordinaria de los tiempos modernos, ha compensado y con muy crecidos intereses, la sangre que el esclavista con la punta del látigo, arrancó á las espaldas del negro. Hoy, blanco, negro, indio, mestizo, nativo, naturalizado ó extranjero, en todo el territorio de los Estados Unidos, no hay más que hombres, tan libres como iguales en derechos. No penetra esa idea de esclavizar una raza, en la moderna mente anglo americana; y el poder de asimilación, de expansión y de adaptación de que se halla investida, es tan extraordinario, que pueblan hoy su territorio54 diez millones de extranjeros naturalizados y veinte millones de hijos de extranjeros, que constituyen muy cerca de la mitad déla entera población, y que se reconocen tan soberanos y se*sienten tan libres como los demás. En esa tierra bendita de la libertad no se le pregunta á nadie, para considerarle como un americano, el lugar de su nacimiento. Se le exige sólo, que sienta, que piense, que discurra y que obre como un americano. Por ese camino abierto para todos, ha subido Richard Croker, irlandés de nacimiento, á la jefatura del partido tammanista, árbitro de los destinos de New York, que vale tanto como un reino ; por él llega Wilson á ser miembro del Gabinete de Cleveland y Gary del de McKinley; y por el han ascendido muchos, que seria ocioso citar, á los puestos más eminentes de la Magistratura, de la Banca, del Ejército y de la Industria. ¿ Porqué pensar pues, que nos vamos á echar nuevos amos? Y vaya un recuerdo histórico que dedicamos á los que entiendan que la anexión cierra á los cubanos la puerta de las grandes aspiraciones. En 1768 se decretó la anexión de Córcega á la Francia y pocos meses después nacía en aquella isla, de modesta familia italiana, el conquistador más extraordinario de los tiempos modernos, el cual apesar de su origen italiano, se cría, educa é inspira en el espíritu francés, y por medio de la fascinación más estupenda qiie hombre alguno ha ejercido sobre un pueblo, riega, reparte y abandona por todo el continente europeo los cadáveres de dosmillones de franceses á quienes enloqueció con el cebo de la conquista y deslumbró con el brillo de la gloria. ¿ Tendrá reservado el destino á algún cubano del porvenir para continuar y repetir los triunfos de I)ewey y de Schley ? Solo la anexión puede decirlo. Sostienen otros, que la anexión ofende á la personalidad y á la dignidad cubanas. Y esta objección, como la primera, es también más de sentimiento que de razón. La idea de la independencia no implica siempre por modo forzado la idea de la dignidad, como tampoco la idea de la Colonia lleva consigo aparejada ninguna nota de oprobio. Naciones hay, y abundan por desgracia en América, en las cuales la dignidad nacional, sin la más ligera protesta, se humilla vergonzosamente ante unos cuantos cañones con que se adiestran en el tiro los cadetes de un buque-escuela aleman, inglés ó italiano. En cambio también existen Colonias autónomas, como el Canadá, el Cabo, Australia y Nueva Zelandia , que con justificada razón se sienten satisfechas de sí mismas, por los progresos que han realizado bajo la tutela de la Metrópoli, á la que pueden dirijir con orgullo la expresión feliz de Kipling, “ Hija soy en casa de mi madre, pero soy Señora en la mia;” y que tienen una idea tan alta de la dignidad colonial, como la Nación más poderosa de la tierra puede tenerla de la suya. La tutela no ofende la dignidad del impúber, ni la cúratela la del adulto. Ambas son estados civiles del individuo antes de arribar á la mayor edad, de la misma manera que la colonia, y el territorio, según el concepto americano, son estados políticos de las socie-56 dades en formación, que culminan al fin en la alta prerrogativa del Statehood. Los cubanos hemos sido tiranizados por una Metro-poli sin entrañas, y la tirania, aunque ha deshonrado al verdugo, ha dignificado siempre átla víctima. Dignos éramos cuando nos encorvábamos bajo la cadena de la servidumbre colonial, tifiándola con nuestra sangre; dignos cuando derramábamos la própia y la agena para romperla; dignos seguimos siendo cuando la vemos rota á nuestros piés por el brazo americano; y no menos dignos seremos finalmente, cuando votemos mañana la anexión á nuestros verdaderos libertadores. Y si del reparo de la dignidad pasamos al de la personalidad, lo encontraremos también completamente injustificado. Los filósofos analistas al estudiar el desenvolvimiento de las razas humanas, para conocer la noción con que cada una de ellas ha contribuido al acerbo de la civilización, por general consenso, le han adjudicado á la sajona, la más exacta y completa noción acerca de la personalidad humana. El mundo romano se corrompía y degeneraba en una bacanal radicalmente socialista; y cuando parecía agotada toda esperanza de remedio, y la civilización amenazaba extinguirse, salieron al frente los pueblos Germanos, derribaron en el polvo aquel imperio monstruoso, aventaron á los cuatro vientos sus cenizas, y crearon ese mundo europeo, que aun perdura más ó menos modificado, infiltrándole en sus venas, como principio substancial, la idea de la individualidad humana, .como sugeto de derechos inma-57 nentes, anteriores y superiores á toda legislación. De ahí es que la raza anglo-sajona, en cualquier parte del mundo en donde haya levantado sus hogares, primero bajo la forma del feudalismo y más tarde por la federación y la autonomia colonial, ha llevado consigo su clara percepción del derecho de personalidad, tanto para el individuo, como para el Municipio y la Región. ¿ Podremos nosotros los cubanos, de prosápia latiua, temer por nuestra personalidad en manos de una raza, que desde la cuna se amamantó en el respeto de todas las personalidades, y que mira ese respeto como un dogma? Pero las teorías se aquilatan con la observación y el más somero exámen de la Constitución americana, basta y sobra para justificar esas teorías. La Nación anglo-americana compónese, en el día, de cuarenta y cinco Estados federales, cinco Territorios y un Distrito. Démos una explicación sucinta y en órden inverso á aquel en que los hemos enunciado, de esos tres organismos de la vida federal americana. Para que los poderes centrales tuvieran un territorio propio, desde donde ejercer sus funciones generales, sin sentirse cohibidos por la autonomía de los Estados, dispusieron los constituyentes americanos por la cláusula 17 sección 8* del Artículo 1? de la Constitución, la creación de un Distrito, cuya área no había de exe-der de diez millas cuadradas, y en el cual residieran el Ejecutivo, las Cámaras legislativas y el Tribunal Supremo de Justicia. Ese Distrito, dentro del cual se ha construido la ciudad de Washington, recibe el nombre de Distrito de Colombia; y. en consonancia con58 la Ley de 11 de Julio de 1878, es gobernado por tres Comisionados elegidos por el Presidente, proveyendo libremente el Congreso Nacional, á todas las necesidades legislativas de la comunidad. De lo expuesto se deduce que el Distrito de Colombia obedece á una ley de excepción, habiendo sido creado únicamente para responder al justificado propósito de asegurar á las Autoridades centrales de la República, una fracción del suelo nacional, donde pudieran ejercer sus elevadas funciones con independencia y sin embarazo. Son los territorios aquellas regiones que han ido arrancándose á las inmensas soledades del Far West y cuya escasa población, incipiente riqueza y menguada cultura, acusan una sociedad política en formación, á la que, desde los primeros pasos hay que dedicar aquellos cuidados y atenciones, que en la vida civil sirven de fundamento á la tutela para la protección del pupilo. El territorio es el noviciado del Estado y es á éste, lo que el Diácono es al Presbítero. No existe designado patrón alguno al cual deba ajustarse la organización política de los territorios. El Congreso libremente provée en cada caso á su constitución, atendiendo sin duda alguna al mayor ó menor progreso de su desarrollo y á sus peculiares intereses. Cada territorio, sinembargo, tiene el derecho do nombrar un Delegado, que asiste con voz, pero sin voto á la Cámara de Representantes. Así el Territorio de New México fué organizado en 9 de Septiembre de 1850, el de Arizona en 24 de Febrero de 1863, el de Alaska en 27 de Julio de 186859 y el de Oklahoma en 2 de Mayo de 1890; y todos presentan señaladas diferencias en la forma y manera en que en ellos se desenvuelve la vida política. Maravillosa previsión de aquellos insignes legisladores de 1789, que dotaron á su obra inmortal, de la flexibilidad necesaria, para que á su sombra pudieran vivir con el nombre de Estados, las trece colonias de la Independencia, y desarrollarse y crecer con el nombre de Territorios, para llegar á su vez á ser Estados, ’una vez completada su evolución, aquellas otras regiones desiertas que hoy forman la injundia verdadera de la Nación americana. Finalmente, alcaliza la categoría de Estado aquel Territorio, que á juicio del Congreso, lia adquirido la capacidad necesaria para usar de los derechos y hacer frente á los deberes que á. cada Estado impone la Federación. ¿ Sabéis cuales son esos deberes ? ¿ Conocéis esos derechos ? Una simple ojeada á la Constitución americana nos lo dirán : Sección X. Primer j : Los Estados no podran celebrar tratados, alianzas ó coaliciones; expedir patentes de corso y represalias; acuñar moneda ni emitir billetes de crédito; señalar como de forzosa admisión en el pago de las deudas, otras monedas que las de oro y plata; aprobar ningún proyecto de ley sobre infamia trascendental (attainder), ó dar leyes ex post fado, ó que desvirtúen las obligaciones de los contratos, ni conceder tampoco títulos de nobleza. v Segundo : Los Estados no podrán sin el consentimiento del Congreso, establecer impuestos ó derechos sobre las importaciones y exportaciones, salvo cuando sea absolutamente necesario para hacer cumplir sus leyes ae inspección, y el producto neto de todos60 los derechos é impuestos cobrados por un Estaco bajo este concepto pertenecerá al Tesoro de los Estados Unidos, quedando sujetas todas esas leyes á la revisión y aprobación del Congreso. Tercero: Tampoco podrán imponer derechos de tonelaje, mantener tropas ó buques de guerra en tiempo de paz, entraren ningún conveuio ó tratado con otro Estado ó con potencias extranjeras, ni comprometerse en una guerra, exceptuándose los cisos de invasión ó de peligro tan inminente, que no admitan demora. Vamos ahora á los derechos. Artículo X. ( adicional): Las facultades que la Constitución no delega á la Federación y no niega á los Estados, quedan reservadas á los Estados respectivamente, ó al pueblo. La mera lectura de esos textos legales evidencia, que los Estados de la Unión son verdaderas y bien definidas nacionalidades, que en obsequio á las ventajas de una nacionalización de radio más ámplio, se han despojado de algunos y muy regateados distintivos de su soberanía, de la misma manera que el hombre, para disfrutar las ventajas de la sociedad civil, consintió en mutilar su natural independencia. ¿Quedará pues, á salvóla personalidad cubana, dentro de las costumbres é instituciones del pueblo americano ? Solo la ignorancia puede ponerlo en duda y negarlo la insensatez. Con la anexión, y aunque tenga que pasar, para desespañolizarse algún tanto, por el noviciado del Territorio, Cuba, en un periodo más ó menos breve, podrá asumir la investidura de un Estado federal: investidura por cierto, mucho más levantada y prestigiosa, que la llamada independencia de todas esas nacionalidades que nuestra raza ha creado en América. Y, vaya una prueba de lo dicho. Hace apenas dos61 meses que han desfilado por nuestros ojos enternecidos, para acudir á Cuba, á darnos paz y libertad, los regimientos con que cada Estado de la Unión contribuía á las necesidades de la guerra con España. Y en el centro de cada uno de esos regimientos, al lado de las Estrellas y las Listas, para ser contemplada con la misma veneració y consagrada con la misma sangre, enhiesta y gallarda, y mezclando sus pliegues con los de la Unión, flotaba también la bandera del Estado ó del Territorio á que el regimiento pertenecía. ¿Porqué la Estrella solitaria, con la anexión, no ha de poder acompañar también, á esa Star Spangled Banner que “......................................wave, O’er the land of the free and the borne of the brave.” Algunos buenos cubanos, de esos que un ingenioso escritor, clasificaba entre los de café fuerte y sombrero de jipijapa, lamentan y condenan la anexión, porque en su sentir lleva consigo aparejada la ruina y muerte de nuestras tradicionales y venerandas costumbres. Es ésta, más todavía que las anteriores, una objeción hija del adulterio del sentimiento con la simplicidad, en momentos en que estaba dormida la razón. Estudiemos el asunto. Las costumbres que rigen en Cuba, son pura y genuinamente españolas, sin más modificaciones, que aquellas que el medio ambiente ha hecho necesarias. Estas modificaciones hijas del clima, de la diversidad de productos y de la diferente esfera de influencia, es lo único que hay de legítima-62 mente cubano en las costumbres de los cubanos. Si las corrientes de inmigración, que Cuba reclama con urgencia, tienen su origen en los Estados Unidos, es más que probable, que los anglo-americanos en un período que ha de ser bastante largo, sustituyan sus propias y peculiares costumbres á las costumbres españolas ; pero es muy seguro, como que es una ley antropológica, que ellos, lo mismo que los españoles, habrán de pasar también por las horcas caudinas de las influencias locales, y acabarán por darle al César, que es la tierra en que se habita, lo que al César corresponde. Pueden abandonar todo temor esos sencillos y candorosos compatricios. Desde ahora podemos garantizarles, que los anglo-americanos que á Cuba emigren, beberán como ellos café fuerte, y como ellos se cubrirán con el clásico jipijapa. Sin dejar de reconocer las ventajas de la anexión, oponen otros que la hace improbable el acuerdo del Congreso de 19 de Abril del corriente año, que culminó en la intervención, y la convierte en imposible la oposición de la opinión pública americana, que, según ellos, parece poco dispuesta á impartir su ciudadanía á pueblos de origen y raza tan distintos. Los que esto suponen, olvidan que, si bien es verdad, que el Congreso americano declaró en el primer inciso de ese acuerdo, que el pueblo de la Isla de Cuba era y debía ser libre é independiente, esta declaración, muy de acuerdo por otra parte con los grandes principios que informan la historia política de aquel alto cuerpo, no implicaba ni podía implicar, que %á los cubanos63 les fuera negado el derecho de acordar y solicitar, usando de esa misma independencia, su incorporación á la Nación Americana. Esa manifestación, grandiosa y sublime bajo el punto de vista de los principios, respondía por modo principal á preservar la intervención de conflictos internacionales, dejando á Cuba la elección de sus destinos, pero sin señalarle la senda que debiera seguir, ni mucho menos cerrarle la puerta á la única solución de los varios, y complicados problemas que plantea su emancipación. No. ha sido ni podía ser una guerra de conquista la que puso en las manos de McKinley, la espada bendita de Washington, nunca desenvainada más que para libertar pueblos y castigar injusticias. La intervención requería para justificarse, algo más práctico y más americano, que los cadáveres de los doscientos sesenta y seis marineros con su noble buque sepultados por el crimen, en medio de la noche, en las turbias aguas de la bahía de la Habana. Libertar á un pueblo sistemáticamente oprimido, y decirle, como Cristo á Lázaro, “ levántate y anda,” era lo único que en la conciencia americana podía absolver la triste necesidad de la guerra. De ahí es, que al mismo tiempo que se decretaba la intervención, en la. misma forma por cierto en que el Senado romano proclamaba sus edictos contra los Reyes bárbaros, se consagraba y afirmaba también el sacratísimo principio de la libertad y de la independencia de los pueblos. ¿ Esos acuerdos han podido atar de tal manera las manos cubanas, que mañana en Asamblea constituyente, no les sea permitido tenderse hacia Washing-64 ton, pidiéndole á sus libertadores un puesto en su casa y en su mesa? Absurdo sería suponerlo. Los cubanos al votar la anexión no harían más que uso, y buen uso por cierto, de la independencia que les ha sido reconocida y conquistada. Precisamente en los momentos en que estas líneas se escriben, acaba de firmarse entre España y los Estados Unidos, el protocolo preliminar, que ha puesto término á la guerra. En ese protocolo, Puerto Rico y sus islas adyacentes pasan á ser territorio nacional americano; y lejos de oirse un solo grito de protesta contra esta anexión, determinada hasta cierto punto por la violencia, son unánimes las aclamaciones con que la opinión pública americana, acoje en su seno á ese martirizado Benjamín de la desgraciada familia española en América. Esa misma opinión comienza también á interesarse profundamente en el futuro destino de las lejanas Filipinas; y la corriente indecisa en los primeros momentos, saltando por encima de la roca de la tradición, majestuosa y tranquila, parece ahora orientarse hácia el propósito de mantener en aquellas islas, el pabellón levantado porDeweyen una mañana gloriosa. Ofrendada por la gratitud y la cordura de sus hijos y no impuesta por los azares de la guerra, no puede existir razón alguna para que Cuba vea desairado su propósito de anexión, si lo expone con sinceridad. No es Cuba, como Filipinas, un país semi-salvaje, poblado por treinta razas diferentes y á diez mil millas del Capitolio de Washington, ni es, como Puerto Rico, un libro cerrado para la inmigración, donde con dificul-tad cabe un habitante más. A tres ó cuatro horas del continente, con amplio hueco para dar cabida á una población veinte veces mayor que la actual, con una producción cuyo único mercado se hallaba y se halla en los Estados Unidos, Cuba es una adquisición ideal, que el buen sentido práctico anglo americano, no habrá de rechazar. Hace setenta y cinco años próximamente, que John Quincy Adams, entonces Secretario de Estado en el Gabinete de Washington, en una carta á Mr. Nelson, Ministro americano en España, declaraba que Cuba y Puerto Rico eran apéndices naturales del Continente americano, y que Cuba especialmente, se había ido con virtiendo en un objeto de trascendental importancia para los Estados Unidos. Hé aquí las palabras : “ Su posición dominante tanto en el golfo de México como en el mar Caribe; el carácter de su población; su situación interme-“ diaria entre nuestras costas meridionales y la isla de Santo ‘ ‘ Domingo; su espacioso y seguro puerto de la II abana, haciendo “ frente á una larga extensión de nuestras costas desprovistas de “ de ésa ventaja ; la naturaleza de su producción y de su consumo, “ necesitada la primera de dar salida á sus productos y el segundo “ de obtener sus artículos al precio más barato; la revisten de, tal "importancia en la suma total de nuestros intereses nacionales, "que ningún otro territorio éxtranjero puede serle comparado, y "sólo cede ligeramente en prelación á los intereses que unen los *• diferentes miembros de la Unión. Son ciertamente de tal fuerza “ los intereses que unen á esa Isla con nuestro país, y las relacio-" nes geográficas, comerciales, morales y políticas que la naturaleza “ ha acumulado con el proceso del tiempo, y que parecen aproximarse á su madurez, que penetrando en el porvenir y adelan-“ tando los acontecimientos, que deben sucederse dentro de la66 “ próxima media centuria, es diflcii resistir á la convicción de que “ la anexión de Cuba á nuestra República federal, no llegue á ser “ una necesidad indispensable para la continuación é integridad de “la Unión misma.” El gran Jefferson en Junio de 1823 escribía al Presidente Monroe, lo siguiente: “ Debemos estar dispuestos á recibir á Cuba, cuando ella misma “ lo solicite, porque su adición á nuestra confederación, es preci-“ sámente lo que nos hace falta para redondear nuestro poder “ como nación.” El mismo Jefferson en su famosa carta de 24 de Octubre de 1823 al mismo Presidente Monroe, se expresa de la manera siguiente: “Confieso cándidamente que siempre he mirado á Cuba como la “ adición más interesante que podríamos hacer á nuestro sistema “ de Estados. La supremacía que esa Isla y la Florida nos darían “sobre el Golfo de México y los países é istmos colindantes, sería “ suficiente para colmar la medida de nuestro bienestar político.” Jefferson y Quincy Adams son autoridades ante las cuales todo buen americano se inclina con veneración; y no es por cierto la generación actual, mucho más necesitada de expansión, que las que la precedieron, la que, con la electricidad y el vapor á su disposición, se decida á romper el testamento político de aquellos grandes estadistas. No teman pues, desaire alguno esos quisquillosos vástagos de la arrogancia española; y lleven por el contrario entendido, que si la mayoría de Cuba se decide por la independencia, para que esa decisión tenga realidad y gocen de ella los cubanos, será preciso que el viejo y sagaz Unele Sam, reuniendo en un esfuerzo sobrehumano todas las fibras honradas de su07 * ser, resista y venza la tentación de lucir en su pechera la perla de las Antillas, tierra u la más hermosa que ojos humanos vieron”, según la proclamó su inmortal descubridor. Y para que se le caiga la venda de los ojos á cuantos reputen y estimen poco menos que sagrado el pledge del Congreso americano, respecto á la independencia de Cuba, les ponemos por delante las palabras que acaba de pronunciar en el Congreso de abogados americanos reunido en Saratoga, su Presidente Mr. Choate, con esa habilidad que le ha llevado á la cabeza del Foro americano; y que apenas tienen malicia esas palabras. “ La guerra por supuesto, no puede cesar basta que la última pulgada del suelo americano quede libre del más mínimo vestigio del poder español; pero en la guerra, lo mismo que en los pleitos la parte vencida tiene que pagar las costas; y al dictar las condiciones de la paz, y al afrontar los nuevos problemas y las sérias é inesperadas responsabilidades, que el triunfo de nuestras armas nos ha impuesto en ambos hemisferios, y que no queremos ni podemos esquivar, es menester que nuestro gobierno no se estime ligado con rlgidéz excesiva, por los propósitos y puntos de vista declarados antes del comienzo de la guerra, y cuando se ignoraba por completo su resultado posible.’* i “Si esto hubiera sido un precepto, nuestros padres no se hubie- ran atrevido jamás á declarar y á mantener su independencia, porque un mes nada más antes de la batalla de Lexington, declaró Franklin á Lord Chatham, que él había viajado en todas direcciones por América, y no había encontrado hombre alguno, ébrio ó sobrio, que estuviera en favor de la independencia. Si tal hubiera sido el precepto, la proclama de la emancipación jamás se hubiera emitido, y la vergüenza de la esclavitud mancharía todavía las estrellas de nuestra bandera, porque desde su principio, Lincoln y sus conseje-68 ros declararon de una manera que no daba lugar á duda alguna, que la esclavitud sería respetada donde quiera que existiera.” “En la guerra, los acontecimientos cambian la situación con mucha rapidez, y solo cuando el fin corone la obra, es cuando podrémos comprender los grandes problemas que nos están 'aguardando.” Es verdad que Mr. Choate habló para los abogados americanos, pero sus palabras bien pueden ser entendidas por todos los cubanos, aunque no séan abogados. ¿ Se quiere otra declaración ? Ahí vá la del Arzobispo Monseñor Ireland, primado de la Iglesia Católica en los Estados Unidos. “ Cuba y Puerto Rico formarán una provincia eclesiástica, con el Arzobispo de Santiago como Metropolitano y los de la Habana y San Juan como sufragáneos. Esta provincia figurará en la gerar-quia americana, lo mismo que las provincias de Baltimore ó de St. Paul, y vendrá á ser la décima quinta provincia eclesiástica de los Estados Unidos, que de este modo verán aumentada en dos millones y medio su población católica. Todo ello me satisface como católico y como americano.” Estas y otras manifestaciones de igual índole, y que en obsequio de la brevedad omitimos ¿ no les revela á los cubanos las señales de los tiempos? Veamos si la deducen del siguiente cuento, que es ya bastante antiguo, pero que no por ser antiguo, deja de pintar á las mil maravillas, nuestra situación en manos del coloso americano. Erase un buen cocinero, que cuchillo en mano, se aprestaba á sacrificar unos cuantos' pavos destinados á un festín. En el momento en que iba á comenzar la mortal ejecución, una idea súbita hiere la mente del victimario. —Quiero consultaros, dice á sus víctimas, sobre*la /69 salsa en que debeis ser comidos y que dejo á vuestra elección. —Es que nosotros no queremos ser comidos, protes-, tan los pavos. —Os salís de la cuestión, replica el cocinero. Solo os he concedido el derecho de que escojáis la salsa en que vais á ser aderezados. ¿Qué otro derecho puede reconocérsele á un pavo ? Tal es el apólogo. Que saquen la moraleja los que tienen ojos y no ven y oídos y no oyen. Otros cubanos, pocos por fortuna, cegados todavía por el rencor que las contiendas civiles dejan tras de su paso, tachan de pecaminosa la anexión, porque á su juicio favorece á los españoles y á los cubanos que han estado en la presente guerra al lado de España, levantando el precio de las propiedades de los primeros, é impidiendo que los segundos, balancéandose en la rama de una guásima, paguen la que deben á la causa de la independencia patria. Y precisamente si algo recomienda á la anexión es ese tupido velo que habrá de echar sobre el pasado, para que sin recriminaciones y sin justicias, que mejor semejen venganzas, se logre establecer en Cuba la vida regular del derecho. Cuba necesita sumar y multiplicar y no restar ni dividir : ¡Bendita sea la anexión si suma y multiplica! Y á los que sueñan en proscripciones, á lo Sila y Robespierre les ponemos por delante estas palabras de un gran jurisconsulto.—“ En las contiendas civiles lo difícil no es seguir el camino del deber, sino saber donde está ese camino.9 9 Los escritores españoles, en su afán de apartar á los70 cubanos de toda tentación anexionista, más de una vez antes de ahora, nos han amenazado conque si tal cosa sucediera, los Estados Unidos domiciliarían forzosamente en nuestro territorio los ocho millones de negros que hoy matizan su población. No cumple á nuestro propósito prestar interés alguno á ese y á cualquier otro reparo que tenga la misma procedencia. Las cuentas de Cuba con España han quedado finiquitadas, y bien pueden ocuparse los españoles de hacer su felicidad, que harto lo necesitan, que nosotros los cubanos nos ocuparemos de la nuestra. Mas es el caso, que un notable escritor cubano, el Sr. Merchan, lia agitado recientemente ese espantajo en carta dirigida al periódico Patria de Nueva York, y que éste ha publicado en su número del 2 de Julio del corriente año. He aquí las palabras del señor Merchan : "No somos anexionistas, porque hay en los Estados Unidos "cosa de ocho millones de negros que en gran parte, sino en su " to¡ al idad inundarían á Cuba, y entonces si habría allí conflictos " de razas, y las primeras víctimas serían nuestros propios negros, "á quienes queremos como hermanos nuestros que son. Suprí-“ mase ese obstáculo, y ahora que los Estados Unidos se han ‘ ‘ hecho acreedores á nuestro inextinguible reconocimiento sin “ tener con los cubanos vínculos de sangre, de idioma, de cos-“ tumbres, de religión, de historia, en tanto que "nuestra raza’’ “ intentó exterminarnos ; ahora sentiríamos satisfacción en vivir "bajo el pabellón estrellado, á cuyas benéficas reverberaciones "florece la libertad en inagotable primavera. ¿Hay en toda “ nuestra América quien pretenda ser más libre, gozar con mayor “ amplitud de todos sus derechos, que el último carbonero de los “ Estados Unidos ? ¿ Ilay quien imponga en mayor grado que ese "carbonero, respeto á todo el mundo, al Czar de todas las Rusias71 “ como al Síndico de Andorra ? Miembros de la Unión nos enor-“ tulleceríamos, aumentando su fuerza, con ayudarla á dar mayores “garantías á las otras Repúblicas americanas, de que su indepen-“ dencia no les será arrebatad i por Europa; gozaríamos con ser en "parte fiadores de la libertad de estas Naciones hermanas, “ siquiera para corresponder á los esfuerzos que ellas han realizado “ por la nuestra.’* Cuentan las crónicas que cuando Bismark deseaba obtener del Reichstag un voto favorable al aumento de las fuerzas militares, se extendía con pintoresca elocuencia sobre los peligros que una guerra de revancha podría tener reservados á Alemania; y eran tan subidos sus colores y tanto los prodigaba, que la oposición dió á esos discursos el nombre de la camisa ensangrentada. Bien pudiera recibir el peligro apuntado por los españoles y recogido por el señor Merchan ian á destiempo, el nombre de la camisa ennegrecida. Veamos si es racional el temor de que Cuba pueda vestir algún día esa camisa. De dos maneras únicamente puede verificarse la invasión, que tanto miedo y sobresalto lia puesto en el bien templado ánimo del Sr. Merchan; por ministerio de la ley, ó por libre determinación de la voluntad de cada negro, que quiera trasladar á Cuba su domicilio. Suponer que en la tierra de la libertad, bajo la cúpula del Capitolio de Washington, en pleno siglo XX, unos legisladores americanos se determinen á extrañar y relegar toda una raza, cual si fueran españoles del tiempo de Fernando V y Felipe III, es una hipótesistan absurda que no está á la altura de la reconocida ilustración del Sr. Merchan. Y creer que los cubanos, que dentro de la anexión podrán disponer, más en su guisa y pró, del destino local de su patria, que las demás repúblicas latinoamericanas, hayan de crear en Ouba un medio ambiente tan seductor y halagüeño para la raza negra, que ésta, como las moscas á la miel, acuda con la fuerza y el número de un enjambre poderoso, á llenar el hueco vacio de nuestra población, es hacerles á los cubanos del presente y del porvenir una ofensa tan gratuita, que de seguro el Sr. Merchan no se ha detenido á sacar las consecuencias de su aserto. Nadie emigra á un país, cuyas condiciones no son propicias á su bienestar y á su prosperidad; y el suelo de Cuba no podrá ofrecer al negro americano nacido y criado en una zona templada, ni siquiera el aliciente de su clima tropical, No es ni ha sido nunca la raza negra inclinada á la emigración voluntaria. Ha ido donde la han llevado. Vinieron del Africa, porque la codicia y el error se encargaron de pagarles el pasaje, para someterlos á injusta servidumbre. No tema el Sr. Merchan la iniciativa emigradora del negro anglo-americano. Hace ya más de medio siglo que el espíritu yankee creó en el litoral africano la República de Liberia, cuya fundación tenía por principal objeto reparar las injusticias de la esclavitud y devolver al suelo de Africa las víctimas que la trata le arrancara. La repatriación del africano y sus descendientes, como era natural, ha sido siempre voluntaria, y aunque se la ha favorecido con estímulos di-versos, han sido muy poco apreciables sus resultados. Otra objeción. Los insurgentes cubanos que han peleado por la independencia, dicen algunos, condenan y rechazan la anexión. Negamos el supuesto—podemos contestar, como los antiguos escolásticos. Hemos dicho, y al principio de este trabajo lo dejamos demostrado, que el vínculo que unió contra España á las fuerzas que le han dado la batalla, más que la independencia, fuá el amor á Cuba y el odio á la tiranía. De esta suerte esas fuerzas pudieron ser acaudilladas desde su principio por cubanos que hacía mucho tiempo habían dejado de ser subditos españoles, y que habían obtenido, por medio de la naturalización, la ciudadanía norte-americana. La independencia muy lejos, pues, de proscribirla anexión, tenía que mirarla como su desenvolvimiento natural y lógico, si por ella llegara á determinarse la voluntad de la mayoría de los cubanos. Los Estados Unidos fueron el campo abonado donde germinó el partido revolucionario, que ha sido el precursor de esta última etapa de larevindicación. Marti que agitó la opinión, y que más feliz que Mazzini, tuvo la suerte de sellar con su sangre el pacto que había hecho con la redención de su patria, era un ciudadano americano por naturalización. Lo son así mismo Estrada Palma, Delegado general del gobierno de Cuba en el exterior, Guerra el Tesorero, Quesada y Albertini los diplomáticos, Pierra y Lincoln Zayas los propagandistas, Castillo y Nufíez los intrépidos argonautas que atraviesan el mar, no en demanda de oro, sino para llevar á sus hermanos hierro que oponer al74 hierro de ía tiranía, Trujilio el verbo escrito del credo revolucionario, (1) Fraga el Speaker de las grandes solemnidades oficiales, Agramonte y Navarro los artistas, Baralt el 'actor, Guiteras el sabio, Ponce de León el erudito, Carrillo y Sellén los poetas, y Poyo, Figue-redo y Huau los fieles castellanos de esas ciudadelas de la Causa, que se llaman Key West, Tampa y Jack-sonville. Y si no incluimos en esta relación á los Sres. Rubens y Benoit, que han sido y son los jurisr consultos de la Revolución, es porque estos'caballeros son ciudadanos americanos no por naturalización, sino por el lazo más importante todavía del nacimiento. A esta situación de la revolución cubana en el extranjero, organizada, dirigida y presidida por cubanos que habían adoptado la ciudadanía americana, correspondía otra igual ó parecida en Cuba, en el campo de la lucha. Ciudadanos americanos son el Sr. Cisneros, Betancourt, primer Presidente del Consejo de Gobierno, Roloff el primer Secretario de la Guerra, Serafín Sánchez el primer Inspector Gral. del Ejército, los Mayores Generales Sanguilí, Carrillo y Rodríguez,.los Generales de División Aguirre y Rodríguez D. Alejandro, é innumerables Jefes y Oficiales del Ejército Cubano. Y si en éste Estado Mayor de la revolución se echan de menos algunos nombres prominentes, como los de Gómez, García, Maceo y algunos más, ha debido ser porque circunstancias especiales han impedido ó dificultado á sus dueños la naturalización americana. (1) Esta calificación se (lió así mismo el Sr. Trujilio en un meeting del que fuimos espectadores; es de su fábrica y no tenemos derecho para disputársela.Máximo Gómez, aunque ha consagrado á Cuba la parte mejor aprovechada de su vida, es dominicano de nacimiento, y como hijo de una República, sin duda no creyó necesario ir á demandar á otra República una nueva carta de ciudadanía. A Calixto García, su larga residencia, voluntaria ó forzada, en la Villa y Corte de Madrid, le ha impedido sin duda alguna ganar en el suelo do los Estados Unidos los años de vecindad necesarios para la naturalización. Los generales Maceo, Rabí, Díaz, Bandera, Cebreco y González, que tanto se han distinguido en las faenas de la guerra, son de la raza de color, y consultados los registros de naturalización de los Estados Unidos, la raza de color figura en ellos con muy pocos y contados asientos. El impulso de la revolución, según se vé, surgió en los Estados Unidos, y se pusieron á su frente, tanto en ellos como en la Isla, los cubanos que se habían naturalizado como ciudadanos americanos, proporcionando la mayoría de los Jefes del movimiento, tanto en el interior como en el exterior. Este hecho es menester que tenga, y ha de tener influencia decisiva é inevitable en la, solución del problema cubano. Creer que todos esos caballeros que la revolución ha hecho conspicuos, han de dar á la carta, de ciudadanía americana, hoy tan prestijiosa como el cives romanus sum del tiempo de Cicerón, el puntapié que suele dar el viagero á la tabla, después de haber salvado el precipicio, sería imputarles una acción que haría mella en su reputación de varones de tanta discreción como consejo. Darlos por opuestos á que Cuba, como personalidad política, realice lo que ellos han en-76 contrado honesto, útil y digno realizar como individuos, es afirmar que esos Sres. nada han aprendido durante los largos afíos que han vivido en esta tierra norte-americana, donde tanto tenemos los cubanos que aprender; y que el Jordán de la naturalización americana, apesar de la virtud milagrosa de sus aguas, no ha tenido eficacia bastante para purificarlos de la rebelde lepra española, que debieron á la ley implacable y fatal de la herencia. Esas hipótesis son imposibles. Para demostrarlo basta oponerles el quía abmrdum de las antiguas escuelas. La nacionalidad no se lleva en la suela de los zapatos; ni á diario se muda y se remuda, cuál si fuera una prenda de nuestros vestidos. A cierta edad de la vida los penates no se llevan constantemente sobre la cabeza, y la ciudadanía elegida en la edad de la razón, impone carácter lo mismo que el sacramento del Orden ó del Bautismo. Dilucidadas las objecciones principales que se arguyen contra la anexión, solo nos resta para dar por cumplido nuestro propósito, estudiar lo que la anexión vale en sí misma, y lo que para Cuba representa. A diferencia de la independencia, que solo consigue aplazarlos, tiene la anexión la rara virtud de solucionar todos los problemas cubanos, ya sean del órden social, del político ó del económico. En el órden social la anexión viene á dar unidad á los diyersos elementos que forman la sociedad cubana, tan abigarrada como dividida. El anglo-americano que haga de Cuba su lióme, y muchos han de hacerlo, con ese buen sentido práctico que parece ser patrimonio77 de su raza, obrará como poderoso fundente, á cuyo calor se derretirán en una misma masa, para mezclarse y confundirse, esos residuos heterogéneos que la explotación colonial ha dejado tras de sí. Sangre anglo-* americana se mezclará con nuestra sangre y con la sangre de nuestros hijos; y los cubanos de ese inmenso porvenir que existe por delante, en méritos de la sábia ley del cruzamiento, á los bien templados resortes de su fantasía latina é idealista, para guiarla y moderarla, unirán las sólidas virtudes de esa raza germana, que hace ya veinte siglos hizo latir con entusiasmo el republicano corazón de Tácito. Y vaya si son hábiles los anglo-americanos, para esa obra de metalurgia social. A. las playas de su continente han llegado en estos últimos veinte años, obra de unos quince millones de inmigrantes ; alemanes, irlandeses, italianos, sué-cos, rusos, húngaros, griegos y otomanos ; cada nación del mundo ha tenido en esa irrupción sus representantes. Unele Sam ha recojidó esos elementos tan diversos; los ha sometido á la inmensa retorta de su industria colosal; les ha dado lo que no poseían en su tierra natal, trabajo y libertad; y hoy, esos quince millones de extranjeros, sin perder la nota característica de la raza á que pertenecen, son otros tantos americanos no inferiores en modo alguno á sus hermanos por adopción. En el órden político la anexión nos garantiza con „ firma conocida y refractaria á toda idea de bancarrota, la libertad individual y el self govermnent, base y fundamento del bienestar político de los pueblos. Con ella arribaríamos á la virilidad, sorteando con éxito mara-78 villoso las enfermedades obligadas de la infancia y de la adolescencia. Con ella el hogar cubano, como el hogar inglés, “podrá ser herido por el rayo y penetrado por la lluvia, pero ante su puerta cesará la autoridad del Rey de Inglaterra,’’ la prensa y la tribuna serán libres, el sufragio electoral una verdad, y la administración pública un servicio .de los gobernados, por los gobernados y para los gobernados. Tal es el programa político de la anexión. Si le comparamos con el de la independencia, la elección no puede ser dudosa. El programa de esta última se ha escrito con sangre y sobre ruinas, en todas parte donde un pueblo por un acaso fortuito y violento, ha llegado de improviso á la nacionalidad sin completar su evolución. Y su fórmula es ésta :--De la independencia á la anarquía, de la anarquía á la dictadura y de la dictadura á la revolución. Y en el orden económico, los provechos de la anexión son tan palmarios y evidentes, que, por decirlo así, se meten por los ojos. Cuando la Constituyente cubana proclame la anexión, no habrá por cierto realizado una obra de novedad para Cuba, en cuanto á su vida económica se refiera; habrá solo ratificado lo existente. Mercantilmente considerada hace ya muchos años, que Cuba estaba anexada á los Estados Unidos, y no era más que una dependencia americana. Sus habitantes se interesaban más por el movimiento de las tarifas en Washington, que hacia bajar ó subii el precio de su azúcar y su tabaco, que por esos acompasados cambios de Ministerio, que por una especie de turno reglamentario, parecen haber entregado á la España de79 estos días, al dominio de dos bandos de buitres, que alternadamente la devoran, Pero los cubanos no tocaban los frutos de esa anexión económica. Esos frutos pasaban por sus manos sin detenerse en ellas y sin enriquecer á Cuba, cada vez más empobrecida; y bajo la forma de presupuesto, iguala, contrata, retirada de negocios, pensiones, gatuperios y otras socaliñas de igual jaez, tomaban rumbo hacia España para convertirse en barriadas de palacios en Madrid, Barcelona y Santander. La anexión es la única represa posible que oponer á esa corriente, que tiene ya su cauce á través del Atlántico. Es ya tiempo que lo que Cuba produzca se quede en Cuba, y que las generaciones futuras no reciban de las pasadas, la herencia de una tierra agotada, sin que la compensen todas las ventajas de la civilización moderna. Eu toda la América latina, apesar de su decantada independencia, subsiste y se mantiene todavía el español, como árbitro y dueño de la vida mercantil, que ha convertido en una verdadera masonería en la que solo son iniciados los españoles, allegando riqueza, y determinando con ella la orientación de la vida social y política del país que le ha prestado la hospitalidad de su suelo. Esta y no otra es la explicación de ese movimiento decidido de simpatía, que en daño nuestro y á favor * de España, han demostrado todas esas Repúblicas, antes y durante la guerra con los Estados Unidos. El español fuerte con su dinero lo iniciaba y el sur-ameri-cano, olvidado de Boves y de Morillo, lo apoyaba, sin *80 atender á otra consideración que á la de su prosapia española. Y es que la sangre ha sido siempre más espesa que el agua. Lo mismo que nuestros hermanos del continente, no somos muy dados los cubanos, á emprender en gran-gerías mercantiles. Y cómo las aficiones de un pueblo no se modifican en un pestañear, para sustituir á los españoles que hoy dan el tono y el color al comercio de Cuba, necesitamos importar mercaderes, que inspirándose en fines más humanos que el mero lucro, y apartándose de la rutina, que es la característica de la vida mercantil española, en el campo legal de la competencia, arranquen á aquellos la supremacía con que los ha favorecido un dilatado monopolio. Y circunscribiendo las ventajas de la anexión á fines puramente industriales, puede asegurarse sin miedo á equivocación, que ella es solida garantía de que Cuba ha de ser por un larguísimo período el farm á que el mercado americano acuda á comprar su azúcar, su tabaco, y hasta su café. Y esto, no como el acto voluntario de un antiguo parroquiano, sino por mandato imperativo de una ley económica, que ha abolido en todas partes las aduanas interiores y colocado las industrias domésticas bajo la juiciosa protección del Arancel. El primer efecto económico de la anexión será convertir las industrias cubanas en industrias americanas, y hacer sus productos tan domésticos, y por ende tan dignos de protección, como el trigo de Minnesota, el maíz de Kansas, el algodón de Georgia, el petróleo de Pennsylvania y las frutas de California.81 El millón de toneladas de azúcar que veníamos produciendo en los afios anteriores á la última guerra, y que no sería diñcil reponer si la paz se consolida, devengaría hoy en las Aduanas americanas con arreglo al bilí Dingley, la cifra aproximada de 836.000,000; y los 150,000 tercios de tabaco en rama y los 50,000 millares de tabaco elaborado, que en 1894 introducimos en los Estados Unidos, devengarían por el mismo concepto, la suma de 810.000,000 en números redondos. Distribuid ambas sumas entre los productores cubanos, hacedlas circjilar desde el expeculador que entrega el fruto al consumo, hasta el humilde bracero qüe lo hace brotar de la tierra con su sudor, y en un período de menos de diez afios se habrá realizado en Cuba el sueño generoso de Enrique IV “ la gallina diaria en el puchero.” Y al hacer estos cálculos no hemos tomado en cuenta más que la producción que teníamos antes de la guerra, y á la cual habíamos llegado por la fertilidad de nuestro suelo y la laboriosidad de nuestro pueblo, apesar y en contra de los obstáculos que el pacto colonial, en mal hora resucitado, ponía en nuestro camino. Mas nadie se atreverá á negar, que si bajo el régimen español, Cuba desarrolló las riquezas de su suelo, de modo sorprendente, bajo el de la anexión las colocará tan altas que la mente busca en vano términos para la comparación. Y á estos beneficios directos se unirán otros indirectos de igual ó mayor importancia. Compraremos lo que necesitemos para nuestro consumo, en un mercado inmediato, y sin el recargo de la gabela arancelaria;82 I tendremos inmigración útil y sana, obras públicas, higiene, y crédito y dinero para restablecer desde los primeros momentos nuestra quebrantada vida industrial. Un pueblo rico no es terreno abonado para que en él prenda el motín y se arraigue la anarquía. Estas enfermedades sociales se observan solo en los pueblos pobres, en los cuales la ambición, no teniendo la fuente de la industria, donde abrevar su sed de riqueza, se apodera de la de los particulares con la mano de la revolución ó de la dictadura. — 11 Dadme una buena hacienda y os daré un buen gobierno,” ha dicho un eminente economista. Dadnos un pueblo rico, decimos nosotros, y os daremos un pueblo libre, bien regido y feliz. Y hemos llegado al fin de la jornada. Nuestro ánimo ha sido solo plantear la cuestión palpitante, y presentarla con esa ligereza de atavio, que es propia de todo trabajo improvisado, y con aquella sinceridad que debe ser la pauta de todo aquel que solicita la atención pública. Las conclusiones, á que nos ha llevado este trabajo, son las siguientes: 1? Los revolucionarios cubanos, aunque hemos vencido in potentia, no hemos vencido in actu, y carecemos por ende de la autoridad moral y material necesaria para imponer al pueblo entero de Cuba, la síntesis de la independencia. 2? La independencia .jjo resuelve por modo absoluto y permanente las faces distintas del problema cubano. Es un manjar demasiado suculento para el estómago83 de una sociedad anémica y amenazada de total descomposición. 3? El protectorado, ó es inútil, si se concreta al órden internacional, ó es incompatible con la independencia, si al órden interior es también atañedero. 4? La anexión atiende por modo felicísimo á todas las necesidades morales, sociales, políticas y económicas del pueblo de Cuba. 5? La intervención americana y la suerte que mediante ella, ha cabido á Puerto Rico y cabrá á Filipinas, imponen la anexión, con imposición superior á la voluntad de los cubanos. 6° Que antes que impuesta por la coacción, ya sea ésta moral ó material, vale más que los cubanos la dignifiquen con su asentimiento. Cuba es ya libre. Bus destinos están en sus manos. Alea jacta est. ¡ Que la Providencia con su dedo inmortal haga deslizar de la urna el dado de la anexión !! New York, Agosto 1898.