Class JlXAia5 « Rnolr .\- \ (o Gopyright }J? COPyRlGHT DEPCSm ''^M'V^. B QBR/=\ ^R,/\n ATt Z. A,B f\ ]s r Misterio V./Ti^ * ♦ ♦ 5|J Novela original eserita en Ingles bajo el nombre de CALLED BACK. FOR HUGH CONWAY. 800,000 ejemplares vendidos de /as ediciones Inglesas. fD./\PPLELTOll,Y CIA., ^IBRERpS-EDITOp^ 1 B 8 6 '^ Nuevo Tesoro de Chistes, Maximas, Proverbios, Eeflexiones Morales, Historias, Cuentos, Leyendas, extractadas de las Obras de Byeox, Waltee Scot^, Washington Ievino, Peescott, Mooee, Feanklin, Addison, CooPEE, Gibbon, Paley, Goldsmith, Hawthoens, Eobeetson, Stoey, Maeshall, Wyse, Dickens, Bulweb, Hook, Macau- lay, Beyant, Pope, Deyden, etc., etc., etc. Nueta Edicion, La Casa en el Desierto. Aventuras de iina Familia perdida en las Soledades de la America del Norte. For el Capitan Mayne Rei':^. Traducida del Ingles por Simon Camacho y Antonio. Heenan- dez. Con Doce Laminas por William Haevey. Gil Bias de Santillana (Historia de). Publicada en f ranees por A. R. Le Sage, Traducida al caste- llano por el Padre Isla. Un tomo en 12°. Precio, $L25. El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, Por Cervantes, Segtin el texto corregido y anotado por el Sr. Ochoa, Un tomo de 695 paginas en 12°. Precio, $1.50. EDICIOX DE LUJO, con quince laminas y retrato de Cervan- tes. Un tomo de 695 paginas en 8°. ' MISTERIO.... yOVELA ORIGINAL ESCRITA EN INGLES BAJO EL NOMBRE DE ''CALLED BACK'' Pos HUGH COJTWAY \ \ X-. TKADUCIDA AL ESPAS^OL P02 josfi mart!. \^ XUEYA YORK D. APPLETOX Y ClA., LIBREROS-EDITORES 1, s, Y 5 bo:td stsest 1886 ^^'^ COPYKIGHT, 1833, By D. APPLETON AKD C03IPANY. PEOLOGO DE LA EDICION ESPAITOLi " Called BaclCy^ que aqui se presenta tradiicido al cas- tellano con el nombre cle " Misterio^^^ es un libro memo- rable en la historia literaria de los paises donde se habla ingles. Hoy todavia se le lee como nna novedad ; pero en la epoca de sn aparicion^ no liabia mano en qne " Called Bach " no estuviese, ni persona que no lo hubiera leido en libro, 6 lo conociese en drama. Se iba al teatro a oirlo como en peregrinacion : todbs celebraban sa accion inten- sa, su trama nueva, su interes absorbente, su palabra rapi- da. J For que libro habia de comenzar la casa de Apple- ton la serie de buenas noveko Cjue el publico hispano- americano le pide, sino per el que en estos tiltimos tiem- po3 ha dominado la atencion publica en Inglaterrra j los Estados Unidos? Ki es de esta breve nota investigar las razones de exito tamalio, ni esta fuera de ella indicar que no se obtiene sin merito real semejante exito. A la novela va el publico d buscar lo que no balla en la vida ; d reposar de lo que su- fre y de lo que ve ; d sentirse nuevo, atrevido, amante. iv PEOLOGO BE LA EBICION ESPAS^GLA misterioso per unas cuantas lioras ; a saciar la sed inevita- ble del espiritu de lo romantico y extraordinario. Y el publico fue a ^'Called Bach'^^ porqiie hallo en este libro todo eso. La literatura de cada epoea es como la epoca que la origina ; y en estos tieinpos en que prevalece el afan de desarraigar y eonocer, la novela, exagerando a veces el earacter cientiiico que le piden los sucesos y lee tores ac- tuales, suele abrumar su lengnaje y entorpecer su movi- miento con los extremes de la observaeion. Mas ba de notarse que el gran publico, el publico sentidor, ni va a las honduras literarias, ni deja nunca apagar la fantasia. El exito de "Misterio ..." depende acaso de que balaga la necesidad de lo maravilloso con los procedimientos mis- nios de la vida natural. Ki los que sienten ni los quo piensan aceptan hoy lo que no sucede de un modo palpa- ble y visible. Por de contado, " Misterio ..." no es un libro do analisis : no describe, con pincel cuidadoso, las costumbres de un pueblo de provincia, los habitos de una vida vulgar, los repliegues de un alma moderna; pero de todo eso toma apuntes, y lo reparte diestramente, y sin parecer que lo nota, sobre sus escenas apasionadas y vivaces : con lo que, sin ser una obra de observacion ni de proposito, no va contra la naturaleza, aun cuando de todo el libro se desborde el sentimiento de lo extraordinario, que en una escena magistral culmina. PEOLGGO BE LA EJDICIOX ESPAS'OLA y Poro el merito sobresaliente del libro esta en la ener- gia singular con que, sin lastimar el buen jaicio del lector, mantiene hasta la pagina nltima una curiosidad legitima. Cuando se cree que ha acabado ya una tragedia, comienza un idilio inesperado. Cuando parece que se toca al fin del libro, comienza la novela verdadera, que ningiin cora- zon joven ni liombre moderno leeran sin entusiasmo. Son verdaderaraente notables en el malogrado Hugh Con- way, que murio en el albor de su fama, el arte de distri- buir el interes, de continuarlo naturalmente cuando pare- ce naturalmente extinguido, de encender una novela nue- va d la niitad del libro en las ascuas de la que parece ter- minada, de ocultar al lector deslumbrado con el brillo de la marcba las inverosimilitudes casuales de la intriga, de llevar la atencion de sorpresa en sorpresa de una a otra escena memorable, de uno a otro cuadro palpitante y nue- vo : son verdaderamente notables en el autor de '* Mide- rio ..." el arte de ligar sin violencia, como es indispen- sable en estos tiempos analiticos, las composiciones de la fantasia a la realidad y posibilidad de la existencia; el arte de ajustar sin extravagancia lo sobrenatural a lo natural. El traductor del libro solo tiene unapalabra que decir, en cuanto al lenguaje. Traducir no es, a su juicio, mos- trarse a si propio a costa del autor, sino poner en palabras de la lengua nativa al autor entero, sin dejar ver en un solo instante la persona propia. Esto ha querido hacer el traductor de " CaUed Bach^^ : el nervio, la impaciencia, vi FEGLOGO BE LA ELIGIOK LSFANOLA la f iiga, la novedad en el decir, que aseguraron al alitor de la novela la atencion inmediata del publico y los criti- cos, aca ha querido el traduetor ponerlas como aparecen en el texto ingles, sin mas alarde de estilo ni paramentos de imaginaeion. De una vez se lee este libro interesante en la edicion inglesa ; el traduetor aspira a que se le lea en la edicion espanola de una vez. JocE Map.ti. ITuEYA York, Dideinhre de 1885. IISTDIOE CAFITULO I. Ex TIXIEBLAS T EX PLLIGEO II. Eeeio 6 SOSAXDO III. El :»iejoe :sio:TUiiEXTO . lY. ^I PAEA QrEHEE, XI PAHA CASAE^E Y. Foe ley, :>o poe ahoe YI. EeSPUESTAS DE3C0XSOLAD0EAS YII. PaEENTESCO SOMEEiO . YIII. ;YisTEsio! IX. YlL 3.IEXTIEA .... X. En besca de la teedad XL El IXFIEENO EX LA TIEEEA . XII. El veedadeeo xoxeee XIII. COXFESIUX TEERIBLE XI Y. eSs ACuESDA DE Mf? . PASINA 5 24 40 XY. I Del dcloe al Jl'eilo! 83 100 115 130 110 152 1G4 nr 196 209 CAPtTULO I EN TTNIEBLAS Y EN PELiaRO No escribriria yo esta historia, si no tuviera una razon para haceria pnbliea. Una vez, en nn momento de confianza, relate a un amigo ciertas circunstancias enriosas de un peiiodo extra- iio de mi vida. Creo que le rogue que no las repitiese a nadie : el dice que no. Lo cierto es que se las dijo a otro amigo, J sospeclio que con sus flores y adornos ; y este amigo se las dijo a otro ; y asl siguio, de amigo a amigo, el cuento. Como llegaron d contarlo al fin es cosa que acaso no sepa yo nunca ; pero desde que tuve la flaqueza de confiar a otro mis asuntos privados, mis vecinos me han considerado como un hombre de historia, un hombre que bajo un exterior prosaico y sereno Ueva oculta una vida de novela. For mi mismo, no haria yo mas que reirme alegre- mente de las versiones exageradas del cuento que saco a luz mi propia indiscrecion. Poco me importaria que un buen amigo creyera que yo habia sido en otro tiempo comunista terrible, 6 miembro siniestro del tribunal de Q MI8TEEI0 .... alguna sociedad secreta ; ni que otro liiibiese oido decir que la jiisticia habia an dado tras mi jDor iin crimen patiba- lario ; ni que otro me tuviera per un fidelisimo eatolico, favorecido con un niikgro especial de la Providencia. Si yo estuviera solo en el mundo y fuese joven, rne atrevo a asegurar que no me esforzaria en contradecir tales ru- mores : por io contrario, es propio de la gente joven tencr d gloria el ser objeto de la curiosidad publica. Pero lii soy joven, ni estoy solo. Hay una criatura en el mundo que me es mas querida que la vida mis- ma ; una de cuyo corazon — ; Dies sea bendito ! estan desapareciendo ya rajpidamente las sombras del pasado ; una que solo desea ser conocida eomo es, sin que la era- bellezcan 6 la afeen, y pasar su amable y noble existencia sin ocuitaciones ni misterios. Ella es la que se afiije con las cosas extranas y absurdas que andan contando de nuestros antecedentes ; ella es la que se lastima de las preguntas tenaces de algunos amigos demasiado curio- sos ; por ella es por quien me decide a revolver los olvi- dados cuadernos del diario de mi vida, a repasar anti- guas memorias de pesares y gozos, y d contar a cuantos quieran leerlo todo lo que puedan desear saber, y mas de lo que tienen dereclio a averiguar, de nuestra vida. Una vez beclio esto, sellare mis labios sobre el suceso. Aqui esta mi cuento: el que quiera saber mas de el, pregunteselo a el mismo ; a mi, no. Tal vez, despues de todo, escribe esto tambien por mi propia cuenta : tambien yo odio los misterios. ; Cierto misterio que jamas be llegado a explicarme, puede ba- ber engendrado en mi esta repugnancia a todo lo que no tiene una explicacion f dcil y pronta ! £X TINIEBLAS Y EX PELK^EO 7 Para comenzar, tengo que retrocecier mas anos de lo3 que yo quisiera; aunque podria, si fuese necesario^ fijar el mes y el dia. Yo era joven : acababade eumplir veinticinco alios. Era rico : al Uegar a la mayor edad entre en posesion de un caudal que me producia una renta anual de dos mil libras esterlinas : las podia gastar tranqnilamente, sin comprometer la estabilidad de mi fortuna. Mi mayor edad no fue para mi, como jDara tantos mengnados caballeretes, la senal de las mas necias prodigalidades y locuras; y aunque desde los veintiun aiios fui mi tinico dueno, ni debilite mi cuerpo con una vida vergonzosa y j^recipitada, ni contra je dendas. Ino me dolia nada en m.i cnerpo ^ I y yo re vol via sin embargo con angiistia la cabeza en mi almoliada, y me deeia^ con una voz tenaz que se prendia de mi como las garras de una fiera, que ya la vida seria para ml poco meno3 que una maldicion espantable ! ^Me habia acabado de robar la muerte a algun ser querido ? No ; los unices seres a quienes yo habia ama- do, mi padre y mi madre, liabian muerto ailos hacia. I Me atormentaba acaso algun amor infeliz ? 1n"o ; mis ojos no £0 liablan fijado aun con pasion en los de mujer alguna : ; ni ee fijarian ya jamds ! Ni el amor ni la muerte causaban mi desdicha. Yo era joven, rico, libre como el viento. Podia salir al dia siguiente de Inglaterra, a viajar por los lier- mosos paises que deseaba tanto ver ; [ pero yo sabia qne no los j)odna ya ver jama3 ! y me hacia estromccer mi pensamiento. Yo era agil y robusto. Ni el ejercicio ni la intem- pciie me abatian. Podria competir sin temor con los 8 MISTERIO .... mas bravos caminadores y los corredores mas ligeros. La caza, las diversiones de campo, las que d tantos otros fatigan y vencen, nunca fueron mayores que mi capaci- dad de resistirlas : con mi mano izquierda me palpaba los musculos de mi brazo derecbo, y los sentia firmes como siempre : ; estaba, sin embargo, tan desvalido como San- son en su cautiverio, porque, como Sanson, estaba ciego ! i Ciego ! I Quien, sino el que lo sea, puede enten- der, ni aun debilmente, lo que quiere decir : ciego ? I Quien, entre los que esto leen, puede sondear la prof un- didad de mi agonia, cuando agitaba yo en la almohada mi cabeza, pensando en los cincuenta anos de sombra que me restaban acaso por vivir — pensamiento que me liacia desear dormirme de manera que no pudiese des- pertar jamds ? i Ciego ! Al fin, despues de revolotear ano tras ano sobre mi cabeza, el demonio de las tinieblas habia puesto sobre mi sus manos ; y despues de hacerme creer, por un momento, que estaba libre de el, se habia abalanzado sobre ml, me habia apretado entre sus alas Itigubres, y habia oscurecido mi existencia. Ya no habrla para mi formas amables, espectdculos gratos, escenas alegres, bri- llantes colores ! Para si los queria todos el demonio sonibrio ; y para ml nada mas que tiniebla, tiniebla, la cterna tiniebla! Mucho mejor era morir y, acaso, des- pertar en un nuevo mundo de luz : " Mejor," exclamaba yo en mi desesperacion, " mejor las mismas llamas del infierno que la oscuridad en este mundo." Este amargo pensamiento mlo revela el grado de agitacion en que estaba mi mente. La verdad era que, a despecho de cuantas esperanzas EN TIIUEBLAS Y EN PELIGRO 9 se me hacian concebir aun, yo vivia ya sin esperanza. Alios enteros habia estado sintiendo que mi enemigo me acechaba. A menudo, cuando contemplaba alguno de esos objetos 6 espectaculos de tal hermosura que nos llevan a pensar en el valor del don de la vista, sentia en mi oido como un cuehiclieo : " Algtin dia volvere a caer sobre ti, y entonces todo eso se liabra acabado." Yo liacia por reir de mis temores ; pero el presentimiento de mi desdicha nunca me abandonaba por complete. Si mi enemigo habia caido una vez sobre mi ^porque no podria caer otra? Muy bien recuerdo su primer ataque : muy bien re- cuerdo a aquel estudiantillo alegre, tan entregado a su estudio y a sus juegos que no notaba la extrana man era con que se iba oscureciendo y cambiando la vista de uno de sus ojos. Eecuerdo cuando el padre del niiio lo Uevo a Londres, d una casa grande y callada, en una calle grave y silenciosa. Kecuerdo como estuvimos es- perando en una antesala en que otros esperaban tam- bien, unos con vendas sobre los ojos, otros con panta- llas : y tan penoso de ver era todo aquello que senti un gran alivio cuando nos Uevaron a otra habitacion, donde estaba, en su silla alta de cuero estampado, un buen seiior de modales amables, a quien mi padre Uamo Mr. Jay. Aquel hombre eminente me puso en los ojos algo que por un instante aclaro mi vista de un modo pro- digioso — belladona; con ayuda de espejos y de lentes me miro muy de cerca los ojos, y por cicrto que desee entonces que algunos de aquellos lentes fueran mios: i magnificos me parecieron para vidrios de aumento ! ; luego me puso de espaldas a la ventana, y sostuvo una 10 MI3TEEI0 .... vela encendida frente a mi cara : todo acjuello me pare- cia tan curioso que a poco mas me echo a reir. De segTiro me hubiera reido, d no notar la expresion de ansiedad del rostro de mi padre. Eecuerdo que el buen senor, no bien acabo su examen^ paso a mi padre la vela para que la tuviese frente a mis ojos^ al derecho primero, y al izquierdo laego, y dijese lo que vela: mi padre dijo que en mi ojo derecbo vela tres velas, una de ellas, la del centre, al reves, brillante y peqnena ; en el izquierdo no veia mas que una, la grande. Aquella era la prueba catoptrica, casi abandonada, pero infali- ble. Yo padecia de catarata lenticular. Se curaria con una operacion, si ; pero mientras no invadiese el mal el ojo sano, era mejor no bacerla. Eecuerdo que no reia yo cnando oia esto. l^os despidio afablemente el gran espeeialista, y volvi a mi vida de escuela, descuidado de mi enfermedad, que no me baeia suf rir : verdad es que antes de un ano ape- nas veia ya de un ojo : g que me importaba ? : con el que me quedaba vela bastante bien. Pero yo no habia olvidado una sola palabra de aquel diagnostico, aunque pasaron alios antes de que recono- ciese su im.portancia. l^To vine a meditar en el riesgo que corria liasta que un accidente me obligo d, Uevar una vcnda por unos cuantos dias sobre mi ojo sano : \ jam^.s desde entonces deje de yer dando yueltas en mi torno, agitando sus lugubres alas, a mi implacable enemigo ! La bora Labia llegado : el enemigo babia vuelto sobre mij en los albores de mi virilidad, cuando me sonreian la juventud y la fortuna, cuando todo lo que pudicra ape- tccer estaba nguardando obediente mis deseos. Habia EN TIKIEBLAS Y EN PELIGRO H viielto sobre mi rapidamente, mas rapidamente que en otros casos de la misma naturaleza: pero tarde mucho en reconocer toda la extension de mi desdicha; mucho tarde en confssarme que era algo mas que una debilidad temporal aquella vista mia que se me apagaba, aquella brama impenetrable que iba envolviendo en torno mio todas las cosas. Estaba yo a centenares de millas do Inglaterra, en un pais donde se viaja muy despacio. Yiajaba en mi compania un amigo, y no queria yo dis- gnstarlo interrumpiendo subitameute la espedicion por mi culpa. Nada dije durante macbas semanas, semanas de indecible zozobra, cada una de las cuales me dejaba en mayor oscuridad y desconsuelo. Incapaz ya de ocul- tar mi mal, lo revel e a mi compaiiero. Y nos volvimos entonces d nuestra tierra ; y cuando, al fin del triste viaje, liegue a Londres, todo estaba para mi nublado, informe, perdido, oscurecido. ; Apenas podia ver la luz del mun- do por entre las alas lugubres de mi enemio-o ! Acudi en seguida a aquel emine-uto oculista. ISTo estaba en la ciudad. Ilabia estado enfermo, y a punto de morir. No volveria antes de dcs meses, ni veria a paciente alguno hasta despues de liabor recobrado ente- ramente la salud. En el habia puesto yo toda mi fe. Londres, Paris, otras ciudades tenian, sin duda, oeulistas tan sabios como el ; pero yo creia que, de poder alguien salvarme, solo me salvaria Mr. Jay. Se concede a los moribundos todo lo que desean : el mismo reo que va a siifrir la pena de muerte puede escoger su ultimo al- muerzo: bien podia yo escoger mi propio medico. T resolvi esperar en mi tiniebla, lipsta que llr. Jay vol- viese d sus labores. 12 MISTERIO .... i Loco, loco ! Mejor me hnbiera sido coEfiarme a alguna otra inano inteiigente. Antes de un mes habia perdido ya toda esperanza; y al fin de seis semanas, mucho de mi razon. j Ciego, ciego, ciego! jya para slempre ciego ! Tan decaido tenia el animo que em- pece a pensar en no someterme a la operacion. ^A que oponerse al destino ? A la tiniebla estaba condena- do por todo el resto de mi vida. Ni la mas fina habi- lidad, ni la mano mas delicada, ni los instrumentos mas modernos podrian volver a mi la luz perdida. Para mi estaba el mundo terminado. I Quien extranara abora que aqiiella noclie, quebrado el espiritu, privados de su luz los ojos, despues de sema- nas enteras de sombra, revolviese yo en la almohada mi cabeza, agitado e insomne, deseando acaso que me fuese dada la alternativa que rebuso Job, — maldecir a Dios y morir ? El que estas cosas no crea, leaks a alguno que haya psrdido la vista. El dira los espantos que sintio euando la calamidad yisit& su cabeza. El entendera la prof undidad de mis lamentos ! To no estaba enteramente solo en mi cuita. Com_o Job, tenia yo mis amigos ; pero no de la caterva de los Elipbaces, sino caraaradas de buen corazon, que habla- ban con seguridad consoladora de la certeza de mi cura. No agradecia yo estas visitas como Imbiera debido : me sacaba de juicio el pensamiento de que alguien m^e viera en mi desvalida condicion. Dia a dia se agravaban el desconsuelo y exaltacion de mi dnimo. Mi m.ejor amigo era, por cierto, muy humilde per- sona : Priscila Drew, antigua y leal criada de la f amilia de mi madre. Priscila me liabia conocido casi en la cuna. EN TINIEBLAS Y EN PELIGRO 13 Cuando volvi & Inglaterra, no pude soportar la idea de entregarnie al cuidado de gentes extraiias, y rogue d Priscila que viniese : ; ante e!la al menos podia dar sali- da a mis lamentaciones sin avergonzarme ! Vino ; dio rienda por algunos inomentos al llanto que le arrancaba mi infortunio ; y en seguida, como mujer sensata, se dispuso a hacer todo lo que pudiese para mitigar las penas de mi condicion. Me busco habitacion agradable, instalo en ella a su triste enfermo, y dia y noche estaba al aicance de mi voz. En aquel momento mismo, en que la almoliada no ofreeia reposo d mi cabeza, Priscila dor- mia en una cama portatil al pie de la puerta que comu- nicaba la sala de recibo con mi alcoba. Era una noche de Agosto sofocante. El aire pesado que entraba por la yen tana abierta refrescaba poco la temperatura de mi cuarto. Parecia todo quieto, caliente y oscuro. Xo llegaba a mi m.as ruido que el de la rcs- piracion regular de Priscila, que habia dejado como una 6 dos pulgadas entreabierta la puerta que daba de su habitacion a la mia, para poder oir mi voz, por muy suavemente que la llamase. Yo me habia acostado tem- prano. i Para que habia de esperar a mas tarde ? El sueilo solo me traia el olvido ; pero el sueiio esa noche no yenia. Busque a tientas mi reloj, y toque el resorte de repeticion : habia comprado un repetidor para saber al menos, en mi perpetua sombra, que hora era. Aca- baba de dar la una. Invocando en vano el sueno^ me deje caer eon angustia en mi almoliada. De pronto se apodero de ml un deseo ardiente de es- tar al aire libre. Era de noche : debia haber en la calle muy poca gente. La acera de mi cuadra era ancha, y po- 14 MISTERIO .... dia paseanne por ella sin riesgo alguno. Aiinque no liieiera mds que sentarme en la entrada de la casa, me- jor estaria que en aqiiel enarfco aliogado y caluroso, Ua- mando en vano al suefio. Tan vivo llego a ser mi deseo que estuve a punto de llamar a la buena Priscila para clecii'selo; pero como sabia que estaba dormida, vacile. Yo habia estado durante el dia muy dspero y exigente, y mi anciana enfermera— ; el eielo me la recomp3nse !— me servia por carifio, no por dinero: ^porque iba a incomo- darla ? Alguna vez debia empezar a aprender a valerme de mi mismo, eomo se valen tantos otros ciegos. Por lo menos podia vestirme sin ayuda. Si me vestia y salia de la alcoba sin que Priscila me oyese, yo podria de seguro deslizarme basta la puerta de la calle, salir, y cuando me pareciese bien, Yolver a entrar con la Have de nocbe. Me seducia la idea de aquella independencia temporal, y mientras mas lo meditaba, mas capaz me sentia de ella. Kesolvi al fin intentarlo. Me baje con cuidado de la cama, y me vesti despacio, pero sin dificultad, oyendo incesantemente la tranquila respiracion de mi enfermera. Cauto como un ladron, me escurri basta la puerta que salia de mi alcoba al pasi- llo ; la abri sin bacer ruido, y puse el pie sobre la espesa alfombra afuera, sonriendo al pensar como se azoraria Piiscila si despertase y deseubriera mi escapada. Cerre despues la puerta y, guiandome por la baranda de la escalera, llegue d la puerta de la calle sin accidente al- guno. Habia en la casa otros buespedes, y entre ellos algu- nos j&venes que no tenian bora fi ja para recogerse ; de modo que la puerta de la calle solo quedaba cerrada con £X TINIEBLAS Y Fy PELIGEO 15 el pestiilo que cedia a la Have de noche, y no tenia jo que lucliar con cerradnras ni cerrojos. En nn* instanto estuve afiiera, con la puerta cerrada detrds de ml. Me quede unos momentos indeciso, temblando casi de mi teraeridad : era la primera vez cpe me aventuraba a salir sin guia. Yo sabia, sin embargo, que no tenia nada cjne temer. La calle, siem.pre tranqnila, estaba a aquella bora desierta. La acera era ancha. Podia pasear por ella arriba y abajo sin obstaculo, guiandome, como otros ciegos hacen, con el baston, para no caerme al fin de la acera 6 tropezar con las verjas de las casas. Pero antes de darme a mi paseo, debia tomar algnnas precauciones, a fin de estar siempre seguro de la distancia a que ven- dna a quedar mi puerta. Baje los cuatro escalones que llevaban de ella a la acera, me volvi a la derecba, y pal- pando la verja, me puse de modo que quedaba de frente hacia el extremo de la calle. Eche a andar en esa direc- cion, contando mis pasos, hasta que, cuando ya Labia contado sesenta y do3, di con el pie derecho en la calle traviesa, lo que me indico que alii mi acera doblaba de aauel lado. Di entonees la vuelta, reconte los sesenta y dos pasos quo Labia andado, y segui andando y contando, Lasta que a los sesenta y cinco pasos tropece con el otro extremo de la acera. Ya sabia yo, pues, que mi casa cs- La casi en el centro de la cuadra. Me senti a mis an- ehas: Labia calculado mi paso; podia andar a un lado y a otro por la aeera desierta, y, cada vez que lo desease, sin mas que empezar a contar desde uno do sus extremes, detenerme frente a mi puerta. Grand emente satisfecbo de mi exito, anduve por al- gun tiempo arriba y abajo. Oi pasar uno 6 dos caiTua- 16 MISTERIO .... jes, y uiia 6 dos personas a pie. Como no me parecio que estas iiltimas se liubiesen fijado en ml, me senti con- tento al pensar que ni mi aspecto ni mi paso llamaban la atencion. ^ Qui en no gusta de eseonder sus defectOs? La excursion nocturna me liizo un gran beneficio. El cerciorarme de que no estaba yo tan desvalido y sujeto como imaginaba produjo acaso el cambio subito que en unos cuantos minutes exalto mi mente. De la desespe- racion pase a la esperanza, a una esperanza extravagante, a la certeza misma de mi cura. Como una revelacion, vino a ml la idea de que mi enfermedad tenia remedio ; de que a despecho de mis presentimientos, lo que rais amigos me liablan asegurado era yerdad. Me embria- go aqueila idea de tal modo que eche atrds mi cabeza, y comence a andar con paso firme y rapido, olvidado casi de que estaba sin vista. En mucbas cosas empece a me- ditar, y mis pensamientos eran mas gratos que los que por meses enteros liablan estado agitando mi mente. Deje de contar mis pasos ; segul andando adelante, ade- lante, imaginando lo que barla cuando la tiniebla hubiese levantado sus alas de mis ojos. J^o se si a voces anduve guiandome por la pared 6 por el borde de la acera ; mas si lo bice, fue instintiva y mecanicamente, sin que lo no- tara yo entonces ni pudiera recordarlo luego. No puedo decir si es posible, para un ciego que logra desembarazarse del temor de tropezar con obstdculos que no ve, andai' tan dereclia y seguramente como uno que goza de la vista : solo se que, en aqueila exaltada y absor- ta condicion de mi mente, debo liaber andado asl. Fue- ra de ml con el subito retorno de mi esperanza, puedo haber andado como anda un sonambulo 6 un embelcsado. EN TINIEBLAS Y EN PELIGEO 17 Eilo es que olvidado de todo, menos de mis fogosos pen- samientos, adelante andiive y anduve, sin cuidar del sen- tido perdido, basta que un cheque rudo con una persona que venia andando en direccion opuesta aliujento mis visiones y me volvio 4 la verdad de mi desventura. Senti como que el hombre con quien habia tropezado se apartaba del obstaculo ; le oi murmurar : '' imbecil,'' y seguir rapidamente su camino ; y yo me quede inmovil en el lugar del clioque, preguntandome Ueno de asombro donde estaba y que liaria. Era intitil pensar en voider a mi casa sin ayuda : ni siquiera podia saber cuanto tiempo habia andado, porque no llevaba conmigo mi repetidor. Podian Imber pasado diez minutes, podia haber pasado una hora desde que cese de con tar mis pasos : una hora debia ser, a juzgar por el numero de pensamientos que en aquel trance de venturo- sa exaltacion cruzaron por mi mente. De vuelta ya en la tierra, no me quedaba mds que aguardar en aquel lugar mismo hasta oir cerca mi los pasos de algun poli- cia, 6 los de algun otro transeunte que por azar andu- viese fuera de casa en aquella inusitada hora, inusitada al menos en aquel barrio paeifico de Londres. Me recline en la pared, y espere con paciencia. Pronto 01 pasos eercanos, pero tan inseguros, on- deantes y desiguales que por ellos pude caer en cuenta de la mlsera condicion del trasnochante, y reconocer que no era el el hombre que yo necesitaba. Lo dejana pasar, y aguardaria a algun otro. Pero los pies se vinieron hacia mi, y cerca de mi se detuvieron, al mismo tiempo que una voz, vacilante como ellos aunque gozosa, me decia : — Ea ! como yo ! i con que no puedes volver a casa. 18 MI8TEEI0 .... eh companero ? Bueno es pensar que a alguien le dolcra maiiana la cabeza mas que a mL — I No podria Vd. indicarme el eamino a la calle Wal- pole ? dije irguiendome, para que viera que yo no estaba ebrio eomo el. — I A. la calle "Walpole? jvaya que si puedo! jcer- ea, cerca le andas ! La tercera a la izquierda, me pa- rece. — Si Yd. ya por ese camino i querria dejarme en la eGqnina ? Soy ciego, y me lie extra viado. — i Ciego ! i pobrecillo ! bueno estoy yo para llevar a nadie. Ciego que Ueva a ciego, dan en hoyo. Ea, pues, dijo con gravedad comica, cerremos un trato : yo te presto 0J0S5 y tu me prestcis piernas. Buena idea. Ade- lante ! T me tomo del brazo, y dando tumbos fuimos calle arriba. De pronto se detuvo. — Calle Walpole, me dijo en un hipo. ^Te llevo liasta tu casa ? — ITo, graciag. Hagame el favor de poner mi mano en la verja de la casa de la esquina. Ya de alii yo sigo. — Que llegues bien. Ojala me pudieras prestar tus piernas para Uevarme a casa. Buenas noches. j Dios te bondiga ! Mi guia siguio, taconeando, su camino ; y yo comen- ce el mio hacia mi puerta. J^o sabia yo en cual de los extremes de mi cuadra estaba; pero esto importaba poco: con andar sesenta y dos pasos 6 sesenta y cinco, ya estaba frente a mi casa. Conte sesenta y do3 pasos, y busqne la escalerilla de en- trada entre las verjas : no la halle, y anduve un paso 6 EN TIKIEBLAS Y EN PELIGEO 19 dos hasta encontrarla. Me senti contento de haber podi- do volver sin tropiezo, y, para decir la verdad, me iba ya avergonzando un poco de mi travesura. Deseaba qud Priscila no hubiese descnbierto mi ausencia y alarmado la casa, y creia poder llegar d mi cuarto con el mismo si- gilo con que habia salido de el. A pesar de mis cuidado- sos calcnlos, no estaba yo muy segiiro de que la casa a que habia Uegado fuese la mia ; pero, en caso de error, Bolo seria-de unos pocos pasos, y d una 6 dos puertas es- taria mi casa : la que se abriese con mi Have de noclie, esa era. Subi la escalerilla de la entrada : i f ueron cinco 6 cua- tro escalones los que conte al salir? Tantee el agujero de la Have, y di vuelta en el d mi Have de noche. La puerta se abrio sin dificultad : no me habia equivocado. Me llene de satisfaccion por haber dado con mi casa a la primera tentativa. "Debio ser un ciego el que descu- brio que la necesidad es madre de la industria," me dije al cerrar tras mi suavemente la puerta, preparandome a buscar el camino de mi cuarto. No podia darme cuenta de la hora que seria: sabia solamente que debia ser de noche, porque aun me era dable distinguir la luz de la oscuridad. Como el lugar en que habia vuelto de mi extasis estaba tan cerca de mi calle, no debia haber andado mucho tiempo : de modo que yo calculaba que serian como las dos de la manana. Mas deseoso aun de no ser oido que cuando sali, palpe el extremo de la escalera y empece d subir a pasos callados. Pero, d pesar de estar ciego, aquella casa no me parecia la mia. La baranda no era como la de mi casa. La alfombra misma de la escalera me 20 MISTEEIO .... parecia diferente. i Seria posible que me hubiese eqni- vocado ? Es muy frecuente que la Have de una cerra- dura sirva a otra: ^no podia yo, de este modOj estar entrando en la casa de un yecino ? Me detuve : au- mentaba el sudor en mi f rente, con la idea de la extrana situacion en que podia estar colocado. Durante un mo- mento estuve resuelto a bajar, y a entrar en la casa inme- diata ; pero atin no sabia de seguro si estaba 6 no en la mia. Eecorde entonces que en la pared de mi casa, al terminar el primer tramo de la escalera, habla una re- pisa, que sustentaba una iigura de yeso : conocia yo con exactitud el lugar, porque muclias veces me habian pre- cavido para no tropezar en ella con la cabeza. Todas mis dudas podrian esclarecerse con ver si la repisa estaba en su puesto. Palpe. Mi mano, que recorria cuidado- samente la pared, nada encontro. La casa, pues, no era la mia. l^o me quedaba mas que bajar, y tentar for- tuna en la casa proxima. En el instante en que me preparaba a bajar oi ruido de voces; tarde como era, habia sin duda gentes que hablaban en el cuarto cuya puerta liabia estado palpando mi mano. To no podia distinguir las palabras, pero si que las voces eran de liombre. i Que hacer ? i No seria mejor llamar d la puerta, y abandonarme d la merced de los que ocupaban la habitacion ? Podia excusarme, y explicarles mi presencia. Mi ceguera la explicaba suficientemente. Alguno babria bastante bondadoso pa- ra ponerme en el camino de mi casa. Eso era, si, lo que debia yo hacer. Yo no podia seguir entrando en casas extranas como un ladron noctumo. Tal vez todas las casas de la cuadra tenian una Have comun, y se abri- EF TimEBLAS Y EN- TELIGEO 21 rian con la mia. Buen pudiera ser que todo aquello acabase con que un vecino alarmado me saludara con una bala antes de que liubiera yo tenido tiempo de ex- plicarle mi inocencia. Pero, en el instante mismo en que iba d llamar d la puerta, oi otra voz, una voz de mujer. Parecia que venia de una habitacion interior, y que cantaba acompanada en tono bajo por un piano. Me detuve, y escuche. . . . Tan ocupado me ha tenido la narracion de mi des- dicha que no he dicho que tenia en ella un consuelo supremo: ese don compasivo, tan a menudo concedido d los ciegos, la musica. A no haber sido por ella i como, sin volverme loco, hubiese yo soportado aquellas sema- nas de oscuridad e incertidumbre ? A no haber sido por que me era dable pasar tocando horas enteras, por- que mi desdicha no me impedia asistir d conciertos y oir a otros tocar y cantar, insoportable me hubiese sido la existencia; y me estreraezco al pensar en el recurso a que habria yo acaso acudido para hacermela mas lleva- dera ! . . . Me detuye, y escuche el canto. Era un trozo de una opera todavla no muy conocida en Inglaterra ; pero un trozo de tal dificultad que pocos aficionados pod rian atre- verse d el. La cantatriz, quien quiera que f uese, lo canta- ba suavemente y en tono apagado, como si temiera dar d la Yoz toda su fuerza, lo que se explicaba por lo adelan- tado de la hora; pero no era posible que una persona entendida en mtisica desconociese el merito poco comtin de la que cantaba, la habilidad ejercitada, el poder re- primido, el vuelo que en condiciones favorables podia tomar aquella voz herinosa. Estaba yo como encantado. 22 MISTEEIO .... ll^o habria veniclo yo a dar en un nido de gente de teatro, ciiyas tareas acaban tan tarde, que tienen que robar al sueno las boras que dedican a las distracciones naturales de la nocbe ? l^ada mejor para mi situacion : boliemios como eran, no se espantarian de mi inesperada invasion nocturna. La cantatiiz babia comenzado la segunda frase: yo habia puesto el oido junto a la puerta para no perder una sola nota. Queria oir sobre todo como vencia las di- ficultades del final, un final tan extrano como bello, cuan- do — i ob contraste borrible a aquellas dulces perladas no- tas y abogadas palabras de apasionado amor! — oi una boqueada, una tremenda boqueada convulsiva ; luego un gemido prolongado y prof undo ; luego un sonido de li- quido que brota, que me belo la sangre. Oi que la mti- sica se interrumpia de pronto ; oi un grito, un terrible grito de aquella voz de mujer que cambiaba stibitamente de la melodia al borror ; oi la caida de un bulto recio y pesado sobre el pavimento. IsTo espere a oir mas. Algo terrible acababa de suce- der a pocos pasos de mi. Fiera y desordenadamente latia mi corazon. En el arrebato del instante olvide que ya yo no era como cuando se soeorre y se combate, olvide que el valor y la fuerza ya a mi de nada me valian, todo lo olvide, salvo el deseo de prevenir el crimen, el deseo de cimiplir con mi deber de hombre de socorrer y salvar la vida de los que la tienen en peligro. Abri de un golpe la puerta, y me precipite a la babitacion. Al punto, ape- nas me senti rodeado de luz j una luz que de nada me ser- via !, comprendi el riesgo y la inutilidad de mi locura, y como un relampago cruzo mi mente la idea de que, desar- EX TI2sIEBLAS Y EN PELIGRO 23 rnado, ciego y desvalido, solo habia entrado en aquella habitacion para recibir en ella la muerte. 01 un juramento, una exclamacion de sorpresa : como de mas lejos, oi el grito de la miijer, pero sofocado y des- fallecido : parecia como si hubiera empenada una lucha en la habitacion inmediata. Impotente como estaba para prestar mi ayuda, di, llevado de mi impulso, unos dos pasos en la direccion del grito ; tropezo mi pie en algo, y cai de bruces sobre el cuei-po de un hombre. Ann en medio del horror que me aguardaba, temble al sentir mi mano, apoyada en el hombre tendido, humedecerse con un liquido tibio que fluia lentamente sobre ella. Antes de que pudiera levantarme, ya me habian asido por la garganta dos manos vigorosas, que me retuvieron encorvado, mientras que a corta distancia oia distinta- mente el niido seco de un golpe de gatillo. Montaban un revolver, j Oh, quien me diera luz por un segundo ! i luz, aunque no f uera mas que para ver a los que me arre- bataban la vida, aunque no fuera mas que para saber -de- see singular ! el lugar de mi cuerpo en que debia hundir- se la bala ! Y yo, que una hora 6 dos hacia me habia atrevido en la agitacion de mi insomnio a desear la muer- te, senti en aquel memento que la existencia, aquella mis- ma existencia de sombras, me era tan cara como a todo ser vivo. Y en altisima voz, en una voz tal que d mi mismo me parecia la de un extrano, — i Eespeten mi vida ! dije : ; yo soy ciego, ciego, ciego ! CAPfTULO II EBEIO O SONANDO Las manos que me sujetaban no me abandonaron un solo momento, aunqiie hubieran podido hacerlo sin peli- gro. Mi linica probabilidad de salvar la vida en aqueila sitnacion era mantenerme en paz j convencer, si podia, de mi cegnera a los que me rodeaban. Nada podia ganar, mas si perderlo todo, con la resistencia. Yo era robusto ; pero, aun cuando liubiese estado en plena posesion de to- dos mis sentidos, dudo que liubiera podido sobreponerme al bombre qne me tenia sujeto. En la fuerza de su pre- sion sentia el vigor de sus brazos. jBien eorta babria sido la luelia, ciego yo como estaba, j desvalido ! Aquel bombre, ademas, tenia companeros ; cuantos, no lo sabia yo, mas todos estarian pronto a ayudarlo. Mi primer mo- yimiento hubiera sido la senal de mi muerte. IS^o bice esfuerzo alguno por levantarme ; tan quieto y docil me mantuve como el cuerpo que yacia d mis pies pcstrado. Una bora me parecia cada momento. i Que situacion la mia ! TJn ciego, en una babitacion agena 3e casa desconocida, sujeto por dos manos implaca- bles sobre el cuerpo de un bombre cuyo liltimo snspiro acaba de oir ; sujeto, & la merced de aquellos que de se- EBRIO 6 SOS'ANDO 25 guro liabian cometido un abominable crimen, sin poder mirar al rostro de los asesinos, y leer en sus ojos la sen- tencia de muerte 6 de vida ; esperando a cada instante re- cibir en su cuerpo el golpe ardiente de una bala 6 la herida aguda de un cucliillo ; sin ver ni sentir mas que dos ma- nos sobre su garganta, y un cuerpo muerto a sus pies ; sin oir mas que aquel gemido ahogado, lejano, comprimido! I Ideo nunca situacion como la mia la mds fantastica no- vela? Desde aquella noclie lie dejado de creer que los cabe- llos encanezcan en un solo dia : j yo me Imbiera levantado entonces de alii con la cabe^a blanca ! Solo puedo decir que todavia ahora, cuando tras largos aiios escribo esto ; cuando todo en derredor mio esta en calma dichosa y apa- cible ; cuando se bien que los que amo estan cerca de mi, me tiembla la pluma, corre el frio en mis venas, mis fuer- zas todas desmayan al asaltarme el recuerdo de aquellos terribilisimos instantes, con una vividez que intento en vano describir. Fui afortunado en poder mantenerme quieto, excla- mando sin cesar : " ; Soy ciego ! ; veanlo ! ; veanlo ! " Mi sumision, el tono de mi voz, decidieron acaso de mi vida. De pronto, mi vista oscurecida percibio la luz viva de una lampara, colocada tan cerca de ml que sentia su calor en mi rostro : comprendi que alguien se habia inclinado 6 arrodillado junto a mi, y examinaba mis ojos. Me daba en la mejilla su aliento corto, rapido y excitado, el aliento del que acaba de cometer un crimen ! Se levanto por fin : un memento despues, dejaron libre mi cuello las manos que me lo oprimlan : ; tenia, por lo tanto, alguna probabilidad de vivir 1 28 MISTEEIO .... A-fin no habia liablado ningnno de los que me rodea- ban : de pronto ol rumor de voces, pero tan contenidas y bajas que mis oidos, aguzados en mi infortunio, solo pu- dieron percibir que eran tres los que de aquel ahogado modo hablaban. ^ Y mientras tanto, como acompaSamiento apropiado y liigubre, oia aquel gemido sofocado de mujer, aquel incesante gemido ! Todo lo que poseia hubiera yo dado, todo, excepto la vida, por poder ver durante un minuto, por entender lo que Labia sucedido y estaba sucediendo al rededor mio. Los cuchicheos continuaban, precipitados, confusos y violentos, como de hombres empenados en una discusion ardiente y reservada. ; Poca inteligencia era menester para adivinar el asunto del debate ! Cesaron los cucbi- cheos de pronto : no se oia mas que aquel terrible, sofo- cado gemido, que continuaba con lugubre monotonia ! Alguien me toco con el pie. " Levantese," dijo una voz. La exclamacion que oi al entrar en la babitacion me parecio venir de labios de extranjero ; pero el que se dirigia a mi en este instante bablaba en correcto ingles. Yo estaba ya recobrando mi propio dominio, y anotaba en la mente estos detalles. Agradecido porque me permitian apartarme de mi funebre compania, me levante del lado del muerto. I^ada mejor podia hacer que quedarme inmovil. — Ande hacia adelante, cuatro pasos! dijo la voz. Obedeci. Al tercer paso di contra la pared. Querian convencerse de que estaba ciego. En mi hombro se poso una mano, y me Uevaron a una silla. EBEIO 6 SOS'ANDO 27 — Con tan pocas palabras como pneda, dijo la misma voz, expliqnenos quien es Yd., y porque y como esta aqui. Pronto : no podemos perder tiempo. Bien sabia yo que no podian perder tiempo. Tenian mucho que hacer, mucho que esconder. ; Oh ! ; quien me hubiese dado ver por un solo momento ! \ Lo hubiera yo pagjFido, aun a precio de afios enteros de oscuridad ! Tan brevemente como pude, les dije como me veia en aquel lance. Solo les escondi mi verdadero nombre. I Por que habian de saberlo aquellos asesinos ? Si se los revel aba podian continuar vigilandome ; y en cualquier momento en que su seguridad lo demandase, podia yo compartir la suerte de aquel que yacia a pocos pasos de mi. Les di un nombre falso, pero en todo lo demas les dije la verdad. Y mientras les hablaba, oia incesantemente aquel la- mento al otro extremo de la habitacion. Me perturbaba el juicio aquel lamento. Creo que, d haberme sido posi- ble en la oscuridad de mis ojos caer sobre uno de aquellos malvados y apretarle la garganta hasta que exhalase la vida, lo hubiera hecho sin vacilar, aunque semejante arre- bato me acarrease mi propia muerte. 1^0 bien termine mi explicacion se renovaron los cu- chicheos. El que hablaba me pidio la Have que habia estado d punto de costarme la existencia. Supongo que la probaron, y vieron que era cierto lo que les habia dicho. No me la devolvieron, pero la voz se dirigio a ml una vez mas. — Afortunadaraente para Yd., hemos decidido creer lo que nos dice. Levantese. Me puse en pie, y me llevaron d otro lugar de la ha- 28 MISTERIO .... bitacion, donde me hicieron sentar de nuevo. Segtin el habito de los ciegos, extendi mis manos j reeonoci que estaba con el rostro vuelto hacia una esquina de la liabi- tacion. — Si se mueve Vd. 6 mira al rededor, dijo la voz, ce- saremos de ereer que es Yd. ciego. 1^0 podia yo esconderme la seca amenaza envuelta en las ultimas palabras. No pude mas que estarme inmovil en mi silla, y oir con el mayor cuidado. Si : tenian mucLo que hacer. Se movian de un lado d otro rapidamente. Abrian alacenas y gavetas. Per- eibi el ruido de papeles que rompian, y el olor de pa- peles quemados. Oi que levantaban del suelo un peso muerto ; oi un ruido como de ropa rasgada ; oi sonar di- nero ; liasta el golpe de un reloj de bolsillo oi, que sacaron de algun lugar y pusieron en una mesa cercana a mi. Por la entrada subita del aire fresco comprendi que lia- bian abierto la puerta. Oi en la escalera pasos pesados, los pasos de Lombres que llevan una carga recia; y tem- ble al pensar cual seria la carga ! Antes de que estuviese rematada la ultima tarea, ceso el lamento de la mujer. Habia Tenido ya debilitandose, y en algunos mementos interrumpiendose. Al fin deje de oirlo. Esto alivio mucho mis nervios sobreexcitados, pero me llene de espanto al imaginar que acaso habian side dos las victimas. Aunque dos Lombres, por lo menos, debian ser necesa- rios para llevar aquella carga f uera, yo sabia que no me habian dejado solo. Oi que alguien se dejaba caer'en una silla, con un suspire de cansancio : aquel hombre estaba alii vigilandome. To anhelaba verme libre de aquella EBRIO 6 SON^ANDO 29 tortura ; anhelaba despertar, y hallar que todo habia sido un sueno. Mi situacion se me hacia ja insoportable. Dije, sin volver la cabeza : — ^Cuanto tiempo lie de estar todavia entre estos horrores ? Oi que el bombre se moYia en sn asiento ; pero no me respondio. — I No puedo irme ? supliqne. To no he visto nada. Ponganrae en la calle, no me importa donde. Me volvere loco si estoy aqni mas tiempo. Tampoco obtuve respuesta : no table mas. A los pocos instantes los ausentes vohderon. Cerra- ron tras de si la puerta. Cuchiehearon otra vez, y oi que destapaban una botella, a lo ^^^^sigaio ui^ mido de vasos. Bebian algo, despues de ,^ sombria f aena de la noche. Percibi entonees un olor extrano, nn olor de droga. Sobre mi bombro se apoyo una mano, y me pusieron en- tre los dedos un vaso lleno de un liquido. — Beba, dijo la misma voz de antes. — No, exclame ; puede ser veneno. Eompio uno de ellos en una risa breve y dura, y senti sobre mi frente una fria boca de metal. — No es veneno : es un narcotico que no le bara daiio. Pero esto, anadio oprimiendo sobre mi frente el circulo de liierro, esto es otro asunto. Elija. Apure el vaso, y senti con placer que apartaban el re- volver de mi frente. — Ahora, dijo el que bablaba, quitandome de la mano el vaso vacio, si Yd. es un hombre sensato, cuando se des- pierte maiiana dira : " He estado ebrio 6 sonando." Vd. 30 MISTEEIO .... nos ha oido, pero no nos ha yisto ; recuerde que nosotros lo conoeemos. Se alejo de mi, y a los pocos momentos vencia mi vana resistencia un oscuro sopor. Mis pensamientos se turba- ban, y pareeia abandonarme la razon. iTi cabeza cayo primero de un lado, y despues de otro. Lo ultimo que recuerdo es que un brazo vigoroso rodeo mi cuerpo, y me libro de eaerme de la silk. Cualquiera que la droga fuese, su ef ecto habia sido rapido y energico. Hora tras hora me tuvo sin sentido ; y cuando al fin, desvaneeido su j)oder, batallando mi mente entre sombras por Yolver al juicio, logre despues de muelias tentativas convencerme de que estaba tendido en una eama ; mas, cuando extendiendo el brazo y palpandola, \i que era mi cama propia, ^parecera maravilla que me dijera a mi mismo : " He sonado el mas terrible sueno que f atigo ja- mas a una imaginacion atormentada ? " Despues de este esfuerzo mental cai de nuevo en un estado semi-consciente ; pero persuadido por completo de que no babia abandonado mi cama. Inmensa f ue mi ale- gria a este descubrimiento. Mas si mi inteligencia volvia a su vigor, no asi mi cuerpo. Parecia que mi cabeza se me partia en dos : mi lengua seca estaba pegada al paladar. Mientras mas se me aclaraba el juicio, mas visible era para mi mi estado. Me sente en la cama, y me oprimi las sienes adoloridas. — i Oh, mi nino ! — oi decir d la buena Priscila ; j ya esta volviendo en si por fin ! Entonces oi otra voz, una voz de hombre, suave y grata. — Si : su enf ermo estara pronto bien. Permitame pul- sarlo, Mr. Vaughan. EBRIO 6 SOS'ANDO 31 Senti sobre mi muneca un dedo blando. — I Quien es ? pregunte. — El Doctor Deane^ su servidor, dijo el hombre ex- trano. — I He estado enf ermo ? i Cuanto tiempo ? 5 Cudntos dias? — Solo Unas cuantas boras. I^o tiene Yd. motivo de alarma. KecKnese otra vez, j permanezca quieto por algun tiempo. i Tiene Yd. sed ? — Si ; me muero de sed ; denme agua. Me la dieron, y la bebi con afan: mi alivio fue grande. — Abora, enfermera^ dijo el Doctor, preparele nn poco de te iigero ; y cuando desee algo de comer, deselo. Yo volvere mas tarde. Priscila acompano al Doctor Deane d la puerta, y, ya de Yuelta junto a mi cama, batio y abueco las almobadas para que me sintiese mas comodo. Ya para este tiempo estaba yo enteramente despierto, y los sucesos de la nocbe se reproduclan en mi memoria con una claridad y pre- cision de detalles que no eran j ay ! como las que deja un sueiio. — I Que bora es ? pregunte. — Cerca del medio dia, Senor Gilberto. Priscila me bablaba con tono pesaroso de persona ofendida. — I Del medio dia ? i pues que me ba sucedido ? La anciana Uoraba. Bien la oia yo. ^o me respon- dio, y repeti mi pregunta. — Ob, Senor Gilberto, me dijo sollozando: ^ como pudo Yd. bacerlo ? Cuando entre en la alcoba y vi la cama vacia, pense que iba 4 dar al suelo. 82 MISTERIO .... ; Cuando vio la cama vacia I Temble. Los liorrores de la noche eran ciertcs. — Camo pudo Yd. hacerlo, Senor Gilberto, repitio Priscila. ; Salir sin decirme palabra ; ecliarse a andar por medio Londres, solo, con sus ojos enf ermos ! — Sientate, sientate, y dime lo que me ha sncedido. Todavia Priscila no parecia dar por satisfecho su agravio. — Si qnena Yd. beber sa poco, 6 tomar alguna de esas picardias que le hacen a uno dormir y le quitan el senti- do, bien pudo Yd. habeiio hecbo en casa, Senor Gilberto : una vez que otra, no se lo hubiera tenido yo a mal. — Como que estas hoy hecha una vieja loca, Priscila. Cuentame todo lo que sucedio anoche. Fue necesario que me viera ya montado en colera para que la buena mujer se decidiese a hablar sin anibajes: sentia como si me diese vueltas la cabeza mientras le oia su relato, que fue como aqui sigue. , A eso de una hora despues de mi salida desperto Piis- cila, y puso el oido a la puerta para asegurarse de que yo domiia. Como no percibio el menor sonido, entro en la alcoba y vio mi cama desierta, lo que de seguro la aterro mas de lo que me confesaba, pues ella conocia bien mi abatimiento y mis quejas de los tiltimos dias, y sin duda imagino en el primer instante que habia puesto fin d mi existencia. Salio en mi busca, y dio al instante aviso d la policia, a la que logro interesar con sus ruegos tenaces y la descripcion de mi estado. De la oficina a que acudio telegrafiaron al instante a toda-s las demas de Londres, y Priscila espero, como sobre ascuas, hasta eso de las cinco de la manana, en que del otro extreme de la capital llego EBRIO 6 SOS'AKDO 33 j)or fin respuesta : acababan de depositar alii iin hombre joven que parecia ciego, y que estaba ciertamente ebrio e incapaz de valerse. Alia volo Priscila. Me hallo acostado y sin sentido, y d la policia dispnesta a conducirme, en cuanto me fepu- siese, ante el juez de orden. Se mando d llamar un medico, que certifico que mi desmayo no provenia de embriaguez. Priscila me bizo Uevar en seguida d un carruaje, no sin decir sus verdades a la gente de la policia, por el abando- no y mal tratamiento en que me habia ballado. Partio triunfante con su carga, que no liabia vuelto aun en si, y la deposito al fin en la cama que habia abandonado in- cautamente. IS^ote con pena que, a pesar del sermon con que se habia despedido de los policias, ella pensaba de mi condicion lo mismo que ellos ; por lo que estaba muy reconocida al Doctor, a quien me imagino que miraba como un curandero discreto y complaciente, que habia sacado de un mal lance a un caballero con una explicacion oportuna, pero falsa. — No he sabido yo que se quedase uno despues insen- sible tanto tiempo. No lo vuelva d hacer, Sefior Gilber- to, dijo Priscila, como fin de la platica. No intente desvanecer su sospecha. No era a Pris- cila por cierto a quien deseaba yo confiar mi aventura nocturna. Lo mejor era callar y dejar que dedujese para si lo que, tal vez, no era lo menos natural. — No Yolvere d hacerlo, le dije. Dame algo de al- morzar. Te y tostadas : algo. Salio d traermelo : no era que tuviese yo hambre, sino que queria estar solo algunos minutos para pensar, — en el grado al menos en que mi malestar lo permitiese. 34 MISTEEIO .... Eecorde entonces todo lo que me habia sucedido desde que deje la puerta de mi casa : mi paseo f antdstico, mi guia ebrio, aquel canto que oi, y despues, aquellos sonidos y contactos, horribles y elocuentes. Todo lo recordaba con claridad e ilacion hasta el instante en que me forzaron a beber el narcotico : desde aquel memento, nada podia leer en mi mente. El relate de Priscila me hacia saber que durante mi sopor debi ser conducido a yarias millas de distancia de la casa y abandonado en la acera, donde me encontro la policia. Entrevi el habil plan. Me habian dejado caer, insensible, lejos de la escena del crimen de que habia side testigo incomplete, i Quien creeria, con aquella apariencia, mi extravagante e improbable histo- ria? Me asalto entonces el recuerdo del horror que senti cuandOj encorvado a la f uerza sobre el cuerpo tendido, habia estado corriendo sobre mi mano aquel liquido tibio. Llame a Priscila. — Mira, le dije, tendiendole mi mano derecha como para que la examinase : i esta limpia mi mano, estaba lim- pia cuando me encontraste ? — j Nada de limpia, Senor Gilberto ! — I Pues como estaba ? pregunte excitado. — Llena de lodo estaba, como si se hubiera Vd. entre- tenido en jugar en el arroyo. j Lindas vinieron sus pobres manos y su cara! Lo primero que hice fue lavarlas. Di- cen, ya lo sabe Yd., que eso vuelve pronto el sentido d los que salen de noche. — Pero la manga de mi levita, la manga de mi camisa, la manga derecha. Mira si estan limpias. Priscila rompio d reir. EBRIO 6 SOS'AN'DO 35 — Lo que es aqui no vinieron las mangas derechas. A alguien le parecieron bien, y las desgarro por encima del codo. Su brazo estaba desnudo. Se desvanecian, pues, todas las pruebas circunstan- ciales que hubieran podido confirmar mi relate. Nada habia para siistentarlo, mas que la afirmacion de un ciego, que salio de su casa en la alta noche, y a quien se hallo algunas boras despues en tal estado que los guardas del orden publico habian tenido que encargarse de el. Pero yo no podia callar aquel crimen cuyo recuerdo me agoviaba el juicio. Al dia siguiente, cuando ya habian desaparecido los efectos del narcotico, hice venir a mi abogado, que era un amigo fiel, y por cuyo consejo decidi seguirme. Pronto me convenci de que era intitil hacsrle creer mi cuento. Me oyo gravemente, diciendo de vez en cuando : " ! Bueno ! \ bueno ! " — " i De veras ? '' — " i Co- sa mas extrana ! " y otras exclamaciones de sorpresa ; pero bien yi que procuraba solo no contrariarme, y creia que cuanto yo le relataba era simple imaginacion. De seguro que Priscila le habia dicho de antemano todo lo que sa- bia. Su incredulidad me desconcerto, por lo que alii mismo le dije que no volveria a hablar del suceso. — Eso hana yo si fuese Vd., me respondio. — I Ko me cree Yd., pues ? — Se que Yd. cree cierto lo que me dice ; pero mi opi- nion es que Yd. echo d andar dormido y soiio todo lo que me cuenta. Muy irritado para argiiirle, tome su consejo, en cuanto a el al menos, y no liable mas del caso. Probe despues con otro amigo, con igual resultado. Si los que me cono- cian desde mi ninez no me daban credito gcomo habian 36 MISTEEIO .... de creerme los extranos ? Todo lo qne tenia yo que decir era vago e insostenible ; ni el liigar del crimen podia fijar siquiera, Ya yo Labia averiguado que ninguna de las casas de mi cuadra se abria con una llave semejante a la mia. ]S^o habia otra calle del mismo nombre en las inme- diaciones. Los pies inseguros de mi guia me extraviaron sin duda, y me dejaron en una cuadra que no era la mia. Llegue a pensar en invitarlo por un anuncio en los diaries a ponerse al habla conmigo ; pero no pude frasear la invitacion de modo que la entendiese el, sin que pudie- ra excitar las sospechas de los criminales. Bien posible era que, tod a via en aquel memento, estuviera alguno de ellos en aceclio de mis actos. Una vez me habian dejado vivo ; pero en la segunda, me tratarian sin misericordia. I A que iba yo a arriesgar mi vida por revelar lo que nadie habia de creer, por acusar a hombres que me eran desconoeidos ? i A quien vendria provecho de esto ? Ya los asesinos babian ocultado de seguro todas las huellas del crimen, y asegurado su retirada. i Por que habia yo de arrostrar el ridicule que caeria de seguro sobre un re- late como el mio, cuya certeza me era imposible compro- bar ? ]^o : sea en buen hora el horror de aquella noche como un sueno : desvanezcase y olvidese. Tuve muy pronto algo mas en que pensar, algo capaz de alejar de mi aquellos recuerdos Itigubres. Ya la espe- ranza era certidumbre. Mi alegria rayaba en delirio : la ciencia habia triunfado : ; la ciencia habia arrancado de mis ojos las alas sombrias de mi enemigo ! De nuevo era ya luz el mundo. ; Podia ver ! Pero mi cura habia side larga y tediosa. Me habian operado ambos ojos, uno primero, y cuando se estuvo se- EBRIO SONANDO 37 guro del exito de la operacioii, el otro. Pasaron meses antes de que me permitiesen salir de la oscuridad. Me iban devolviendo la luz poco a poco y eautelosamente : 2, que me importaba la dilacion, si ya me tenia inundado de gozo la certidumbre de que todo estaria pronto a mis ojos vestido de claridad ? Espere agradecido y tranqnilo. Sabia que mi obediencia a Mr. Jay me seria recompensada con la perfeeeion de mi cura, y en todo le obedeci. El metodo empleado en mi operacion fue el mas sen- ciilo y seguro, el de solucion 6 absorcion, que se emplea siempre que la edad del enfermo y la naturaleza de la en- fermedad lo permiten. Cuando todo babia acabado, y no corria ya riesgo de inflamacion ; cuando, con ayuda de fuertes cristales convexos, podia ver ya cuanto necesitaba para los usos comunes, Mr. Jay se felicito, y me felicito 4 mi : aquella cura, me dijo, prometia ser la mas af ortunada de todas las suyas. Notable debio ser, en verdad ; puesto que me dicen que todas las obras de Of talmologia publi- cadas despues citan mi caso. No olvidare por cierto mientras viva aquella bora en que declararon mi cura terrainada ; en que desataron las vendas que cubrian mis ojos, y me dijeron que podia usar otra vez mis ojos libres ! Sentia yo en mi interior toda la luz del mundo : j que alegria, despertar de aquella nocbe que parecia no tener fin, despertar y ver el sol, las estrellas, las nubes Uevadas por el viento a traves del her- moso cielo azul! ver las ramas verdes balanceandose a la brisa, reflejando su sombra movible en mi camino ! ob- servar como la flor, que era boton ayer, es hoy rosa abier- ta! admirar el oceano brillante, que inflama el sol po- niente ! regalar la vista en los cuadros, en las gentes, en 38 MISTEBIO • • • • las mon tanas, en los arroyos ! conocer la forma, el color, los matices ! ver, no solo oir, los labios vivos y la risa de los que estrechan mi mano y me dicen palabras bondado- sas! En aquellos primeros dias de liiz reciennacida, el rostro de cada mujer, hombre y nino me eran tan agra- dables de ver como el de nn amado amigo, ansente ha mnclio tiempo y al fin vnelto ! Lo que me apeaba de mi extasis eran aquellos liorrendos cristales convexos que des- flguraban mi rostro. — I T los tendre que usar siempre ? pregunte con tris- teza. — De eso queria liablarle, dijo Mr. Jay. Sin cristales, nunca podra Yd. ver. Eecuerde Yd. que yo he destrui- do, absorbido, disuelto en sus ojos los cristales que se 11a- man lentes cristalinos. Su lugar esta ocupado ahora por el humor fluldo, que es nn cuerpo sumamente refractario. Es probable que si Yd. no cede a la natnraleza, ella ceda a Yd. Si Yd. pnede dominarse y contenerla, ella vendra a Yd. gradualmente. Nadie mejor que Yd. puede hacer esto : Yd. es joven, no tiene ocupacion constante ; su vida no depende de su vista. Cristales siempre tendra Yd. que nsar ; pero si Yd. insiste en que la Naturaleza obre sin ayu- da de ellos, lo probable es que la l^aturaleza al fin con- sienta. Es un procedimiento tedioso : pocos han perseve- rado hasta el fin ; pero mi experiencia es que en eso, como en todo, vence el que persevera. Determine veneer. Siguiendo su consejo, aunque con grandes molestias, use unos lentes que apenas me de- jaban entrever las formas vagas de los objetos, pero mi paciencia fue recompensada. Grado d grado, aunque con mucha lentitud, note que mi vista iba siendo mas segura, EBRIO d 8 OS- AND 39 hasta que, al cabo de dos afios, podia ver tan bien como las demas personas, sin mas ayuda que la de unos crista- les tan levemente coiivexos que apenas era posible perci- birlo. Una vez mas comence a gozar de la vida. No puedo decir que en esos dos anos no volvi d pensar en aquella terrible noche ; pero nada hiee para descubrir el misterio, ni para persuadir a nadie de que aquellos su- cesos no habian sido imaginacion mia. Sepulte en mi corazon la historia de mi aventura, y jamas volvi a hablar de ella. For si pudiese necesitarlos, escribi todos los de- talles del suceso, y procure apartar de mi la memoria de cuanto habia oido. Todo lo pude olvidar, menos una sola cosa : no podia pasar muclio tiempo sin que me asaltara el recuerdo tenaz de aquel gemido de mujer, aquella do- lorosa transicion de la voz de la dulce melodia a la deses- peracion irremediable. Aquel grito turbaba mi sueno, euando sonaba en los acontecimientos de aquella noche ; aquel grito me resonaba en los oidos, al despertarme tre- mulo, pero agradecido, porque aquella vez, al menos, solo estaba soiiando. CAPtTULO III EL MEJOE M0:NUMKN'T0 Es priniavera, la primavera hermosa del norte de Ita- lia. Mi amigo Kenyon j yo andamos vagando por la ciudad rectangular de Turin, tan alegres y desocupados como en ciudad alguna anduvo nunca un par de camara- das. Hemos estado en Turin una semana, tieinpo bastan- te para ver cuanto ha de visitar un viajero que conoce sus deberes. Hemos visto a San Giovanni, y los templos. Hemos subido, 6 las buenas bestias de carga nos lian subi- do, por la Superga arriba, y contemplado alii el mausoleo de los piincipes de la casa de Saboya. Mas de lo que desearamos hemos visto el viejo y enojoso Palacio Mada- ma, que mira como con ceno a nuestro hotel, del otro lado de Piazza Castello. La sencillez y vulgaridad del Palacio Real nos han maravillado, y los grotescos adornos de ladrillo del Palacio Carignano nos han movido a risa. Hemos murmurado a nuestro sabor de la pobreza de la galeria de pinturas. 'No nos queda, en suma, cosa que ver en Turin ; y, con el desden que engendra la familia- ridad, ya no nos miramos como miseros dtomos perdidos, cuando nos detenemos en las plazas enormes 6 nos torce- mos el cuello para mirar las inraensas estatuas de bronce de Marochetti, EL MEJOR MONUMENT 41 Naestra tarea esta terminada. Andamos ahora hol- gazaneando y divirtiendonos, abandonandonos a la moli- cie del delicioso clima, y revolviendo perezosamente en nuestro pensamiento el dia en que sacaremos de la ciudad nuestras alegres personas, y el lugar a donde iremos a dar con ellas. Seguimos calle abajo por la Yia di Po, deteniendonos aca y alia para curiosear en alguna de las tentadoras tien- das qne adornan sus umbrosas arcadas ; atravesaraos la Piazza Vittorio Emmanuele ; cruzamos el puente cuyos cinco arcos de granito trasponen el Po clasico ; damos la vuelta al llegar frente a la iglesia abovedada, y a poco esta- mos andando por la aneha via cubierta que lleva al Monas- terio de los Capuchinos, cuya amplia terraza es nuestro ref ugio f avorito. All! podemos en calma grata dejar correr el tiempo, y ver el rio a nuestros pies, la gran ciudad tendi- da en la orilla opuesta, el llano abierto en que Turin ter- mina, y alia lejos, mas lejos, en el vasto fondo, los magni- ficos Alpes coronados de nieve, y el Monte Rosa y el Grand Paradis levantandose por sobre todos sus herma- nos : I que mucbo que nos sea mas grata la vista que so disfruta desde aquella terraza que la de galerias, palacios e iglesias? N'os regalamos los ojos deseansadamente, y por nuestro caniino nos volvemos con el mismo paso vagabundo que traiaraos a la venida. Luego que reposamos algunos ins- tantes en nuestro hotel, cruzamos llevados de un vago deseo la gran plaza, del otro lado del palacio cenudo, en- tramos por la Yia di Seminario, y por la vigesima vez fuimos d dar a San Giovanni. Andaba yo buscando, con la cabeza al cielo, las bellezas arquitectonicas de que pu- 4:2 MISTERIO . . . • diera envanecerse la gran fachada de mdrmol, cuando me sorprendio oir decir a Kenyon que iba d entrar en el edi- fieio. — Pero I no hemos lieclio voto, le dije, de no volver a visitar interiores de iglesia, ni galerias de j)intura, ni nin- guna otra trampa de viajeros ? — I Que es lo que hace a los hombres mejores que- brantar sus votos ? — Supongo que muchas cosas. — Pero una cosa en particular. Mientras tu andas ea- beza arriba mirando ojivas y capiteles, con aire de sabihon- do en arquitectura, el mas bello de todos los monumentos, una mujer hermosa^ acaba de pasar bajo tus narices. — Entiendo, y te absuelvo. — ; Oil, gracias ! Ha entrado en la iglesia. Me aco- mete la devocion, y entro. — I Pero nuestros cigarros ? — Daselos a los pobres. Librate de los Labitos de ava-. ricia, Gilberto. La avaricia come. Como yo sabia que Kenyon no era hombre que aban- donase un buen habano sin razon poderosa, liice como decia, y entre con el por las naves oscuras de San Gio- vanni. ^o decian misa en aquel memento. Los grupos ha- bituales de viajeros vagaban de un lado a otro de la igle- sia, tratando de parecer muy interesados en las bellezas, imperceptibles para casi todos ellos, que los guias incan- sables les apuntaban. Acd y alia rezaban unos cuantos fieles. Kenyon busco rapidamente con los ojos "el mas liermoso de todos los monumentos," y lo descubrio a los pocos instantes. EL MEJOR MONUMENTO 43 — Ven de este lado, dijo. Sentemonos, y hagamos como que rezamos con mucha devocion. De aqui pode- mos verle bien el perfil. Me puse junto a el, y vi d poca distancia de nosotros una italiana ya entrada en edad, que rezaba de rodillas con fervor, mientras que sentada a su lado aguardaba una joven como de veintidos anos, cuyo tipo no revelaba el pais de su nacimiento. Por las cejas y las pestanas bajas se adivinaba que sus ojos eran negros ; pero por su pura tez palida, por sus facciones finas y precisas, por su espe- Bo cabello castano pudiera parecer hija de varios paises, aunque, d haberla encontrado sola, hubiera yo dicho que era inglesa. Llevaba elegantemente su sencillo traje, y comprendi por sus ademanes que no venia a aquella iglesia por pri- mera vez : no miraba de pared a pared, y del pavimento al techo, como miran los viajeros, sino que esperaba in- movil a que su anciana companera liubiese terminado sus oraciones. No parecia que hubiese ido alii d rezar ni 6 ver, sino, probablemente, a acompanar a la anciana, que tenia aire de antigua criada de familia y, a juzgar por el ahinco de sus oraciones, debia estar muy necesitada del favor divino. Desde mi asiento podia yo distinguir el movimiento incesante de sus labios, y aunque no se per- cibian sus palabras, era evidente que le salian del corazon las demandas que encaminaba al cielo. Su joven companera no la imitaba, ni volvia a ella los ojos. Inmovil como una estatua estuvo durante todo aquel tiempo, con la mirada constantemente baja, absorta en apariencia en una idea profunda, que me parecio habia de ser triste : de su rostro no nos f ue posible ver mds que 44 MISTERIO .... el perfil perf ecto. Kenyon no habia exagerado : aquel rostro tenia para mi un peculiar atractivo, y su completo reposo no era lo que menos me agradaba de el. Mi deseo de verla de lleno era ya vivo ; pero como no podia satis- facerlo alii sin brusquedad, tuve que esperar a que por acaso volviese la cabeza. Al fin, la anciana dio senas de haber acabado sus pre- ces, y en cuanto vi que se preparaba a persignarse, me levante precipitadamente y segui a paso largo bacia la puerta, donde a los pocos minutos llegaron la anciana y su compafiera. Pude ver a la joven a mis anclias, mien- tras esperaba d que la anciana se bumedeciese los dedos en la pila de agua bendita : era indudablemente hermosa, pero habia algo extrano en su belleza. Asi me parecio cuando sus ojos tropezaron un momento con los mios : negros y esplendidos como eran, note en ellos una mira- da absorta y distraida, una mirada que parecia pasar d traves de uno y alcanzar lo que habia mas alld de el. Causo en mi una impresion singular esta mirada ; pero como nuestros ojos solo se habian encontrado durante un segundo, apenas pude decirme si mi impresion habia sido grata 6 desagradable. La joven y su acompaiiante se detuvieron algunos mementos en la puerta, lo que nos permitio pasar delante de ellas a Kenyon y d mi, que decidimos esperar afuera. Bien puede ser que cometiesemos con esto una falta de cortesia ; pero ambos estabamos ansiosos de ver salir a aquella criatura cuya aparicion habia despertado en noso- tros tan vivo interes. Al atravesar la puerta de la iglesia, nos fijamos en un hombre de mediana edad y apariencia distinguida, que estaba cerca de los escalones de la entra- EL MEJOR MONUMENTO 45 da. Era de fuerte espalda y usaba anteojos. A haber deseado yo determinar su posicion social^ hubiese dicho que seguia de seguro una carrera literaria. De su nacio- nalidad no cabia duda : era italiano liasta la niedula. Evi- dentemente aguardaba alii a alguien ; y cuando la joven, seguida de la rezadora ferviente, salio de San Giovanni, movio el paso y se unio a ella. La anciana dejo escapar un grito reprimido de sorpresa, y le tomo la mano, en la que dio un beso. La joven no parecio conmovida : era claro que con quien tenia que ha- cer el caballero era con la vieja criada. Le dijo algunas palabras, y se alejo con ella a unos cuantos pasos bajo el toldo de la iglesia, donde, en toda apariencia, hablaban de prisa y con empeno, sin dejar de mirar en direccion de la joven. Cuando la criada se aparto de ella, siguio la joven an- dando unos pasos ; pero se detuvo, y se volvio hacia la an- ciana, como aguardando por ella. Entonces fue cuando, sin parecer indiscretos ni bruscos, pudimos ver de lleno su andar arrogante y acabada liermosura. — Es hermosa, dije, mas para oirme yo mismo que para que me oyese Kenyon. — Si ; pero no tanto como crei. Falta algo en esa belleza, aunque me es imposible decir lo que es. % Es la animacion 6 es la expresion ? — Yo no veo que le falte nada, dije, con tal entusias- mo que Kenyon se echo a reir. — ^Esasi como los caballeros ingleses se quedan mi- rando en Inglaterra d las mujeres de su pais y calculando su valor en los lugares ptiblicos, 6 es esa una costumbre adoptada para beneficio de los italianos ? 46 MISTERIO .... Esta atrevida pregunta f ue liecha por alguien que ha- blaba junto a mi. Kenyon y yo nos volvimos al mismo tiempo, y vimos a nn honibre alto, como de treinta afios, que estaba a nuestra espalda. Sus facciones eran correc- tas ; pero de conjunto poco agradable. Bastaba una ojea- da para adivinar que aquel recio bigote eseondia una boca irreverente, y que a aquellas cejas y ojos negros subia punto la colera. En aquel instante la expresion del hom- bre era de arrogancia altanera y of ensiya, que hiere siem- pre mas euando el que nos habla con ella es extranjero. Que nuestro provocador no era ingles era bien claro, por mas que nos hubiese hablado en ingles muy correcto. Ya tenia yo en los labios una respuesta viva, euando Kenyon, que era persona de mucbos recursos y muy capaz de decir en un apuro lo propio del caso, se puso en mi camino. Se quito el sombrero, e bizo al hombre alto un saludo cortes, calculado con tal mafia que era imposible decir donde acababa la reparacion y empezaba la ironia. — Seiior, dijo : un ingles viaja por esta hermosa tierra para celebrar cuanto tiene de bello en el arte y en la naturaleza. Si nuestras celebraciones ofenden, pedimos excusa. Fruncio el ceno el hombre, que no sabia bien si mi amigo se burlaba de el 6 le hablaba en veras. — Si hemes obrado mal i se servira el seiior presentar nuestras excusas d la senora ? ^ su esposa sin duda, 6 tal vez su hija ? Como el hombre era joven, el fin de la pregunta era un sarcasmo. — W\ esposa, ni hija, dijo bruscamente. Kenyon se inclino. EL MEJOE MONUMENTO 47 — j Ah ! su amiga entonces. Permitame el senor que le felicite, y le de tambien mi enliorabuena por su conoci- miento de nuestro idioma. El hombre no sabia ya a que atenerse : Kenyon habla- ba con la mayor gracia y naturalidad. — He estado muclios anos en Inglaterra, dijo en tono breve. — i Muclios anos ! Apenas puedo creerlo ; pues veo que el senor no se ha hecho cargo de esa cualidad inglesa que es mucho mas importante que el acento 6 ql idioma. Kenyon se detuvo, y miro al h ombre con una expre- sion tan amistosa y sencilla que le hizo caer en el lazo. — I Se servira decirme cual ? pregunto. — No mezclarse en lo que no le importa, dijo Kenyon aspera y brevemente, volviendole la espalda, como si alii hubiera tenido fin la discusion. Se inundo de ira el rostro del hombre alto. N'o quite los ojos de el, temiendo que cayese sobre mi amigo ; pero se contento con echar al aire un voto : y asi acabo el su- ceso. Mientras en esa conversacion estabamos, la anciana se habia despedido de su culto amigo, y echado d andar acompaiiada de la joven. IS'uestro aspero italiano salio al encuentro del que habia estado hablando con la criada, y tomandole del brazo siguio con el en direccion diversa, y k poco desaparecio de nuestra vista. Kenyon no me mostro intencion de seguir d las dos mujeres, y a mi me dio vergiienza proponerselo ; mas no se porque imagino que iba yo disjDoniendome k volver al dia siguiente d San Giovanni. 48 MISTERIO .... Pero no la vi mas. Ko quiero decir cudntas veces volvi en vano a la iglesia. Ki 4 la hermosa joven ni a la anciana criada volvi a ver mientras estuve en Turin. Ya- rias veces nos encontramos en la calle con nuestro imperti- nente amigo, cnyo ceno arrugado no merecio de nosotros atencion alguna ; pero aquella delicada criatura de la tez palida y los extraiios ojos negros, no volvio a presentarse en mi camino. Seria absurdo decir que me habia enamorado de una mujer a quien solo Labia visto unos cuantos minutos, a quien nunca habia hablado, cuyo nombre y habitacion me eran desconocidos ; pero debo confesar que, por lo que hace a la hermosura, mujer alguna habia hecho en mi hasta entonces la impresion que hizo ella. Hermosa como era, apenas podia decir que me atraia asi v me fascinaba. To habia conocido en mi vida a muchas mujeres hermo- sas ; y sin embargo, por una leve probabilidad de vol ver a ver a aquella, me detuve en Turin, abusando de la pa- ciencia del condescendiente Kenyon, hasta que, fatigado ya de mis esperas, me hizo saber que si al punto no par- tiamos, el se iria solo. Consenti al fin. Diez dias habiau pasado aguardando en vano volver a ver a mi desconoci- da. Eecogimos nuestras tiendas, y sahmos en busca de nuevas aventuras. De Turin seguimos viajando camino del sur : d Ge- nova, a Florencia, a Roma y Xapoles, y d otros lugares menores. Cruzamos de alii a Sicilia, y en Palermo, como lo teniamos concertado, nos embarcamos en el yacht de otro amigo. No habiamos andado con prisa en nuestro viaje, sino que en cada ciudad nos detuvimos cuanto nos parecio bien ; de modo que cuando el yacht, terminada su EL MEJOR MONUMENTO 49 excursion, nos devolvia d Inglaterra, estaba ya eo sus tilti- mos soles el verano. Muchas veces, muclias, desde que sali de Turin, habia pensado en la joven a quien vi en San Giovanni : tan d menudo pensaba en eila, que yo mismo me burlaba de mi locura. Nunca hasta entonces habia persistido tanto tiem- po en mi memoria el recuerdo de un rostro de mujer. Algnn extrano encanto debia haber para mi en aquella hermosnra. Yo recordaba cada una de sus facciones, y, d haber entendido de pintar, pudiera haberla retratado de memoria. Por extra vagante que mi aficion me pare- ciese, no podia yo ocultarme que, a pesar de no haberla visto mas que breves mementos, la impresion que habia causado en mi, en vez de debilitarse, se hacia mas viva cada dia. Me tuve d mal el haber salido de Turin antes de volver d verla, annque para conseguirlo hubiese tenido que aguardar alii meses enteros. Me decia que mi salida de Turin me habia hecho perder una oportunidad que solo se presenta al hombre una vez en la vida. Kenyon y yo nos separamos en Londres. El fue d Es- cocia d cazar codornices, y yo, que no habia decidido atin lo que haria en el otono, determine quedarme, por algu- nos dias al menos, en la ciudad. I Fue obra de la casualidad 6 del destine ? En la ma- nana siguiente d mi llegada d Londres, tuve que ir ppr mis negocios d la calle Regent. Iba yo mny despacio por la ancha acera abajo, dejando vagar lejos de Lon- dres el pensamiento ; iba tratando de sofocar cierto deseo loco que se habia apoderado de mi mente, el deseo de vol- verme en seguida d Turin ; iba pensando en la sombria iglesia y en el hermoso rostro que desde hacia tres meses 50 MISTERIO .... no abandonaban mi memoria. Y en el instante mismo en que con los ojos de la mente veia otra vez a la jo^en y a 6U vieja companera en la sombra del templo, alii, en pleno Londres, levante la \dsta, y en cuerpo y en alma las tuve delante de mi. Grande fue mi asombro; pero ni un instante pense que me enganaba. A menos que no fuera una ilusion 6 un sueno, alii venia, caminando hacia mi, con su vieja criada al lado, aquella en quien Labia pensado con tanta insistencia. Dijerase que acababan de salir de San Gio- vanni. Habia un ligero cambio en la apariencia de la an- ciana, vestida ahora mas al estilo de las criadas inglesas ; pero ella n& : ella estaba como cuando salio del templo de Turin. " Hermosa, mas hermosa que nunca," se dijo mi corazon, que salio de quicio al verla. Pasaron junto a mi : yo me volvi instintivamente y las segui con los ojos. J Si : era el destino ! Puesto que habia vuelto d hallar- la de tan inesperada manera, cuidaria bien de no perderla de vista. Ivo intente esconder por mas tiempo mis senti- mientos. La impresion que sacudio todo mi ser al volver d hallarme frente a ella no me dejaba duda. To estaba profundamente enamorado. Dos veces, nada mds que dos veces la habia visto ; pero bastaban para convencerme de que si mi suerte se habia de ligar por fin a la de mujer alguna, d la de aquella mujer se ligaria, aunque su nom- bre, hogar y pais me eran desconocidos. Solo una cosa podia hacer : seguir a las dos mujeres. Durante una hora 6 mas, por donde quiera que fueron, a respetuosa distancia fui tras ellas. Entraron en una 6 dos tiendas, y espere afuera. Cuando reanudaron su camino, anduve cosido a sus pasos, pero con tal cuidado que mi EL MEJOB MONUMENTO 51 persecucion debia pasar desapercibida y no podia causar ofensa. Pronto salieron de la calle Regent y fueron d parar a una de las muchas bileras de casas que adornan a " Maida-vale.'' Observe bien la casa en que entraron, y al pasar por su puerta pocos momentos despues la vi otra vez, asomada d la vent ana, arreglando en un vaso unas fiores. Habia, pues, dado con la casa en que vivia. i Era el destino ! Enamorado como estaba, solo lo que el amor me aconsejaba podia liacer. Debia averiguar todo lo que se refiriese a mi desconocida. Debia ponerme en relacion con ella, y obtener el derecho de mirar de cerca aquellos ojos extranos y bermosos. Debia oirla bablar. Eei de nuevo, pensando en lo absurdo de enamorarse de una mujer cuya voz no se ha oido jamds, de quien no se sabe siquiera la lengua que habla ; pero el amor estd lleno de absurdos. Una vez que el amor empuiia el latigo, nos lleva en verdad por muy extranos caminos. Tome una determinacion atrevida. Yolvi sobre mis pasos hasta la puerta de la casa. Una criada de buena apariencia salio d abrir. — I Hay aqui habitaciones de alquiler ? pregunte, te- niendo ya en mi mente como seguro que mi desconocida solo yivia en aquella casa como huesped. Habia habitaciones de alquiler, y no bien mostre deseo de verlas, me ensenaron un comedor y alcoba en el piso bajo. Calabozos hubieran podido ser aquellos aposentos en vez de cuartos ventilados y alegres como eran ; vacios hubieran podido estar, y no adornados, como estaban, de lindos muebles ; cincuenta libras de renta a la semana me hubieran pedido, en lugar del modesto alquiler que me 52 MISTEEIO . . . . pidieron : de todos raodos los aposentos hubieran side ■mios. ISTunca tuvo aquella casa inquilino mas facil de satisfacer. Vino la duena, y cerre el trato al punto. De buena bolsa se bubiera podido bacer aquella excelente senora con el alqniler de sus aposentos del piso bajo, a baber conocido el estado de mi animo. En lo tinico en que se mostro dificil, f ue en los informes que pudiese yo darle de mi. Cite en mi abono a varias personas ; pague alii mismo adelantado un mes de renta ; y obtuve licen- cia de la duena para entrar en posesion de los aposentos aquella misma nocbe, " porque yo acababa de Uegar a In- glaterra, y deseaba fijarme en mi casa sin demora.'' — i Ah ! dije como al descuido, al salir de la casa para volver con mi equipaje : olvidaba preguntar a Yd. si te- nia otros huespedes : i supongo que no bay niiios ? - — No, seiior ; los unicos huespedes son una senora y su criada. Tienen el piso primero : son gente muy tran- quila. — Gracias, dije. Creo que voy d estar muy bien. Yol- vere como a eso de las siete. Yo habia alquilado de nuevo mis antiguas habitacio- ciones en la calle Walpole, antes de que aquel inesj)e- rado encuentro alterase mis planes. Yolvi a ellas, em- paquete todo lo que me parecio necesario, y dije a los dueilos de la casa que iba A pasar con un amigo unas se- manas. No deje mis habitaciones. A las 7 ya estaba yo en " Maida-yale " gratamente instalado. i Si : era el destine ! i Quien podia dudar de que todo lo que sucedia estaba dispuesto por su mano? Por la mafiana estaba yo d punto de volverme d Turin en busca de mi amada ; por la noche, iba d dormir bajo su mismo EL MEJOR MONUMENTO 53 techo. Sentado en mi sillon, dibujando con el deseo en el humo rizado de mi cigarro toda especie de amables vi- siones, apenas puedo creer que solo algunos pasos la se- paran de mi, que la vere mafiana, pasado maSana, y siem- pre, y siempre ! Si : este amor mio es ya irremediable : me acuesto pensando en que soilare en ella ; pero, acaso por la novedad del aposento, mis suenos son menos gratos que mis pensamientos : ; durante toda la noche he estado sonando en el ciego que se entro una noche en cierta casa extrana, y oyo aquellos terribles sonidos ! CAPlTULO lY NI PAEA QUEREE, la PARA CASARSE Ha pasado una semana. Mi amor crece. Cierto estoy ya de la energia de mi pasion, de que este subito amor mlo durard tanto como mi vida, de que no es efimero capricho que desvaneceran la ausencia 6 el tiempo. Lo- gre yo 6 no ser querido, esta mujer sera mi primero y ul- timo amor. No he adelantado aun cuanto hubiese deseado. La veo todos los dias, porque estoy siempre en acecho para verla salir y entrar ; y cada vez que la veo, hallo nuevos encantos en su rostro y mayor gracia en toda su figura. Kenyon tenia razon, sin embargo. Es de un genero ex- traiio su hermosura. Aquel puro rostro palido, aquellos ojos negros son adores y abstraidos, no son, no, como los de la mayor parte de las mujeres, lo que acaso explica la singular fascinacion que ejerce en mi. Su andar es firme y gracioso ; nunca altera su paso ; su rostro es siempre grave, y creo habla pocas veces con la anciana criada, que no se aparta nunca de su lado. Comienzo d mirarla como un enigma, y a dudar que me sea dable llegar d poseer su clave. Se de ella algunas cosas. Se llama Paulina, dulce y m PARA QUERER NI PARA CASARSE 55 apropiado nornbre, Paulina March : es, pues, inglesa, aunque algnnas veces le oigo decir algunas palabras en italiano a la vieja Teresa, su criada. No parece conocer d nadie, y, a juzgar por lo que veo, nadie sabe de ella mas de lo que se yo : yo por lo menos, se que vino de Turin, y eso es mas de lo que los otros saben. Todavia ocupo mis aposentos, aguardando una ocasion propieia. Es una tortura vivir en la misma casa que aquella a quien se ama, y no encontrar oportunidad de comenzar el asedio. La vieja Teresa la guarda como toda una duena espanola. Sus ojos me lanzan miradas suspi- caces y vivas cada vez que las hallo a mi paso y les deseo los ''buenos dias" 6 ^'buenas noches"aque un vecino puede arriesgarse sin cometer descortesia. De ellas no he recibido mas que esos frios saludos. Ni los ojos ni los gestos de Paulina parecen alentarme. Me devuelve mi saludo gravemente, y como desde lejos y con apatia. Bien claro veo que el amor a primera vista suele no ser reciproco. Me consuelo con pensar que el destino me tiene sin duda algo reservado, sin lo cual Pauhna y yo ja- mas habriamos vuelto d vernos. No me queda, pues, mas que atisbar desde detras de las espesas cortinas rojas de mi ventana cuando mi amada, acompanada siempre de esa bellaca Teresa, sale de casa y vuelve. Y esto mismo tengo que hacerlo con mucha cau- tela ; porque la diestra duena me alcanzo a ver una vez en mi escondite, y desde entonces jamas pasa sin huronear con sus ojos vivaces en mi ventana. Como que empiezo ya d odiar a Teresa. Sin embargo, si he adelantado poco, vivo en la misma casa de Paulina, y respiro el mismo aire que ella. No soy 56 MISTERIO .... liombre impaciente, y puedo esperar una buena ocasion, que ha de venir al cabo. He aqui como vino. Una nocbe oi una caida, un ruido de porcelana rota, y un grito de alarm a. Me eche afuera de mi aposento, y halle a Teresa postrada en la escalera, gimiendo dolorosamente entre los escombros del mejor juego de te de la senora de la casa. j Mi ocasi6n por fin ! Con la desvergonzada hipocresia del amor, corri a su ayuda, tan dispuesto a servirla como si hubiese sido mi propia madre. Trate con exquisito cuidado de ayudarla a levantarse, pero se dejo caer, lamentandose, en desdi- chado ingles, de que tenia un pie roto. Le bable en ita- liano, lo que parecio volverle los aniraos perdidos ; y pude convencerme de que se le habia dislocado una rodilla de tan mala manera que no podia ponerse en pie. Le dije que la llevaria a su habitacion, y sin mds miramientos la alee en mis brazos y eche escalera arriba. Paulina aguardaba en el pasillo. Sus grandes ojos ne- gros estaban abiertos de par en par, y el espanto se refleja- ba en toda elk. Me detuve un instante para explicarle lo que habia sucedido ; y lleve en seguida d Teresa a su habi- tacion, y la deje en su cama. La criada de la casa habia salido ya en busca de un medico ; al retirarme, Paulina me dio las gracias por mi bondad de un modo tranquilo, pero como desentendido. Aquellos ojos sonadores se en- contraron con los mios : pero apenas parecio que lo nota- sen. Si: yo no podia menos de confesarmelo : la cria- tiira a quien miraba como una deidad era poco sensible ; pero I como sustraerse al encanto de su hermosura ? j Aqnel rostro acabado, aquel cuerpo candoroso y esbelto, aquella espesa cabellera castana, aquellos raismos extranos ojos NI PAR A QUERER, NI PARA CAS ARSE 57 negros ! j No liabia de seguro en el mundo una mujer que le fuese comparable ! Me dio su mano al despedirse de mi : una mano pe- quena, suave y elegante. Dificilmente pude contener mi deseo de imprimir en ella mis labios ; dificilmente pude resistir la tentacion de decirle en aquel mismo instante que por meses enteros ella habia ocupado unicamente mi pensamiento ; pero si siempre hubiera sido incauta seme- jante confesion en una primera entrevista, mas que nunca lo era en aquellos instantes, cerca de la vieja Teresa que padecia cerca de mi, sin que el dolor, sin embargo, la ena- genase de modo que no tuviera puestos los ojos sobre to- dos mis movimientos. Me limite d expresar mi deseo de poderles ser u.til en algo, y con una inclinacion de ca- beza, me retire discretamente. Pero nuestras manos se habian ya enlazado : \ ya Paulina y yo no eramos por mds tiempo dos extranos ! N'o fue la dislocacion de Teresa tan grave como ella imaginaba ; pero la obligo k quedarse en la casa algunos dias. To habia creido que la reclusion de Teresa me ayu- daria en algun modo d estrechar mi amistad con su joven senora ; pero el resultado no respondio a mis esperanzas. En los primeros dias no supe que Paulina saliese de casa. Una 6 dos veces me encontre con ella en las esca- leras y, fingiendome interesado en la curacion de su cria- da, la retuve conversando breves momentos. Me pareci& que era excesivamente timida, tan timida que la conver- sacion que hubiera yo anhelado prolongar, d los pocos ins- tantes mona naturalmente. No era yo bastante vanidoso para atribuir su cortedad y reticencia a la misma causa que me hacia ruborizar y tartamudear al hablarle d ella. 58 MISTERIO • • • Por fin, una maiiana la yi salir sola de la casa. Tome el sombrero y f ui en su seguimiento. Estaba dandose pa- seos por la acera f rente a la entrada. Me acerque d ella, y, despues de mi usual pregunta por la salud de Teresa, me mantuve a su lado. Era precise hacer de mode que nuestras relaciones quedasen mas adelantadas. — I No hace mucho que esta Yd. en Inglaterra, Miss March? dije. — Algtin tiempo, algunos meses, me replico. — ^Yo la vl a Yd. esta primavera en Turin, en la igle- sia, en San Giovanni. — Paulina alzo los ojos, y los fijo en los mios con una mirada peculiar y perpleja. — Estaba Yd. alii con su criada, una manana, anadi. — Si, ibamos alii a menudo. — Yd. es inglesa i no es cierto ? ^ su nombre al menos no es italiano ? — Si, soy inglesa. Hablaba como si no estuviese enteramente segura de lo que decia, 6 como si el asunto de la conversacion le fuese indiferente. — ^Yd. yive aqui : i Yd. no vol vera a Italia ? — ^ISTo se ; no puedo decir. No podia yo prometerme menos de mi interlocutora. Muchas tentativas hice para conocer algo de sus costum- bres y aficiones. i Tocaba ? i cantaba ? ^le agradaba la mti- sica, la pintura, el teatro, los viajes, las flores ? i Tenia muchas amistades ? Todo esto halle manera de pregun- tarle, directa 6 indirectamente. No eran satisfactorias sus respuestas. C evadia mis preguntas, como si tuviese determinado que yo no supiese nada de ella, 6 las respondia como si no las entendiese. NI FAEA QUEEEB, NI PAEA CASAESE 59 Muchas de ellas le causaban una extraneza visible. Tan gran misterio era para ml Paulina al acabar nuestro pa- seo como al comenzarlo. Lo linico que de ella me alentaba es que no parecia deseosa de esquivar mi compania. Una y otra vez pasamos por delante de nuestra casa sin que mostrase inteneion de entrar, como, a querer verse libre de mi, pudo haber heclio. No habia en sus aderaanes la menor apariencia de coqueteria : muy quieta y reservada me iba pareciendo, pero muy natural y sencilla ; j y era ella tan hermosa, y yo estaba tan ardientemente enamo- rado ! No tarde mucho en apercibirme de que los ojos tena- ces de la vieja Teresa nos acechaban desde las persianas de la sala ; sin duda se habia levantado de su cama para ver que su senora no cayese en alguna malandanza. Me monto en ira el espionaje ; pero era atin demasiado pron- to para iibertarme de el. Antes de que Teresa pudiese cojear de puertas af uera, volvi a hablar con Paulina mas de una vez de aquel mis- mo modo. Yeia con regocijo que parecia alegrarse cuan- do me unia a ella. Mi principal dificultad era hacerla hablar. Oia tranquilamente cuanto yo le decia, pero sin comentarioj ni mas replica que un " si " 6 un " no." Si, por rara casualidad, me hacia una pregunta 6 decia una f rase mas larga que las habituales en ella, no crecia en dnimos con eso, sino que volvia al punto a su lenguaje apatico. Atribuia yo gran parte de esto a cortedad de Paulina y d su vida retirada, pues la unica persona con quien viese yo que hablaba era aquella terrible Teresa. No habia gesto 6 palabra de Paulina que no revelasen su buena crianza y cultura ; pero me sorprendia en ver- 60 MISTEBIO .... dad su ignorancia en cosas de letras. Si citaba yo nn autor 6 mencionaba un libro, no tomaba cuenta de ello ; 6 me miraba como si mi alusion la sorprendiese, 6 eomo si se avergonzara de su ignorancia. Aunque habia logrado verla yarias veces, no estaba yo satisfecbo de mi adelanto, y sabia qne no babia dado ann con la clave de su natura- leza. Is'o bien sano de su rodilla la adusta criada, 6 compa- nera, oi grandes nuevas. La duefia de la easa me pre- gunto si conocia yo a algun amigo d quien recomendar la casa, algun amigo de mis costumbres, decia la buena se- iiora ; porque Miss March iba a mudarse, y la duena pre- feria alquilar los aposentos a un caballero. No me quedo duda de que aquel era un ardid de la bellaca de Teresa. Cuantas veces se eneontro conmigo por las escaleras, me Labia asaeteado con los ojos. Cuando le preguntaba como iba de su caida, me respondia agria- mente. No cabia duda de que era mi enemiga ; de que Labia caido en la cuenta de mi aficion por Paulina y ba- tallaba por apartarnos. No tenia yo modo de saber d cuanto alcanzaban su autoridad e influencia sobre la jo- ven ; pero hacia tiempo ya que no la tenia como una mera criada. La noticia de la mudanza proxima de mis veci- nas me convencio de que, si queria yo llevar a termino feliz mi amor a Paulina, tenia que entrar en algun arreglo con aqueila desapacible guardadora. Aquella misma noclie, al oir que bajaba, abri la puerta de golpe y me encare con ella. — Senora Teresa, dije, con remilgada cortesania, i me hace Vd. el favor de entrar en mi cuarto ? Deseo ha- blarle. NI PARA QUEREB, NI PARA CASARSE 61 Fijo en mi una de aqiiellas miradas suyas, suspicaces y rapidas ; pero accedio d mi ruego. Cerre la puerta y le acerque una silla. — I Como Ydi su pobre rodilla ? le pregunte afectuosa- mente en italiano. — Ya bien, seiior, me respondio con su voz breve. — I No quiere Vd. acompanarme d tomar una copa de vino dulce ? Lo tengo a mano. Muy mal parecia quererme Teresa ; pero no me hizo objecion alguna, sino que paladeo gustosamente la copa que le tendi. — I T Miss March, estd bien ? No la he visto hoy. — Estd bien. — De ella es de quien quiero hablar d Vd. : ^ no lo ha adivinado ? — Lo habia adivinado, me dijo, con una mirada eole- rica lien a de desafio. — Si, continue ; sus ojos vigilantes y fieles han pene- trado lo que yo no tengo ningtin deseo de ocultar. Quie- ro a Paulina. — A ella no se la puede querer, dijo Teresa abrupta- mente. — I Como no se ha de querer a una criatura tan her- mosa ? La quiero, y me casare con ella. — Ella no se puede casar. — Oigame bien, Teresa. He dicho que me casare con ella. Soy conocido y rico. Tengo cincuenta mil liras al ano. Mi renta anual, que reducida a la moneda de su pais debia de parecerle considerable, causo en ella el efecto que yo habia esperado. No me mostraban sus ojos, por 62 MISTERIO .... cierto, mayor amistad ; pero su mirada de asombro y aca- tamiento repentino me revelaron que habia dado con el talon de aquella aya in vulnerable : la codicia. — Digame ahora por que no puedo yo casarme con Paulina. Digame d quien debo ver para pedirla en ma- trimonio. — Con ella no puede haber matrimonio. Ifada mds pude obtener de Teresa. ITada quiso de- cirme sobre la familia 6 los amigos de Paulina. !Nada mas sino repetirme que no podia querer, ni casarse. Solo un recurso me quedaba por tentar. La avida mirada de Teresa cuando le hable de mi renta me sugirio este pensamiento. Tenia que descender al ardid vulgar de comprar la voluntad de la duefia. ; El fin justifica los medios ! Es costumbre mia, cuando ando en viajes, llevar con- migo una buena sum a de dinero. Saque de mi cartera un mazo de billetes de banco, y conte cien libras esterli- nas en billetes nuevos. Cayo sobre ellos el ojo hambrien- to de Teresa. — I Sabe Yd. cuanto hay aqui ? le dije. Con una in- clinacion de cabeza me indico que lo sabia. Corri hacia ella dos de los billetes. Su mano descarnada parecia que- rer abalanzarse sobre ellos. — Digame quienes son los amigos de Miss March, y tome para Vd. esos dos billetes. Todo cuanto Vd. ve aqui sera suyo el dia en que Miss March y yo nos casemos. Por algunos momentos se estuvo la italiana callada ; pero bien veia yo que la tentacion le iba ganando el dni- mo. Le oi entonces murmurar : " j 50,000 liras ; 50,000 al ano ! " El encanto obraba. Por fin se puso en pie. m PARA QUERER, NI PARA CASARSE 63 — I No quiere Yd. tomar este dinero ? le pregunte. — ^No puedo. 1^0 me atrevo. De veras no puedo. Pero .... — I Pero que ? — Yo escribire. To dire todo lo que Yd. me dice al Doctor. — ^Al Doctor? ^Quien es el Doctor? Yo mismo puedo verlo 6 escribirle. — I He dicho el Doctor ? Se me ha escapado. No ; Yd. no debe escribir. Yo le preguntare y el decidird. — I Escribird Yd. en seguida ? — En seguida. Y Teresa, echando sobre las dos libras los ojos avariciosos, se volvio como para salir. — I Porque no se lleva los billetes ? le dije, poniendo- selos en la mano. Con febril alegria se los escondio en el seno. — Digame, Teresa, segui melosamente : i Yd. cree que Miss March, que Paulina, piensa algo en mi ? — I Quien sabe ? respondio la anciana con un tonillo petulante. Yo no se : pero le digo otra vez que ella no esta para querer, ni para casarse. i Ni para querer, ni para casarse ! Di suelta a la risa cuantas veces me acorde de aquella adivinanza de Teresa. Si en la tierra habia alguna criatura que, por sobre todas las derads, estuviesa hecha para el amor y el matrimonio, Paulina era! gQue queria darme a entender Teresa? Me vino entonces d la memoria el fervor con que rezaba aquella manana en San Giovanni ; y di por seguro que Teresa era una ardentisima catolica, y queria que Paulina tomase el velo. Por de contado que era eso ; eso lo ex- plicaba todo. 64 MISTEEIO .... Luego que tuve compracla d Teresa, todo yo ful nil Castillo en el aire, imaginando que iba a gozar a mis. an- chas de la compania de Paulina, sin interrupciones ni espionaje. La criada habla tornado mi dinero, y sin duda liaria por complacerme para aumentar su tesoro. Si po- dia persuadirla a que me dejase pasar algunas lioras al dia al lado de Paulina, nada tendria yo que temer de la hostilidad de Teresa. El soborno era cierto, y aunque a mi mismo me avergonzaba haber acudido a el, no podia yo dudar de su eScacia. Tuve que aplazar para la noclie siguiente mi primera amorosa tentativa, porque en la manana me Uamaba un pequeno quehacer urgente, que me tuvo de un lado para otro algunas horas. Atonito me quede al oir a mi vuelta que mis vecinas se habian mudado de casa. K'o tenia idea la senora de donde pudiesen haber ido. Teresa, que parecia ser la que manejaba los dineros, pago y se fue con Paulina. Xada mas podian decirme. Me deje caer en una silk maldiciendo de la alevosia italiana ; pero como pensase al mismo tiempo en la italiana codicia, no perdi por completo la esperanza. Acaso Te- resa me escribiria 6 vendria a verme. Yo no Labia olvi- dado las anhelosas miradas que lanzaba sobre mis billetes de banco. Pero dia sobre dia paso sin que llegase a mi recado 6 carta. Emplee todos aquellos dias, en sn mayor parte, vagan- do por las calles con la esperanza van a de encontrarme con las fugitivas. Solo despues de haberla perdido por segunda vez vine a saber cuanto queria a Paulina. !No puedo describir apropiadamente aquel ardiente deseo mio de volver a ver su hermoso rostro. Temia yo, sin em- NI PARA QUERER, NI PARA CAS ARSE 65 bargo, que tanto amor no fuese compartido : a haber sen- tido Paulina por ml el mds ligero interes i como me hu- biera abandonado de aquel modo secreto y misterioso? Tenia aun que conquistar su corazon : fuera del suyo, no habia amor en la tierra que me pareciese de valor al- guno. Hubiera vuelto k mis antiguas habitaciones de la calle Walpole, d no temer que, si dejaba las de " Maida-vale," pudiera Teresa, fiel a su compromiso, venir y no liallarme. Diez lentos dias habian corrido ya desde la fuga, y co- menzaba yo d perder toda esperanza, cuando recibi una carta. Estaba escrita en elegante estilo italiano, y firmada por Manuel Ceneri. Solo decia que el firmante " tendna la honra de venir d verme d las doce del dia siguiente." Del objeto de la visita no hablaba ; pero bien sabia yo que solo nno podia ser, nno solo : el deseo que me llenaba el corazon. Teresa, al fin, no me habia sido desleal. Paulina seria mia. Es- pere con febril impaciencia la aparicion de Manuel Ce- neri. Acababan de dar las doce cuando me anunciaron su Uegada, y se abrieron para el las puertas de mi aposento. Al instante lo reconoci : era el hombre de edad mediana y espalda robusta que habia hablado con Teresa bajo el toldo de San Giovanni en Turin. Sin duda era el Doc- tor de quien Teresa me habia hablado, como del drbitro de la suerte de Paulina. Se inclino cortesmente al entrar; me midio de una mirada, como queriendo recoger en ella cuanto mi aspecto le pudiese revelar de mi, y ocupo la silla que le indique. 66 MISTEEIO .... — Xo pido d Yd. excusa por esta visita, me dijo, por- que sin duda sabe Yd. a lo que vengo. Me hablaba en buen ingles ; pero con el acento ex- trangero muy mareado. — Ci'eo adivinarlo. — Soy Manuel Cenerl, medico. Mi hermana era la madre de Miss March. Por Yd. acabo de venir de Ge- neva. — ^Yd. conoce ya entonces mi deseo, el gran deseo de mi yida ? — Si, lo conozco : Yd. desea casarse con mi sobrina. Yo tengo, Mr. Yaughan, muclias razones para desear que mi sobrina perraanezca soltera ; pero la peticion de Yd. me ha hecbo alterar mi proposito. Corao de una paca de algodon trataba el tio de la suerte de Paulina. — En pi-imer lugar, anadio, me dicen que Yd. es de buena f amilia y rico. i Es esto cierto ? — Mi f amilia es distinguida. Estoy bien emparenta- do, y puedo ser considerado rico. — Supongo que me dard Yd. pruebas de su f ortuna. Hice una seca inclinacion de cabeza, y en una hoja de papel escribi a mi apoderado, autorizandole ^ informar ampliamente al portador sobre mis bienes. Ceneri doblo la esquela, y la guardo en su bolsillo. Puede ser que me conociese el enojo que me inspiraba la mereenaria exigen- cia de sus preguntas. — Me veo obligado d ser muy cauto en esta materia, dijo, porque mi sobrina no posee nada. — No espero ni deseo nada. — Antes era rica, muy rica ; pero bace mucbo ya que m PARA QUERER, NI PARA CASARSE 67 perdio toda su fortuna. ^ Vd. no deseard saber cuando 6 corao ? — Eepito mis palabras. Wi espero ni deseo nada. — Bien, pues. No tengo derecbo a rehusar su oferta. Aimque Paulina tiene mucbo de italiana, su educacion y costumbres son inglesas. Un marido ingles le convendra mejor. ^ Vd. no le ba bablado todavia de su carino? — No be tenido oportunidad de bablarle. Lo bubiera becbo sin duda, pero al comenzar nuestra amistad, la ale- jaron de mi. — Si ; mis ordenes a Teresa eran terminantes. Solo periniti a Paulina que viniese a vivir en Inglaterra a con- dicion de que obedeciese en todo d Teresa. Aunque aquel bcmbre bablaba como quien tenia au- toridad absoluta sobre su sobrina, ni una sola palabra ba- bia dicbo que revelase afecto. Pudiera baberse creido que le era total mente extrana. — ^Pero supongo que abora me sera permitido verla? dije. — Si, con ciertas condiciones. El bombre que se case con Paulina March debe contentarse con tomarla tal como es. No debe bacer preguntas, no debe inquirir nada de Bu nacimiento y familia, no debe averiguar nada de su in- fancia. Ha de contentarse con saber que es bella, y que la ama. i Bastara esto ? Tan extrana era aquella pregunta que, d pesar de la vebemencia de mi pasion, vacile. — Esto mas dire, anadio Ceneri : es buenay pura : su cuna es tan limpia como la de Yd. Es huerfana, y no tiene mds pariente cercano que yo. — Estoy satisfecbo, dije, tendiendole mi mano, como 4 68 MISTEEIO .... para sellar el pacto. Deme Yd. a Paulina; nada mas quiero saber. I Porque no habia de estar yo satisfeclio ? i Que ne- cesitaba yo saber de su familia, sus antecedentes 6 su his- toria ? Con tan arrebatada aficion deseaba yo llamar mia a aquella hermosa criatura, que ereo que aunque Oeneri me hubiera dicbo que era impura e indigna entre todas las mujeres, yo le habria replicado : " Venga d mi, y em- pezard de nuevo la vida como esposa mia." j Los liombres hacen cosas tales por amor ! — Mi proxima pregunta va a asombrar a Vd., Mr. Vaughan, dijo el italiano, retirando su rnano de la mia. Vd. quiere a Paulina, y yo no ereo que ella lo mire a Yd. con desagrado. Se detuvo : yo esperaba con ansiedad. — ^Permitiran a Yd. sus asuntos casarse inmediata- mente ? i Puedo a mi vuelta al continente dejar ya por completo la suerte de Paulina en sus manos ? — Hoy mismo me casaria con ella si fuese posible, ex- clame. — ^No ; no necesitamos andar con tanta vehemencia ; pero I pudiera ser pasado manana ? Clave en el mis ojos. Apenas podia creer en lo que ola. i Estar unido a Paulina dentro de unas cuantas bo- ras ! ; Algtin dolor debia existir en el fondo de aquella felicidad ! Ceneri debia ser loco. Mas i como, aunque fuese de las manos de un loco, podia yo rehusar mi Ven- tura ? — Pero yo no se si ella me quiere : i consentira ella ? tartamudee. — Paulina es obediente y bara lo que yo desee. Yd. m PARA QUERER, JSTI PARA CASARSE 69 pnede ganar su carino despues de su matrimonio, en lugar de antes. — Pero g pnede liacerse el matrimonio con tan poco tiempo ? — Entiendo qne se venden nnas licencias especiales. Yd. se asombra de mis indicaciones. Me es forzoso vol- ver a Italia sin perdida de tiempo. Dejo el caso al jnicio de Vd. : i puedo, en estas circunstancias, dejar a Paulina aqni sin mas que una criada que la caide ? No, Mr. Vaughan : aunque parezca extrano, 6 la dejo unida a Vd., 6 tengo que llevarla conmigo. Esto ultimo pudiera ser peligroso para Vd., porque aqui solo mi voluntad teugo que considerar, mientras que fuera de aqui pudiese haber otros a quienes consultar, y acaso yo mismo mudase de proposito. — Veamos a Paulina, y preguntemosle, dije levantan- dome impetuosamente. ■ — Vamos, me dijo con gravedad Ceneri : vamos aliora mismo. Hasta aquel instante Labia estado yo sentado con la espalda a la ventana. Al volverme a la luz observe que el italiano me miraba con particular fijeza. — Me parece recordar a Vd., Mr. Vaughan, aunque no puedo liacer memoria de donde lo lie visto. Dij'ele que debia haber sido a la salida de San Giovanni mientras estuvo el hablando con Teresa. Ee- cordo el incidente, y parecio satisfecho. En el primer carruaje que nos vino a mano fuimos a la nueva casa de Paulina. No era muy lejos. Me maravillaba de no haber ha- llado 4 Paulina 6 d Teresa en mis excursiones. Tal vez 70 MISTEEIO .... ninguna de ellas habia salido de su casa, para evitar mi encuentro. — I Querria Vd. esperar nn momento en el corredor, me dijo al entrar Ceneri, mientras anuncio sn llegada a Pau- lina? Un mes hnbiera esperado en el mds hondo calabozo por semejante recompensa : me sente, pues, en la brunida silla de eaoba, dudando de estar en plena posesion de mis sen- tidos. Aparecio entonces Teresa, mirandome con ojos no me- nos hostiles que antes. — I He cumplido mi palabra ? me dijo en voz baja, en italiano. — La ha cumplido Yd., no lo olvidare. — Yd. me pagara y no tendra nada que decir de mi ; pero oiga bien lo que le digo otra vez : la senorita no esta para querer, ni para casarse — \ Yieja supersticiosa y loca ! I Habian de encerrarse acaso en un monasterio los encan- tos de Paulina ? Sono una campanilla y m.e dejo Teresa, que reapare- cio a los pocos momentos, para guiarme a una babitacion en el piso inmediato, donde me aguardaban mi bermosa Paulina y su tio. Levanto ella sus ojos negros y sonado- res, y los fijo en mi : el mas vanidoso enamorado no bu- biera podido lisonjearse de ver reflejada en ellos la luz de su ternura. Habia yo esperado que el Doctor Ceneri nos dejaria d solas para entendernos con la necesaria holgura ; mas no file asi. Me tomo de la mano, y con ademan solemne me condujo hasta su sobrina. — Paulina, tti conoces i este caballero. m PARA QUEEEE, NI PARA CAS ARSE 71 Ella inclino la cabeza. — Si, dijop le conozco. — Mr. Vaughan, continuo Ceneri, nos hace la honra de pedirte por esposa. No podia yo permitir que toda mi corte f uese heclia por apoderado, y adelantando un paso y tomando sa maiio en la mia : — Paulina, murmure, la quiero d Yd. : desde el pri- mer momento en que la vi la quise : i quiere Vd. ser mi esposa ? — Si, si Yd. lo desea, me respondio suavemente, pero que sin que se alterase siquiera el color de su rostro. — Yd. no puede quererme todavia; pero me querra pronto : i verdad que me querra ? Ifo respondio a aquella pregunta que con ansiosa voz de suplica le hice ; pero ni dio muestras de recbazarme, ni trato de libertar su mano de la mia. Tranquila como siempre y silenciosa estaba oyendo mis f ervidas palabras ; pero yo ceni su cuerpo con mi brazo, y la bese en los labios apasionadamente : solo cuando mis labios tocaron los suyos vi subir el color d sus mejillas, y senti que la emocion precipitaba los latidos de su seno. Se desasio de mi brazo, miro d su tio, que habia pre- senciado impasible aquella escena, como si nada hubiese en ella de extraordinario, y salio d pasos rapidos del cuarto. — Creo que haria Yd. bien en irse aliora, me dijo Ce- neri. Yo lo arreglare todo con Paulina. Preparelo Yd. todo para pasado inanana. — Es demasiado pronto. — Es; pero ha de ser asi. No puedo esperar una 72 MISTERIO .... hora mas; mejor es que me deje Yd. ahora y vuelva manana. Sail de alii en agitacion extraordinaria, y sin saber que haria. Grande era la tentaeiou de llamar mia a Paulina en un plazo tan corto ; pero en cuanto a su amor por mi has- ta entonces, no podia yo enganarme. Yo podia, sin em- bargo, como decia Ceneri, conquistar sa carino despues de casarnos. Todavia dudaba : j era tan extrana toda aquella prisa ! Por vivo que f uese mi deseo de poseer a Paulina, me bubiera sido mas grato haberme cerciorado de su amor antes de nuestra boda : i no seria mejor que eu tio se la llevase a Italia, y seguirla alia y eonvencerme de que me queria ? Si, esto era lo prudente ; pero me asaltaba al punto el recuerdo de la amenaza de Ceneri : si se llevaba ^ Italia a su sobrina, podria cambiar de in- tencion, y yo, por encima de todo, estaba desesperada- mente enamorado de Paulina ; de su bermosura seria tal vez, pero yo estaba enamorado locamente. El destino nos ba reunido. Dos veces habia buido de mi : esta tercera vez me la ofrecian sin reserva. Yo era bastante supersticioso para temer que si rechazaba 6 posponia su posesion, per- deria a Paulina para siempre. Xo : suceda lo que quiera, dentro de dos dias sera mi esposa ! La vi al dia siguiente, mas no sola : Ceneri estuvo con nosotros durante toda la visita, en la cual Paulina se mostro afable, y como siempre, corta y languida. Yo te- nia mucho que hacer, mucbo d que atender. Nunca se preparo una boda en tan corto espacio ni de tan extrana manera como aquella. A la nocbe todo estaba ya arregla- do, y d las diez de la manana siguiente Gilberto Vaugban NI PARA QUERER, NI PARA CAS ARSE 73 y Paulina March eran ya marido y mujer. Aquellas dos criaturas que, reuniendo sus apresuradas entrevistas, no se liabian hablado acaso tres horas en toda su existencia, es- taban ya ligados, ligados para la fortuna 6 la desdicha, liasta que quisiera separarlos la muerte. Ceneri se despidio de nosotros apenas termino la cere- monia, y Teresa, con asombro mio, anuncio su intencion de acompanarlo. No dejo por eso de recoger de ml la prometida recompensa, que no le escatime por eierto. El deseo de mi corazon era poseer a Paulina, y con su ayuda lo babia realizado. Solo ya entonces con mi hermosa compaiiera, empren- dimos camino hacia los lagos escoceses, para comenzar alU aquella dulce estacion de los primeros amores que hubiera debido enagenar nuestras almas antes de dar el paso decisivo. CAPlTULO V FOR LEY, NO POB AMOK, Ni el orgullo j ventura que sentia al ver a Paulina d mi lado en el wagon que nos Uevaba al Norte, ni la sa- tisfaccion de haber unido a mi vida la de una corapaiiera tan liermosa, ni la veliemencia misma de mi amor por la exquisita criatiira que acababa de consagrarse a ml para sierapre, pudieron apartar un memento de mi memoria la extrana condicion impuesta por Ceneri : " El hombre que se case con Paulina March ha de tomarla como es ; no ha de conocer nada de su vida pasada." Ni un solo instante pense que semejante acuerdo hu- biera de ser tomado d la letra. No bien hubiese yo logrado hacerme amar de Paulina, ella misma desearia, sin duda, contarme toda su historia; nada tendria yo que preguntarle, sino que ella me lo con- fiana naturalmente : i una vez que hubiera ella aprendi- do el secrete de amor, todos los demas secretes cesarian entre nosotros ! Ilermosisima parecia mi mujer, reclinada la elegante cabeza sobre el pailo oscuro que vestia el interior del wagon. En aquella postura sobresalia la correccion de BUS finas facciones. Su rostro estaba como de costumbre. POR LEY, NO FOR AMOR. 75 palido y tranqiiilo, y sus ojos bajos : ; y aquella miijer de tan perfecta belleza que daba orgullo amarla y ciiidar de ella, era — ; con cudnta dulzura me lo decia yo en voz alta, como para olrme yo mismo ! — era mi esposa ! Sospeclio, sin embargo, que nadie nos babria torna- do por dos recien casados : no daban senas, por lo menos, de haberlo notado nuestros companeros de viaje, ni se to- caban con el codo, ni cambiaban sonrisas, ni ecliaban sobre nosotros miradas de inteligencia. Tan apresurada habia sido la ceremonia que no se penso en ataviar a Paulina con las galas usuales en las bodas. Su vestido, aunque elegante y agraciado, era el mismo con que la Labia vis- to otras veces. Ni ella ni yo Uevabamos esos nuevos arreos que d las claras publican que se va en luna de miel : no atraiamos, por lo tanto, mas atencion que la que inevi- tablemenfce imponia la beldad peregrina de mi esposa. Estaba el departamento del wagon casi lleno cuando salimos de Londres ; y como la extraiieza de nuestras nue- vas relaciones no nos permitia mantener una conversa- cion trivial, por mutuo acuerdo ibamos Paulina y yo calla- dos : Unas cuantas palabras carinosas en italiano f ue todo lo que me decidi d decirle hasta que nos vieramos al fin solos. En la priraera estacion de importancia, en que el tren se detuvo algtin tiempo mas que de ordinario, logre, me- diante un discreto soborno, que nos mudasen d otro de- partamento de un wagon cercano, protegido de intrusos por el cartelon mdgico : " Ocupado." i Solos estdbamos Paulina y yo ! Tomdndole la mano amorosamente, — i Mi mujer al fin ! le dije con pasion : j mia, mia solo, para siempre ! 76 ~ MISTEEIO .... Su mano yacia entre las mias como abandonada e in- sensible. Acerque mis labios a su mejilla. Ni la bizo estremecer mi beso, ni me lo pago con otro snyo : lo su- f rio nada mas. — i Paulina I murmure ; ; dime una vez, " Gilberto, mi marido ! " Eepitio mis palabras como un niiio que aprende una leccion. Desf alleci al oir aquel acento frio. ; Kuda tarea me esperaba ! To no podia culpar a Paulina: j^por que babia de amarme todavla, a mi, cuyo primer nombre oyo acaso ayer por la primera vez ; mejor, mucho mejor, la indiferen^ cia que el amor finjido ! Solo era mi esposa porque su tio lo babia deseado. Me consolaba al menos la certeza de que no se la babia obligado al matrinionio, ni, en lo que yo podia alcanzar, daba muestras de verme con dis- gusto. Xo desaspere un instante. Humilde y reverente- mente tenia que solicitar su cariiio, como todo bombre ba de pedirlo a la que ama. Casado ya con ella, al menos, no estaba en peor posici&n que cuando vivia en su misma casa, con los ojos relampagueantes de Teresa suspendidcs siempre entre sus encantos y mis ojos. To me bana merecedor de su ternura, pero basta que la suya no recompensase la mia libremente, determine no importunarla con famiUaridades enojosas ; y de cuantos por mi condicion de esposo suyo me pertenecian, solo un derecbo use, una vez nada mas. \ Un beso, solo un beso, queria de ella ! — ; Ob ! i me bara tanto bien ! pero si quieres esperar a conocerrae mejor, yo no me quejare : espera. Se inclino, y me beso en la f rente. Eojos y encendi- FOR LEY, NO FOE AMOR 77 dos eran sus labios jovenes ; pero ^^irtieron frio en todas mis venas, pues no Labia en aquel beso asomo reaioto de la pasion que me animaba ! Deje escapar su mano, y sentado alin junto & ella, me dispuse a hacer cuanto pudiese agradar a la que amaba. Angustiado y sorprendido como me sentia, pude ocultar- I05 y procure con una conversacion natural y amena ir averigiiando con que clase de mujer me habia casado, y cuales eran sus aficiones y deseos, su disposicion, sus ideas y gustos, tratando en todo de que me mirase como &, quien con ardiente voluntad emplearia su vida en bacerla ven- turosa. I En que instante me asalto por primera vez la idea, la idea espantosa de que ni la peculiaridad y rareza de nuestra situacion bastaban a explicar la quietud y abando- no de Paulina, de que no dependia de timidez solamente aquella dificultad que tenia yo en lograr que me bablase, e inducirla a que respondiera a mis preguntas ? Me re- peti mil veces cuanto podia excusarla. Estaba cansada : estaba sorprendida: sus pensamientos no podian apar- tarse del paso brusco y siibito con que aquella mana- na habia sellado su suerte, m4s brusco para ella que para mi, porque yo sabia al menos que la amaba. Yo tambien deje al cabo de hablarle; y el tren rodaba, y boras y leguas pasaron penosas, sin que los tristes novios, sentados uno junto a otro, cambiasen una sola palabra, una sola caricia ! \ Extrana situacion ! ; extrano viaje ! Y por valles y montes, desprovistos d mis ojos de toda hermosura, rodaba el tren ligero ; por valles y montes, hasta que comenzo el crepiisculo a velar con su sombra el 78 MISTERIO .... movible paisaje : y yo miraba con ojos inquietos a la apd- tica y scdiictora criatura sentada a mi lado, pensando con angustia en la existencia que para ella y para ml tal vez se preparaba; mas no perdi toda esperanza, annqae el golpeo monotono de las riiedas del tren sobre los rieles, Uevando el alma en aquella bora oscura a un fantastico sueflOj parecia repetir sin cesar aquellas agrias palabras de la vieja Teresa : " Is i para amor ni para matrimonio esta Paulina ; ni para amor ni para matrimonio." Sombria era ya la noche af uera ; y al ver con que ex- trana serenidad resplandecia a la luz misteriosa del wagon el puro rostro bianco de mi companera ; al observar atenta- mente aquella expresion que no cambiaba nunca, aquella palidez igual y hermosa, comence a temer que estuviese envuelta en una armadura de hielo que ningun amor po- dria acaso deshacer. Postrado entonces, y oprimido el espiritu, cai en una especie de sopor, y lo ultimo que de aquella amarga velada pude recordar hasta el instante en que cerre los ojos, f ue que, a pesar de mi resolucion, tome aquella mano blanca, descuidada y fina entre las mias, y mientras dormi la tuve en mi mano. I Sueiio? Si, aquel fue sueno, si lo es lo que no es paz ni descanso ! Nunca, desde la noche en que lo oi, habia yo recordado con tanta claridad aquel tremendo gemido de mujer ; nunca hablan estado tan cerca mis suenos de la realidad del espanto que aterro aquella noche, alios atras, al pobre ciego ! Gran alivio sent! cuando aquel grito te- naz subio, y siguio subiendo, hasta que al fin vino d pa- rar en el silbido estridente con que anuncio la locomotora que estabamos ya cerca de Edimburgo. Abandone la mano de mi esposa, y volvi a mi senti- FOR LEY, NO FOR AMOR 79 do. Muy vivido debio ser aquel suefio, porque al desper- tar de ei, el sudor me inimdaba la f rente. Como nunca habia estado en Edimburgo y deseaba ver algo de la ciudad, tenia hecha intencion de pasar en ella dos 6 tres dias. Sngeri esta idea durante el viaje d mi es- posa, quien la acepto de tan descuidada manera que no parecia sino que tiempo y lugar le eran cosas punto menos que indiferentes. \ Nada, creia yo ya, nada despertaria 6U interes ! Fuimos al hotel y cenamos juntos. Los que nos hu- bieran visto habrian podido creer que a lo sumo seriamos amigos, pues no era nuestro trato mas intimo que el que la cortesia permite a un caballero que se halla incidental- men te en relacion con una senora. Paulina me daba gra- cias por cada una de mis pequenas atenciones, y de esto no se excedia. El viaje habia sido largo y penoso, y pa- recia fatigada. — Estas cansada, Pauhna, dije : g desearias ir d tu cuarto ? — Estoy muy cansada, me respondio casi dolorosa- mente. — Hasta mafiana entonces. Manana te sentiras me- jor, y saldremos d ver las cosas famosas de la ciudad. Se puso en pie, me dio la mano, y me deseo las buenas noehes. Y mientras ella se recogia en su aposento, sail yo 4 vagar por las calles, en que ya el gas esparcia su viva luz, recordando, lleno el corazon de pena, los sucesos de aquel extrano dia. I Marido y mujer ? ; Amarga burla de las palabras ! Porque en todo, fuera de los lazos legales, estabamos Pau- lina y yo tan apartados como aquel dia en que la vi en 80 MISTEEIO .... Tunn per la primera vez. Y, sin embargo, aquella ma- nana habiaraos jurado amarnos y atendernos el uno al otro hasta que la muerte quisiera separarnos. i Por que Labia obrado yo con tal aturdimiento, y creido a Ceneri bajo su palabra? gPor que no liabia esperado hasta cer- ciorarme de que Paulina me queria, 6 por lo menos de que no estaba enteramente privada de la facultad de que- rer ? Me lielaban el corazon aquella insensibilidad e in- diferencia suyas. Habia cometido una torpeza irrepara- ble : debia soportar sus consecuencias. Pero todavia es- peraba; esperaba, particularmente, en lo que la luz del nuevo dia pudiera hacer sentir a aquel adormecido cora- zon. Anduve de un lado a otro largo tiempo, reflexionando en mi extrana posicion, hasta quo al tin voM al hotel y me retire a mi aposento, que era uno de los que habia re- servado para nuestro uso, y quedaba al lado del de mi es- posa. Aleje de mi, en cuanto me fue j)osible, mis espe- ranzas y temores, y fatigado por los acontecimientos del dia dormi hasta la manana siguiente. No visitamos, no, los lagos, como habia yo imagina- do. Dos dias me habian bastado para comprender toda la verdad, todo lo que me era dado saber, todo lo mas que acaso Uegaria yo a saber nunca sobre Paulina. Ya era clara para mi aquella frase extrana que me repetia Teresa : "Is"i para querer ni para casarse esta Paulina'' : clara me era ya la razon porque el Doctor Ceneri habia estipulado que el marido de Paulina se contentase con tomarla como era, sin inquirir acerca de su vida pasada: j para Paulina, mi esposa, mi amor, no existia el pasado ! 6, por lo menos, no existia el conocimiento del pasado. POR LEY, NO FOR AMOR 81 Lentamente primero, Integra luego y d pasos veloces vino d mi la verdad. Ya sabia yo ahora como explicarme la mirada enigmatica y extrana de aquellos hermosos ojos ; ya sabia yo ahora la causa de la indiferencia y apatia de la mujer a quien amaba. Bello como la aurora era su rostro ; perfecto era su cuerpo como una estatua griega; apacible y suave era su voz ; pero aquello que anima y co- lora todos los encantos, la razon, le faltaba ! I Como jDodre yo describirla ? Locura es algo entera- mente diverso de su estado ; imbecilidad, menos aun : no encuentro palabra propia para j)intar aquella rara condi- cion mental. Era solamente que faltaba algo de su inteli- gencia, tan por entero como puede faltar del cuerpo un miembro. Memoria, salvo de sucesos comparativamente cercanos, no parecia tener ninguna. La facultad de racio- cinar, comparar y deducir le estaba al parecer negada : dijerase que era incapaz de darse cuenta de la importan- cia 6 trascendencia de lo que sucedia d su alrededor. ISo creo que le fuese dable sentir gozo ni pena : nada en verdad, parecia conmoverla. Ni en personas ni en luga- res se fijaba, a menos que se le Uamase la atencion sobre ellos. Vivia como por instinto ; se levantaba, comia, be- bia ,y acostaba como si no supiera lo que hiciese. Eespon- dia d las preguntas y observaciones que su limitada capa- cidad le permitia entender ; pero cuando se le hacian otras mds complicadas no las percibia, 6 fi jaba por un memento sus ojos timidos y turbados en el rostro del que le hablaba, dejandole tan curioso y sorprendido como me vi yo mis- mo la primera vez que observe en ella aquella inquisitiva y singular mirada. Y, sin embargo, Paulina no estaba loca. Podia una 82 MISTEBIO .... persona pasar en sn compaiiia Iioras enteras, sin que pu- diera en justicia decir de ella sino que era reservada y tnnida. Cuando hablaba, sus palabras eran las de una mujer enteramente cuerda ; aunque por lo coraun solo se oia su voz cuando las necesidadss diarias de la vida lo re- querlan, 6 cuando contestaba alguna pregunta sencilla. Tal vez no erraria yo mucho si comparase su niente a la do un nifio ; pero ; ay ! era la mente de un nino en el cuerpo de una mujer, y aquella mujer era mi esposa ! Por lo que alcanzaba yo a observar, la vida no le pro- ducia placer ni dolor. Si estudiaba la impresion que ha- cian en ella los agentes fisicos, veia que el frio y el calor la conmovian de una raanera notable : el sol le daba de- seos de salir de casa : el aire frio, de volver d ella. ISo era de ningun modo infeliz. La veia yo muy content a de estar sentada a mi lado, 6 de andar a pie 6 en carruaje conmigo horas enteras sin liablarme. Parecia ser la suya una existencia completamente negativa. Era afable y docil : obedecia todas mis indicaciones, accedia d todos mis planes, estaba dispuesta a ir a donde me pluguiese ; pero su sumision y obedieneia eran como las de un esclavo a un dueno nuevo. Me parecia que durante toda su vida liabia estado habituada d obedecer d alguien. Este liabito suyo fue la causa de mi engano, de que llegara yo casi a creer que me queria Paulina, pues no entendia que, d no ser asi, consintiera en nuestro matri- monio. Ahora vela yo que su pronta obedieneia a la or- den de su tio fue debida a la incapacidad de su mente para oponer resistencia alguna, y entender la verdadera significacion del lazo en que para toda su vida se la ataba. J Tal era Paulina, mi esposa ! mujer por su hermosura FOE LEY, NO FOR AMOR 83 y la gracia de su persona, nina por su mente nublada, in- terrumpida 6 aturdida ! j Y yo, su esposo, hombre fuerte y sediento de carino, no podia obtener de ella, acaso, mas que un afecto seraejante al que pudiera un niiio tenerpor su padre, 6 un perro por su dueno ! i Por que be de aver- gonzarme de decir que cuando conoci la verdad, la terrible verdad, me eche a llorar amarguisi ma mente ? 5 Y yo la amaba aun, despues de saberlo todo ! A ha- ber estado en mi mano, no hubiera desliecho mi matrimo- nio. Paulina era mi mujer, la nnica mujer que habia liecho jamas vibrar mi amor. Yo cumpliria el sagrado juramento: yo la amaria y cuidaria de ella hasta la muer- te. Su vida, al menos, seria tan venturosa eomo mis cui- dados pudiesen liacerla. Pero al mismo tiempo me iba yo jurando que aquel diestro doctor italiano y yo, nos ba- biamos de ver las caras ! A el, sentia yo que era necesario que lo \dese al punto. De el solo podia yo obtener todo3 los detalles : yo sabria de el si Paulina habia sido siempre como entonces era, si cabia alguna esperanza de que el tiempo y un metodo lento mejoraran un tanto su condicion : yo le haria confe- sar, ademas, la razon por que me habia ocultado la desgra- cia de Paulina, j Por Dios, me decia yo d mi mismo, que he de arrancar la verdad al Doctor Ceneri, 6 que le cos- tard earo escondermela ! Para mi no habia paz hasta no ver a Ceneri. Dlje d Paulina que era urgente nuestra innaediata vuelta d Londres. Ni mostro sorpresa, ni opuso objecion : comenzo d hacer al momento sus preparatives, y pronto estuvo lista para acorapanarme. Esta era otra peculiari- dad suya que no sabia yo como explicarme: en todo 84 MISTERIO • • • acto mecanico, era como las demas personas ; en su cui- dado personal, en sus preparatives de viaje, no necesitaba la menor ayuda. El mas cuerdo no hubiese becho sino lo que baeia ella : solo se notaba sn deficiencia intelectual en los actos que requerian el ejercicio directo de la mente. Estaba ya la manana adelantada cuando llegamos d la estacion de Euston : habiamos viajado toda la noehe. SoDrei con amargura al verme de nuevo en aqnel anden, pensando en el contrasfce entre mis tristes pensamientos y los de la dicbosa manana en qne, pocos dias antes, habia dado la mano para subir al tren a la esposa obtenida de una manera tan extraiia, angnrandome, al seguir tras ella con paso ligero, una vida de perfecta ventiira. i Cuan bella estaba, sin embargo, mi pobre Paulina, acompa- nandome sumisa a mi lado por el anden esj)acioso ! ; De que extrana manera contrastaban su aire reposado, su dis- tingiiido y apacible rostro, su aspecto general de indife- rencia, con el animado espectaculo que por todas partes nos rodeaba, al vaciar el tren en la vasta estacion su gran carga humana ! \ Oh, si me fuese dado desvanecer las nubes que envolvian su mente, y reconstruirla conforme a mi deseo ! No sabia yo al principio como habria de llevar ade- lante mis pesquisas : despues de meditar en varies planes, decidi llevar a Paulina d mis antiguos cuartos en la calle Walpole : conocia yo bien a los duenos de la casa y esta- ba seguro de que cuidarian de Paulina afectuosamente durante mi ausencia, pues era mi intencion, despues de reposar unas pocas boras, partir en seguida en busca de Ceneri. Yo habia anunciado desde Edimburgo d los bue- FOR LEY, NO FOR AMOR 85 nos dueiios de la casa de Walpole mi llegada y la de Paulina, y escrito ademas a mi leal Priscila rogandole que fuera a la casa d esperarmos: bien sabia yo que por serme agradable no habria atencion que Priscila no tuviese con mi infeliz companera: asi pues, d, Walpole fuimos. Todo estaba ya pronto para recibirnos : en los ojos de Priscila, que saciaba en nosotros sus miradas curiosas, vi que Paulina habia cautivado desde el primer momento sus simpatias. Luego que nos hubinios desayunado lige- ramente, rogue a Priscila que llevase a su cuarto a mi es- posa, para que reposase del viaje de la noelie. Paulina se puso en pie, con sii manera docil y aninada, y siguio a la buena vieja. — Cuando hayas acabado de atender a Paulina, dije a Priscila, vuelve, que quiero hablarte. No se bizo esperar por cierto. Le bullian en los la- bios las preguntas sobre mi inesperado matrimonio ; pero la expresion de mi rostro, que revelaba claramente mi tris- teza, detuvo su curiosidad. Se sento y, conforme d mi deseo, oyo mi relacion sin comentarios. Me era forzoso confiarme a alguien. Estaba yo segu- ro de que Priscila guardaria bien mi secrete, por lo que le dije todo, 6 la mayor parte de el. Le explique tan bien como pude el peculiar estado mental de Paulina ; le suge- ri cuanto en bien suyo me permitia pre veer mi corto co- nocimiento de ella ; y rogue d la criada, por el amor que me tenia, que me mirase con carino y me guardara bien en mi ausencia a la esposa a quien amaba. Asi me lo prome- tio sin reserva, y yo, mas tranquilo, dormi en el sofa algu- nas boras. 86 MISTEBIO .... For la tarde volvi a ver a PauHria. Le pregnnte si sabla adonde podia escribir a Cenerij y movio la cabeza. — Trata de pensar, hija mia. Apoyo en sa f rente las puntas de los dedos : ya habia yo notado que el tratar de pensar la perturbaba siempre mucho. — Teresa sabe, le dije para ayudarla, — Si, pregiintele. — Peru ya Teresa no esta con nosotros, Paulina. I Puedes decirme donde esta ? Movio otra vez la cabeza, como si nada pudiese Lallar en ella. — El me dijo que vivia en Genova, anadi : i sabes en que calle ? Yolvio hacia ml sus grandes ojos curiosos. Suspire, sabiendo bien, per aquel modo de mii^arme, que eran inutiles todas mis preguntas. Pero de todos modos, a Ceneri yo lo habia de encon« trar. Iria a Genova : si era medico, como me babia dicho, forzosamente lo conocerian en la ciudad ; si en Genova no podia dar con el, iria a Turin. Tome la mano de mi esposa. — Yoy a estar f uera por unos cuantos dlas, Paulina : tu estaras aqui hasta que yo vuelva. Todos te trataran bien ; Priscila te dara todo lo que quieras. — Si, Gilberto, me dijo con su voz siempre suave. To la Labia ensenado a que me llamase Gilberto. Di algunas instrucciones mas a Priscila, y emprendi viaje. Al ponerse en camino el carruaje que me llevaba de casa d la estacion, mire hacia la ventana del cuarto en que habia dejado 4 Paulina: jalli estaba mirdndome, y FOR LEY, FO FOR AMOR 87 se me llcno el alma de alegria, porque me parecio que sus ojos estaban tristes^ como los de algiiien que ve partir d uno a quien quiere ! Piiede liaber sido exageracioii de mi deseo ; pero como hasta entonces nunca habia visto yo expresion en ellos, aquella mirada en los ojos de Paulina fue un precioso caudal para mi viaje. i Y ahora, a Geneva, a verme cara a cara con Ceneri ! CAPlTULO YI EE3PUESTAS DESCOXSOLADOKAS A TODo vapor segul hasta Genova, donde comence al punto mis pesquisas para hallar a Ceneri, en la esperanza de dar con el sin gran dificultad. Me liabia dicho que ejercia en Genova su profesion, de manera que en la ciu- dad debia ser conocido. Pero qniso desorientarme, 6 me engaiio. Dia sob re dia anduve del alba a media noche por todas partes buscandolo : en los barrios ricos como en los pobres inquiri : no liabia un genoves que supiese de seme- jante hombre. Is'o bubo medico en la ciudad a quien yo no visitase : ninguno de ellos conocia al Doctor Ceneri. Me convene! al fin de que liabia usado de un nombre ficticio, 6 de que no vivia en Genova, pues por oscuro medico que fuese, algun otro medico de la ciudad liubiera, a la fuerza, debido conocerlo. Decidi ir a Turin y tentar alii fortuna. Era la vispera ya de mi partida. Andaba yo dando vueltas por las calles, Ueno el corazon de pena, e inten- tando persuadirme de que en Turin me cabria mejor suerte, cuando me fije en un hombre que a paso perezoso bajaba la calle por la acera opuesta. JS^i su rostro ni su andar me parecieron nuevos, y cmce la calle para verle mejor. Como Uevaba el traje obligado de los viajeros in- EESPUESTAS DESCONSOLADORAS 89 gleses, pense que era uno de ellos, y que me habia equivo- cado. Mas no me equivocaba : a pesar de su traje ingles, lo reconoci en cuanto estuve cerca de el. Era aquel fan- farron con quien Kenyon se habia trabado de palabras a la salida de San Giovanni, el que nos habia tenido a mal que mirasemos a Paulina con tanta insistencia, el que habia desaparecido por una calle vecina del brazo de Ce- neri. No era para perdida semejante ocasion : el, por lo me- nos, sabria donde podria yo hallar a Ceneri. Fiando en que su memoria de tisonomias no era acaso tan segura como la mia propia, y en que mi presencia no le haria re- cordar la escena de San Giovanni, me acerque a el, y, descubriendome atentamente, le pedi que me favoreciese con algunos instantes de conversacion. Yo le hablaba en ingles. Echo sobre mi una mirada penetrante y rapida, respondio d mi saludo, y, hablandome en mi propia lengua, se puso a mi servicio. — Estoy tratando de hallar la direccion de un caballe- ro que, segiin entiendo, vive en Genova : Vd. tal vez pue- da ayudarme. Se echo a reir. — Le ayudare si me es posible ; pero yo soy ingles lo mismo que Yd., y como conozco aqui a muy poca gente, temo que no le podre servir de mucho. — La persona a quien deseo vivamente hallar es un Doctor Ceneri. Todo me dijo al instante que habia reconocido el noni- bre : su moviraiento de sorpresa al oirme ; la mirada, poco menos que temerosa, que fijo al punto en mi. Pero un segundo le basto para disimular sus impresiones. 90 MISTERIO .... — ^Xo recnerdo a nadie de ese nombre. Siento no po- der ayudar a Yd. — Pero, le dije, esta vez en italiano, yo lo he visto a Yd. en compania del Dr. Ceneri. — Digo^ me replieo en tono petulante, que no conozco a nadie de ese nombre. Para servir a Yd. Se llevo la mano al sombrero y si^nio andando. No habia yo de dejarlo ir, por cierto, de aqnella mane- ra. Aligere el paso, y me uni a el. — Debo rogar a Yd. que me diga donde pnedo hallar- le. Tengo qne Lablarle de un asnnto de importaneia : es intitil que me niegue Yd. que es amigo de el. Parecio dudar, y se detuvo. — Es extrana la tenacidad de Yd., seiior. ^Qaerria Yd. decirme en que se funda para creer que soy amigo de la persona a quien busca ? — Le lie visto a Yd. en la calle de brazo con el. — ; Puedo saber donde ? — En Turin, la prim.avera pasada : a la salida de San Giovanni. Me miro entonces con mayor atencion. — Si, ahora recuerdo a Yd. Yd. fue uno de los jove- nes que insultaron alii a una senora, y a quienes jure cas- tigar. — Xo bubo alii insulto alguno ; pero aunque lo hubiese habido, pudiera ser que ya estuviese reparado. — I Que no hubo insulto ? Por menos de lo que me dijo alii su amigo de Yd. he matado yo a un hombre. — Se servira Yd. recordar que yo nada dije ; pero eso importa poco. Deseo ver al Doctor Ceneri sobre asuntos de su sobrina Paulina. RESPUESTJS DESGONSOLADOEAS 91 El rostro de aquel liombre se lleno de asombro. — I Que tiene Yd. que hacer con su sobrina ? me pre- gunto asperamente. — Eso lo sabremos el y yo : digame Vd. ahora donde puedo liallarlo. — I Como se llama Yd. ? me pregunto en voz breve. — Gilberto Yaughan. — ^Quien es Yd.? — Un caballero ingles : nada mas. Medito durante unos segundos. — Puedo llevar a Yd. a casa de Ceneri, dijo, pero antes necesito saber para que lo busea Yd., y porque ha usado Yd. el nombre de Paulina. La ealle no es buen lugar de hablar : yamos a otra parte. Lo lleve d mi hotel, a un cuarto donde podiamos ha- blar eomodamente. — Ahora, Mr. Yaughan, responda Yd. d mi pregunta, para que vea yo en que puedo ayudarlo. i Que tiene que hacer Paulina March en este asunto ? — Paulina March es mi esposa. De un salto se puso en pie. Un terrible juramento en italiano salio de sus labios contraidos. Su rostro estaba pdlido de rabia. — ; Esposa de Yd. ! grito. Yd. miente : digame que miente. Me levante, tan airado como el, pero mas dueno de mi. — He dicho a Yd., senor, que soy un caballero ingles. 6 me pide Yd. excusa por sus palabras, 6 por el cuello le hago d Yd. salir del cuarto. Parecio batallar con su ira, y sofocarla. 92 mSTEEIO .... — Le pido a Yd. excnsa : he heclio mal. i Lo sabe Ce- neri ? me pregunto en su tono rapido. — Ciertamente : el asistio a nuestra boda. Una vez mas parecio dominado enteramente por la ira. " / Traditore ! " le oi deeir varias veces con fiereza, como si solo las maldiciones de su propia lengna le pareciesen bastante vigorosas : '' ; Ingannatore ! " Y se volvio a mi con el rostro domado y compuesto. — Si eso es asi, no tengo mas que bacer que congratu- lar a Yd., Mr. Yaughan. Su foiinina es enyidiable. Su esposa es bella, y por supuesto, buena. Yd. hallara en ella una companera encantadora. Mucbo hubiera yo dado por saber la razon de que la noticia de mi matrimonio levantase en el tal tormenta de colera ; pero mas hubiese dado todavia por poder llevar a cabo mi amenaza de sacarle del cuarto por el cuello. El tono de sus ultimas palabras me indicaba que el estado mental de Paulina le era conocido. A duras penas snje- taba yo mis manos, muy ganosas de ejercitarse sobre aquel atrevido ; pero la idea de que sin su ayuda no podria dar con Ceneri me forzaba a contener mi colera. — Gracias, dije tranquilamente : espero que me de Vd. ahora los informes que necesito. — Xo es Yd. un recien-casado muy atento, Mr. Yau- ghan, me dijo en tono zumbon el atrevido. Su matrimo- nio ha debido ser reciente, pues me dice Yd. que Ceneri asistio a el. Supongo que seran negocios muy importan- tes los que han logrado arrancar a Yd. tan pronto del iado de su esposa. — Son negocios importantes. — Temo entonces que tenga Yd. que esperar algunos EESPUESTAS DESC0NS0LAD0EA3 93 dias. Ceneri no esta en Geneva ; pero creo que llegard dentro de una semana. Lo vere, y le dire que Vd. esta aqui. — Si Yd. me dice donde puedo hallarlo, yo le ire a ver. Necesito hablar con el. — Supongo que eso sera como el Doctor elija. I^o puedo hacer mas que decirle lo que Yd. desea. Saludo, y salio. Comprendi que todavia era dudoso que pudiera yo ver al extrano doctor : todo dependia de que el quisiese permitirlo. Podia volver a Geneva y salir de ella sin que yo lo supiese, a menos que su amigo 6 el no me lo participaran. Una ansiosa semana pase en estas esperas, y ya comen- zaba a dar por cierto que Ceneri no queria ponerse en mi camino, cuando una manana recibi una carta, que conte- nia estas palabras solamente : " Yd. desea verme : d las once ira a buscar a Yd. un carruaje. M. C." A las once estaba a la pueita del hotel un carruaje de alquiler, y el cochero preguntaba por Mr. Yaughan. Sin decir una palabra entre en el coche, que me Uevo d una casa pequena en las afueras. Me indicaron un aposento, y alii encontre al Doctor sentado a una mesa cubierta de periodicos y cartas. Se puso en pie al verme, y estrechan- dome la mano, me ofrecio asiento. — I Me dicen que Yd. ha venido a Geneva para verme, Mr. Yaughan ? — Si : deseaba hacer d Yd. algunas preguntas respecto d mi esposa. — Eespondere d todas las que pueda ; pero habrd mu- chas que indudablemente tendre que dejar sin responder. I Yd. recuerda la condicion que impuse ? 94 MISTERIO .... — Si; pero jpor que me oculto Yd. el estado mental de mi esposa ? — ^Vd. liabia hablado ya con ella varias yeces. Lo mismo estaba ella euando me la pedia Yd. en matrimonio que euando la ballo Yd. tan seduetora. Siento que se hubiese enganado Yd. mismo. — Pero I por que no me lo dijo Yd. todo ? Asi no hu- biera yo podido quejarme de nadie. — Tenia muchas razones para callar, Mr. Yaugban. Paulina era para mi una gran responsabilidad : soy pobre, y me ocasionaba grandes gastos. Pero, despues de todo, no veo que sea tan grave el caso. Ella es bella, afable y buena, y sera para Yd. una esposa am ante. — Lo que Yd. deseaba era verse libre de ella. — iSTo puedo decir que lo desease. Por razones que no me es dado explicar d Yd., me alegraba de casarla eon un ingles en buena posicion. — I Sin pensar en las torturas del ingles euando cono- ciese que la mujer a quien amaba era poco mas que una nina ? JS^o cuidaba yo de ocultar al Doctor mi indignacion ; pero Ceneri no parecia fijarse en ella, y conservaba toda su calm a. — Hay otra cosa que tener en cuenta. El caso de Paulina, en mi opinion, esta lejos de ser desesperado ; y la verdad es que yo siempre he creido muy probable que el matrimonio contribuyese mucbo a reponerla. La in- teligencia le f alta indudablemente en cierto grade ; pero creo que poco a poco podra ser reconstruida, 6 que le vuelva tan subidamente como la perdio. Conmovieron gratamente mi corazon estas palabras de RESPUESTAS DESCOFSOLADORAS 95 esperanza. Grande era la crueldad con que me liabian tratado; raero juguete liabia sido yo de planes egoistas; mas todo estaba dispuesto a llevarlo con placer si habia todavia en aquella desgracia alguna esperanza para mi. — I Pero Vd. me dara todos los detalles de la condicion de mi pobre mnjer ? i Ella no lia estado siempre como esta hoy ? — Cierto que no. Su caso es sumamente extrano. Hace algunos anos experimento una emocion extraordina- ria ; sufrio de repente una gran perdida, y desperto del cheque con la memoria de todo su pasado borrada por complete de su mente. Una pagina en bianco era su me- moria cuando se levanto despues de una enfermedad de algunas semanas. Todo lo habia olvidado : lugares y ami- gos. Podia decirse de su inteligencia, como Yd. dice, que era la inteligencia de un nino. Pero la mente de un nine se desarrolla, y si se la trata con cordura, la suya tambien se desarrollara. — I Pero la causa de su enfermedad ? i cual f ue la causa ? — Esa es una de las preguntas que no puedo responder. — Pero yo tengo derecho a saberlo. — ^Yd. tiene derecho a preguntar, y yo a negarme a responderle. — Hableme de su familia, de sus parientes. — No creo que tenga mas pariente que yo. Otras preguntas le hice, mas no me contesto cosa que merezca ser citada. Iba a volverme por lo visto a Ingla- terra en la misma ignorancia en que sali de ella ; pero hubo una pregunta que insisti en ver respondida clara- mente. 96 MI8TEEI0 .... — I Que tiene que hacer con Paulina ese amigo de Vd. ese italiano que Labia ingles ? Ceneri se encogio de hombros y sonrio. — j Macari ! : me es posible por fin contestar alguna pregunta de Vd. sin rodeos. Uno 6 dos anos antes qu^ la razon de Paulina se alterase, Macari se suponia enanio- rado de ella: ahora esta lleno de ira porque he permi- tido que se casase con otro. Dice que solo estaba espe- rando que Paulina volviese a la razon para hacerse querer de ella, — I Y no hubiera el servido a los propositos de Yd. lo mismo que parece los lie servido yo ? Ceneri clavo en mi su mirada. — ^Lo lamenta Yd., Mr. Yauglian? — No ; no, si hay la mas ligera esperanza de curacion. Pero Yd. me ha enganado vergonzosamente. Doctor Ce- neri. Me puse en pie para despedirme. Ceneri entonces me hablo en tono mas sentido que el que hasta entonces La- bia usado. — Mr. Yaughan, no me juzgue Yd. con mucha dure- za. He obrado mal con Yd., lo confieso. Hay cosas de que Yd. no sabe nada. Yo necesito decir a Yd. mas de lo que intentaba decirle. La tentacion de colocar d Pau- lina en una posicion de comodidad y riqueza fue irresisti- ble para mi. Yo le soy deudor de una gran suma. La fortuna de Paulina Uegaba d cincuenta mil libras. Y yo lo he gastado todo, todo. — I Y se atreve Yd. a decirlo ? dije amargamente. — Si, me atrevo a decirlo, dijo, extendiendo el brazo con un ademan noble : lo he gastado todo por la libertad EESPUESTAS DESGONSOLADOEAS 97 de Italia. La fortuna estaba en mis manos como tutor de Paulina ; y yo, que para libertar 4 Italia hubiera robado d mi propio padre y a mi propio hijo i como babia de dudar en robarla a ella ? ; El menor eentavo f ue consagrado a la gran causa, y bien gastado ! — Pero robar a una huerfana es una accion criminal. — Llamela Vd. como quiera. Era indispensable obte- ner dinero : i por que no habia yo de sacrificar sin vacila- cion mi honor por mi pais, lo mismo que hubiera sacrifi- cado por el mi vida ? — Es inutil hablar de esto : el asunto esta terminado. — Si ; pero hago a Vd. esta conf esion para que com- prenda por que deseaba yo un hogar para Paulina. Ade- mas, Mr. Vaughan, — y aqui bajo la voz de modo que ape- nas se le oia, — ^yo estaba ansioso de obtener para ella ese hogar sin demora. Yoy a partir para un viaje, del cual ni se el fin, ni la manera de volver. Dudo mucho que me hubiera decidido a ver d Vd., d no ser por esto : pero lo probable es que no nos volvamos a ver jamas. — I Quiere Vd. decir que esta comprometido en algu- na conspiracion ? — Quiero decir lo que he dicho ; ni mds, ni menos. Ahora, adios. Airado como estaba contra aquel hombre, no pude re- sistirme d estrechar la mano que me tendia. — Adios, repitio. Puede ser que escriba d Vd. dentro de uno 6 dos aiios, y le pregunte si mis predicciones res- pecto d Paulina se han realizado ; pero ni se moleste en buscarme, ni intente saber de mi si no le escribo. Asi nos separamos. El mismo carruaje que me trajo, me Uevo al hotel. En el camino alcance d ver al hombre 98 MISTERIO .... d quien Ceneri habia Uamado Macari. Dijo al cochero que se detuviese, entro en el coche, y se sento d mi lado. — I Ha visto Yd. al Doctor, Mr. Yaughan ? — Yengo de verlo. — I Y ha averiguado Yd. todo lo que deseaba, no ? — Ha respondido a niuchas de mis preguntas. — Pero no a todas : ; Ceneri no responderia a todas ! Se echo a reir, con su risa cinica y burlona. To ca- llaba. — Si Yd. me hubiese preguntado a mi, continuo, yo podria haberle dicho mas que Ceneri. — He venido a preguntar al Doctor Ceneri todo lo que pudiera decirme sobre el estado mental de mi esposa, que creo conoce Yd. Si Yd. puede decirme algo que me sea util, le ruego que hable. — I Le pregunto Yd. cual fue la causa del trastomo de Paulina ? — Si, me dijo que una gran emocion. — ^Yd. le pregunto sin duda cual fue la emocion ; I pero eso no se lo dijo ? — jS'6. Supongo que tiene sus razones para callarlo. — ; Oh, si ! excelentes razones, razones de familia ! — I Podria Yd. revelarme algo mas ? — No aqui, Mr. Yaughan. El Doctor y yo somos amigos : lo buscaria Yd. despues para castigarlo, y sobre mi caeria la culpa. Supongo que Yd. vuelye a Ingla- terra. — Si ; en seguida. — Deme sus senas, y tal vez le escriba ; 6 mejor atin, si me incline d ser franco, yisitare a Yd. cuando este de EESPUESTAS DESCOFSOLADORAS 99 viielta en Londres ; y presentare al mismo tiempo mis respetos a Mrs. Vaughan. Tan deseoso estaba yo de llegar a la verdad de aquel misterio que le di mi tarjeta. Detuvo el carruaje, y se apeo. Levanto su sombrero, y vi en sus ojos una expre- sion de malign o triunfo. — Adios, Mr. Yaughan. Tal vez, despues de todo, debe Yd. ser felicitado por haberse casado con una mujer cnyo pasado es imposible descubrir. Con esta saeta final, una saeta que se clavo en lo mas Hondo de mi y quedo vibrando, se alejo Macari. Bien hizo en irse, antes de que le hubiera ecbado mano d la garganta y arrancado por ella la explicacion de sus ulti- mas palabras. Ansioso de volver a ver a mi pobre Paulina, d toda prisa sail para Inglaterra. CAPlTULO VII PAEENTESCO SOMBRIO Si, se alegro al yerme. De aquel incierto modo suyo me dio ia bienvenida. Mi gran teinor, el temor de que me hubiese olvidado enteramente en mi corta ansencia, no tenia fundamento. Me conocio y se alegro de verme, j pobre Paulina mia ! \ Si me f uese dable volver otra vez al camino de la razon sus errantes sentidos ! Meses j meses pasaron sin que ocurriese nada de im- portancia. Si, como pensaba Ceneri, Paulina recobraria gradualmente la razon ; ay ! j mucho habia de tardar en recobraria! A veces la creia mejor, j peor a veces, cuando lo cierto era que apenas liabia en ella cambio al- guno. Hora sobre hora pasaba sentada en completa apa- tia, sin hablar mas que cuando se le hablaba, pero dis- puesta a ir conmigo a donde quisiese yo llevarla, y hacer cuanto yo le indicase, siempre que le expresara mi deseo en palabras que ella pudiese comprender : ; triste Pau- lina ! Los mejores especialistas de Inglaterra la ban visto. Todos me dicen lo mismo. Puede curar; pero todos creen que la cura seria mucho mas hacedera si se conocie- sen las circunstancias exactas del suceso que habia enage- nado su razon. T estas, dudaba yo que me fuese dable conocerlas nunca ! PARENTESCO SOMBRIO 101 Forque Ceneri no da serial de si ; ni Macari me ha en- viado las noticias ofrecidas, que en verdad mas temo que deseOj recordando sus ultimas palabras. Teresa, que hubiera podido aelarar algo aquella situacion, ha desapare- cido. Debi haber preguntado al Doctor donde podia ha- llarla, aunque de seguro se hubiera negado a decirmelo. Asi corren los dias pesarosos : solo me es dado procurar, con la aynda de la buena Priscila, que nada falte al bienes- tar de la infortunada criatura. Acaso el tiempo y el cui- dado devuelvan por fin la luz a su juicio. Todavia estamos en la calle Walpole. Mi intencion habia sido comprar una casa y amueblarla ; pero i j)ara que? Paulina no podia cuidar de ella, alhajarla a su gusto, complacerse en ella. En nuestras antiguas habita- ciones nos quedamos, y alii llevo una vida de anacoreta. No veo a mis amigos, que con razon me censuran por- que he abandonado todas mis antiguas relaciones. Algu- nos que han visto ya a Paulina, atribuyen a celos mi aislaraiento ; otros, a otras causas ; pero no me parece que nadie conozca atin la verdad. Ocasiones hay en que no puedo soportar mi pena, oca- siones en que deseo que Kenyon no me hubiese hecho en- trar en aquella iglesia de Turin ; pero otra vez siento que, d despecho de todo, mi amor por mi esposa, infortunado como es, me ha hecho mejor, y hasta mas feliz. Horas enteras puedo estar contemplando su amable rostro, aun- que sea como pudiera contemplar un cuadro 6 una esta- tua. Hago por imaginarmelo resplandeciente de vida e inteligencia, tal como fue sin duda en otro tiempo. Ansio saber que extrano acontecimiento pudo velar asi las clari- dades de su mente ; y las horas se llevan consigo mis pie- 102 MISTEEIO .... glarias porqiie de su razon se desvanezcan las nnbes que me la ocultan, y pneda leer en sus ojos algun dia que en- tiende mi ternura y me la premia. Un triste consuelo tengo : sea cualquiera el efecto que mi matrimonio haya podido hacer sobre mi vida, no lia empeorado con el la suerte de mi esposa. Estoy seguro de que su existencia es ahora mas agradable que cuando vivia sujeta a aquella aspera vieja italiana. Priscila la quiere y me la mima como d. un nino ; y yo . . . . yo hago por mi parte euanto sospecbo que puede causarle el placer que es ella capaz de sentir. Parece algunas veces, no to- das, que aprecia mis esf uerzos ; y una 6 dos ocasiones ha tomado mi mano y la ha Uevado a sus labios, como para demostrar gratitud. Esta empezando a quererme como puede querer a un padre un hijo, como una debil y des- Yalida criatura puede querer al que la acoge y ampara. Pobre recompensa es esta ; pero pobre como es, la tengo en mucho. Asi pasan en nuestro hogar tranquilo los dias y los meses, hasta que el invierno sombrio acaba, y ensenan ya sus botones las acacias y las lilas que en los suburbios de Londres adornan el frente de las casas. Por fortuna mia soy dado a leer. ISo me parece que tendria color la vida sin este gusto por los libros. N'o tengo valor para dejar sola a Paulina y procurar distraer- me lejos de ella. Empleo muchas horas del dia leyendo y estudiando, cerca de mi esposa, sentada en la misma ha- bitacion, silenciosa como siempre, a menos que yo no le pregunte algo que la obligue a hablar. Es para mi un verdadero motivo de pesar el estar forzado, como casi por complete estoy, a no oir los soni- PARENTESCO SOMBRIO 103 dos consoladores de la musica. Advert! pronto que todo genero de musica agitaba a Paulina desagradablemente. Las notas, que a mi me caiman, a ella parecian irritarla y sacarla de si ; de manera que a menos que Paulina no haya salido d alguna parte con Priscila, mi piano esta siempre cerrado, y cerca de el sin empleo los libros de musica. Solo los que la aman pueden entender lo que as verse privado de ella. Una man ana en que estaba yo solo vinieron a decirme que deseaba verme un caballero. No dio su nombre a la criada; pero le encargo me dijese que venia de Genova. No podia ser mas que Macari. Mi primer impulso fue hacer decir que no le recibiria. Una y otra vez, desde nuestra ultima entrevista, habian vuelto a mi memoria aquellas palabras suyas que indicaban algo en la vida pa- sada de Paulina que interesaba a su tio ocultar; pero cuantas veces habia pensado en ellas, decidi que eran so- lamente la insinuaci&n maliciosa de un pretendiente bur- lado, que no habiendo podido lograr para si la mujer a quien apetecia, deseaba encender las sospechas y envene- nar la vida de su rival triunfante. No temia yo nada que pudiese decir en agravio de mi esposa ; pero, como me desagradaba aquel hombre, vacile antes de decidirme a recibirlo. Macari era, sin embargo, para ml el tinico lazo que existia entre Paulina y su pasado. A Ceneri, estaba yo seguro de que no volveria a verlo jamas ; aquel hombre era, pues, el unico de quien me fuese posible todavia sa- ber algo respecto a la vida de mi esposa; el tinico que podia acaso estimular con su presencia aquella pobre me- moria entorpecida, y sugerir, aunque fuera vagamente, d 104 MISTERIO .... su nublado juicio escenas y sucesos en que Paulina debia haber tenido parte. Esto me determino a recibir a Macari, y a bacer que se encontrasen el y Paulina frente a fren- te. Si el lo deseaba, le permitiria que le hablase de los dias para ella desconocidos, hasta de su mismo araor pasado le permitiria que le bablase ; de cuanto pudiera, en fin, ayudarla a recoger los hilos perdidos de su memoria. Entro Macari en mi aposento, y me saludo con una cordialidad que bien sabia yo no era sineera. A despecho de la alegria aparente con que me apre- to la mano, sent! que venia decidido a hacerme mal. I Que me importaba a mi lo que el se hubiese prometido al venir a verme ? Para un objeto lo necesitaba : i que me importaba, digo, una vez hecho este proposito, el ins- trumento que me servia para lograrlo, siempre que lo tuviera yo de modo que no se me volviese contra mi en las manos ? De esto ya cuidaria yo bien. Eespondi a su saludo con cordialidad poco menos ex- presiva que la suya propia. Le rogue que se sentase, y pedi vino y tabacos, como cuando se quiere obsequiar a un buen amigo. — Ya ve Yd. que le he cumplido mi promesa, Mr. Vaughan, dijo sonriendo. — Estaba seguro de que Yd. la cumpliria. i Hace mu- cho que volvio Yd. a Inglaterra? — Unos dos dias nada mas. — I Cuanto tiempo piensa Yd. quedarse ? — Hasta que me necesiten afuera. No ban salido las cosas como deseabamos. Tengo que esperar aqui d que cese el nublado. PARENTESCO SOMBRIO 105 Le mire coico si le preguntase con interes lo que que- ria decirme. — Yo creia que Yd. sabria mi ocupacion, dijo. — Supongo que es Yd. un conspirador : no uso la pa- labra en mal sentido ; pero es la uniea que me ocurre. — Si, conspirador, regenerador, apostol de la libertad : como Yd. quiera. — Pero ya hace anos que es libre su pals. — Hay otros paises que todavia no son libres : yo tra- bajo para ellos. Nuestro pobre amigo Ceneri trabajaba para ellos tambien ; pero ya el ba acabado su tarea. — I Ha muerto ? pregunte sorprendido. — Para todos nosotros ha muerto. lio puedo dar a Yd. detalles. Algunas semanas despues de la salida de Yd. de Genova prendieron a Ceneri en San Petersbur- go, y lo ban tenido en la fortaleza mucbo tiempo esperan- do su sentencia. Ta me dicen que al lin lo ban conde- nado. — I Condenado a que ? — ^A lo de siempre. Alia va nuestro pobre amigo camino de Siberia, sentenciado d veinte aiios de trabajo forzado en las minas. Aunque no sentia yo muy vivo carino por Ceneri, me estremeci al oir su desdicba. — I Y Yd. se escapo ? dije. — Naturalmente ; si no, no estaria aqui ahora regalan- dome con su excelente tabaco y gustando de este rico vino. Me parecia odiosa aquella indiferencia con que ba- blaba de la desventura de su amigo. Si a mi me causaba espanto la idea de los tormentos que aguardaban a aquel 106 MISTEEIO .... infeliz en las minas de Siberia i qne no debia causar d su companero de conspiracion ? — Aliora, Mr. Vanghan, Vd. me permitira que le ha- ble de negocios. Temo que le sorprenda. — Aguardo lo que Vd. tenga que decirme. — Antes de todo, necesito preguntar a Vd. lo que Ce- neri le ha diclio de mi. — Me ha dicho el nombre de Vd. — I No le ha dicho nada de mi familia ? i Por supues- to que no le dijo a Vd. mi verdadero nombre, asi como tampoco le dijo el suyo ? ^ No le dijo a Vd. que mi nom- bre era March, y que Paulina y yo somos hermanos ? Me asombro semejante revelacion. Advertido por Oe- neri de que aquel hombre habia estado enamorado de Pau- lina, ni por un instante crei lo que me decia ; pero me parecio mas cauto oir todo su cuento, por lo que le repli- que sencillamente : — No ; no me lo dijo. — Entonces, dire a Vd. mi historia brevemente. A mi me conocen f uera de Inglaterra por varios nombres ; pero el mio verdadero es Antonio March. Nuestro padre se caso con la hermana del Dr. Ceneri ; pero murio joven, y lego a su mujer toda su fortuna, que era grande. Nues- tra madre murio poco despues, y dejo a su vez toda su riqueza en manos de Ceneri, como tutor de Paulina y mio. I Vd. sabe en que vino a parar aquella fortuna, Mr. Vaughan ? — El Doctor Ceneri me lo dijo, conteste, sorprendido d mi pesar de la exactitud con que me hablaba del suceso. — Sabe Vd., pues, que fue gastada por la libertad de Italia. Nuestro dinero mantuvo en la guerra mucha ca- PARENTESCO SOMBRIO 107 misa roja, y armo a mnclio Uuen italiano. Ceneri empleo de ese modo toda nuestra riqueza. Jamas se lo he tenido d mal : cuando supe en que la habia empleado, lo per- done con toda mi alma. — No hablemos, pues, mds de eso, le dije. — ^No : no veo yo las cosas de esa manera : vengo d que hablemos de eso. El gobierno de Victor Manuel estd ahora firmemente establecido : Italia es libre, y cada ano mas rica. Mi idea, Mr. Yaughan, es esta : yo creo que si se expone el caso ante el rey, algo puede conse- guirse : creo que si yo, y Vd. en nombre de su esposa, hiciesemos saber que el uso de nuestra f ortuna por Ceneri en trabajos patrioticos nos ha dejado en la pobreza, nos seria devuelta con placer una gran parte de nuestra rique- za, sino toda. Vd. debe tener amigos en Inglaterra que podrian recomendar el caso al rey : yo tengo amigos en Italia : Garibaldi, por ejemplo, declararia la suma puesta en sus nianos por el Doctor Ceneri. Ni aquella historia parecia falsa, ni el plan era entera- mente visionario. Ya comenzaba yo d pensar que pudie- ra ser muy bien Macari hermano de mi esposa, y que Ceneri, con alg^un proposito suyo, me habia ocultado el parentesco. — Pero yo tengo suficiente dinero, le dije. — Pero yo no tengo, replico echandose a reir, con una risa natural y franca. Creo que por el interes de su mujer debia Vd. unirse conmigo en este asunto. — Necesito algun tiempo para meditarlo. — i Oh ! por supuesto : yo no tengo prisa. Mientras tanto hare poner en orden mi solicitud y mis documentos. I Podria yo ver ahora a mi hermana ? 108 MISTERIO .... — Debe llegar de un instante a otro. Si Yd. la es- pera. . . . — I Y esta mejor, Mr. Yaughan ? Saciidi la cabeza tristemente. — ; Pobrecilla ! Temo entonces que no me reconozca. Hemos estado juntos muy pocas veces desde que eramos ninos. Yo soy, por supuesto, de mucha mas edad que ella, y desde que tengo diez y oclio anos lie estado cons- pirando y peleando. En esta vida se aflojan mucho los lazos domestieos. Estaba yo aun lejos de confiar en aquel hombre ; y todavla quedaban ademas por explicar las palabras con que se despidio de mi en nuestra ultima entrevista. — Mr. Maeari . . . dije. — Perdon. March es mi nombre. — Bien, Mr. March : debo preguntar a Yd. ahora los detalles del acontecimiento que altero la razon de mi es- posa. Tomo su rostro una expresion grave. — Is'o puedo decirselos ahora. Algun dia podre. — Me explicara Yd. por lo menos sus ultimas palabras cuando nos despedimos en Genova. — Pido a Yd. excusa por ellas, porque se que dije a Yd. entonces algo impensado e inconveniente ; pero como lo he olvidado, no podria ahora exphcarselo. Nada dije, inseguro aun de las intenciones de aquel hombre para conmigo. i Era aquel verdaderamente her- mano de Paulina ? i Jugaba aquel hombre conmigo una partida osada ? — Lo que si recuerdo, continuo, es que me puso fuera de mi la noticia del casamiento de Pauhna. Jamas debio PAEENTESCO SOMBBIO 109 liaberlo permitido Ceneri en el estado do su mente ; y ademas, Mr. Yaughan, yo me habia hecho la idea de que se casara con un italiano. Si hubiese vuelto d la razon, todo mi sueilo era que su hermosura le conquistase un marido del mas alto rango. Sofoque mi respuesta al ver entrar en aquel momento k Paulina. Era grande mi ansiedad de ver el efecto que la aparicion del que se Uamaba su hermano liaria sobre el la. Macari se levant 6 y salio a su encuentro. — Paulina, dijo, i te acuerdas de ml ? Ella fijo en el sus ojos curiosos y como asombrados, pero movio la cabeza como una persona que duda. El la tomo de la mano. Observe que parecio apartarse de el instintivamente. — jPobre, pobre criatura! exclamo Macari. Esto es peor de lo que yo esperaba, Mr. Vaughan. Paulina, hace mucho tiempo que no nos vemos ; pero tu. no puedes ha- berte olvidado de mi. Los ojos grandes e inquietos de mi pobre compaiiera no se desviaban del rostro de Macari ; mas no dio senal alguna de reconocerlo. — Trata, Paulina, trata de recordar quien es. Se paso la mano por la frente, y volvio a sacudir la cabeza: "I^on me ricordo^'^ dijo en voz baja ; y como si el esfuerzo mental la hubiese extenuado, se dejo caer so- bre una silla, suspirando. Me Ueno de alegria oirla hablar en italiano. Para vez usaba de esta lengua, a menos que no se viese obligada k ello. El hecho de que la emplease en aquel momento me demostro que, de alguna vaga manera, relacionaba en su 110 MISTEEIO .... mente al visitante con Italia. Aqnel fue para mi un rajo de esperanza. Otra cosa tambien observe. He dicho ya que era muy raro que Paulina levantase los ojos para mirar.a nadie faz a faz ; pero esta vez, durante todo el tiempo que Macari estuvo en el cuarto, Paulina no aparto un solo momento los ojos de el. Macari se habia sentado cerca de ella, y des- pues de decirle algunas palabras mas, siguio hablando ex- clusivamente conmigo. Durante todo aquel tiempo pude notar como Paulina lo observaba con una mirada ansiosa e inquieta ; momentos hubo, en verdad, en que casi me persuadi de que habia en sus ojos una expresion de miedo. i Oh ! i miedo, odio^inquietud, hasta amor mismo expresa- ran sus ojos en buen hora, con tal de que me f uese dado ver en ellos la luz de la razon ! Comence a pensar en que si Paulina habia de recobrar el juicio, por medio de mi visitante habria de ser ; de modo que cuando se des- pidio de mi, le urgi, sin disimulo alguno, a que volviese a vernos pronto, el dia siguiente si podia. Me lo prome- tio sin esfuerzo, y por aquel dia nos separamos. Solo me era dable esperar que estuviese tan satisfecho del resulta- do de nuestra entrevista como yo mismo. Quedo Paulina despues de la vista de Macari visible- mente inquieta. Yarias veces la sorprendi oprimiendose la frente con la mano. Parecia como si no pudiese estar tranquila en su asiento. Iba y venia de su silla a la ven- tana, y miraba a la calle de uno y otro lado. To no me fijaba en aquellos movimientos, aunque una 6 dos veces la vi volver hacia mi los ojos con una mirada que implo- raba y gemia. Creia yo que en su mente conf usa estaba batallando por salir af uera algun recuerdo de los tiempos PAEESTESCO SOMBRIO HI pasados, evocado por la presencia de Macari ; y anhelaba que llegase el dia siguiente, en que me habia ofrecido venir de nuevo. Aquel hombre se prometia saear algun provecho de mi, de modo que estaba seguro de volver a verle. Yino el dia siguiente, y el otro, y otros muchos dias. Estaba visiblemente determinado a captarse mi buena vo- luntad. Hizo euanto pudo por serme agradable, y la verdad es que en aquellas circunstancias era un excelente compa- nero. Sabia, 6 aparentaba saber, las interioridades de cuan- ta tentativa 6 acontecimiento importante babia habido en la politica de Europa en diez anos atras ; y sus relaciones abundaban en anecdotas nuevas y en lances singulares. El habia peleado a las ordenes de Garibaldi durante toda la campana italiana. El Labia conocido las prisiones sombrias, y escapade de la muerte varias veces por modos maravillosos. To no tenia razon para dudar de la verdad de sus narraciones, aunque el hombre en si no me inspi- rase confianza. Por muy afable que hiciera ahora su sonrisa, por muy franca y natural que fuese su manera de reir, yo no podia olvidar la expresion que habia visto una vez en aquel rostro, ni sus palabras y ademanes de otras ocasiones. Guide de que Paulina asistiera siempre a nuestras en- trevistas. Era el unico deseo mio a que la pobre nina hubiese mostrado siquiera la muda tentacion de resistir. Jamas hablaba delante de Macari ; pero no separaba los ojos de su rostro mientras estaba cerca de el. Parecia como si aquel hombre ejerciera sobre ella una especie de fasci- nacion. Cuando Macari entraba en el aposento, la oia yo suspirar; y respiraba libremente, como aliviada de una 112 MISTEEIO . . . . pesadumbre, cuando lo veia salir. Cada dia la notaba yo mas inquieta, y como menos venturosa. Me dolia el co- razon por causarle aquel pesar ; pero tenia decidido se- guir por aquel camino a toda costa. La crisis de su yida estaba eerca. Una noche, despues de comer, estabamos Macari y yo, como de costumbre, gustando nuestro vino, y Paulina, como siempre, con los ojos inquietos fijos en Macari, d tiempo que, a poca distancia de Paulina, reclinada en un sofa, empezo mi huesped a referir una de sus aventuras militares. Contaba como, viendose una vez en inminente peligro, roto y caido al costado su brazo dereclio, no bastan- te fuerte el izquierdo para manejar el rifle con la bayoneta calada, saco la bayoneta, y levantandola con la mano izquier- da, la dejo caer sobre el corazon de su adversario. Y al describir el hecho, acompaiiaba las palabras con los gestos, y tomando un cucbillo de sobre la mesa, dio con el un golpe hacia abajo en el vacio como si tuviera f rente a si al adversario de que hablaba. Oi d mi espalda un gemido profundo. Me volvi, y VI a Paulina tendida en el sofa, con los ojos cerrados, y como desmayada. Corri a ella, la lleve en brazos hasta su alcoba, y la deje en su cama. Eran como las nueve de la noche. Priscila habia salido ; de modo que volvi de prisa al comedor, y me despedi de Macari rapida- mente. — Espero que no sea cosa de importancia, dijo. — Oh, no ! no mas que un desfallecimiento. Los ade- manes de Yd. deben haberle dado miedo. Acudi en seguida d la cabecera de mi esposa, y comen- ce d apli carle los remedios usuales; pero no vol via en si. TARENTESCO SOMBEIO 113 Blanca como una estatua yacia alll Paulina, sin que la vida se anunciese en ella mas que por su apagado aliento y sus debiles pulsaciones : alii yacia sin movimiento ni sen- tido, en tanto que yo le frotaba los manos, le humedecia las sienes, y por todos los medios trataba de volverla d la vida. Mi corazon no cesaba un momento de latir desor- denadamente. Sentia que habia llegado el instante, que la memoria de lo pasado volvia de stibito d ella, y que lo vivo y poderoso del sacudimiento postraba sus fuerzas. Apenas me atrevia d formularme en palabras mi loca es- peranza ; pero j oh, si ! yo esperaba que cuando Paulina volviese k abrir los ojos, brillarian con aquella luz que jamas me habia sido dado ver en ellos, la luz de la razon restablecida. ; Loca, atrevida idea ; pero crecia en mi mi enamorada esperanza, tal como a la manana crece la luz del sol sobre la tierra ! Y por eso no en vie d buscar medico ; por eso a los pocos instante cese en mis propios esfuerzos por volverla al sentido ; por eso resolvi dejarla alii, como ella estaba, alii tendida, bella como una estatua e insensible, hasta que por si misma recobrase el conocimiento. Oprimi su mu- neca con mi mano para no perder una sola de sus pulsa- ciones. Uni mi mejilla a la suya para oir mejor su respi- racion. Y asi aguarde a que Paulina despertase, d que despertase \ oh soberano jtibilo ! con su razon perfecta. Y asi estuvo, alii tendida, por lo menos una hora. Tan largo tiempo estuvo asi, que comence d temer, y a pensar que al fin me seria indispensable llamar d un me- dico. Cuando estaba ya resuelto d hacerlo, note que su pulso latia con mds vigor y rapidez ; su aliento f ue mds franco y como si viniese de mds hondo ; se extendio por 114 MISTEEIO .... su faz la expresion de la vida que vol via, y espere, re- primida la respiracion, en solemne impaciencia. Paulina entonces ; mi esposa ! recobro el sentido : se irguio en su cama j volvio el rostro hacia mi ; i y vi en sus ojos lo que, por la bondad de Dios, no volvere a ver en ellos jamas ! CAPlTULO YIII i ]\nSTEEIO ! EscRiBO este capitulo contra toda mi voluntad. Si esta historia pudiera quedar ligada y completa sin el, muy grato me hubiese side pasar en silencio los sucesos que aqui se recuerdan. Todas mis aventuras, por extranas que hayan parecido hasta aqui, pueden explicarse natural- mente ; pero las que se cuentan en este capitulo, jamds, jamds seran explicadas a mi satisfaccion. Paulina se desperto : y cuando yi sus ojos, me estre- m.eci como si un viento helado hubiese pasado por sobre mi cuerpo. ]S"o era locura lo que veia en ellos, ni era la razon. Estaban dilatados hasta los hordes mismos de sus drbitas, como si fueran & salirse de ellas ; pero fijos, innio- viles, terribles, aunque yo sabia que no veian absoluta- mente nada, que aquellos nervios distendidos no llevaban al cerebro impresion alguna : ; vanas habian sido, pues, todas mis esperanzas de que recobrase la razon al volver de aquel desmayo ! \ claro estaba ante ml que acababa de pasar a un estado de mayor desdicha que aquel de que anhelaba tanto verla libre ! Le hable ; la llame por su nombre : " ; Paulina ! " " ; esposa mia ! " " \ Paulina mia ! " ; pero no se fijaba en mis palabras. Parecia como si no me viese. Con los 116 MISTERIO .... ojos extranamente fijos roii^aba siempre en una misma direccion. ^' De pronto, se lanzo afuera de la cama, y antes de que pudiera yo interponerme pai-a evitarlo, salio del aposento. Segui tras ella. Ta iba bajando rdpidament^ las escaleras, y vi que se dirigia bada la puerta de la calle. Ta tenia la mano en el pestillo ; cuando la alcance y volvi a Uamar- la por su nombre, suplicandole, mandandole que se vol- viese. ISo parecia que mi yoz hiciese impresi&n alguna en sus oidos. En su critica condicion, pues bien entendia yo que lo era, crei mejor no bacer uso de la fuerza, pen- gando que era mas cuerdo dejarla libre para ir por donde le pluguiese, acompanandola por supuesto muy de cerca para librarla de peligro. De la sombrerera del corredor tome apresuradamente mi sombrero y un amplio abrigo, y con este Ultimo cubri a Paulina sin interrumpii* su mar- cba, y balle modo de ecbarle sobre la cabeza el eapuchon. 1^0 me opuso resistencia ; pero me dejo haeer, sin deeirme una sola palabra, para demostrarme que se daba cuenta de mis aetos. T, conmigo a su lado, siguio derechamente calle arriba. Andaba a paso rapido y uniform e, como quien quiere llegar a un lugar fijo. Is^o volvia la vista a su derecba ni a su izquierda, ni hacia arriba ni abajo. Is^i una vez durante todo aquel paseo vi que la moviera : ni una vez siquiera la vi agitar un parpado. Aunque mi brazo iba tocando el suyo, estoy seguro de que no se daba cuenta de mi presencia. Ya no bice mas por impedir su marcha. No iba Pau- lina vagando como quien ignora a donde va : algo, no se que, la guiaba, 6 impelia sus pasos con determinado pro- i'MISTERIO! 117 posito : algo en su desordenado cerebro la movia a lie- gar a algun lugar con la mayor rapidez posible. Yo temia las consecuencias de oponerme d su designio misterioso. Aunqne no fuera aquel mas que un caso exagerado de sonambulismo, hubiera sido imprudente contenerla. Me- jor era seguirla hasta que terminase aquel acceso. Asi salio Paulina de la ealle Walpole, y sin vacilar un solo memento, torcio a la derecha y siguio a lo largo del ancho camino por mas de media milla, hasta que entran- dose de pronto por otra ealle traviesa, anduvo como hasta la mitad de ella, y se detuvo delante de una casa, una casa comtin de tres pisos, semejante a las mas de Londres, y muy poco distinta de la mia y de otras mil de la ciu- dad, salvo que, d la luz del farol de la acera, era facil ver que parecla mal atendida y abandonada. Los cristales de las ventanas estaban empolvados, y en uno de ellos se lela el anuncio de que la casa, amueblada, estaba de alquiler. Me maravillaba yo del singular arranque que habia llevado d Paulina a aquella casa inhabitada. i Habria vivido alii alguien a quien ella hubiese conocido en otro tiempo ? X ser asi, esto era tal vez senal de que algun recuerdo reavivado en su memoria la habia inducido d dirigir sus pasos inconscientes a un lugar asociado con su antigua vida. En la mayor ansiedad y agitacion aguarde d ver que hacia Paulina. Siguio derechamente hacia la puerta, y puso en ella la mano, como si esperase que cediera a su impulse. Por la primera vez entonces parecio vacilar y confundirse. — Paulina, Paulina mia, le dije, volvamos d casa. Ya es de noche, y demasiado tarde para ir hoy ahi. Manana, si quieres, volveremos. 118 MISTEEIO .... No me respondia. AlK se estaba delante de aqneEa puerta, empujaBdola como para abrirla. La tome del brazo, y trate con dulzura de hacerme seguir de ella. Me resistio con una fuerza pasiva que yo nunca crei que pose- yese. Cualquiera que fuese el intento vagamente conce- bido en el cerebro de mi pobre esposa, era claro para mi que solo podia satisfacersele pasando aquella puerta. Con toda mi voluntad queria yo complacerla. Ha- biendo adelantado ya tanto, temia retroceder. Sentia que el oponerme a sus deseos en aquella situaeion pudiera traer resultados fatales. Pero g como veneer aquel obstaculo ? Ki un rayo de luz se distinguia en la parte alta de la casa ni en la baja. No habia mas que echar una ojeada sobre la casa para comprender que nadie la habitaba. El corredor cuyo nombre figuraba en el anuncio tenia su oficina a una milk de distancia, y aun cuando yo me aventurase a dejar sola a Paulina e ir en su busca, a aque- lla hora de la nocbe no lo hubiera encontrado de seguro. Miraba yo contrariado al rededor mio, preguntandome si seria mejor llamar un carruaje y liacer entrar en el a mi pobre Paulina, 6 dejar que esperase frente d la puerta basta que, reconociendo por si misma la imposibilidad de entrar, se resignase, forzada por el cansancio, d volver d casa por su propia voluntad, cuando me asalto una idea. Ya otra vez babia yo abierto con mi Have de nocbe una puerta que no era la mia : ^ no se abrina tam- bien acaso con mi Have aquella otra puerta ? To sabia que es costumbre frecuente, por conveniencia 6 por des- cuido, no cerrar las casas que estan en alquiler sino con el pestillo. Era una idea absurd a ; pero nada perdia yo con probar. Saque mi Have, que era igual d la que llevaba iMISTERIO! 119 conmigo en otra ocasion. Sin esperanza alguna de exito la introduje en el ojo de la cerradura, y cnando senti qne el pestillo cedia y se abria aquella puerta, nn estremeci- miento de algo parecido al horror sacndio todo mi cuerpo : i aquello no podia ser una mera coincidencia ! Apenas vio el paso libre, Paulina, sin una sola pala- bra, sin el menor gesto de sorpresa, sin nada que demos-^ trase que notaba mas que antes mi presencia, se me ade- lanto y entro primero. La segui, y cerrando tras de mi, me lialle dentro en absoluta oscuridad. 01 en frente de mi su paso rapido y ligero ; la oi subir la escalera ; oi que se abria una puerta ; y entonces, solo entonces, tuvo mi animo extraviado fuerza suficiente para liacer andar mi cuerpo ; hielo derretido parecia mi sangre, se me en- cogian las carnes, el cabello se me erizaba, y, todavia en la oscuridad, atravese el corredor y lialle sin trabajo la escalera. I Por que no babia de ballarla, aunque aquella fria som- brame envoi viese ? \ Conocia yo bien el camino ! jYa una vez lo habia andado antes en la oscuridad, y muchas veces ademas, Labia vuelto d andarlo cd suenos ! Como una stibita revelacion, la verdad toda aparecio ante mi. Me aparecio al ver que la Have giraba en la cerradura. Yo estaba en aquella misma casa en que habia entrado extra- viado una noche, hacia tres anos. Cruzaba el mismo co- 'rredor, subia por la misma escalera, debia estar en el mis- mo aposento que habia sido la escena de aquel tremendo e ignorado crimen. ; Volveria d ver con la luz de mis ojos el mismo lugar donde ciego y desvalido estuve una noche d punto de ser victima de mi imprudencia ! Pero d Paulina i que la habia traido alK ? 120 MISTEEIO .... i SI : como yo lo esperaba ! ; como yo lo tenia por se- guro ! La escalera es aquella misma ; el dintel de la puer- ta esta donde debla estar. Dijerase que Yolvian a suceder los acontecimientos de aquella espantosa noclie, hasta en la tiniebla misma iguales. Por nn momento me estuve pre- guntando si los tres anos tiltimos no habian sido el verdade- ro sueno ; si no estaba yo ciego ahora ; si era verdad que yivia en el mundo una esposa ligada a mi para toda la existencia. j Ea ! los suenos d un lado ! I Donde estaba Paulina ? Yuelto a mi mismo, senti al punto la neeesidad de tener luz. Saque de mi bol- sillo mi caja de fosforos, encendi uno, y a su claridad Yolvi k entrar en el aposento donde una vez antes habia entrado con poca esperanza de dejarlo vivo. Mi primer pensamiento, mi mirada primera, f ueron para Paulina. Alii estaba ella, de pie en medio de la habitacion, oprimiendose con ambas manos las sienes. Apenas habla cambiado la expresion de su rostro y de sus ojos : era f acil ver que nada atin entendia. Pero sentia yo que algo lucbaba dentro de ella por abrirse paso, y te- mia el momento en que tomara al fin sentido y forma. Temia por ella y por mi mismo : i que espantosas escenas iban a serme reveladas ? El f osforo medio apagado me quemaba ya los dedos : encendi otro, y busque modo de tener una luz constante ; con gran alegria halle sobre la repisa de la cliimenea un candelero con una vela a medio usar ; sople el polvo es- peso que cubria la cera derretida al borde del pabilo, y despues de un tenaz cliisporroteOj la vela quedo al fin en- cendida. En la misma actitud estaba Paulina todavia ; pero me iMISTERIO! 121 parecio que su respiracion se aceleraba. Paseaba sus de- dos abiertos convulsivamente por sobre sus sienes ; muda- balos de sitio en incesante moyimiento ; se echaba hacia atras los cabellos copiosos; me parecia como que eon aquellos dedos crispados y movibles luchaba por conjurar el pensamiento ausente a que volviese a su vacio santua- rio ! Nada podia yo hacer mas que esperar, y mirar mien- tras tanto al rededor de mi. Estabamos en una habitacion de buen tamano, amue- blada con solidez, aunque no a la moda, al estilo comto de las casas de alquiler. El polvo, que cubria alii todo, decia d las claras que la habitacion habia estado desocupa- da por algun tiempo. Podia yo retroceder con la mente, y recordar aquella misma esquina en que los asesinos me tuvieron de pie mientras remataban su tarea : podia sena- lar el lugar mismo en que cai sobre el cuerpo que atin se estremecia ; y a duras penas refrene mis impetus de po- nerme d buscar por el suelo las huellas del crimen. Pero aun cuando la alfombra fuese toda^^ia la misma, era de un rojo oscuro, y guardaba prudentemente su secreto. A un extremo del cuarto se veia una puerta corrediza, de detras de la cual debieron exhalarse aquellos tristisimos gemidos de angustia que no habia dejado de oir jamas. Corri la puerta, y manteniendo en alto la vela, mire adentro. Aquella habitacion era muy parecida a la otra; pero, como yo de antemano esperaba, habia en ella un piano, el mismo piano tal vez cuyas notas se habian extinguido en aquel grito de horror. I Que f ue lo que se apodero de mi ? i Que impulso guio mis actos ? ; No lo sabre acaso jamas ! Puse la luz d un lado, entre en el cuarto, abri el piano, y toque unas 122 MISTEEIO .... cnantas notas. Los tragicos recnerdos de aquella escena fueron sin duda los que, sin pensar en ello ni darme cnenta de donde me venian, reunieron bajo mi mano las notas con que empezaba el admirable trozo que habia yo oido con animo snspenso de afuera de la puerta, maravi- llado de la dulzura y plenitud de la sentida voz que lo en- tonaba. Al mismo tiempo que tocaba aquellas notas mire por la puerta abierta a la impasible figura de Paulina. Parecio que un temblor nervioso sacudia todo su cuer- po. Se Yolvio y vino hacia mi, con una expresion tal en su rostro que me hizo apartarme del piano, asombrado y medroso de lo que iba a suceder. El abrigo con que la cubrl al salir se liabia caido de sus bombros. Se sento en la banqueta del piano, y pul- sando las teclas con manos magistrates, toco con admira- ble correccion y brio el preludio del canto de que acababa yo de recordar algunas notas sueltas. Extraordinario era mi asombro. l^unca hasta enton- ces habia mostrado Paulina el menor gusto por la musica; antes, como he dicho, parecia la musica irritarla que serle agradable : ; y ahora estaba arrancando a las teclas sonidos que era absurdo esperar de aquel instrumento abandonado y fuera de tono ! Pero a los pocos com pases ceso mi aturdimiento. Tan bien como si se me hubiese prevenido sabia yo lo que iba a suceder, en parte al menos. Ya me habia prepara- do, cuando llegase el instante en que la voz acompanaba al piano, a oir cantar a Paulina con aquella misma per- feccion con que tocaba, en aquel mismo tono deprimido con que cantaba en aquella fatal noche. Tan completa- mente preparado estaba yo que, con el aliento suspendi- jMISTEEIO ! 123 do, aguarde a que llegase el canto d la nota en que ces& la noclie priaiera que me detuve a oirlo ; tan completa- mente preparado, que, cuando con arranque indescriptible y subito se irguio sobre sus pies Paulina, y exhalo otra vez aquel grito terrible, mis brazos estaban ya aguardando su cuerpo, y la lleve & un sofa cercano. Para ella, como para mi, todos los acontecimientos de aquella tremenda noche estaban siendo alK reproducidos. El pasado perdido liabia vuelto a Paulina ; habia vuelto en el memento mismo en que se ausento de ella. Que efectos pudiera producir la reaccion, y que bien 6 mal me vendrian de ella, no tenia yo tiempo entonces para ponerme a meditarlo : Paulina necesitaba todos mis euidados. Tremenda faena fue aquella noclie la mia: tenia que sujetarla a viva fuerza, que procurar por cuan- tos modes me eran posibles apaciguarla y soiocar sus gritos, tan altos ya que temi que los vecinos se alarmaran. Ella batallaba conmigo, y mientras lucliaba por repelerme y vol- verse a poner en pie, tan claro como si leyese en sus pen- samientos sabia yo que cuanto aquella noche hubiese su- cedido lo tenia otra vez Paulina en aquellos mementos delante de los ojos. Otra vez vol via a tenerla sujeta una mano vigorosa, y sobre el mismo sofd acaso ; otra vez se debilitaban sus fuerzas gradualmente, y fueron siendo mds ahogados sus gritos. Solo faltaba, para que el cuadro, en cuanto d ella, volviese a ser complete, que los gritos ya debiles se convirtiesen en aquel lugubre gemido : ; la uni- ca dif erencia era que las manos puestas boy sobre ella eran manos amorosas ! Espero que se crea todo lo que basta aqui llevo escri- to y todo lo que hasta la terminacion de este capitulo he 124 MISTEBIO .... de narrar. Xo digo yo qne tales sncesos y coincidencias ocurran todos los dias. Si todos los dias ocui'riesen, no hubiera yo tenido que escribir esta liistoria. Pero si digo esto : todo, excepto una sola cosa, puedo probar que es cierto, por evideneia directa 6 circunstancial ; todo puede ser explicado sencilla 6 cientlficamente ; pero por la Ter- dad de lo que aqui sigue, solo puedo dar en prenda mi propia palabra. Llamesele como se quiera : sueno, aluci- nacion, imaginacion calenturienta ; llamesele todo, menos invencion, que solo con esto me sentiria yo mortifleado. Invencion no fue. He aqui lo que sucedio. Paulina al fin se aquieto. Ta al gemido lugnbre ha- bia sucedido el sileneio. Una vez mas parecio haber per- dido todo conocimiento. Mi linica idea entonces era sa- carla cuan pronto pudiese de aquel lugar fatidico. Los planes y pensamientos mas extranos corrian por mi cere- bro desordenadamente. ±To habia esperanza 6 miedo que alii no me acudiera. i Cual seria la explicacion de aquel suceso, si era que al fin podria obtenerla \ Quieta y en paz estaba mi pobre companera. Pense que haria bien en dejarla reposar algunos momentos antes de emprender la vuelta. Aleditaba yo con miedo en las consecuencias que pudiera traer el despertarla ; tome su mano y la retuve en la mia. En la repisa de la cMmenea detras de mi estaba la vela. Poca 6 ninguna Inz alcanzaba de ella al aposento del frente, cuya puerta corrediza estaba solo en parte abierta, y cerrada la hoja que daba a los pies del sofa en que yacia Paulina. Era, por lo tanto, imj)osible para ml ver desde mi asiento el cuarto del frente. Mas : estaba sentado de manera que quedaba de espalda^ a el. iMISTERIO! 125 Tenia ya liacia alguDos segundos la mano de Paulina en la mia, cnando una singular e indefinible sensacion se fue apoderando de mi cuerpo, aquella sensacion misma que se experimenta algunas veces en un sueno en que aparecen dos personas, sin que pueda el que suena estar seguro de cual de las dos es aquella en que el mismo ha- bla y obra. Me parecio por algunos instantes que tenia yo una doble existencia. Aunque enteramente seguro de que ocupaba aiin el mismo sitio, de que tenia atin en la mia la mano de Paulina, me veia tambien sentado en el piano, y mirando en cierto modo liacia el cuarto contiguo ; i y aquel cuarto estaba lleno de luz ! De una luz tan brill ante que una sola mirada me basto para abarcar todo lo que en el aposento habia, todo : cada uno de los muebles, los cuadros que adornaban las paredes, las cortinas oscuras que cubrian la ventana del extremo opuesto de la habitacion, el espejo sobre la cliimenea, la mesa en el centro, sobre la que ardia una gran lampara. Podia ver todo esto — y mas ! porque al rededor de la mesa liabia agrupados cuatro liombres, y los rostros de dos de ellos me eran bien conocidos ! Aquel que estaba frente a mi, apoyado en la mesa en que tenia puestas las manos, en cuyas facciones parecia pintarse la alarma y la sorpresa, cuyas ojos estaban fijos en un objeto a pocos pies de el, aquel era Ceneri, el doc- tor italiano, el tutor y tio de Paulina. Aquel otro que estaba cerca de la mesa, a la derecha de Ceneri, en la actitud de quien se prepara a resistir un ataque que espera, cuyo rostro amenazador enciende la ira, cuyos ojos negros arden, aquel otro es el italiano que habla ingles, Macari, 6 como el se llama ahora, Antonio 126 MISTERIO Marehj el hermano de Paulina. Tambien el mira al mis- mo objeto que Ceneri. Aquel hombre alia al fondo, bajo y rollizo, con una cicatriz en la mejilla, aquel me es desconocido. Esta mi- rando por sobre el bombro de Ceneri en la misma direc- cion que los otros dos. T el objeto d que todos miran es un hombre joven, que parece estarse cayendo de la silla^ y con sn mano siijeta convulsivamente el mango de un punal, cuya hoja tiene enterrada en el corazon, enterrada, yo lo se, de un golpe dado de alto a bajo por uno que estaba en pie junto del. Todo esto lo vi en im segnndo: la actitud de cada uno, todo lo que los rodeaba, f ue recogido en un instante por mis ojos, como de una sola mirada se abarcan los detalles de un cuadro y su proposito. Deje caer la mano de Paulina, y me puse en pie de un salto. I Donde estaba el aposento iluminado ? i Donde esta. ban los hombres que habia visto ? i Donde aquella tragi- ca escena que acababa de tener delante de mis ojos ? j En aire se habia todo convertido, aposento, hombres, escena ! La vela ardia penosamente detras de mi. El cuarto del frente estaba a oscuras. j Paulina y yo eramos las tinicas criaturas vivas en aquel lugar ! Fue un sueno, por supuesto : tal vez, en tales circuns- tancias, no era un sueno enteramente extra vagante. Sabien- do lo que ya yo sabia del crimen de que aquellos aposen- tos habian sido teatro, seguro de que en alguna man era Paulina habia estado presente cuando se le cometio, exci- tado por cuanto habia sucedido aquella noche — el extrano paseo de Paulina, su abrupta determinacion de entonar al iMISTERIO! 127 piano el canto mismo que aqnella noche oi, aquel canto que tuvo el fin terrible — ^quien ha de maravillarse de que imaginara yo una escena como esta, y agrupando las unicas personas que sabia estaban de algun modo relacionadas con mi esposa, me las reprodujera en la exaltada fantasia con todos los colores y propiedades de la vida ? Pero, aun dando por cierto que se pueda tener el mis- mo sueno dos veces, tres veces tal vez, no hay memoria de que se repita un sueno a voluntad cuantas ocasiones se lo desee. j Y esto era lo que me estaba sucediendo ! Otra vez tome en la mia la mano de Paulina, y otra vez, a los pocos momentos de espera, se apodero de ml aquella peculiar sensacion, y volvi d ver la misma horrible escena. K6 una vez, ni dos veces, sine muchas, y siempre del mismo modo, me sucedio estO; hasta que, d pesar de mi frio escepticismo, que en esta clase de sucesos aun conser- vo, solo me era posible creer que por algtin recurso miste- rioso estaba yo asistiendo actualmente al espectdculo mis- mo que hirio los ojos de la pobre criatura, en el momento misericordioso en que la memoria volo de ella, y quedo su razon oscurecida. Yo no vela el espantable cuadro sino cuando estrecha- ba en la mla la mano de Paulina. Este hecho comproba- ba mi opinion. Sentl entonces, siento ahora, que mi teorla era verdadera. Decir cual fuese la peculiar orga- nizacion mental 6 flsica que pudiera producir semejante efecto, me serla imposible. Lldmesele clarovidencia, catalepsia, como se quiera Uamesele : pero f ue como lo digo ! Una vez y otra tome en la mla la mano de Pauli- na, y mientras nuestras manos estaban en contacto, en 123 mSTERIO .... todos sns detalles veian mis ojos aqueila escena en el apo- sento iluminado. Como las iTimoviles figiiras de un cuadro plastico^ una y otra vez, sin que cambiasen de actitud ni de expresioa, tI a Ceneri, a Macari, j al hombre que del fondo del aposento iniraba a la Tictima. Estndiaba jo tenazmente el rostro de esta ; aun en las ansias snpremas de la agonia, aqnel hombre era extraordinariamente hermoso. Debio haber sido aqnel nn rostro mirado muchas veces con amor por las mnjeres, y ann en la hora misma de aqnella vision Ingnbre, pense con amargura en la clase de relaciones que linbieran podido nnirlo a la miijer del canto bello que perdio la memoria al verlo berido I ) Quien lo habia herido ? Fne sin dnda Macari, qnien, como dije, estaba en pie mas cerca de el, en la actitud de^ que espera nn ataqne. Sn mano podia haber abandona- do en aqnel mismo momento el mango del pnnal. Con tan fiero impnlso habia en trad o la hoja en el corazon que la mnerte v el golpe fueron simnltaneos. Eso fne lo que Paulina vio, lo que tal vez estaba viendo en aqnel momen- to mismo, lo que por algun poder extrano me hacia ver a mi como cuando se ensena una pintura! Siempre desde aqueila noche me he asombrado de como tuve la presencia de espiritu necesaria para permanece: alii sentado, evocando una vez sobre otra, con la avuda de aqueila pobre mujer insensible, la escena ti'emenda. Debio sin duda sostenerme el ardentisimo deseo de son- dear por fin los misterios de aqueila otra noche remota. de conocer con la mavor exactitud los detalles todos del acontecimiento que habia nublado el juicio de mi esposa : el deseo ardiente, la indignacion que senti ante aqnel jMISTERIO! 129 cobarde asesinato, y la esperanza de liacer caer sobre los malvados el castigo de la justicia, me dieron fuerzas para evocar tan repetidas veces con mi voliintad el cuadro odioso, hasta satisfacerme de que sabia cuanto la mnda revelacion podia ensenarme, hasta que el corazon me re- prendia por haber dejado a la pobre Paulina tanto tiempo en aquel estado de inconsciencia. La cubri cuidadosamente con su abrigo, y alzdndola en mis brazos, baje con ella la escalera y cruce la puerta de la calle. Ko era muy tarde todavia : una buena per- sona que pasaba me ayudo a Uamar un carruaje, y al poco tiempo entrabamos en casa, y dejaba yo d Paulina sobre su cama, atin insensible. Cualquiera que hubiese sido el singular poder que permitio d Paulina comunicarme sus propios pensa- mientos, ceso tan pronto como salimos de aquella casa fatal. En vano, entonces y despues, estrecbaba yo su mano en la naia : ya no Yolvlan a mi la aparicion, la alu- cinaeion, el sueno ! T esta es aquella linica cosa que no podia yo explicar, el misterio aquel d que aludi cuando empece d narrar mi historia. He contado lo que sucedio : si mi palabra no basta para inspirar confianza, tecgo que resignarme en este punto d no ser creido. CAPlTULO IX YiL me:ntiea Deje d mi inf eliz mujer en las manos matemales de Priscila, y traje conmigo al mejor medico que me vino & la memoria, quien comenzo al instante a prociirar volver- la al sentido. Mucho tiempo paso antes de qne diera senal alguna de recobrar el conociraiento, pero desperto al fin. I Debo aeaso decir que fue aquel para ml un ins- tante supremo ? No necesito contar los pormenores de aquella Yuelta d la yida. No fue, despues de todo, sino un restablecimien- to incompleto, que me inspiro nuevos temores. Cuando asomo la manana balie a Paulina divagando con lo que en mi congoja rogaba al cielo no fuese mas que el delirio de la fiebre. El medico me dijo que su estado era sumamente grave. Habia esperanza de que viviese ; pero no certidumbre. En aquellos largos dias de ansiedad incomparable, vine a saber de veras cuan profundo era mi carino d Paulina. i No volviera en buen bora al juicio, si asi al menos podian devolvermela viva ! Saetas para mi corazon eran las desordenadas palabras de su fiebre. Llamaba a alguien, unas veces en ingles, otras en dulcisimo italiano ; rompia en exclamaciones de VIL MENTIRA 131 pesar y amor profundo ; se escapaban de sus labios miiy tiernas caricias. Y a esto sucedian gritos de dolor, y pa- recia como si la estremeciesen temblores de espanto. Para mi, ni una sola palabra ; para mi, ni una mirada de reconocimiento. Yo, que hubiese dado cuanto ilumina y cubre el Uniyerso por oirle una vez decir mi nombre en su delirio con amor, yo era a su cabecera un simple extrano. I Por quien, por quien Uoraba tan amargamente ? ^ A quien llamaba con aquellas palabras carinosas ? i Quien era el hombre a quien ella y yo habiamos visto herido ? Pronto lo supe j ay de mi !; y si el que me lo dijo no min- tio, el golpe lia sido tal que de el no me recobrare yo Bunca ! De Macari fue el golpe. Yino a verme el dia despues de que Paulina y yo habiamos ido a aquella casa. ^o quise verle entonces : atin no tenia mi plan formado : en aquel momento no pensaba mas que en el peligro de mi esposa. Pero dos dias mas tarde, cuando volvio, ordene que lo recibieran. Me estremeci al camblar con el un aprcton de manos que no osaba aun negarle, aunque en mi mente tenia yo por seguro que aquella mano que estrecbaba la mia era una mano de asesino : tal vez era la misma que aquella noche me asi6 por la garganta. Pero, con lo que yo sa- bia, dudaba aun que me f uese dable hacer caer sobre el a la justicia. A menos que Paulina no curase, la prueba que podia yo aducir no era de peso alguno. Hasta el nombre de la victima ignoraba : para establecer la acusacion era necesa- rio hallar e identificar sus restos : intitil era pensar en el 132 MISTEEIO .... castigo del asesino, cuando ya habian pasado tres anos desde el crimen. Ademas i no era hermano de Paulina ? Hermano 6 no, yo le arrancana la mascara ; yo le lia- ria saber que su crimen no era ya un secreto, que un ex- trano conocia todos los detalles ; y le diria esto siquiera, en la esperanza de que su existencia futura estuviese ago- viada con el miedo de un justo castigo. El nombre de la calle a que Paulina me llevo me era conocido : me fije en el al salir de ella aquella misma no- che, y entendi al instante la causa de la equivocacion del guia ebrio. A la calle Walpole le dije que me Uevase, y recordando sin duda en su inseguro pensamiento d Horacio Walpole, me dejo en la calle Horacio : ; de que detalle nimio depende a veces la suerte de la vida entera ! Macari tenia ya noticia de la enfermedad y el delirio de Paulina. En verdad que el mejor de los hermanos no hubiera mostrado mds interes que el que el mostro por ella. Mis respuestas f iieroa breves y fiias. Hermano 6 no, de el Labia sido la culpa de todo. De pronto cambio de conversacion. — Me apena mucbo tener que molestarle abora con asuntos mios ; pero quisiera saber si Yd. desea por fin unirse d mi en la peticion a Yictor Manuel de que le hable. — No : antes necesito que me scan explicadas varias cosas. Se inclino cortesmente ; pero vi que sus labios se con- trajeron. — Estoy a sus ordenes, me dijo. VIL MENTIRA 133 — Ante todo, debo cerciorarme de que es Yd. lierma- no de mi esposa. Alzo sus espesas cejas y trato de sonreir. — ISTo hay cosa mas facil. Si Ceneri liubiera estado con nosotros, el lo atestiguaria. — Fero lo que el me dijo fue muy distinto de lo que me dice Yd. — i Oh! el tenia sus razones. No importa; yo puedo presentar de eso multitud de testigos. — Ademas, anadi, mirdndole cara d cara y dejando caer mis palabras lentamente, necesito saber por que asesi- no Yd. d un hombre hace tres aiios en una casa de la calle Horacio. Fuese cualquiera la impresion del hombre, rabia 6 mie- do, lo que en su rostro se leyo fue un absoluto asombro. ITo, bien lo sabia yo, la sorpresa de la inocencia, sino de que su crimen fuera conocido. Tuvo por un memento desencajada la mejilla, y me miraba, caida la boca, en ato- nito silencio ; mas pronto recobro su dominio. — I Esta Yd. loco, Mr. Yaughan ? exclamo. —El dia 20 de Agosto de 186- en el ISTo. — de la calle Horacio, dio Yd. una punalada aqui, en el corazon, d un joven que estaba sentado junto d la mesa. El Doc- tor Ceneri estaba en el cuarto en aquel memento, y otro hombre con una cicatriz en la cara. No intento evadir el cargo. De un salto se puso en pie, convulse de ira. Me asio el brazo. Fense por un memento que iba a acometerme ; pero pronto vi que solo queria ver de cerca mi cara. ISTo me opuse d su examen. No creia posible que me reconociese: jtanto cambia la luz el rostro de los hombres ! 134 MISTERIO .... Pero me eonocio. Dejo caer mi brazo y golpeo con el pie el suelo. — i Imbeciles ! j Idiotas !, dijo, encogiendo los labios en ademan de desprecio : i por que no me dejaron hacer bien las cosas ? A pasos agitados anduvo de un lado a otro por el apo- sento, hasta que^ ya compuestas las f acciones, se paro f ren- te a mi. — Es Vd. un gran actor, Mr. Yaughan, me dijo, eon frialdad j cinismo aterradores. Hasta 4 mi mismo me engano Yd, y a mi no se me engana fdcilmente. — I Pero ni siquiera niega Yd. el crimen, malvado ? Se encogio de hombros. — I A que lo lie de negar a un testigo de yista ? A otros bien me cuidare yo de negarlo. Ademas, como Yd. esta interesado en el asunto, no hay razon para que yo se lo niegue. — ; Que estoy yo interesado ! — Ciertamente, puesto que Yd.* se ha casado con mi hermana. Y ahora, mi buen amigo, mi alegre novio, mi querido cunado, le dire a Yd. por que mate a aquel hom- bre, y que significaban aquellas palabras con que me des- pedi de Yd. en Geneva. Me espantaba, por lo que iba a suceder, aquel tone de burla fria y amarga. Apenas podia con ten er mis manos, que se me iban al cuello de aquel hombre. — Pues aquel, cuyo nombre callare a Yd. por obvias razon es, era el amante de Paulina. Ay ! pero ni siquiera dijo " amante ! " : preguntad, pre- guntad lo que significa driido en italiano, y entonces sa- breis lo que me dijo ! VIL MENTIRA 135 — Por la familia de nuestra madre, siguio diciendo el villano, tenemos en las venas sangre noble, sangre que no snfre insulto. Digo que aquel era el amante de Paulina, de la mujer de Yd. Se nego a casarse con ella, y Ceneri y yo lo matamos, lo matamos en Londres, a los mismos ojos de ella. Ya le dije d Yd. otra vez, Mr. Yaughan, que era bueno casarse con mujer que no podia recordar lo pasado. I Que le habia yo de contestar ? Revelacion tan odio- sa excusaba comentario. Me levante y me fui sobre el. Pien leyo mis inteutos en mi cara. No : aqui no, dijo apresuradamente, apartandose de mi : ^ d que viene que emprendamos aqui una rina vulgar dos caballeros ? No : fuera de Inglaterra, en donde Yd. quiera, btisqueme, y alii le ensenare como le odio. j Decia bien el sereno villano ! i A que emprender alii una riiia vulgar, en la que apenas podia esperar acabar con el, con Paulina a las puertas, acaso en aquel instante moribunda ? — i Yete, exclame, asesino y cobarde ! Cada una de las palabras que me has dicho ha sido una vil mentira, y, como me odias tan to, las que me has dicho hoy son las mas viles. j Yete ! salvate de la horca con la f uga ! Salio del aposento echandorae una mirada de maligno triunfo : mas puro me parecio el aire del cuarto cuando aquel hombre ceso de respirarlo. T me fui entonces d la alcoba de Paulina, y sentado d su cabecera oi sus labios secos vibrando siempre y siempre con el nombre italiano 6 ingles de uno d quien ella ama- ba !, y les oi suplicar, les oi prevenir ; y yo sabia que aquellas carinosas y desordenadas palabras iban d aquel d 136 MISTEEIO quien Macari decia que habia dado la muerte porque era el amante de su liermana, de mi esposa ! Mentia aquel villano ! Yo sabia que mentia. Una y otra vez me dije a mi mismo que aquella era una infame, traidora calumnia, que Paulina era pura como un angel. Pero yo sabia tambien que, mentira como era, hasta que no pudiese yo probar que lo era, me comeria como una Uaga el corazon : conmigo estaria siempre; en la mente me creceria sin reposo, hasta que llegase a tenerla por ver- dad ; ni un instante de paz me dejaria, liasta Uevarme a maldecir la hora en que Kenyon me hizo entrar en aquella vieja iglesia para ver "el momento mas liermoso." I Como probaria yo la calumnia ? Solo liabia dos per- sonas en el mundo que conociesen la historia de Paulina : Ceneri y Teresa. Teresa liabia desaparecido ; Ceneri es- taba en las minas de Siberia 6 en alguna otra tumba ani- mada. Ta empece a sentir los primeros retonos envene- nados de la calumnia de Macari, al revolver en la mente otra vez las misteriosas palabras de la vieja italiana. " Wi para querer ni para casarse esta Paulina " : i tendria aque- lla advertencia algun otro sentido, un sentido desbonro- so ? Y se me acumulaban agigantadas en la memoria las circunstancias extranas de nuestro matrimonio, la prisa de Ceneri en casar d su sobrina, su deseo de verse libre de ella. i Acabarian aquellos pensamientos por volverme loco ! No pude estar sentado por mas tiempo al lado de Paulina. Sali al aire libre, y anduve de un lado a otro sin objeto, liasta que Imbo en mi dos ideas fi jas : una era, la de consultar al mejor alienista de Londres sobre las esperanzas de cura que pudiera haber para Paulina ; otra, ir d la calle Horacio, y examinar d la luz del dia, de los VIL MENTIRA 137 quicios a las cliimeneas, toda la casa. Fui primero a ver al medico. Todo le dije, todo, salvo la vil mentira de Macari. IsTo veia modo de explicarle el easo sin Darrarselo integro: pronto vi que habia despertado en el vivo interes : ya el liabia visto a Paulina, j conocia exactamente su estado anterior. Me parece que creyo, como otros muchos cree- ran, todo cuanto le dije, salvo aquella vision inexplicable ; pero aun de ella no se burlo, habituado como estaba a las mas osadas fantasias y alucinaciones. Era natural que lo atribuyese a esta causa, y d ella lo atribuyo : i que consue- lo 6 esperanza podia darme ? — Ya lie dicho a Vd., Mr. Yaughan, que no es cosa completamente nueva el perder la memoria de lo pasado por un largo tiempo, y recobrarla luego en el punto mis- mo en que se la perdio. Yo vere a su esposa ; por lo que Yd. me dice, sufre ahora de un ataque de fiebre cerebral, y no necesita todavia de especialista. Cuando la fiebre haya cesado ire k verla. Espero que saiga de la fiebre enteramente curada; pero su vida comenzara de nuevo en la liora misma en que se trastorno su mente. Yd. mismo, que es su marido, le parecera tal vez una persona extrana. No : el caso no es enteramente nuevo ; pero las circunstancias lo son. No bien deje al medico, fui a ver al corredor encarga- do de alquilar la casa de la calle Horacio, cuyas llaves me dio, con algunas noticias que de la casa le pedi. Yine asi a saber que en la epoca del asesinato habia sido la casa alquilada con muebles por unas cuantas semanas d un ca- ballero italiano cuyo nombre no recordaba el corredor, por liaber pagado adelantada la renta, lo que ahorraba 138 MISTERIO .... mayores inf ormes. La casa "habia estado despues vacia por muclio tiempo, no por ninguna razon especial^ sino porque el dueno se empenaba en alqailarla en cierta suma, que la mayor parte de los qae la veian consideraban excesiva. Di mi nombre y mis senas, y me lleve las Haves. Todo el resto de aquella tarde lo emplee registrando cuanta liendija y rincon Labia en la casa, sin que el menor descu- brimiento recompensase mis pesquisas. InTo habia alii, a mi ver, lugar alguno donde hubiesen podido ocultar el cuerpo de la victima : tampoco habia jardin en que hubie- sen podido enterrarlo. Me volvi a casa, a pensar en mi pena, mientras que la mentira de Macari se abria camino en mi corazon. Y dia tras dia fue en el labrando, mordiendo, royendo, aguijoneando, hasta que me dijeron por fin que la crisis habia terminado, que Paulina estaba fuera de pehgro, que ya habia vuelto a su ser. I Pero a que ser ? i El ser que yo habia conocido, 6 el que tenia antes de aquella noche ? Con agitado corazon me acerque a su cabecera. Debil, extenuada, sin fuerzas para moverse ni para hablar, abrio los ojos y me miro. Era una mirada de asombro, de desconocimiento ; pero una mirada en que brillaba la razon ! No me conocio. Sucedia lo que el medico habia previsto. Como d un ex- trano me vieron sin duda aquellos hermosos ojos que se abrieron un instante, se fijaron en mi, y como fatigados se volvieron d cerrar. Las lagrimas corrian por mis mejillas cuando sali de aquella alcoba, y habia en mi corazon ex- trana mezcla de pena y alegria, de esperanza y de miedo que, impotentes, renuncian las palabras d expresar. Y de su escondite en el fondo de mi alma salio afuera VIL MENTIEA 139 la tremenda mentira de Macari, y como si tuviese una maBO de hierro me asio por la garganta, me cino el cuer- po, batallo conmigo : " i Soy verdad !, gritaba : bien pue- des ecbarme d un lado ; sere siempre verdad. De villa- no eran los labios que me dijeron ; pero una vez al menos el villano ha dicho la verdad. Pues d no ser por eso % a que el crimen? Los hombres no asesinan por razones ligeras." j Asi me hablaba desapiadadamente, prendida de toda mi alma, la mentira ! j Asi me invadia, me vencia, me echaba a tierra sofocado y angustiado, con la duda horrible de que pudiera ser cierta, en la hora misma, por mi tan anhelada y pedida al cielo, en que la plenitud de la razon era devuelta a la mujer amada ! — Somos todavia como dos extranos, me dije : ella no me conoce. j pruebo yo que esa historia de Macari es una calumnia, 6 seremos extranos para siempre ! I Como podia yo probarlo ? % Como podia hablar de esto k "Paulina ? Aun cuando le hablase i como podia es- perar que me respondiera % Y si me respondia i me satis- f arian acaso sus explicaciones ? ; Oh, si pudiese yo ver d Ceneri ! Villano podria ser, pero yo presentia que no era tan consumado villano como Macari. Pensando en esto, di en una resolucion desesperada. Suelen los hombres hacer cosas desesperadas y extranas cuando les va en ellas la vida. Mas que la vida me iba k mi : iba el honor, la f elicidad, cuanto puede ser caro d dos criaturas ! I Si, lo haria ! Locura podria parecer ; pero yo iria d Siberia : y si el dinero, la perseverancia, el favor 6 la as- tucia podian ponerme al fin cara d cara con Ceneri, de sus labios arrancaria yo la verdad toda ! 7 CAPlTULO X EX EUSCA DE LA YEEDAD J Atrayesajb toda Europa, atravesar casi toda Asia por obtener una entrevista de una liora con un preso politico ruso ! Plan singular ; pero yo estaba decidido a llevarlo a cabo : j mientras con mas metodo lo dispusiese, mas probabilidades tenia de exito. ]^o me lanzaria desaten- tadamente hasta el fin de mi viaje, para ballar en el, por falta de las necesarias precauciones, que la estupi- dez 6 la suspicacia de algtin alcaide de poca cnenta me impidiese ver al hombre a qnien buscaba : iria provisto de tales credenciales que no hnbiera ocasion de duda ni disputa. Dinero, que no es cosa de poca monta, lo Ueva- ba yo en abundancia, y la Yoluntad de no escasearlo ; pero algo mas me era preciso, y el procurarmelo Labia de ser mi primera tarea. Holgadamente podia obtener lo que de- seaba, pues dias liabian de pasar antes de que pudiera de- jar sola a Paulina : solo cuando ella estuviese fuera del mas leve peligro podia yo emprender viaje. Emplee, pues, los lentos dias en que mi pobre enf erma iba recobrando a pasos muy perezosos las fuerzas, en bus- car entre mis amigos en las altas regiones del estado uno cuya posicion fuese tal que pudiera, con esperanzas de in- mediato exito, solicitar un favor de otro aun mds alto que F^'' BUSCA BE LA VERBA D HI el. Me sirvio mi amigo con tal eficacia que obtuve una carta de introduccion para el embajador ingles en San Petercburgo, y a mas, la copia de otra que le habia sido enviada con instrucciones en favor mio. Llevaban am- bas cartas una firma que me garantizaba la mas amplia ajuda. Con ellas, j con una carta de credito por una buena suma sobre un banco de San Petersburgo, ya esta- ba pronto para ponerme en camino. Antes de mi partida, debia disponer las cosas de ma- nera que no corriesen riesgo la seguridad ni el bienestar de Paulina, lo cual ofrecia tan grandes dificultades que estuve d punto de abandonar, 6 posponer al menos, mi viaje. Pero yo sabia que si no Uevaba d cabo mi plan como lo habia imaginado, la calumnia de Maeari se ergui- ria siempre entre mi esposa y mis brazos. \ Mejor era irrae entonces, cuando todavla eramos como dos extra- nos ! i mejor era, si Uegaba Ceneri d confirmar con sus palabras 6 con su silencio la vergonzosa historia, que no volviesemos a vernos jamas ! Paulina quedaria en buenas manos: la fiel Prlscila me la cuidaria amorosamente, Priscila, que ya sabia como su nueva enferma habia vuelto a la vez a la memoria de lo pasado y al olvido de lo mas reciente. Ella sabia por que dias sobre dias no habia yo entrado siquiera en la al- coba de Paulina ; por que en su actual estado, no la con- sideraba yo mds ligada a mi que cuando por primera vez la vi en la iglesia. Ella sabia que algun misterio impedia aiin mis relaciones mas intimas con mi esposa, y que para aclararlo iba a emprender mi largo viaje. Con esto se satisfizo Priscila, y no me pregunto mas de lo que me pa- recio bien decirle. 142 MISTEEIO .... Todo lo deje dispuesto minuciosamente. Apenas se sintiera Paulina con snficientes fuerzas, Priscila iria con ella a nn Ingar de la costa. Todo habia de liacerse para su bienestar, y conforme a sns deseos. Si indagaba sobre su actual condicion, le diria Priscila que un pariente cerca- no, que andaba yiajando, la Labia dejado encargada a ella hasta su vuelta ; pero a menos que no recordara por SI misma los sucesos de los tiltimos meses, nada se le ha- bia de decir sobre su condicion de esposa mia. En ver- dad, hasta dudaba yo de que ella fuese en ley mi esposa, de que, si lo deseaba, no pudiera anular nuestro matrimo- nio, alegando que lo contrajo cuando no era duena de su juicio. Al volver yo de mi expedicion, si reeobraba en ella, como con toda fe crela, la salud de mi alma, todo ba- bria de comenzar de nuevo como si entre Paulina y yo nada hubiese aun sucedido. j Sena el nacer del alba, y el asomar de los primeros capuUos de la primavera ! Yo sabia de seguro que desde la desaparicion de la fiebre nada habla dicbo Paulina del borrendo suceso que nublo su razon tres anos antes ; y me asaltaba el miedo de que, cuando se sintiese restablecida, intentaba remover aquellos becbos. i Que podia haber logrado ? Macari babia salido de Inglaterra el dia despues de la entrevista en que le acuse del crimen. Ceneri estaba fuera de su alcance. Esperaba yo que se lograria tener en calma a Paulina basta mi vuelta, y aleccione d Priscila para que, si mi mujer le bablaba de un gran crimen cometido por personas a quienes conocia, le dijese que se estaba buscan- do a los culpables, y baciendo todo esf uerzo porque les diera su merecido la justicia : confiaba yo en que, con su usual dociliciad, se contentase con estos informes. ^i\r BUSCA BE LA TERBAB 143 Priscila me escribiria constantemente, a San Peters- burgo, d Moscow, a todos los lugares en que debia yo de- tenerme, al ir y al volver. Le deje los sobres ya escritos : de San Petersburgo le enviaria las fechas en que debia ir dirigiendome sucesivamente sus cartas. Esto era todo lo que podia yo preveer. Todo, excepto una cosa. Maiiana por la maiiana debo partir; ya mi pasaporte esta firmado, mis baules cerrados, todo projito. Pero un instante, un instante al menos, ne- cesito verla antes de recogerme esta noche d mi triste sueno — i verla acaso por la tiltima vez ! Estaba dormida prof undamente : me lo dijo Priscila. ; Una vez mas de- bia yo ver aun aquel hermoso rostro, para llevar con mi- go su perfecta imagen en aquella Jornada de miles de millas ! Y entre en su alcoba. De pie a la cabecem de su ca- ma, contemplaba yo con los ojos llenos de Idgrimas a la que era mi esposa, y no lo era. Me juzgaba como un cri- minal, como un profanador ; tan poco derecbo creia tener a penetrar en aquella alcoba. En la almohada descan- saba su puro rostro palido, el rostro para mi mds bello de cuantos la tierra habia criado. Su aliento regular y tran- quilo agitaba su seno suavemente. Bella y blanca lucia, como una criatura de los cielos ; y jure, contemplandola, que palabra alguna de hombre me haria dudar de sn ino- cencia. Pero iria, sin embargo, a Siberia. i Mundos hubiera yo dado por teher el derecho de poner mis labios en los suyos, de despertarla con un beso, de ver alzar aquellas luengas y negras pestaiias, y fijarse en mi sus ojos animados de amor ! T no siendo aun para ella mas que lo que era, casi sin mi volantad 144: MI8TERI0 . . . . mis labios se fueron inclinando hacia su rostro, j la bese en la sien miiy suavemente, allf donde comienza a crecer fino J rico el cabello. Se estremecio en su sueno^ palpi- taron sus parpados, y, como un malvado a quien sorpren- den al empezar a cometer nn crimen, hni. A centenares de millas estaba yo al dia siguiente, mas sereno ya el juicio. Si al alcanzar, si lo alcanzaba al fin, a Oeneri, me cercioraba yo de que Macari no habia men- tido, de que me habian burlado, enganado, empleado como un instrumento, tendria al menos la triste satisfac- cion de la venganza. Saciaiia mis ojos en la desdicha del bombre que me habia enganado, y usado para sus propios fines. Le veria arrastrando su vida miserable en la de- gradacion y en las cadenas. Le veria esclavo, azotado y maltratado. No tuviera yo mas recompensa que esta, y daria por bien hecho mi yiaje. Kudos, como se ve, eran mis pensamientos ; pero si se recuerdan mis ansias y es- pantos, y el doloroso miedo con que emprendia mi camino, I quien extrailara esta ira de la mente en una bumilde criatura humana ? i En San Petersburgo por fin ! La carta que traigo, y la que me habia precedido, me abren las puertas del em- bajador ingles. ISTo se mofa de mi stiplica, sino que la oye atentamente. Se me dice que nunca ha habido caso igual ; pero no oigo la palabra " i imposible ! " Hay di- ficultades, grandes diflcultades ; pero como mi asunto es puramente domestico, sin dpice de politica en el, y como van mis cartas realzadas por la magica firm a de aquel d quien el noble embajador anhela complacer, no se me dice que scan insuperables los obstaculos. Tendre que espe- rar dias, semanas tal vez ; pero puedo estar cierto de que EN BUSGA DE LA VEEDAD 145 cuanto S9 pneda hacer, se liara. Dicen los diarios que no estan ahora en muy cabal amistad los dos gobiernos ; y esto se suele conocer en que el de Rusia niega demandas muclio mas sencillas que la mia. Pero se vera, se vera Mientras tanto : i quien es el preso, y donde esta ? i Ah ! eso no lo puedo decir. Solo lo conozco por el Doctor Ceneri, italiano, apostol de la libertad, conspira- dor, patriota. Torpeza hubiera sido en mi suponer que habia sido procesado y condenado bajo aquel mismo nom- bre, que yo creia ficticio. El embajador estaba seguro de que en los ultimos me- ses no se habia sentenciado a ningun Doctor Ceneri. Pero eso importaba poco. Una vez otorgado el permiso, la policia rusa identificaria al preso con los datos que yo te- nia de el. Buenos dias, pues : muy pronto recibiria yo no- ticias de la erabajada. — Una advertencia, Mr. Yaughan, me dijo el embaja- dor. No esta Vd. en Inglaterra : recuerde que una pa- labra imprudente, una simple mirada, la mas sencilla observacion al caballero que se sienta a su lado en la mesa pueden f rustrar sus planes. Acd se gobierna de otro modo. Agradeci el consejo, aunque en verdad no me era ne- cesario : mas pecara un ingles por silencioso que por co- municativo. Me volvi a mi hotel; procure distraer el tiempo en los primeros dias de espera como mejor me fue dable. No carecia, por cierto, San Petersburgo de entre- tenimientos : precisamente era ciudad que habia yo de- seado siempre ver : todo en ella me era nuevo y extrano, y sus costumbres son dignas de estudio, mas nada podia sacarme de mis pensamientos. Todo lo que yo apetecia era salir en busca de Ceneri. 146 MISTERIO . • • • El que insiste, enoja. Sabia yo que el embajador ha- ria cuanto le fiiese posible en mi servicio, j espere pacien- temente, hasta que una esquela suya me 11am 6 a la Emba- jada. Me recibio eon bondad. — Todo esta arreglado, me dijo. Ira Yd. a Siberia provisto de una autoridad que el alcaide 6 militar mas ignorante obedeceran sin replica. Por supuesto, he ase- gurado bajo mi propia palabra que de ningun modo ayu- dara Yd. a la evasion del preso, j que su mision es ente- ramente privada. Le di gracias, y le pedi instrucciones. — Ante todo, debo llevar a Yd. a palacio. El Czar desea conocer al ingles excentrico que acomete tan largo viaje para hacer unas cuantas preguntas. De muy buena voluntad habria renunciado yo a tal distincion ; pero, como no veia modo de rehuirla, me dis- puse a afrontar al autocrata como mejor pudiese. A la puerta aguardaba el carruaje del embajador, y a los pocos minutos estabamos en el imperial palacio. Conservo vagas memorias de gigantescos centinelas, oficiales resplandecientes, ugieres graves, gente seca y som- bria; de hermosas escaleras y anchos pasos; de pinturas, de estatuas, de doraduras, de tapices. Siguiendo a mi guia, entre en un vasto aposento, en uno de cuyos extre- mos estaba en pie un liombre alto y de noble apostura en arreos militares ; y entendi que me veia en la presen- cia de aquel que con un movimiento de cabeza podia mo- ver d su capricho millones de criaturas, del Emperador de todas las Rusias, el Czar Blanco, Alejandro II, cuyo do- minio abarca a una la civilizacion mas refinada de los europeos y la barbarie mas baja del Asia. EN' BUSCA DE LA VERDAD 147 Dos anos hace, cuando llego de stibito a Inglaterra la nueva de su cruenta muerte, lo recorde como lo vi aquel dia, en el calor de la existencia, alto, imperante y benevo- lo, viril figura que era grato ver. Si, como dicen los que saben de fragilidades de reinas, corria en sus venas sangre de plebeyo, de la bota a la frente parecia aquel un rey de hombres, un esplendido despota. Conmigo f ue especialmente afable y llano, y me reci- bio de modo que piide sentirme tan holgado como era da- ble en tan poderosa compania. For mi nombre me pre- sento a el el embajador, y, despues de una adecuada reve- rencia, quede aguardando sus palabras. Dejo caer sobre mi su mirada durante un segundo ; y empezo a hablarme en frances fluentemente, y sin marca- do acento extranjero. — Me dicen que desea Yd. ir d Siberia. — Si V. M. se digna permitirlo. — I A ver d un preso politico ? Afirme con un movimiento de cabeza. — Largo viaje para tal objeto. — Es para mi, senor, asunto de grandisima importan- cia. — De importancia privada, dice el seiior embajador. Hablaba en tono breve y seco, que no admitia quie- bros ni esquiveces. Me apresure a protestar de la natura- leza enteramente personal de la entrevista que apetecia. — I Es muy amigo de Yd. el preso ? — Mas es mi enemigo, senor ; pero mi f elicidad y la de mi esposa dependen de esta entrevista. Sonrio a esta explicacion. — Quieren bien a sus esposas los ingleses. Sea. El 148 MISTEEIO .... Ministro proveera d Yd. de pasaporte y antoridades. Buen viaje. Me incline reverentemente, y sail del aposento augus- to, anhelando que las divinidades de escritorio no demo- rasen eon trabas de Ministerios la ejecucion de la volun- t^d imperial. A los tres dias recibi mis documentos. Me autorizaba el pasaporte a viajar hasta el fin de los dominios asiaticos del Czar si me parecia bien, j estaba fraseado de man era que me ahorraba la necesidad de renovarlo a cada nuevo gobierno de distrito. No vine a comprender todo el favor que se me bacia hasta que pude ver luego por mi mismo las dilaciones y enojos de que aquel magico docu- mento me libraba. Aquellas breves palabras, ininteligi- bles para mi, obraban como un encanto, cuyo influjo no osaba nadie resistir. Pero, autorizado ya para viajar i a donde debia enca- minarme para dar con Ceneri ? Explique mi case a uno de los gef es de la policia : describi a Ceneri, cite la fecba aproximada en que suponia yo acaecidos su delito y pro- ceso, y rogue que me aconsejara el medio mejor de hallar a Ceneri en el lugar de su destierro. Fui tratado con toda cortesia : grande es la cortesia de los empleados rusos con quienes gozan del favor de los poderosos del imperio. Al instante identificaron a Cene- ri, y me dijeron su nombre verdadero y su historia secreta. Eeconoci el nombre al punto. No debo darlo al publico. Muchos hay en Europa todavia que creen en el desinteres y pureza del misero preso ; muchos que lo lamentan como d un martir. Tal vez en la causa de la libertad fue siempre noble y bravo. EN BUSCA DE LA VEBDAD 149 ik. queafligir a sus secuaces con la revelacion de los sombrios secretos de sa vida ? Por lo que k mi hace, sea siempre para ellos el biien Dr. Ceneri. Toda su historia me dijo el suave empleado ruso. Ce- neri habia sido preso eri San Petersburgo pocas semanas despues de nuestra entrevista en Geneva. Uno de sus complices denuncio a la policia la abominable trama : el Czar y varies miembros del Gobierno iban a ser asesina- dos. Dejo crecer el plan la policia, y cuando la culpa era patente, cayo sobre los conjurados. Apenas escape uno de los capitanes, y Ceneri, que flguraba entre ellos, fue tratado con escasa merced. No tenia en verdad dere- cho d mas : no era un subdito ruso, sof ocado en su natu- ral derecho de bombre por un gobierno despotico y som- brio : aunque se decia italiano, era cosmopoKta. Ceneri era uno de esos inquietos espiritus que anhelan la ruina de todas las formas de gobierno, salvo la de la Reptiblica. Habia conspirado y tramado, y peleado como un valiente, por la libertad de Italia. Sirvio a Garibaldi con filial obediencia, pero se volvio contra el cuando vio que Italia iba d ser una monarquia, y no la ideal Reptiblica que aca- riciaba en suenos. Rusia atrajo despues su atencion, y vendido alii su plan, podia darse ya por acabada su tarea en la tierra. Despues de muchos meses de mortal espera en la fortaleza de San Pedro y San Pablo, fue sentencia- do a veinte aiios de trabajos forzados en Siberia, para don- de habia salido meses antes. Opinaba el suave empleado ruso que le habian tratado con gran misericordia. Pero donde estaba en aquel instante, eso no me lo po- dian decir de fijo. Podia estar en los lavaderos de oro de Kara, en las salinas de Utskutsk, en Freitsk, en Nert- 150 MISTERIO .... chinsk. Los desterrados iban primero a Tobolsk, que era come una estacion central de todos ellos, desde donde los distribuia a su capricbo por toda Siberia el Gobernador General. Si yo lo deseaba, se preguntaria al gobernador de Tobolsk el paradero de Ceneri por carta, 6 por un tele- grama. Pero como yo no podia, de todos modos, dar con Ceneri sin pasar por Tobolsk, haria yo mismo la pregunta al Gobernador. M el correo ruso, ni el telegrafo, acaba- do de establecer, me parecio que correrian parejas con mi prisa : decidi partir al dia siguiente. Di las gracias al gef e de policia, de quien recogi cuan- tos inf ormes pude, y con mis eficaces documentos en el bolsillo, f uime k acabar mis preparativos de viaje : un viaje que podia ser mil 6 dos mil millas mas 6 menos lar- go, segtin la comarca a donde hubiese placido al goberna- dor de Tobolsk confinar al infeliz Ceneri. Antes de salir recibi una carta de Priscila, carta de criada vieja, muy bien puesta y confusa. Paulina seguia bien, y estaba pronta a dejarse guiar por Priscila basta la vuelta del paciente amigo que andaba en viaje. " Pero, mi senor Gilberto, decia aqui la carta, siento mucbo decir que a veces la senora no me parece en sano juicio. Habla mucbo de un crimen muy grande ; pero dice que espera tranquila en lo que haga la justicia, y que alguien a quien ha yisto en suenos en su enfermedad esta trabajan- do por ella. T no sabe quien es ; pero dice que es uno que lo sabe todo." i De manera que no solo esperaria Paulina mi vuelta tranquilamente, sino que alboreaba ya en su alma la me- moria de mi amor ! Aquellas lineas de Priscila me llena- ron de esperanza. EN BUSGA DE LA YEEDAD 151 "Hasta esta misma tarde, mi senor Gilberto, no repa- ro que tenia puesta una sortija de matrimonio. Me pre- gunto como le habia venido, y le dije que no se lo podia decir. La hubiera visto entonces el senor dando y dando vueltas horas y horas a la sortija en el dedo, y pensando y pensando. En que piensa, le dije. En unos suenos de que quiero acordarme, me dijo, con aquella sonrisita, mi senor Gilberto, tan quieta y tan linda. Yo me estaba muriendo por decirle que era la mujer legitima del senor Gilberto ; y me daba miedo pensar que iba a sacarse del dedo la sortija ; pero gracias d Dios no se la quito, senor." i Si, gracias a Dios no se la quito ! Cuerpo y alma se me iban por el camino que habia traido la carta ; d los pies se me iban de mi pobre esposa ; pero refrene la ten- tacion, mas seguro cada vez de que mi entrevista con Ceneri habia de tener resultados ventnrosos, de que vol- veria a conquistar de nuevo, si era necesario, el derecho de afirmar para siempre en aquel dedo el anillo de las bodas, convencido ya de que mi esposa era mds pura que el oro del anillo. \ Oh, Paulina, mi hennosa Paulina ! i Ann seremos f elices, esposa mia ! Al dia siguiente sali para Siberia. CAPlTULO XI EL mriEEN^O EN LA TIESKA Mediae A el verano cuando deje a San Petersburgo, y era el calor vivisimo, en aquella tierra afamada por sus frios. Fui d Moscow por el camino de Merro que en li- nea recta inqnebrantable va de una ciudad a otra : asi lo mando hacer el Czar, sin desviaciones ni curvas. Cuando los ingenieros preguntaron por que ciudades notables deberia pasar el camino, tomo el Czar una regla, j trazo una linea recta de San Petersburgo a Moscow: "Por aqui ha de pasar," dijo. T paso por alii, arrollando toda propiedad 6 conveniencia agena : derechamente anda el camino cuatrocientas millas, sin desviarse un punto de la linea recta que trazo el autocrata. En la colosal Moscow tuve que detenerme dos dias, buscando guia e interprete. Como yo hablo, ademas de la mia, dos 6 tres lenguas, me fue posible escoger con acierto : tome al fin d mi servicio un mozo inteligente y afable que se envanecia de conocer pulgada d pulgada nuestro camino. j Quedese atras el Kremlin imponente con sus iglesias, sus torreones y sus muros ! Vamos a Nijni Novgorod, donde el ferrocarril acaba. ; Quedese atras la vieja ciudad de Vladimir con su famosa catedral de cinco domos ! Ya estamos en Nijni, donde mi inter- EL INFIEENO EN LA TIEEBA 153 prete quiere quedarse uno 6 dos dias, porque " es cosa de ver, me dice, la feria de Nijni Novgorod." i Que me importaban a mi fiestas ni f erias ? Le ordene que hiciera al instante los preparatives para seguir el viaje. Como era verano, estaban abiertos los rios : el vapor DOS llevo por el ancho Yolga abajo, hasta mas alia de Kasan, hasta el torcido rio Kama, basta la gran ciudad de Perm que el Kama baSa. K'unca fueron para mi cinco dias mas largos que los que emplee en aquel viaje : el rio, tortuoso ; perezoso el v^,por ; el espiritu inquieto. Ansiaba ya Uegar a tierra : i por el agua no me parecia que adelantaba ! Alii seria el camino recto, no con aquellos cientos de recedes ! Estabamos llegando al termino de Europa, A cien millas mds, cruzariamos los montes Urales y entrariamos en la Eusia Asiatica. En Perm liicimos los ultimos preparatives. De alii en adelante habiamos de viajar con caballos de posta. Ivdn, mi guia, compro, no sin regatear, vlti tarantass, que es una especie de faeton. Ta estdn en el los baiiles, y nosotros en nuestros asientos ; piafan ya, arnesados a la rusa, los tres caballos de la primera posta ; el yemscbik los pone en camino', no con el latigo, sine con las palabras carinosas que se tienen en Pusia por mas eficaces : ya ha empezado la larga Jornada ! Cruzamos los Urales, que no me parecian tan eminen- tes como los pinta la f ama. Pasamos por el obelisco de piedra levantado, me dijo Ivan, en honor de Yermak, gefe cosaco. Leimos la palabra '' Europa '' a nuestro f ren- te, y al respaldo lei la palabra " Asia." En Ekaterineburg pase mi primera noche en Asia, noche sin sueno, que me 154: MISTEBIO • • t • ahuyentaba el calcular una Tez j otra las milks que me separaban de Paulina. Dias sobre dias habian pasado desde que sali de San Petersburgo ; f errocarril, yapor y buen caballo me habian traido, y el viaje no estaba mas que en su comienzo. Ni sabre siquiera cuanto lia de du- rar, hasta que no llegue a Tobolsk. Una bagatela, unas cuatrocientas millas, de Ekaterine- burg a Tinmen ; otra bagatela, unas doscientas millas, de Tinmen a Tobolsk ; y alii, de bagatelas siempre, aguardare a que plazca al Gobernador General decirme los centena- res de millas que me aguardan. En balsa pasamos, el ta- rantass y nosotros, el Irtnish espacioso y amarillo, que a la otra margen espera a los militares que lo cruzan, con el aseenso con que el gobierno les induce a servir en Siberia : en la margen oriental del Irtnisb empieza la Siberia propia. i Tobolsk, por fin ! Todo es carinos el Gobernador, apenas ve mi pasaporte. Me invita a comer ; acepto por razones obvias, y a cuerpo de rey me trata. Hallo en su archiyo cuanto necesito saber sobre Ceneri. Lo grave del delito requeria especial dureza : lo ha enviado al ultimo extremo de los dominios del Czar. Se ignoraba atin don- de acabaria su viaje, mas esto me importaba poco. El iba a pie, yo en tarantass, y como no habia mas que un cami- no, lo alcanzaria al fin, aunque ya hacia meses de su salida de Tobolsk. Mandaba la escolta de aquella cuadrilla de presos el capitan Yarlamoff, para quien me daria el Gober- nador una carta. Me darla ademas otro pasaporte con su propia firma. — I Donde cree Yd. que alcanzare a la cuadrilla 1 — Alia por Irkutsk, calculo el gobernador. ; Por Irkutsk, como a dos millas de Tobolsk ! EL IXFIERXO EN LA TIEREA 155 Me despedi agradecido del poderoso personaje, y d tal velocidad segui camino que Ivan mismo, que era afable y paciente, comenzo a murmurar : " Los rusos son mor- tales," le oia decir. '^ A dos centavos por milla no puede dar la posta caballos arabes." Ni a Ivan ni al yemschik daba yo tregua. Todavia no se liabia enf riado su te cuan- do ya los estaba Uamando pai-a seguir viaje. ^Dormir toda nna noclie ? ; Quien pensaba en dormir ! I Ob, el te de Siberia ! ; Nunca Lasta aquel viaje supe la eantidad de te que puede consumir un vivo ! A galo- nes lo beben. Lo llevan consigo en tablillas prensadas, amasado con saugre de oveja y de otros animales. Lo beben al alba, al mediodia, a la noche. Donde hay nna parada, como puedan haber a mano agua caliente, a baldes hacen el te, y lo beben a baldes. Son vagas mis memorias de aquella expedicion. Xo atravesaba yo el pais para estudiar las costumbres, ni para escribir nn libro de viaje, sino para alcanzar a Ceneri. jA alcanzarlo, pnes ! Yastas estepas, negros pantanos, bosques de membrillo, tupidos pinares, arces, robles, arroyos, anclios rios : todo volaba a nnestra espalda. Ade- lante segnianios tan de prisa como lo soportaba el camino. Cuando nos rendia la fatiga, habiamos de contentarnos con los mines arreos de descanso que hallabamos d mano. Solo los lugares de alguna importancia tenian posadas. Me habitue al fin d dormir en el tarantass, d pesar de los recios t umbos del camino. Lento, monotono viaje. No me detenia d visitar los objetos 6 Ingares de interes de que hablan los viajeros. Del alba d la noche, y casi toda la noche, giraban ve- lozmente nuestras ruedas. A cada nueva posta leia en el 156 MISTEEIO . . . « • paral de madera el numero de millas que me separaban de San Petersburgo, hasta que, eon aquel correr de dias y de semanas, llego a espantarme la distancia andada y la que habia de recorrer a mi yaelta. ^Yolveria a ver a Paulina ? i Que liabria pasado en Inglaterra durante mi ausencia ? Grande era mi desanimacion a veces. Lo que mejor me revelaba la extension de la distancia recorrida era, mas que los parales y los dias, los cambios de traje y dialecto de la gente del pais. Los yemscliiks eran, de trecho en trecbo, de nacionalidad y aspecto dife- rentes : los caballos mismos eran de diversa raza. Mas los yemscliiks eran siempre babiles, y los caballos buenos. El tiempo seguia hermoso, tal vez demasiado bennoso. Toda aquella tierra, cultivada con esmero, parecia perte- necer a gente acomodada y trabajadora. i Era aquella la Siberia de la f ama ? El aire, excepto en las horas de calor yivo, era sumamente grato : con el se entraban por el cuei-po alegria y f uerza ; jamas habla yo respirado aire tan puro. Dias habia en que sentia en las venas como si me entrase por ellas a raudales una nueva vida. Los habitantes me parecieron honrados ; y cuantas ve- ces me fue preciso mostrar mis documentos, me trataron de tal modo, que fuera poco 11am arlo cortesia. I^o se como me bubiesen tratado a no llevar los documentos. Tenia ocupada a casi toda la gente campesina la cose- cba de beno, asunto alii de tanta importancia que a los presos mismos se les da suelta durante seis meses para que ayuden a levantar la cosecba. Grecian por todas partes bermosisimas flores silvestres, y no se hallaba persona que no pareciese bolgada y satisfecha. Me fueron gratas, en verdad, mis impresiones de verano en Siberia. EL IFFIERJS'-O EN LA TIERRA 157 4 Deseaba yo, sin embargo, que hubiesemos estado en el rigor del invierno. Rudo es el f rio ; pero se viaja mucho mas aprisa. El camino se cnbre de nieve. Ta no se va en tarantass, sino en trineo. Maravilla la suma de leguas que se anda al dia. TuvimoSjpor de contado^pequeiios accidentes ydemo- ras en el camino. Obra de hombre es al fin el tarantass : las ruedas se rompen, los ejes ceden, se quiebran las lan- zas, el tarantass se vuelca. Eeparabamos el dano, y en camino ! Capitulo de Genesis parecena esta historia, si enume- rase yo las ciudades y aldeas por que pasamos. El lector que de aquellas tierras sepa, reconoceiia algunos nombres : Tara, Kainsk, Koliuvan, Tomsk, Achinsk, Nijni Udinsk. Los demds, aun para el lector mas culto, serian meros so- nidos. No habia, sin embargo, ciudad 6 aldea que careciese de estaci&n de posta, ni de un edificio cuadrado y sombrio, mas 6 menos grande segiin la importancia del lugar, y cir- cnndado por alta empalizada, a ciiya pnerta abarrotada se paseaba nn centinela : eran los ostrogs^ las prisiones ! \ Ni una aldea sin ostrog ! Alli hacian alto los miseros presos en su tremenda marcba. Son los ostrogs sus tinicas posadas. Masas de insectos parecen en lo interior. En los que estan hecbos para doscientos presos, encierran cuatrocientos. Habia epocas en que no se podia seguir la marclia : los rios se helaban, 6 se inundaba la comarca : las escenas en los os- trogs eran entonces espantosas. Se tiembla solo al descri- birlas. Hombres y mujeres, de su sexo olvidadas en aquella agonia, se apinaban sofocados y fetidos, contra 158 MISTERIO • • • las paredes que destilaban podredumbre. Subia del siielo hediondez envenenada. A carretadas sacaban a veces los muertos. Nada eran los sufrimientos del cami- no comparados con los borrores del deseanso. \ Y era en nno de aquellos ostrogs donde debia yo hallar a Oeneri ! Tropezamos al paso con muchas cuadrillas que seguian* jadeantes* d su triste destino. Me dijo Ivan que Ueyaban casi todos grillos, lo que yo no hubiera sospechado, porque los tenian cubiertos. El corazon se me afligia por aque- llos infelices. Criminales como eran — ^lo eran todos aca- so ? — jamas pude rebusarles la limosna que invariable- mente pedian. No vela yo que los tratasen mal los oficia- les y soldados ; pero erizaban los cabellos las historias de sus padecimientos a manos de alcaides y carceleros inhu- man os. El calabozo y el rodillo, y otras penas de cruel- dad reflnada, castigaban las faltas mds leves, — a veces, faltas sonadas ! Kespiraba yo mas libremente cada vez que perdiamos de vista una de aquellas cuadrillas. A mi pesar saltaba d mis ojos el contraste entre ml mismo, libre y considerado, y aquellos rebanos de semejantes mios, maltratados e in- mundos. Pero si Ceneri no desvanecia toda sombra de duda en mi espiritu, si la pureza de mi esposa no resplan- deceria libre de toda mancha despues de nuestra entre- vista, mds desdiehado volveria yo por aquel camino que aquellos miseros que arrastraban por el sus pies Uagados ! Como diez dias despues de mi salida de Tobolsk co- mence d preguntar en los ostrogs si la cuadrilla del capi- tan Varlamoff habia pasado, y si tardaria atin mucho en alcanzarla. Confirmaban todos el calculo del goberna- dor : por Irkutsk vendria d dar con ellos. Yi que cada EL IFFIERXO EN LA TIERRA 159 nuevo dia me llevaba mucho mas cerca de Yarldmoff, y cuando entramos \ por fin ! en la hermosa ciudad de Ir- kutsk, comprendi que estaba cerca el termino de mi Jor- nada. ITo habia llegado aun el capitan. En el ultimo lugar en que preguntamos por el, nos dijeron que habia pasado por alii un dia antes : lo dejabamos, pues, atras. Lo mejor era aguardar en Irkutsk la llegada de la cuadrilla. ; Bien me estaria, por cierto, descansar uno 6 dos dias de tantas fatigas ! No me pesaba gozar de nuevo de las co- modidades de la ciudad ; pero a cada bora enviaba d inquirir si habian llegado los presos de Yarlamofi. Mucho habia anhelado llegar a Irkutsk; mas estaba anhelando salir de el. No habia recibido carta de Irkutsk desde que deje a 'San Petersburgo, ni podia recibirlas, puesto que yo habia yiajado mucho mas rdpidamente que el correo. Pero a la vuelta, las recibina : a la vuelta ! Dos dias de impaciencia eran ya pasados cuando me dijeron que d las cuatro de la tarde habia Uevado su cua- drilla el capitan Yarlamoff al ostrog de Irkutsk, i Que me importaba d mi acabar la comida que acababan de ser- virme ? Me levante de ella, y f ui hacia el ostrog a paso vivo. No estaban por cierto acostumbrados los centinelas a ver llegar a la puerta de la prision un hombre de mi as- pecto, en traje de paisano, pidiendo ser conducido sin perdida de tiempo d la presencia de un capitan ruso que aun no se habia sacudido el polvo del viaje. Se sonrieron como de burlas, y preguntaron a Ivdn si " el padrecito " se habia vuelto loco. De mucha persuasion y firmeza tuve 160 MI8TEEI0 .... que valerme, y de una propina que a aquellos avidos sol- dados significaba sendos tragos de volha^ para que me per- mitieran trasponer la puerta de la alta empalizada, y Ue- gar, no sin muchas muestras de deseonfianza de mi guia, hasta Yarlamoff. Habia yo al coraenzar mi viaje adoptado el traje ruso, que bien podia, con el desgaste y maltrato del camino, darme la apariencia de un paisano a quien cualquier caballero militar pudiera ajar a su sabor ; asi f ue que el joven y arrogante capitan me echo, al verme, los ojos cenudos. Pero f ue cosa de gozo observar el cambio de su fisono- mia cuando bubo leido la carta del gobernador de To- bolsk. Se puso en pie, con la mayor cortesia me brindo asiento, y me pregunto en frances si hablaba esta lengua. Lo convene! pronto de ello ; y como no necesitaba' de Ivan en la entrevista, le dije que me aguardase afuera. Pero no : no se Labia de hablar de nada hasta que no tuvieramos delante vino y cigarrillos: despues, si, des- pues el capitan se pondria a mis ordenes en todo ! Le dije al fin lo que deseaba. — Desea Vd. ver privadamente a uno de mis presos. Esta carta me ordena que atienda a su deseo. Pero i con que preso desea Yd. hablar ? Le di su yerdadero nombre. Un movimiento de ca- beza me indico que no lo conocia. — No conozco d ninguno de ellos por ese nombre. La mayor parte de los nombres de los presos politicos son falsos. Cuando salen de mis manos, quedan convertidos en numeros ; de modo que no importa. — I Oeneri ? EL INFIEENO EN LA TIEEEA 161 Yolvio a mover la cabeza. Tampoco lo conocia por Ceneri. — Se que el hombre a qiiien busco esta en bu cua- di^illa. I Como puedo hallarlo ? — I Le conoce Yd. de vista ? — Oh, si : le conozco bien. — YengaYd. entonces conmigo, y btisquelo en lacna- drilla. Pero encienda antes otro eigarro : vamos a nece- sitarlo. Salio guiandome, y pronto nos detuvimos ante una re- cia pnerta. A su voz vino iin carcelero, con nn mazo de grandes Haves. Kechino el cerrojo, y qnedo la puerta franca. — Sigame, dijo Yarlamoff, aspirando dilatadamente su eigarro. Le obedeci ; y a poco caigo en aquellos umbra- les desmayado! Tal hedor se escapo por aquella puerta, que parecia que por alii se entrase en una caverna donde estuvieran puestas a pudrir las iinpurezas todas de la tierra. Se sen- tia que aquel aire espeso y pestifero iba cargado de enfer- medades y de muerte. Me recobre como mejor pude, y segui d mi guia por aquel lugar lobrego. Tras de nosotros se cerro la puerta. Aunque pudiese yo hallar la manera de describir aquel horrendo cuadro ^quien me lo creeria? El ostrog era es- pacioso ; pero para los presos que habia en el, debia ser tres veces mayor. Eepleto estaba de aquellos infelices; de pie, sentados, acostados. Hombres de todas edades, de todas las naciones. Los habia del mds bajo tipo huma- no. Estaban apinados en grupos : muchos de ellos se in- juriaban, maldecian, juraban. Movidos por la curiosidad 162 MISTERIO .... se ecliaron sobre nosotros tan de cerca como el miedo al capitan les perinitia. Eeian y charlaban en sus barbaros dialectos. En iin infierno estaba yo, en nn inmundo in- fierno : en un infiemo creado por los hombres para sus semejantes. I Suciedad ? : masa de ella era el ostrog entero : amon- tonada bajo los pies, escuiTiendose por las paredes j las vigas, flotando en el aire espeso, caKdo, pestilente. Masa viva de snciedad parecia ser cada bombre. Emile Zola se complaceria en una descripcion minuciosa de aquella mi- seria : yo la dejo a la imaginacion de los que me leen, aunque dudo que imaginacion alguna conciba eosa seme- jante a la realidad. En una cosa si pense al momento : i como no se echa- ban afuera todos aquellos hombres, abatian a sus guardas, y se escapaban de la humeante cueva ? Lo pregunte a Varlamoff. — Jamas intentan escaparse en el camino, me dijo. Es un caso de honor entre ellos : saben que si alguno se fuga, los demas son tratados con mucha mayor severidad. t/ — I Y ninguno se escapa desj)ues ? — Si, muchos se escapan ; pero de nada les sirve. Tie- nen a la fuerza que pasar por las poblaciones, 6 morir de hambre ; y en las poblaciones vuelven siempre d caer presos. Uno d uno iba yo examinando aquellos rostros, ansioso de dar con el que buscaba ; unos me miraban con ira, con desconfianza otros, otros como desafiandome, otros con in- dif erencia. Se hablaban en voz baja ; pero la presencia de Varlamoff me libro de insultos. Muchos grnpos exa- mine sin exito ; y comence a dar la vuelta a la prision. EL INFIEENO EF LA TIEERA 163 A todo lo largo de la pared corria una tarima inclina_ da, cubierta enteramente por cuerpos encogidos en diver- sas posturas. Era el lugar menos inmundo del ostrog, y no habia en el vacio el espacio de un dedo. En una de las esquinas vi a un hombre reclinado, en la actitud de quien ha perdido ya todas las f uerzas. La eabeza le col- gaba sobre el peclio, los ojos los tenia cerrados. Algo habia en todo el que me era conocido. Me acerque k el, y le puse mi mano en el hombro. Abrio sus fatigados ojos y levanto su triste faz. Era Manuel Ceneri. 8 CAPtTULO XII EL VEEDADEEO NOMBEE La expresion de sn mirada cambio de subito de la de- sesperacion al asombro. Parecia no estar seguro de que no fuese un fantasma el hombre que tenia ante si. Se puso en pie como deslumbrado y aturdido, y me niiro cara a cara, mientras que sus companeros agitados se apre- taban al rededor nuestro. — ^jMr. Vaugban! aqui! en Siberia! exclamo, como si no diese credito a sas propios sentidos. — Yengo desde Inglaterra para ver d Yd. Este es el preso d quien buseo, dije, volviendome hacia el eapitan, que continuaba echando al aire espesas bocanadas de humo. — Me felicito de que lo haya encontrado, respondio cor- tesmente. Ahora, mientras mas pronto salgamos de aqui, mejor. Este aire es poco saludable. I Poco saludable ? ; Era f etido ! Al ver d aquel ga- llardo militar de afables maneras, al pensar en el endure- cimiento a que ha de llegar el alma para estar viendo en paz tanta miseria, tanto infortunio, me maravillaba de que aquel hombre creyese sinceramente que solo estaba cumpliendo con su deber. Tal vez estaba cumpliendo con el. Tal vez los crimenes de los presos sof ocaban toda simpatia. j Pero, oh tormento, el de vivir entre aquellos EL YEEDALERO NOMBEE 1G5 infelices, trocados en poco mas que bestias ! Puedo yo equivocarme ; mas me parece que el carcelero ha de tener un corazon mas duro que el peor de sus cautivos. — I Puedo verle, hablarle d solas ? pregunte. — A eso estd Yd. autorizado. Soj un soldado; en este asunto Yd. es mi superior. — g Puedo llevarlo conmigo a la posada ? — Creo que no. Aqui mismo tendra Yd. un cuarto. Sirvase seguirme. Ah ! \ Esto es otra eosa ! Estabamos ya fuera de la puerta de la prision, respi- rando otra vez el aire libre. Me llevo el capitan a una especie de despacho, desaseado y con escasos muebles, pero que alegraba los ojos cuando se venia de aquella ter- rible escena. — Espere Yd. aqui. Yoy d enviarle el preso. Pense al instante en el miserable y decaido aspecto de Ceneri. Aunque fuese el malvado mayor, deseaba haeerle algtin bien. — g Puedo darle de comer y de beber? El capitan se encogio de hombros, y rio amable- mente. — 1^0 debe tener hambre. El recibe las raciones que el gobiemo dice que son suficientes. Pero Yd. puede tener hambre y sed. No veo por que impedirle que envie por algo de comer y de beber, para Yd. por supuesto. Le di gracias, y envie a mi guia a traer la mejor carne y vino que pudiese hallar. Cuaudo en Eusia pide vino un ca- ballero, se entiende que es champana. Is^o hay posada de algtin viso donde no la tengan, 6 al menos vino del Don, que no la suple mal. Pronto habia vuelto Ivdn con una botella de champana bueno, y no mala provision de carne 166 MISTEEIO .... fria y pan bianco. Acababa de ponerlo en la mesa cuando en compania de un alto soldado entro mi hnesped. CeDeri se dejo caer con fatiga en la siUa que le acer- qne. 01, al sentarse, el ruido de sus grillos. Mande d Ivan afuera. El soldado, qne sin duda Labia recibido ordenes, me salndo con gravedad, y salio tras el. Quedo la puerta cerrada, y Ceneri y yo solos. Habia vuelto ya nn tanto de su estnpefaccion, y al mirarme notaba yo en sn rostro a la yez curiosidad y an- helo. Desesperado como estaba, vio sin dnda en mi pre- sencia alii alglin rayo de esperanza, imaginando qne po- dria ayudarle d recobrar la libertad. Para gozar un memento de esta idea estuvo acaso al principio sin ha- blarme. — He hecbo un yiaje largo, muy largo, para ver a Vd., Dr. Ceneri. — i Ay ! ^ Si a Yd. le ha parecido largo, que me habra parecido d mi ? Yd. por lo menos puede volver cuando lo desee a la libertad y a la dicha. Me hablaba en el tono tranquilo de los que ya nada esperan. ISTo habia yo podido evitar que mis palabras f uesen f rias, y mi voz aspera. Si mi presencia despert& alguna esperanza en su corazon, el tono de mi voz la disi- paba. Sabia ya que no habia hecho el viaje por el. — Que pueda yo volver a la dicha 6 no, depende de lo que Yd. me diga. Yd. comprende que solo un asunto de la mayor importancia me ha traido tan lejos para ver d Yd. unos cuantos minutes. Me miro con curiosidad, mas no con desconfianza. ^Que dano le podia hacer? ^Para el no estaba ya el mundo terminado? Aunque le acusase yo, no de uno, de cien EL VERDADERO NOMBRE 167 asesinatos ; aunque paseaso alli las victimas k su presencia I que mas podria siicederle de lo que le sucedia ? El estaba excluido, borrado del libro de la vida : nada podia ya im- portarle, salvo el mayor 6 meiior bienestar fisico. Me es- tremeci al peusar en la extension de su infortunio, y a despeclio de mi mismo, compadeci vehementemente al desventurado. — Tengo mucho de importancia que decide ; pero de- jeme servirle primero una copa de vino. — Gracias, me dijo, easi con Immildad. Yd. no po- dra creer, Mr. * Yaughan^ que nn hombre se vea reducido k tal estado que apenas pueda contenerse a la vista de un poco de carne aseada y un poco de vino. Todo lo podia yo creer despues de haber visto el ostrog. Destape la botella y la puse de su lado. Mien- tras comia y bebia, tuve tiempo para estudiarlo atenta- mente. Sus sufrimientos lo habian cambiado mucho. Sus f acciones se habian acentuado ; todos sus miembros pare- cian mas pobres : dijerase que tenia diez afios mas. Lle- vaba, hecho todo harapos, el vestido ordinario de los cam- pesinos rusos. Sus pies, envueltos en pedazos de un ge- nero de lana, se mostraban a treclios por-sus zapatos rotos. En todo el era visible el efecto de sus largas jornadas. Nunca me habia parecido hombre robusto, y me bastaba ahora verle para asegurar que cualquiera que fuese la la- bor a que lo dedicara el gobierno ruso, en cuidarlo gasta- ria mas que lo que pudiera obtener de el ; pero lo probable era ; inf eliz ! que no tuviera que cuidarlo largo tiempo. No comia vorazmente, aunque si con un vivo apetito. Bebia poco. Apenas acabo de comer, miro al rededor 168 MI8TEEI0 .... como buscando algo. Le di mi tabaquera, y un fosforo encendido. Me dio las gracias, y comenzo d fumar con visible placer. ITo me atrevi en los primeros momentos a inqnietar al desdichado : cuando saUera de verme, iba a volver d aquel infierno de hombres. Pero el tiempo corria : del lado afuera de la puerta se oia el paso monotone del cen- tinela : no sabia yo cuanto tiempo permitiria el capitan que se prolongara la entrevista. Eeclinado Ceneri en la silla, con el aire absorto de quien snena, fumaba lentamente y con deleite, como si quisiese apurar todo el sabor del bnen tabaco. Le ofreci nn poco mas de champana. Sacudio la cabeza, se volvio, y fijo en mi la mirada. — Mr. Yauglian, dijo : si, es Mr. Yauglian ! i Pero yo, quien y que soy ? i Donde estamos ? i Es esto Londres, 6 Geneva, 6 que es esto ? i Despertare y ballare que he sonado todo lo que be padecido ? — Temo que no sea sueno. Estamos en Siberia. — I Y Yd. no me trae ninguna buena nueva ? i Yd. no es uno de los nuestros, que viene a riesgo de su vida k libertarme ? A mi vez sacudi la cabeza. — Haria cuanto pudiese por mejorar su f ortuna ; pero vengo por un asunto propio a hacer d Yd. algunas pre- guntas que solo Yd. puede responder. — ^Preguntemelas. Me ba dado Yd. una bora de alivio en mi miseria. Le estoy agradecido. — I Me dira Yd. la verdad ? — I Por que no ? i Que tengo yo que temer, que teugo que ganar, que tengo que esperar ? Los hombres mienten EL YERDADERO Is^OMBRE' 169 cuando las circunstancias los obligan : un liombre en mi situacion no tiene necesidad de mentir. — La primera pregunta es esta : i que clase de hombre es, quiea es Macari ? De un salto se puso en pie Ceneri. El nombre de llacari lo babia vuelto al mundo. Ya no parecia un bombre decrepito. Su voz era fiera y firme. — ; Un traidor ! ; Un traidor ! exclamo. Por el me veo en esta desdicba. A no ser por el, yo bubiera realiza- do mi intento y escapado. ; Si fuera el el que estuviera aqui en lugar de Vd ! Debil como estoy, ballaria en mi fuerza bastante para apretarle en la garganta el ultimo soplo de vida de su infame cuerpo ! Y se paseaba por el aposento de un lado y de otro a grandes pasos, abriendo y cerrando los punos. — Calmese, Dr. Ceneri, le dije. Nada tengo yo que hacer con sus intrigas y traiciones politicas. i Quien es ? I Cual es su f amilia ? i Es Macari su nombre verdadero ? — Jamas le he conocido por otro nombre : su padre era un renegado italiano que envio a su bijo a yivir en Inglaterra para guardar su sangre preciosa del riesgo de verterse por la libertad de Italia. Le conoci cuando era joven e bice de el uno de los nuestros. Nos era muy util su conocimiento perfecto del ingles, y peleo, si, peleo en un tiempo como un bravo, i Por que f ue traidor luego ? I Por que me bace Vd. esas preguntas ? — Ha estado a verme y me asegura que es bermano de Paulina. Me basto ver en aquel momento el rostro de Ceneri para desterrar de mi aquella primer mentira de Macari. i Y la otra ? \ Ah ! la otra, i como no babia de ser tambien 170 MI8TEEI0 .... enteramente falsa ? Pero iba yo a oir una revelacion terrible al preguntar sobre ella. — I Hermano de Paulina ? tartamudeo Ceneri. ; Su hermano ! Ella no tiene hermano. Como de un velo lugubre se cubrian sus facciones al decirme esto : i que idea se las velaba ? — Dice que es Antonio March, su hermano. — I Antonio March? repitio Ceneri tremulo. JS'o hay semejante persona, i Que queria ? i Cual era su objeto ? me pregunto febrilmente. ^' — Que yo me uniese a el para solicitar del gobierno italiano la devolucion de una parte de la f ortuna gastada por Yd. Kompio Ceneri en una risa amarga. — ^Ya todo lo veo claro, dijo. Denuncio un plan que hubiera podido cambiar un gobierno, nada mas que por sacarme de su camino. [ Cobarde ! i Por que no me mato a ml solo, nada mas que a ml ? i Por que ha hecho suf rir a otros conmigo ? \ Antonio March ! ; Dios mlo ! j ese hom- bre es un inf ame ! — I Esta Vd. seguro de que Macari lo denuncio ? — SI, estoy seguro. Lo estaba desde que el del cala- bozo de al lado me lo golpeo en la pared. El tenia modo de saberlo. — ISTo entiendo a Yd. — Los presos se hablan a veces por golpes en la pared que separa sus calabozos. El preso que estaba junto d mi calabozo era uno de los nuestros. Mucho antes de que los meses de prision solitaria lo hubiesen yuelto loco, me dijo muchas veces con sus golpes : " Denunciado por Ma- cari." Yo lo crela. Era un hombre demasiado leal para EL VERDADEEO NOMBEE 171 acusar sin razon. Pero hasta ahora no podia explicarme el objeto de la traicion. La parte mas f acil de mi tarea estaba vencida. Macari no era hermano de Paulina. Abora, si Ceneri queria de- cirmelo, iba yo a saber quien fue la victima del crimen cometido anos atras, y la razon del crimen ; iba d. oir, sin dnda, que la explicacion de Macari era una invencion ma- ligna : si esto no oia i A que mi viaje ? g Es maravilla que me temblaran los labios al ir a hablar de lo que decidiria de mi ventura ? — Ahora, Dr. Ceneri, tengo que preguntar algo de mayor importancia para mi. ^ Tuvo Paulina un amante antes de ser mi esposa ? Ceneri levanto las cejas. — Pero Yd. no ba venido de seguro basta aqui para curarse de una idea celosa. — No ; verd Vd. despues lo que quiero decir. Entre tanto, respondame. — Tuvo un amante, puesto que Macari decia que la amaba, y juraba que la baria su esposa. Pero puedo afir- mar con entera certeza que ella jamas correspondio a Ma- cari. — I Ni tuvo amores con nadie mas ? — No, que yo sepa. Pero sus palabras de Yd. y su agitacion me extranan. ^ Por que me pregunta Yd. esto ? Yo pude obrar mal con Yd., Mr. Yaugban ; pero, salvo su estado mental, todo en Paulina la bacia digna de ser esposa de Yd. — Si, Yd. obro mal. i Que derecbo tenia Yd. para de- jarme casar con una pobre loca ? Fue Yd. muy cruel con ella y conmigo. 172 MISTEEIO .... Airado me sentia, y hable con ira. Ceneri se agito en sn silla inquieto. Si me hnbiera movido la venganza, alK la tenia entera : al hombre mas vengativo hubiera saciado la contemplacion de aqnel misero, vestido de harapos, quebrado en alma y cuerpo. K'o era vengarme lo que yo queria. Todo en el me revelaba que me decia la verdad al afirmarme que Pau- lina no tuvo otros amores. ; De nuevo, como cuando la vi por ultima yez y la bese en la sien, alii donde empezaba a crecer el cabello rico y fine, caia deshecha en polvo la vil mentira de Macari ! Pura era Paulina como un angel. Pero yo necesitaba saber quien f ue aquel cuya muerte tuvo por tanto tiempo velada su razon. Ceneri me seguia mirando inquieto. gAdivinaba lo que tenia que preguntarle ? — J Digame, prorrumpi, el nombre del joven asesinado por Macari en Londres en presencia de Paulina ; digame por que lo mat& ! De una palidez cenicienta se le cubrio instantanea- mente el rostro. Alii parecia acabar su vida^ encogido en su asiento como un inanimado bulto, sin el poder del ha- bla ni la accion, sin apartar los ojos de mi cara. — Digame, repeti. . . . Pero no : voy a recordar d Vd. la escena, para que vea que la conozco bien. AquI esta la mesa ; aqui esta Macari, de pie junto al bombre a quien ha herido ; aqui esta Yd. ; detras de Yd. esta otro hombre con una cicatriz en la mejilla. En el aposento de atrds, sentada al piano, esta Paulina. Esta cantando ; pero su canto se interrumpe al caer el hombre muerto. i Descri- bo bien la escena ? Yo habia hablado con vehemencia. Acompanaba de EL YERDADERO NOMBRE 1Y3 gestos mis palabras. Ayidamente me habia oido Ceneri. Con ojos ansiosos habia seguido todos mis ademanes. Al indicar yo la posicion supuesta de Paulina, volvio hacia alii los ojos, rapidos y aterrados, como si esperase verla en- trar. Nada objeto d mi descripcion del cuadro. Aguarde d que recobrase la calma. Parecia un espec- tro. El aliento le venia k boqueadas. Temi por un mo- mento que alii quedase mnerto. Llene nn vaso de cham- paiia : lo tomo en su mano temblante, y lo apuro de nn golpe. — i Su nombre ! ; Digame el nombre del muerto ! re- peti. I Digame que relacion tenia con Paulina ? Eecupero entonces la voz. — I Por que viene Yd. hasta aqui a preguntdrmelo ? Paulina debe haberselo dicho d Yd. Ella debe baber vuelto al juicio, porque si no. Yd. no podia saber esto. — Paulina no me ha dicho nada. — In'o puede ser. Ella ha de haberselo dicho. I^adie mds que ella vio el crimen, el asesinato : porque fue un asesinato. — Alguien mas lo vio que Yd. olvida. Ceneri, asombrado, me miraba. — Si, alguien mds, por nn accidente ; un hombre que podia oir, pero no ver, cuya vida defendi como la propia mia. — Doy d Yd. gracias por haberlo salvado. — I Yd. me da gracias ? % Por qne me da Yd. gra- cias? — Porque si salvo Yd. la vida de alguien fue la mia. Yo soy aquel hombre. — i Yd. es aquel hombre ! Y me miraba mds atcnta- 174 MISTEEIO • • • • mente. Si : ahora recnerdo bien las facciones. Siempre me dije que yo habia visto alguna vez su cara. Si. En- tiendo. Soy medico, i Le operaron los ojos ? — Me los operaron con exito. — ^Ahora ve Yd. bien ; i pero entonces ? To no pnde equivocarme : Yd. estaba ciego : Yd. nada veia. — J^ada yi ; pero lo oi todo. — Y Panlina le ha dicbo a Yd. lo qne sncedio. — ]S"ada me lia dicho Paulina. Ceneri se puso otra vez en pie, y volvio a pasear agita- damente por el aposento. Las cadenas le sonaban al an- dar. "Yo lo sabia," balbuceaba en italiano: "yo lo sabia : aquel crimen no podia quedar oculto." De pronto se volvio hacia mi. / — Digame como ha sabido Yd. esto. Teresa hubiese muerto antes de hablar. Petrofi, ya lo dije a Yd., murio loco en la fortaleza. — Petroff era sin duda el de la cicatriz en la cara, el que habia descubierto la traicion de Macari. — I Se lo dijo a Yd. Macari, ese consumado traidor ? ITo : no puede ser. El era el asesino ; esa confesion hu- biera trastomado sus planes, i Como lo ha sabido Yd. ? — Yo lo dire a Yd. ; pero sospecho que no va d creerme. — I IS'o creer a Yd ? j Todo lo creere yo de aquella noche ! Jamds he podido librar de ella mis pensamientos. La verdad, Mr. Yaughan, se ha revelado a mi en esta prision. Yo no estoy condenado d esta vida por un cri- men politico. Mi sentencia es la venganza indirecta de Dios por la maldad de que fue Yd. testigo. No : Ceneri no era un criminal endurecido, como Ma- cari. A el, por lo menos, le atormentaba la conciencia. EL VERLADERO KOMBRE 175 Y ademas, como parecia supersticioso, me creeria tal vez cuando le contase la manera con que me fue revelado el crimen. — Yo lo dire a Vd., repeti, con tal de que por su honor se obligue a contarme la Listeria completa del asesinato, y d responder a mis preguntas plena y sinceramente. Sonrio con amargura. — Olvida Vd. quien soy aliora, Mr. Yaughan, pues que me habla de honor. Si : yo prometo todo lo que Yd. me pide. Y le dije en seguida, cuan brevemente pude, todo lo que habia sucedido, lo que habia yo visto. Temblaba al oirme pintar de nuevo la implacable vision. — No mds, no mas, me dijo. Bien Jo se yo todo. Miles de veces lo he vnelto a ver, despierto y en suenos : no dejare de verlo mientras viva, i Pero por que viene Yd. a mi ? Yd. me dice que Paulina esta recobrando su sentido : ; ella se lo hubiera dicho todo ! — i!s"ada le hubiera preguntado hasta no haber visto a Yd. Ella ha vuelto al juicio, pero no me conoce ; y si la respuesta de Yd. no es la que anhelo, jamds me conocera. — Si algo puedo hacer para purgar . . . comenzo ansio- samente. — Decir la verdad. Escucheme. Acuse al asesino, al complice de Yd. en el crimen. Como Yd., tampoco el lo nego ; pero lo justifico. — i Lo justifico ! I Como ? Me detuve por un instante. Clave mis ojos en el para no perder el menor cambio de su fisonomia, para leer la verdad en sus facciones. — Me dijo que el joven habia sido muerto por ordenes 176 . MISTERIO .... de Vd ; qne el joven era — ; Dios mio, como pude repetir- lo ! — el amante de Paulina, que la Labia deshonrado, y se negaba a reparar su f alta. La verdad ! Digame la ver- dad ! Gritos eran ya mis ultimas palabras. Toda mi ealma desaparecia al pensar en el villano que con una sonrisa de burla Labia acusado a Paulina de una infamia. Ceneri, en cambio, se calmaba a medida que compren- dia la gravedad de mi pregunta. Malo como aquel Lom- bre podia ser, aun mancLado de sangre inocente, lo Lu- biera estrecLado en mis brazos al leer en su mirada de asombro la pureza sin mancLa de mi amada ! — El joven a quien Lirio en el corazon el pufial de Macari fue elLermano de Paulina, el Lijo de mi Lermana, Antonio MarcL. CAPlTULO XIII COKFESION TERrwIBLE Ceneri, apenas acabo de decirme aquellas inesperadas palabras, echo sus demacrados brazos sobre la ruda mesa, j con un gesto de desesperacion hundio la cabeza en eUos. Eepetia yo maqiiinalmente j como estupefacto desde mi asiento : " El hermano de Paulina ! Antonio March ! " El ultimo vestigio de la calumnia estaba borrado de mi mente ; pero el crimen en que Ceneri habia estado complicado asumia tremendas proporciones. Mds espantable era de lo que yo habia sospechado. La yictima era un pariente cercano, el hijo de su propia hermana. j Nada podria de- cirme que disculpase el crimen ! Aun cuando no lo hu- biese premeditado y ordenado, el lo presencio, el ayudo d borrar todas sus huellas, el habia vivido, hasta hacia poco tiempo, en intima amistad con el asesino. Apenas podia yo reprimir la repugnancia y el desprecio que me inspira- ba aquella criatura abyecta. Ko sabia como hallar calma en mi indignacion para preguntarle, en palabras inteli- gibles, el objeto del crimen; pero yo estaba decidido & saberlo al fin todo. Me ahorro la pregunta. Levanto la cabeza y me miro con ojos suplicantes. — Se aparta Yd. de mi. Es justo ; pero yo no soy tan culpable como Yd. piensa. 178 MISTERIO .... — Antes, digamelo todo: las excusas vendr^n Inego, si hay algnna. Hablaba como sentia : dura y desdenosamente. — Para el asesino no hay ningnna. Para mi, bien sabe Dios qne con toda el alma hubiera dejado vivo a Antonio. Abjuro de su patria y la olvido ; pero eso se lo perdone. — Sii patria ! La patria de sn padre era Inglaterra. — La de su madre era Italia ! me replico Ceneri en un arranque fiero. Tenia nuestra sangre en sus venas. Su madre era una buena italiana. Ella lo hubiera dado todo, fortuna, vida, hasta el honor, si, hasta el honor lo hubiera ella dado por Italia. — Bien. El crimen ! Y me narro el crimen. En justicia a un hombre arre- pentido, no lo cuento en sus propias palabras. Sin su propio acento de angustia parecerian frias e inexpresivas. Culpable f ue, pero no tanto como yo pensaba. Su gran falta era creer que en la causa de la libertad todas las armas son permitidas, todos los crimenes perd enables. Los ingleses, hombres hechos k decir como nos viene a los labios nuestro pensamiento y d ejercitar la persona en los asuntos publicos, no podemos entender, ni ver con piedad, k uno de esos fanaticos engendrados, como el estallido en una botella de champana, por la presion constante y vio- lenta. El hombre se abre paso con mas fiereza alii donde se le niega mas. Libres nosotros, no entendemos las fati- gas y crimenes de los demas por serlo. Conforme a nues- tras ceguedades de partido, ensakamos al nuestro e inju- riamos en todo nuestro leal saber y entender d nuestros adversaries, especialmente cuando esta en ellos el gobier- C0NFESI02^ TERRIBLE 179 no, y DOS parece mejor que este en nosotros ; pero de una u otra manera, aunque nos cubra en Inglaterra el manto real, son nuestros conciudadanos los que nos gobiernan. Vivamos afios sobre anos a la merced de un extranjero ; y entenderemos lo que quiere decir patriotismo en el sentido de Ceneri. El y su hermana eran hijos de una buena familia de la clase media, no de nobles como me dijo Macari. Le educaron con esmero, y se hizo medico. Su bermana, de quien habia Paulina heredado su gran bermosura, vivio como en Italia viven las jovenes de su condicion ; mas tristemente vivio sin duda, pues, siguiendo el ejemplo de su hermano, rebuso asistir a fiesta 6 goce alguno mientras se pasearon como senores por su tierra los austriacos de casaquilla blanca. Amor vino a sacarla de aquel luto. Un ingles, Marcb, vio a la bermosa nina, se bizo amar de ella, y casada con el se la llevo a Inglaterra en triunfo. Ceneri no perdono nunca a su bermana por completo; mas no ballo razon para oponerse a su ventajoso matrimo- nio. Marcb era muy rico : su padre fue bijo unico, y el lo era tambien, lo que explica que no tuviese Paulina pa- rientes cercanos por parte de su padre. Durante mucbos anos \dvieron felices los esposos, f avorecidos con una bija y un bijo, basta que Marcb miirio, cuando la nina tenia diez anos y el niiio doce. La viuda, a quien solo podia retener en Inglaterra el amor a su esposo, se volvio al punto d Italia, donde la vieron llegar con alegria cuantos de nina babian admirado su patriotismo y bermosura. Muy rica era : muy bien la recibieron. Su marido, en los primeros encantos de su pasion, babia testado en favor suyo toda su fortuna ; y tanto fiaba en ella, que el naci- 180 MISTEBIO .... miento de los hijos no le hizo alterar su voluntad : i d que decir que la esposa de March \i6 su camino sembrado de amigos ? Antes de conocer a su marido, liabia ella amado d su hermano por sobre todo en el mundo. Le secundaba en su pasion por Italia ; simpatizaba con sus plaues ; oia con carino los detalles menores de sus constantes intrigas : el le llevaba algunos anos. A su Yuelta a Italia, hallo a aquel hermano querido trabajando oscuramente, por una paga ruin, de medico mas laborioso que afortunado. i Y era aquel el energico, el visionario, el osado patriota de quien habian apartado a la italiana los brazos de su esposo ? Solo cuando estuvo convencido de que su estancia en In- glaterra no habia entibiado en ella el amor a su patria, le dejo ver Ceneri que aquella humilde apariencia escondia una de las mentes mas diestras y sutiles de cuantas por entonces, con f uego de novicios, trabajaban por la libertad de Italia. Recobro entonces Ceneri todo su imperio sobre su hermana. Ella lo admiraba, lo veneraba. iQvlQ le pediria el para Italia que no hiciese ella ? Imposible es decir lo que ella hubiese hecho ; pero no es dudoso que en las manos de Ceneri habria puesto sin vacilar, llegada la hora del sacrificio, su fortuna y la de sus hijos. Murio antes, y dejo a su hermano cuanto po- seia, como tutor de los dos ninos, con el encargo unico, a que le movio el recuerdo de su esposo, de que les diese educacion inglesa. Cerro los ojos, y a la merced del tutor quedaron los dos niiios. La madre fue obedecida. Paulina y Antonio se edu- caron en Inglaterra ; pero como no tenia alii la familia muchos amigos y durante la viudez de su madre habian CONFESIOK TERRIBLE 181 desaparecido los mas de ellos, iban siempre d pasar en Italia las vacaciones, con lo que f ueron creciendo tan ita- lianos como ingleses. Ceneri administraba su fortuna habil y honradamente, hasta que, al fin, la hora anhelada vino ! Se preparaba el golpe supremo. Ceneri, que nunca quiso mezclarse en intrigas de poca cuenta, sintio que era aquel el instante de hacer por su patria euanto le fuese dable. Saludo al heroe. Garibaldi iba d salvar al pais oprimido. La fortuna habia premiado el primer atrevi- mieuto. Tiempos y hombre se juntaron. A rebaiios, a millares venian los reclutas al campo de la guerra. " Di- nero ! " se decia de todas partes. Dinero para armas y municiones, para provisiones y yestidos, para comprar a los enemigos y a los traidores, para todo dinero ! Puesta ya en aquel punto por los hombres de pensamiento la redencion de los italianos, los que pusieran en manos de los bravos los recursos de guerra serian los redentores verdaderos ! I For que habia el de dudar ? i l^o hubiera dado su hermana en caso semejante todo euanto poseia, y su vida ? I Xo eran sus hi jos italianos de madre ? ; La libertad no reparaba en tales pequeneces ! Salvo unos euantos miles de libras, todo lo malvendio y virtio Ceneri en las manos que imploraban dinero con que tener en pie d los soldados de Italia. Donde mas se la necesito, fue empleada la riqueza toda de los niiios, y Ceneri mantenia que sin su ayuda, Italia aquella vez no hubiera sido libre. i Quien sabe ? Acaso tenia razon. Titulos y honores le ofrecieron luego por aquel grande y callado servicio, e involuntariamente senti respeto por 182 MISTERIO .... Ceneri al saber que los habia rehusado todos : su concien- cia tal vez le decia qne no tenia derecbo a ellos ; no era siiyo lo que habia sacriflcado por la patria. Ello f ue que no paso de ser el Doctor Ceneri, y ni amigos ni gefes re- conocio en los vencedores, cuando yio que Italia iba a ser un reino, no una republica. Habia guardado solo unos miles de libras. j Su pa- triotismo permitio al menos a Ceneri reservar lo necesario a sus victimas para acabar su educacion y comenzar la vida ! Era ya tal la hermosura de Paulina que su suerte no debia ser motivo de mayor inquietud : un matrimonio rico le aseguraria el bienestar. Pero Antonio, que ya las daba de mozo aloeado y terco, Antonio era otra cosa! Habia resuelto Ceneri, no bien Uegase a la mayor edad, confesarle su robo, decirle como habia gastado su riqueza, pedirle su perdon, soportar, si era necesario, la pena de la ley. Pero mientras le fue quedando aun algo del caudal, demoro hacerlo. No mostraba el joven la menor simpa- tia con los ardores revolucionarios de su tio, ni la menor desconfianza de el ; y seguro de que, al entrar en edad, vendria a sus manos, aumentada por el economico manejo, una generosa f ortuna, gastaba tan a raudales el dinero que Ceneri se vio pronto en agonias para saciarlo. Y demoraba su confesion, mientras tenia aun a mano algunos fondos. A el tambien le ocurrio el plan en que Macari quiso asegurar mi ayuda ; pero la demanda hubie- ra tenido que hacerse en nombre del sobrino despojado : Antonio hubiera tenido que saberlo. El miedo de Ceneri era mayor mientras mds cercano estaba el instante de la revelacion inevitable. Habia estu- diado el caracter de Antonio, y estaba cierto de que su CONFESIOI^ TERRIBLE 183 unico deseo seria vengarse del tutor desleal que echaba abajo sus sueuos de riqueza. Ya Ceneri no veia delaute de SI mas que una ignominiosa condena de la ley, cierta- mente merecida : y si la justicia de Inglaterra no podia alcanzarle, la de su propio pais podria. Creo que hasta aquella epoca no habia hecho Ceneri d sus propios ojos cosa de que no le absolviese su patriotis- mo ; pero fue creciendo en el luego el deseo de librarse del castigo, y determino esquivar la eonsecuencia de su conducta. Is unca liabia mostrado af ecto por sus sobrinos, y ya en los ultimos tiempos se le aparecian de seguro como dos inocentes enganados que algtin dia le pedirian cuenta del delito. Conservaban, ademas, demasiado del caracter de su padre, para que el se sintiese muy inclinado a ellos. A Antonio lo despreciaba por su frivola y esteril vida, vida sin aspiracion ni objeto, vida de gozador egoista, tan dis- tinta por cierto de la suya. Creia Ceneri bonradamente que trabajaba por el bien del mundo ; que sus conspira- ciones y proyectos aceleraban la victoria de la libertad universal. Era en los escondidos circulos de los conspira- dores europeos persona de considerable importancia. Su ruina 6 su prision privaria a sus coaligados de un bombre util. I Ko tenia el el derecho de mirar por si, pesando de un lado su vida encaminada d altos propositos, y de otro la existencia de mariposa de su sobrino ? Asi raciocinaba y se persuadia de que, por el bien de la humanidad, ape- nas habia cosa que no le fuera licita para salvarse a si mismo. Antonio Marcli tenia entonees veintidos anos. Con- fiado en su tio, descuidado y ligero, habia aceptado, mien- 184 MISTERTO .... tras nada le falto para sus necesidades, las excusas con que Ceneri demoraba el rendimiento de sus cuentas. No se supo si algun detalle excito sus sospechas ; pero cam- bio de pronto de tono, e insistio en que al instante fuese piiesta en sus manos su fortuna. Ceneri, a quien sus planes retenian por entonces en Londres, le aseguro que antes de salir de Inglaterra lo dejana todo explicado. En verdad, la liora de la explicacion babia Uegado ya : las ultimas sumas pedidas por Antonio babian poco menos que agotado el escaso remanente de su fortuna paterna. Pero Macari i que tenia qae bacer en todo esto ? Ha- bia sido durante anos un util y fiel agente de Ceneri, aun- que probablemente no le animaban los desinteresados y nobles moviles de este. Parecia ser uno de esos trafican- tes en conspiraciones, que entran en ellas por el dinero que de ellas pueden sacar. Y aquella bravura suya, que dicen que fue cierta, con que peleo y se distinguio en Italia, la explicaba bastante la indomita ferocidad de su naturaleza, que era de las que en el pelear ballan agrada- ble empleo. Como en todos los planes de Ceneri estaba mezclado, iba a su casa d menudo, donde quiera que su vida er- rante lo tuviese, y alii veia d Paulina, a quien requeria de amores desde que era aun nifia, sin que sus artes apa- sionadas consiguiesen mover en su favor a la encantadora criatura. Con ella era el bondadoso y sumiso, y Paulina no tenia por que desconfiar de el ; pero le nego siempre tenazmente su carino. Anos duraba ya aquella persecu- cion. Macari era la constancia misma. Paulina le repetia en vano su determinacion : Macari renovaba sus demandas. Ceneri no lo animaba en ellas, pero no queria ofen- GONFESION TERRIBLE 185 derlo, y como vela que Paulina lo recliazaba de tod as veras, dejaba d si mismas las cosas, creyendo que Macari se cansaria al fin del vano empeiio. No creia Ceneri que Macari solicitase a Paulina por la fortuna que esta pudie- se Uegar a tener : que harto adivinaria el de donde provi- nieron aquellas riquezas vertidas por Ceneri en las areas de los patriotas. Paulina estuvo en el colegio hasta que iba ya d cum- plir diez y ocho anos : de entonces hasta los veinte, sus- pirando siempre por Inglaterra, vivio con su tio en Italia. Para vez veia d Antonio, pero lo queria con pasion, por lo que tuvo grande alegria cuando Ceneri le dijo que sus negocios lo llamaban a Inglaterra, e intentaba Uevarla. Se veria libre de la persecucion fatigosa de Macari, y vol- veria a ver a su hermano. Ceneri, que queria recibir sin estorbos a toda bora d sus numerosos amigos politicos, alquilo por un plazo breve una casa amueblada. Paulina no oculto su dis- gusto al ver entrar en su casa de Londres d Macari, tan necesario entonces d Ceneri que le fue dado un apo- sento en la casa. Y como tambien Teresa, la criada de Ceneri, habia venido con ellos desde Italia, no cambio mucho con la vuelta d Inglaterra la existencia de Paulina, perseguida sin descanso por Macari, que, d fin ya de re- eursos, concibio el de conciliarse la ayuda de Antonio : I que no haria Paulina que Antonio le pidiese ? No era el amigo particular del joven ; pero tuvo una vez ocasion de servirle en un caso de apremio, por lo que se juzgaba con derecbo d ser servido d su vez de el. Y como sabia que los hermanos eran pobres, vacilo aun menos en enta- blar su demanda. 186 MISTERIO .... La entablo. Antonio, que parece haber sido nn man- cebo soberbio y de modos asperos, rio de la impertinencia y despidio a Macari. ; xs'o sabia el pobre joven lo que iba a costarle aquella risa ! Acaso fue la replica iracunda de Macari, que livido de colera salio de la entrevista, lo que hizo entrar a Antonio en miedos sobre la situacion de su fortuna. Escribio en seguida a su tlo, exigiendole un arreglo definitivo e inme- diato. A la menor demora consultaria a un abogado, y perseguiria, si era preciso, criminalmente a su tutor. Era, pues, aquel el instante temido por Ceneri ; solo que ahora, en vez de haber sido espontanea, la confesion iba a ser forzosa y Yiolenta. Con que ley le perseguiria, la italiana 6 la inglesa, lo ignoraba Ceneri ; pero Antonio lo perseguiiia por la ley. Su prision en aquellos momen- tos haria venir por tierra el plan laborioso que estaba en- tonces traraando. j A toda costa era preciso que Antonio March se estuviese en paz por algtin tiempo ! I Como ? Ceneri me aseguro, con la solemnidad de un moribundo, que jamas penso en el medio terrible con que fue Uevado a cabo. Muchos proyectos revolvio en la mente, hasta que al fin se fijo en uno, que aunque dificil, tenia probabilidades de exito. Con la ayuda de sus ami- gos y subordinados, sacaria a Antonio de Inglaterra, y lo tendria por algtin tiempo en un asilo de dementes. Que esto se hace por el mundo, lo saben los que leen atenta- mente cronicas de tribunales. La detencion seria solo temporal; pero aunque Ceneri no me lo confeso, sin duda hubiera exigido a Antonio como precio de su liber- tad la promesa de perdonarle el uso fraudulento de su fortuna. CONFESIOIT TERRIBLE 187 Y este plan ^como iba a ser llevado k cabo? Macari, en quien pedian venganza las no olvidadas injnrias de Antonio, estaba muy dispuesto a ayudar en todo. Petroflf tambien, en ciierpo y alma : el hombre de la cicatriz era nn esclavo del Doctor. Teresa, cnalquier crimen hubiera cometido si su amo se lo mandaba. Los papeles, se ob- tendrian 6 se falsificarian. Los conjurados atraerian al joven a visitarlos a la casa de la calle Horacio, y Antonio saldria de alii como nn demente qne va bajo la guarda de sus cuidadores y su medico. Era nna vil y alevosa trama, de dudoso exito, pues la victima liabia de ser Uevada d Italia. Como, Ceneri mismo no me lo sabia explicar: acaso no liabia meditado todos los detalles del plan ; tal vez harian beber nn narcotico a Antonio ; tal vez confiaba en qne la exaltacion en que le pondria el suceso diese apariencia de verdad a la invencion de su locura. Ante todo era preciso inducir a Antonio d que viniese a la calle Horacio, a una liora oportuna. Ceneri hizo sus preparatives, repartio la labor entre sus complices, y escri- bio a su sobrino que viniera : " Yen esta noche ; te expli- care todo lo que deseas." Puede ser que Antonio desconfiase mas de su tio de lo que este sospecbaba. No acepto la invitacion ; sugirio que su tio fuese d verlo. Macari aconsejo entonces valer- se de Paulina para liacer venir d Antonio d la casa fatal. No mostro Ceneri la menor preferencia respecto al lugar de la entrevista ; pero estaba tan lleno de ocupaciones que seria deutro de uno 6 dos dias. Dijo d Paulina que tenia que hacer hasta tarde la noche siguiente, de modo que era buena ocasion para que se viese con su hermano : " Dlle 9 188 MISTEEIO .... que venga, y haz por tenerle aqiii hasta que yo vuelva, porque quiero yerlo.'' Paulina, sin sospechar nada, escribio a sn hermano que, como estaria sola hasta tarde aquella noche, viniese a verla, 6 si queria, la Uevase al teatro. Yino, y la llevo al teatro: eran mas de las doce cuando entraban de vuelta en la casa. Sin duda Paulina le rogo que estuviese adn eon ella algun tiempo. Antonio, tal vez contra su deseo, acepto. Tremendo como fue para Paulina el golpe que pocos mementos despues le perturbo la ra- z6n, mas debio atin anadir a su horror el pensamiento de que sus mismos ruegos habian traido a su bermano d la muerte. Solos estuvieron por algun tiempo hermano y berma- na, hasta que Ceneri, con sus dos amigos, entro en el apo- sento. El encuentro disgusto a Antonio, pero saludo a su tio cortesmente. A Macari, le volvio la espalda. No queria Ceneri que se hiciera la menor violencia a Antonio delante de Paulina. Lo que habia de hacerse, se haria al salir Antonio de la casa. Alii podrian echarse sobre el, ahogar sus gritos y llevarlo al sotano. IsTada de- bia saber Paulina : Ceneri tenia dispuesto que a la manana eiguiente fuese a casa de una de sus amigas, con quien debia quedarse, sin conocer el motive que Uevaba lejos de Inglaterra tan subitamente a Ceneri y sus amigos. — Paulina, dijo Ceneri : i por que no te recoges ? An- tonio y yo tenemos que hablar de negocios. — Esperare hasta que Antonio se vaya, dijo ; pero si Vds. tienen que hablar, me ire al otro aposento. Y en el entro y se sento al piano, donde empezo d distraerse tocando y cantando. CONFESION TERRIBLE 189 — Es demasiado tarde para hablar de negocios esta noche, dijo Antonio, no Jbien salio Paulina. — Mejor es que aproveches esta ocasion. Mariana raismo tengo que salir de Inglaterra. No deseaba Antonio ver de nuevo en viaje a su tio sin saber de el el estado de su fortuna, por lo que volvio a sentarse. — Bien, dijo ; pero no creo necesaria la presencia de personas extranas. — ^No muy extranas, Antonio. Son amigos mios, y estan aqui para responder por la verdad de lo que voy a decirte. — No lie de soportar que se liable de mis asuntos de- lante de un hombre como ese, dijo Antonio, con un mo- vimiento de desprecio liacia Macari. Conversaban los dos en voz baja. Paulina no estaba lejos, y ninguno de los dos queria alarmarla ; pero Macari oyo la frase y vio el gesto. Llameaban sus ojos al incli- narse liacia Antonio amenazante. — Puede ser que dentro de pocos dias me de Yd. do muy buena gana lo que me nego hace poco tiempo. Ceneri observo que la mano derecha de Macari descansaba entre las solapas de su levita; pero como esta era actitud familiar en el, no le dio importancia alguna. No quiso Antonio responder. Volvio el rostro con ademan de absoluto desden, ademan que sin duda encen- dio aun mas el furor de Macari. — Antes de hablar de ninguna otra cosa, dijo Antonio a su tio, insisto en que desde hoy quede Paulina a mi cuidado. Ni ella ni su fortuna han de venir a parar a 190 mSTEPJO .... las manos de un grosero rufian italiano^ como ese hombre a quien llama Yd. su amigo. Antonio no volvio a hablar sobre la tierra. Macari adelanto un paso liacia el : ni una exclamacion, ni un veto. Fieramente asido por su mano derecha salto el bri- llante aeero de su escondite, y al verlo Antonio y echarse atras en la silla para huirlo, cayo de arriba el golpe eon toda la fuerza de aquel firme brazo. Entro el punal por debajo de la clavieula. Le parti 6 el corazon. j Ya An- tonio March callaba para siempre I Entonces, al caer, ceso de pronto el canto de Paulina, y su grito de horror rompio los aires. Desde su asiento en el piano pudo ver lo que habia sucedido. i A quien asombrara que el espectaculo le sacudiese y anublase el juicio ? Macaii estaba en pie, junto a su ylctima. Ceneri eon- templaba estupefacto el crimen que ahorraba la ejecucion de su proyecto. Solo Petroff aparecia sereno. Iba la vida en que Pauh'na callase. La vecindad entera se alar- maria a sus gritos. Se fue sobre ella, y echandole por sobre la cabeza un cubre-sofa de lana, la retuvo, semi- ahogada, por la fuerza, sobre el divan del aposento. Entonces fue cuando entre yo en el cuarto, desvahdo y ciego ; pero, a los ojos de aquellos hombres, un mensa- jero de la celeste venganza. Macari mismo se estreme- cio a mi presencia. Ceneri fue el que, obedeciendo al instinto de conservacion, saco el revolver, y lo monto : el, quien entendio mi suplica y abog& por mi vida ; el, me dijo, quien me la salvo. Macari, vuelto pronto de su sorpresa, insistia en que eompartiese yo la suerte de Antonio March. Ya estaba CONFESIOK TERRIBLE 191 por el aire su punal, pronto d sacar del mundo otra vida, cuando Petroff, obligado por el nuevo aspecto de la escena a abandonar d Paulina, se abalanzo a mi cuello y me re- tuvo eneorvado sobre el cadaver. Ceneri desvio el brazo de Macari, y me libro de morir. Examino mis ojos, y declaro que estaba ciego. No babia alii tiempo para re- criminaciones ; pero juro que no se cometeria otro asesi- nato. Petroff le secundo, y cedio Macari, con tal de que se hiciera conmigo lo que se hizo. El narcotico me lo hu- bieran dado al instante, si lo hubiesen tenido a la mano. Despertaron a Teresa, y ella fue 4 buscarlo. Los com- plices no osaban apartarse de mi ; por eso me forzaron a sentarme, y oi su faena. I Por que no denuncio Ceneri el asesinato ? i por que, a lo menos, ayudo despues de el al asesino ? Solo puedo creer que era mas malvado de lo que se pintaba, 6 que le aterro su parte en el delito ; porque el plan que el medi- taba, era poco menos criminal que la punalada de Macari : ningtin tribunal que conociese la suerte que en sus manos liabia llevado el caudal del muerto le habria absuelto. Acaso el y Petroff, manchado sin duda con sangre de cri- menes politicos, tenian en poco la vida liumana ; y, com- prendiendo que no les mostraria merced la justicia en un proceso, unieron su fortuna d la de Macari, y todos juntos se dieron a burlar las pesquisas y esconder las huellas del asesinato. Desde aquel instante, apenas bubo diferencia de grados en la culpa de aquellos tres hombres. Asi ligados, no dudaban del exito. A Teresa bubo que decir la verdad ; pero Teresa veia con tales ojos a Ceneri, que si en diez asesinatos le hubiera pedido ayuda. 192 MISTEEIO .... en los diez se la bubiera dado. Ante todo, tenian que libertarse de ml. Ceneri no qneria fiarme a las raanos de Macari. Petroff salio, y volvio con nn carruaje retardado. Pagaron bien al cocbero, que les dejo usar del carruaje por una bora y media. Era aun de nocbe, y pudieron sacar- me de la casa sin ser vistos. Petroff me llevo lejos, y me dejo en la acera insensible, despues de lo cuai devolvio el carruaje a su dueno, y se reunio a sus companeros. Los gemidos de Paulina babian ido cesando gradual- mente, y mas que espantada, parecia muerta. Ella era el mayor peligro para los tres bombres. Hasta que volviese en si nada podian bacer, sino dejarla en su alcoba bajo la viorilancia de Teresa. Lueo:o decidirian. Pero I que barian del muerto ? Era indispensable bacerlo desaparecer. Mncbos planes discntieron, basta que a nno al fin le ballaron condiciones de exito, por su misma audacia. Nada aterraba ya a aquellos tres bom- bres. En las primeras boras de la manana enviaron nna car- ta a la casa de Antonio, anunciando que el joven babia caido gravemente enfermo la nocbe anterior, y estaba en casa de su tio. Esto prevenia toda pesquisa por aquella parte. Y en la casa del tio, el infeliz f ue compuesto de modo que pareciese baber muerto de enfermedad natural. Falsificaron una certificacion de medico: Ceneri no me dijo c&mo obtuvieron la plantilla : el medico que la lleno ciesconocia sn objeto. Dieron orden a un mnnidor de que enviase un atand, y nna caja de madera en que ajustase, aquella misma nocbe ; y en presencia de Ceneri f ue colocado el cadaver en la caja, explicando aquella prisa y desnudez con la ex- OOJ^FESION TERRIBLE 193 cusa de qne estos preparativos eran meramente tempora- les, pues el cuerpo iba a ser llevado fuera de Inglaterra para enterrarse alii solemnemente. El munidor estaba bien pagado, y fue prudente. Cumplidas asi, con ayuda de la certificacion falsa, las formalidades prineipales, los tres complices, dos dias despues del crimen, iban camino de Italia, vestidos de Into, acompafiando el cuerpo de su victima. No hubiera habido razon para detenerlos : ni en el aspecto de los dolientes, ni en las circunstancias del caso, parecia haber nada sospechoso. Llevaron el ataud a la ciudad misma en qne habia muerto la madre de Anto- nio, y junto d ella enterraron a su hijo, y en la lapida hi- cieron grabar su nombre y la fecha de su muerte. De todo estaban ya libres, excepto de Paulina. i De ella tambien estaban libres ! Cuando por fin desperto de su estupor, hasta Teresa pudo entender que sucedia en ella algo extraordinario. Nada decia de lo que babia yisto : no preguntaba nada : nada de lo pasado recordaba. En obediencia a ordenes de Ceneri, Teresa la llevo, tan pronto como fue posible, d reunirse a el en Ita- lia. Macari habia privado al hermano de la vida, y de la razon a la hermana. Nadie pregunto por Antonio March. Apurando su plan atrevido, Ceneri comisiono a un agente para recoger en la casa en que vivia los objetos de uso del joven, e in- formar d los dueiios de que Antonio habia muerto en su casa y estaba sepultado en Italia con su madre. Unos cuantos amigos lamentaron por un poco de tiempo d su alegre companero, y Antonio March quedo olvidado. Del ciego, suponian que le tenia cuenta callar lo que habia oido. 194 MISTEEIO .... E"o cambiaban los nieses el estado de Paulina. Teresa la cuidaba, y juntas vivieron en Turin hasta la epoca en que las yi en San Giovanni. Ceneri^ que no tenia liogar fijo, veia poco a la enferma. Ifo parecia despertar en ella recuerdos penosos la presencia de Ceneri ; pero el no podia soportar la de Paulina. Copia ambulante veia siempre en ella del cuadro que bubiera querido arrancarse de la memoria. K'o parecia Paulina contenta en Italia, y atin en su incierta voluntad se entendia que ecbaba muy de menos a Inglaterra. Ansioso Ceneri de no tenerla ante los ojos, dispuso que Teresa fuese a vivir con ella a Londres, y aquel dia en que las vimos, habia venido a Turin precisamente a arreglar el yiaje. Le acompanaba aquel dia Macari, que, a pesar de haberse teiiido la mano en la sangre de Antonio, miraba a su hermana como cosa en cierto modo suya : aun nublada su mente, insistia en que se la diese Ceneri por esposa. Habia amenazado con que la tomaria por la fuerza : habia jurado que seria de el. Ella no recordaba nada : i por que no liabia el de casarse con ella ? Pero, sea su maldad la que fuese, en tanto no consin- tlo Ceneri : antes, a liaber sido posible, liubiera roto todo trato con Macari. Mas la intimidad de aquellos dos bom- bres, trabajadores de la tiniebla, era demasiado intima para que pudiera quebrarla el recuerdo de un crimen, por atroz que fuese : Paulina fue a Inglaterra : alii estaba libre de Macari. Entonces se la pedi yo en matrimonio : darmela, era librarse de toda responsabilidad y gasto acer- ca de ella, y sacarla del camino de su companero : de aqui nuestra union singular, que aun entonces, a la boca del ostrog, justificaba, diciendo que fue sierapre su creencia CONFESIO^ TERRIBLE 195 que una vez que el carino colorease y acalorara su alma oseura, con el fuego e influjo de el volveria a Paulina el juicio. Tal, aunque no en sus propias palabras, fue el relato de Ceneri : ya sabia yo cuanto queria saber. Acaso habia hecho de si una pintura, a pesar de todo, lisonjera ; pero sin reserva me habia revel ado aquella sombria historia, y, aunque en aquel instante me inspiraba un aborrecimiento invencible, sentia que me Labia dicbo la verdad. CAPlTULO XIV ^SE ACTJERDA DE MI ? Ya era tiempo de terminar niiestra entrevista. Mas de una vez habia asomado la cabeza el cortes capitan, mi- randome de modo que era facil entenderle que aun la amplia autoridad que yo llevaba tenia limites. 'Ni desea- ba TO prolongar mi conyersacion eon el preso : i que mas necesitaba yo saber ? Aquel hombre, que a mi eonsidera- eion no tenia titulo alguno, me habia conf esado el crimen, y revelado la liistoria pura y desdichada de Paulina. Aun cuando hubiese querido ayudar a Ceneri, no tenia como haeerlo. j A que, pues, aguardar ? Pero aguarde algun tiempo. Me tenia lleno de pie- dad y dolor el pensamiento de que al ponerme en pie, y dar por acabada nuestra conyersacion, aquel desdicliado yolveria a su cueya fetida. Para el era precioso cada ins- tante que pudiese aun estar junto a mi. Jamas yolyeria a yer un rostro amigo. Habia cesado de hablar, e inmoyil en su asiento, mi- raba a tierra con la yista fija, la cabeza inclinada hacia ade- lante. Consumido, harapiento, desolado: tan caido de espiritu que la compasion ahogaba los reproches. Lo ob- seryaba en silencio. Por fin me dijo : iSE ACUEEDA DE Mil 197 — I T no encnentra Vd. ninguna exciisa para mi, Mr. Yanghan ? — Ninguna, dije. No hallo diferencia entre Yd. y BUS complicevS. Se levanto penosamente. — I Cree Yd. que Paulina curara ? me pregunto. — Espero hallarla casi bien k mi vuelta. — Le dira Yd. como me ha visto : tal vez le sea agrada- ble saber que la muerte de Antonio me ha traido 4 esto. — Accedi con un movimiento de cabeza a la Itigubre suplica. — Ya debo irme, me dijo, como si le entrase de pron- to frio de fiebre. Debo irme. — Y arrastraba su cuerpo hacia la puerta. ^Como dejarlo ir sin una palabra de consuelo ? — Un instante. % Que puedo hacer yo para mejorarle d, Yd. aqui la vida ? Sonrio, como sin fuerzas. — Puede Yd. darme algtin dinero : poco. Si lo salvo, podre comprarme algunos lujos de preso. Le di algunos biiletes que escondio en su ropa. — I Quiere Yd. mas ? Movio lentamente la cabeza. No queria mas. — Esto mismo temo que me lo roben antes de gastarlo. — I Pero no puedo dejar a alguien dinero para Yd ? — Puede Yd. dejarlo al capitan. Si es honrado y bueno, me Uegara un poco : si me Uega ! Asi le prometi hacerlo ; Uegdrale 6 no^ hacerlo me era grato. — Pero I que va d ser de Yd ? i A donde lo llevan % I Que hara alii ? — Nos llevan al fin de Siberia, a Nertchinsk. De all! 193 MISTEEIO .... saldre con otros a trabajar en las niinas. Yamos por todo el camino a pie, y con grillos. — ; Oh, que terrible destino ! Se sonrio. — Despues de lo que he sufrido, nada es terrible. Cuando un hombre desafia la ley en Rusia, sn tinieo deseo es ser enviado a Siberia : ; oh, Siberia es el cielo ! — I Cielo Siberia ? — ; Ah, si hubiera Yd. estado como yo, aguardando proceso, meses tras meses, que eran todos una noche, en- cerrado en un calabozo, sin luz, sin espacio, sin aire ; si hubiese Yd. oido, meses tras meses, al preso en el cala- bozo de al lado, loco, loco por la soledad y el mal trata- miento, revolviendose entre las paredes como una fiera medio muerta ; si al despertar de cada sueno, ojeudole golpear, dar con la cabeza en el muro, llorar, grunir, se hubiese dicho Yd. meses tras meses : " To sere como ese esta noche ; to ruo;ire como ese manana " ; si lo hubieran a Yd. azotado, puesto a helar, puesto a morir de hambre para hacerlo denunciar a sus companeros ; si se hubiese Yd. yisto en tal condicion que la sentencia de muerte misma era un alivio, entonces, Mr. Yaughan, entenderia Yd. por que no me espanta Siberia ! Juro a Yd., — con- tinuo con mas fuego y animacion de los que pareeian hos- pedarse aun en su cuerpo, — que si los pueblos civilizados de Europa supiesen un decimo de los horrores de una pri- sion rusa, dirian, de modo que temblasen los que nunca tiemblan : '• Culpable 6 inocente, asi no ha de atormen- tarse a un ser humano," y por piedad, nada mas que por piedad, barrerian a ese barbaro gobierno de la memoria de la tierra ! iSE ACUERDA DE Mlf 199 — Pero I veinte aiios en las minas ! j Y no habra modo de escapar? — I A donde ? Busqne a Xertchinsk en el mapa. Si hnjo, errare por las montanas hasta que muera, 6 hasta que uno de los salvajes me mate. ITo, Mr. Vaughan : las fngas de Siberia solo se ven en las novelas. — I Sera Vd. entcnces esclavo hasta la muerte ? — Tal vez no. Una vez tuve que recoger muclios de- talles sobre los desterrados de Siberia, y, a decir la verdad, me contrario el ver cuan equivocada es la opinion comtin. i Ojala no me hayan enganado mis informes ! — I Xo tratan, pues, tan mal a los desterrados ? — Mal, siemjDre : porque se esta sin cesar a la merced de un tiranuelo. Por un ano 6 dos, sin duda, se es un esclavo en las minas ; pero si sobrevivo al trabajo, lo que no creo, puedo hallar favor a los ojos del jefe, y verme libre de las penas mas duras. Tal vez me permita residir en alguna ciudad, y ganar alii mi vida. Tengo esperan- zas de que me sirva de mucho mi profesion de medico : hay pocos medicos en la Eusia Asiatica. Por poco que lo mereciese, con toda mi alma deseaba que obtuviera lo que me decia, aunque una nueva mi- rada sobre el me aseguro de que era poco probable que el infeliz resistiese un ano de trabajo en las minas. Se abrio la puerta, y entrevi por ella al capitan, que mostraba ya impaciencia. ^'Acabo en seguida " le dije : se inclino, y se hizo a un lado- — Si algo mas puedo hacer, Ceneri, digamelo. — IvTada, . . . nada . . . Ah ! si : algo mas ! Macari, ese malvado, tarde 6 temprano tendra su castigo. To he su- frido : el sufrira. Cuando le llegue su vez i querra Yd. 200 MISTEEIO • • • decirmelo ? Sera dificil : yo no tengo el derecho de pe- dirle un favor : pero eso no le es a Yd. indif erente : Yd. podra enviarmelo a decir. Si no estoy muerto para en- tonces, me tranquilizard mnclio saberlo. Sin esperar mi respuesta, echo hacia la puerta d paso vivo, y con el centinela al lado anduvo hasta la entrada de la prision. Yo le seguia. Mientras abrian la recia cerradura, — i Adios, Mr. Yaughan ! me dijo : Si le he hecho mal, perdoneme. ISo nos volveremos a ver ya mas en esta vida. — En cnanto a mi, lo perdono a Yd. enteraraente. Yacilo nn instante, y me tendio la mano. La puerta estaba ya abierta : ya veia yo en la masa conf usa aquellos viles rostros, los rostros de sus companeros. Oia sus cu- chicheos de cnriosidad y asombro. Me dieron en la cara los hedores de aquella cueva inmunda. j Y con aquella turba de criatnras bestiales, de hombres fetidos, habia de pasar aquel infeliz de gustos finos e inteligencia cultivada sus liltimos dias ? ; Era un tremendo castigo ! Pero bien merecido. Toda su culpa se me represento vividamente al verle en aquellos umbrales, con la mano tendida. Infeliz era ; pero era un asesino. Su suerte me angustiaba ; pero no pude decidirme a tenderle mi mano. Acaso f ui cruel ; pero no pude. Yio que mi mano no respondia a la suya : se le encen- dio en bochorno el rostro, inclino la cabeza, y se volvio. El soldado lo asi& asperamente por el brazo, y lo echo puerta adentro. Se volvio a verme, por entre aquellas hojas que iban a esconderle al ultimo mensajero de la vida, con una expresion tal en los ojos que en muchos iSE AGUERDA DE Ml? 201 dias la estuve viendo por todas partes : j aquella mirada se posaba en mi cabecera, me esperaba a mi puerta, me se- guia ! Todavia me estaba mirando asi cuando la puerta, cerrandose de stibito, lo aparto de mi vista para siempre. Me arranque de alll a pasos lentos, como si el corazon hinchado me pesase, lamentando tal vez haber hecho ma- yores su infortunio y vergiienza. El capitdn, a cuyo encuentro fui, me ofrecio por sii honor que el dinero que dejase en sus manos seria empleado en benefieio de Cene- ri. No fue poco el que le deje : \ ojala haya llegado parte de el a manos del desdichado ! i Mi interprete ! ; los caballos ! j el tarantass ! Todo listo al momento : ni un instante demoro mi viaje. \ A Inglaterra ! j A Paulina ! En media hora lo tuve todo pronto. Ivan y yo salta- mos d nuestros asientos : el yemschik chasqueo su latigo : los caballos arrancaron : las campanillas sonaron alegre- mente : era noclie cerrada : ; nunca Labia visto yo llena de luz la sombra ! Estaba empezado ya el viaje de vuelta : hasta entonces no Labia medido bien la inacabable distan- cia que me separaba de Paulina. Un recodo del camino escondio pronto a mi vista el sombrio ostrog ; pero muchas millas teniamos recorridas sin que atin hubiera vuelto a una relativa paz mi espiritu, y dias pasaron antes de que dejara yo de pensar, casi en todo momento, en aquella putrida caverna donde liabia hallado a Ceneri, y en cuya lobreguez e imundicia lo vi entrar de nuevo, contraste extraiio con la paz que nuestra entrevista me dejaba en el alma ! 1^0 contare aqui el viaje de retorno : vueltos los ojos a mi mismo, solo para la imagen de Paulina, que evocaban 202 MI8TEEI0 .... pertinazmente, tenia yo miradas. Fue el tiempo por lo comun bueno ; buenos los caminos : todo bueno ! Mi impaciencia me hacia via jar dia y noche. No excnsaba gastos : mi pasaporte extraordinario me hacia obtener ca- ballos en las postas, cnando viajeros que hablan Uegado antes quedaban aguardandolos ; y mis gratificaciones a los yemschiks los liacian ir de prisa, A los treinta y cinco dias nos apeabamos a la puerta del Hotel de Eusia, en J^ijni Novgorod : una Jornada mas, y el tarantass hubie- ra caido deshecho : tal estaba que Ivan, a quien lo regale, lo vendio en segaida en tres rublos. I Esperar ? ; No ! De Nijni a Moscow ; de Moscow a San Petersburgo. No bien doy gracias al embajador y recojo mi equipaje, ; a Inglaterra ! A mi vuelta de Irkutsk Labia venido hallando cartas de Priscila en Tomsk, en Tobolsk y en Perm : en San Petersburgo recibl otras mas recientes. Nada desagrada- ble sucedia. Priscila, que se habia criado en Devonshire, tenia f e en la virtud de sus aires, y se llevo alia d Paulina, con quien vivia en un apacible pueblo de bancs de la costa norte : y me decia Priscila que estaba Paulina " tan linda como una rosa, y tan juiciosa como el senor Gilber- to mismo." I Que mucho que, con tales nuevas, ardiese yo en de- seos de verme en mi hogar, de ver d mi esposa como nun- ca me habia sido dado verla, con su mente en flor ? i Se acordaria de mi ? i Como seria nuestra primera entre- vista ? I Me Uegaria al fin d querer ? g Mis desdichas habian terminado, 6 empezaban ? Solo Inglaterra podia responder a estas preguntas. ; En Inglaterra al fin ! Dulce impresion, que mejora iSE AGUEEDA DE MI'? 203 y entemece, la de pisar tras larga ausencia el suelo patrio, y ver los rostros familiares, y oir por todas partes la len- gua nativa. El sol y el viento me han bronceado el ros- tro : llevo la barba larga : apenas roe conocieron dos 6 tres amigos con quienes tropece al llegar a Londres. Ata- viado de aqiiella manera, de seguro no me reconoceria Paulina. Sastre y navaja me volvieron pronto a mi apariencia antigua ; y sin annnciar a Priscila mi vuelta me puse en camino, ansioso de saber por fin lo que me reservaba la fortuna. I Que es, a quien yiene de Siberia, atravesar la Ingla- terra ? Aquellas ciento cincuenta millas, recorridas con tal afan, me parecieron sin embargo mas largas que mil un mes antes. Tuve que andar en diligencia las ultimas raillas ; y aunque nos Uevaban cuatro soberbios animales, cada una me parecio mas larga que toda una Jornada de Siberia. Llego por fin : dejo mi equipaje en el despacho de la diligencia : salgo, f uera de quicio el corazon, a bus- car a Paulina. Fui a la casa indicada en la carta de Priscila, que era un edificio tranquilo y pequeilo, anidado entre espesa ar- boleda, con un jardin a la entrada, lleno de las ultimas flores del verano. La madreselva vestia el portico ; en los canteros se erguian los girasoles ; el aroma de los cla- veles embalsamaba el aire. Aprobaba la eleccion de Pris- cila mientras me abrian la puerta. Pregunte por Priscila. Habia salido bacia algun tiem- po con la senorita, y no volveria liasta la noclie. Me volvi, d buscarlas. Entraba ya el otoilo ; pero las hojas conservaban toda- 204: MISTEEIO . Yia su verdor y hermosura. Estaba el cielo sin nubes, j un aire vivo y sano acarieiaba el rostro. Me detuve a mirar a mi alrededor, dudoso de mi rum.bo. A mis pies, alia a lo lejos, reposaba el pueblecillo de los pescadores, amontonadas las casitas a la boca del no bullicioso y tra- vieso que corre valle abajo, y se vierte en el mar gozosa- mente. Grandes arrecifes bordaban la rompiente d un lado y otro, y detras de ellos corrian, tierra adentro, las colinas cubiertas de bosque : f rente a mi estaba el mar, verde y sereno. Hermoso era el paisaje; pero aparte los ojos de el. i Donde estaria Paulina ? Me parecio que en un dia como aquel las arboledas umbrosas que corrian a lo largo del rio eran el refugio mas apeteeible : baje el cerrillo y eche a andar por las margenes, que azotaba la rapida corriente matizada aca y alia de algas, ya deslizandose traviesa, ya rompiendcse contra las grandes penas de la cuenca en miles de casca- das espumantes. Segui rio abajo como una milla, aqui escalando una roca musgosa, alii vadeando un arroyuelo, otras veces abriendo camino por entre la tupida ramazon de los flexibles avella- nos, hasta que distingui de pronto en un espacio abierto d la otra orilla una joven sentada, que dibujaba. Estaba de espalda a mi i pero que linea liabria de ella que no hubiese estado constantemente, desde aquella manana de Turin, presente ante mis ojos ? Paulina era ! era mi esposa ! - Si por ella misma no la bubiera conocido, me liubiera revelado su presencia aquella otra buena mujer, sentada & su lado, que parecia estar cabeceando sobre un libro. Aquel cbal de Priscila lo hubiese yo reconocido a una iSE AGUERDA DE MI? 205 milla de distancia : el Universo no ha visto atin su seme- jante. Mucho, mucho me costo refrenar el impetu que me raovia adecirle a voces que estaba junto d ella. Pero no : yo queria hablar antes a solas con Priscila, y ajustar mi conducta con Paulina a lo que ella me dijese. A despe- cho de mi resolucion i como no acercarme algo mas d ella, para verla de mas cerca ? Palmo a palmo me fui desli- zando liasta que estuve casi enfrente de mi artista y, me- dio oculto por la maleza, a mi sabor pude recrearme en la contemplacion de su nueva liermosura. El tinte de la salud coloreaba sus mejillas ; salud re- bosaba toda ella, y, en un instante en que se volvio hacia Priscila y le dijo unas cuantas palabras, vl en su rostro tal expresion y sonrisa que a poco mas liubiera quebrado el corazon sus riendas. Mucho, mucho m.e costaba mante- nerme callado en mi escondite. j Cuan distinta Paulina de la palida enferma que habia dejado a mi salida de In- glaterra ! En esto se volvio, y miro al otro lado de la corriente, ; hacia mi lado ! i Como, a pesar de mi prudencia, me ha- bia dejado llevar de mi regocijo hasta exponerme a ser visto ? Con el rio entre los dos nuestras miradas se en- contraron. De alguna manera debia recordarme ella : aunque f ue- ra como a qui en se ha visto en sueilos, debia serle mi cara conocida. Dejo caer su lapiz y su cuademo, y se puso en pie de subito, atin antes de que Priscila, olvidando su libro, me saludase con una exclamacion de jubilo y sorpresa. Me miraba Paulina como si aguardase a que yo le hablara 6 fuera hacia ella, mientras que la buena Pris- 206 MISTERIO .... cila, bulliciosa como la ligera corriente que teniamos alos pies, me enviaba a traves de ella palabras de bienvenida. Aunqiie hubiera querido hacerme atras, era demasia- do tarde. Halle un paso por alii cerca, y en un mimito 6 dos saltaba a la otra orilla. Paulina no se habla movido ; Priscila corrio hacia mi con las manos abiertas, y easi me dejo sin las mias. — I Me recuerda ? i me reconoce ? le pregunte en voz baja, desasiendome de ella y adelantando hacia mi esposa. — Todavia no ; pero lo reconocera : ; si lo reconoeera, senor Gilberto ! Eogando a Dios, suspenses los alientos, que su profe- eia se realizara, llegue a Paulina y le tome la mano. Me la dio sin vacilar, y alzo hacia mi sus ojos negros. i Como no la estreche en aquel memento contra mi corazon ? — Paulina, ^me conoces? Bajo los ojos. — Priscila me ha hablado de Yd. Me dice que es Vd. amigo mio, y que debia esperar tranquila hasta que Yd. viniera. —I Pero no me recuerdas ? Acaba de parecerme que me recordabas. Suspiro. — Lo he visto d Yd. en suenos, en suenos extranos. Y im vivo rubor le aumentaba al decir esto el color del rostro. — Cuentame esos suenos, dije. — Iso puedo. He estado enferma, muy enferma por mucho tiempo. He olvidado mucho : he olvidado todo lo que me ha sucedido. — I Quieres que te lo diga yo ? iSE ACUEEDA BE Mff 207 — Ahora no, ahora no, exclamo ansiosameiite. Espe- re : espere : puede ser que lo recuerde todo yo misma. I Tenia ya algtin conocimiento de la verdad ? i Eran los suenos de que me liablaba los esf uerzos de su memoria que se desenvolvia ? i Le revelaba la verdad aquel bri- Uante anillo que Uevaba al dedo? j Oh, si, yo esperaria! Juntos volvimos a la casa, seguidos a discreta distan- cia por Priscila. Parecia Paulina aceptar como cosa en- teramente natural mi compania. Cuando el camino iba en pendiente u ofrecia algtin obstaculo, me tendia la ma- no, como si sintiera su dereclio d apoyarse en mi ; pero dejo pasar mucho tiempo sin bablarme . — I De donde viene Yd ? me pregunto por fin. — De un viaje muy largo, un viaje de muchos miles de millas. — Si ; cuando yo lo veia a Yd., estaba Yd. siempre viajando. i Y encontro lo que buscaba ? anadio con af an. — Si. Se la verdad : lo se todo. — I Donde esta el ? — ^Quien? — Antonio, mi Lermano : el que mataron ! i Lo enter- raron ? i Donde ? — Esta enterrado al lado de su madre. — i Ob, gracias, gracias a Dios ! alii podre rogar por el! Hablaba con vehemencia, aunque en perf ecto sentido ; pero me extranaba que no mostrase deseo de que fueran castigados los asesinos. — ^Desea Yd. vengarse de los que le mataron? — i Yengarme ! i Que bien puede liacer la venganza ? No le ha de devolver la vida ! Sucedio hace mucho tiem- 208 MISTERIO .... po. K'o se cuando ; pero me parece que fue liace anos. Tal vez Dios lo ha vengado ya. — Lo ha vengado en gran parte. Uno murio loco en una fortaleza; otro lleva ahora grillos, y trabaja como un esclavo ; queda uno aun sin castigo. — i Pronto lo eastigaran ! i Cual es? — Macari. El nombre la hizo estremecer, y callo. Estabamos llegando a la casa, cuando suavemente y en tono de stipli- ca me dijo : — I Yd. me Uevara a Italia donde estd enterrado ? Se lo ofreci, muy contento de ver cuan naturalmente se volvia a mi para que realizase su deseo. Algo mas de- bia ella recordar de lo que creia. — Ire alli, dijo, y vere el lugar, y despues no volvere- mos nunca a hablar de lo pasado. Ta estabamos en la entrada del jardin. — Paulina, le dije, trata de recordarme. Brillo en sus ojos como el reflejo de su antigua mirada enigmatica : se paso la mano que tenia Kbre por la f rente, y, sin decir una palabra, entro en la casa. CAPlTULO xy DEL DOLOR AL JUBILO ! Ya toca a su fin esta historia, aunqiie pudiera, por pro- pia complacencia, escribir sendos capitulos, narrando cada lino de los sucesos del mes siguiente, describiendo cada mirada, repitiendo cada palabra que cambiamos Paulina j JO en aquellos dias; pero si esto escribiese, como cosa sagrada la guardaria de la mirada publica. Solo dos per- sonas tenemos derecho a conocer esta parte de nuestra historia : ella j yo. Si mi situacion era singular, tenia por lo menos cierto encanto. Era una nueva manera de enamorar, no menos grata y entretenida por ser ya esposa mia en nombre la que con todas las artes de no\do cortejaba. Era como si el propietario de un terreno se hubiese dado a pasear por BUS dominios, y a cada instante hallara en ellos tesoros desconocidos e ignoradas bellezas. Nuevas gracias y me- ritos me revelaba cada dia el trato de Paulina. Su sonrisa me llenaba de un gozo no soiiado : su risa era una revelacion. i Describir aquel deleite exquisito y supremo es acaso posible ? : i mirarme en sus ojos, ya libres de nubes, y tratar de sorprender sus secretos ! \ reconocer que su inteligencia, ya restablecida, d la de nadie cedia en penetracion y gracia ! j cerciorarme, en mil sencHleces deliciosas, de que no solo tendria en Paulina una esposa 210 MI8TERI0 .... mas bella para mi que mujer algiinaj sino una tiema companera y entusiasta amiga ! Pero no estaba exento aqnel deleite de dudas y temo- res. Acaso faltaba a mi caracter esa seguridad de si que Uaman otros presuncion. Mientras mas dotes "amables admiraba yo en Paulina, eon mayor zozobra me pregun- taba si lograria merecer el amor de tan cumplida criatura, aunque la consagrasie mi amor y mi vida. i Que era yo comparado con ella ? Era rico, es verdad ; pero yo habia podido asegurarme de que no estaban en ella de venta los afectos : ademas, como yo no le babia dicho que nada le restaba ya de su antigua fortuna, ella creia que la suya no tenia que envidiar a la mia. Era joven y hermosa, y se creia duena de si y considerablemente rica. j ITo ! ; yo no podia ofrecerle nada que me mereciese su carifio ! Hubiera querido, de tanto como lo temia, no pensar en el instante inevitable en que, como si ya no lo f aese, iba a rogarle otra yez que accediera a ser mi esposa. De su respuesta dependia toda mi vida : i que extrano que de- morase el provocarla ? i que no me decidiese a la prueba basta no estar seguro de su respuesta favorable ? i que me sintiese humilde, y como privado de mis pequenos meri- tos, en su presencia ? i que envidiase el amable atrevimien- to que tan bien cuadra y sirve a muchos hombres, y, con ayuda de la ocasion y el tiempo, les gana con gran pres- teza corazones ? Ocasion y tiempo no me faltaban a lo menos. Yo ha- bia tomado babitacion en las cercanias, y desde la maiiana d la noche estabamos siempre juntos. Yagdbamos por las praderas estrechas de Devonshire, ceiiidas de hermosos helechos. Subiamos por los arrugados arrecifes. Pesca- J DEL DOLOR AL JUBILO! 211 bamos, siu impacientarnos, en las rapidas corrientes. Sa- liamos en carruaje. Leiamos y dibujabamos. Pero no habiamos hablado aun de amor, annque mi anillo no se habia apartado de su dedo. De toda mi autoridad tuve que usar para que Priscila no revelase la verdad a Paulina. En esto fui firme : a menos que la memoria de lo pasado no Yolviese ^ ella de su propio acuerdo, jo habia de oirle decir qae me amaba antes de que mis labios le bablasen de ello. Acaso me mantuvo en mi resolucion la idea de que Paulina recor- daba mas de lo que me deeia. Fue curioso el modo con que entro al instante en rela- ciones francas e intimas eonmigo. Tan naturales y desem- barazadas eran sus palabras y actos cnando estabamos juntos, que se hubiera dicho que nos conociamos desde la ninez. No mostro la men or extraneza cuando le pedi que me Uamara por mi nombre de casa, Gilberto, ni mos- tro disgusto ni objeto a que la Uamara yo por el suyo, Paulina ! Ni se yo eomo la hubiera llamado a no con- sentirmelo : yo habia dicho a Priscila que le dijese, como en Inglaterra es uso, " Miss March/' por su apellido de soltera ; pero Priscila, que a todo trance hubiera querido decirle "Mrs. Vaughan,'^ como mi plena y legitima esposa, concilio diflcultades Uamandola Miss Paulina^ la senorita Paulina. Los dias pasaban, dias mas venturosos que todos los que hasta entonces habia conocido mi vida. Manana, tarde y noche estabamos uno al lado de otro, dando sin duda ocasion de curiosidad a nuestros vecinos, que ha- brian de preguntarse que clase de relaciones me unian con la hermosa criatura de quien apenas me apartaba. 10 212 MISTERIO .... Pronto eonoci que Paulina era de natural alegre y vivo, que aunque no se abria atin paso enteramente por su espiritu adolorido, ya me daba esperanzas de que acaba- ria por alejar de aquella cara peregrina toda sombra de pena. De vez en cuando le iluminaba el rostro una son- risa, 6 dejaba escapar frases joviales. En los primeros instantes de su Yuelta al juicio, creia qae su hermano La- bia sido muerto el dia antes : pero a poco, la distancia fue siendo clara a su memoria, y ya se daba cuenta de que habian pasado desde entonces anos, anos que le pare- cian suenos ; y veia vagamente, como envueltos en bruma. Se empenaba en recordarlos, arrancando desde aquella noche : ; con que anhelo le prestaba yo ayuda ! I)el porvenir no bablabamos nunca ; pero de lo pasa- do, de todo lo pasado, en que yo no figurase, bablabamos constantemente. Ya recordaba con claridad perfecta sus primeros anos ; ya repetia minuciosamente todos los suce- sos de su yida hasta la muerte de su hermano. Entonces comenzaba aquella sombra, aquella niebla, aquel periodo oscuro, que acababa para ella en el instante, vivo como una aurora en su memoria, en que desperto en una alcoba desconocida, cuidada por manos extraiias. Algunos dias pasaron sin que Paulina me preguntase cudl parte liabia sido la mia en aquella epoca confusa de su vida. Estabamos una tarde en la cumbre de un cerro cubierto de espeso bosque, desde donde veiamos una fran- ja de mar, que encendia el sol poniente. Callabamos : I quien sabe si nuestros pensamientos silenciosos no anda- ban mas en acuerdo que cuantas palabras bubieramos po- dido decirnos en aquel vago estado de nuestras relaciones ? Miraba yo carinosamente al cielo, hasta que se des- I DEL DOLOR AL JUBILO ! 213 yanecieron, ido el sol, sus ardientes colores; y volviendo los ojos a mi companera, lialle los suyos, negros y doloro- sos, fijos en mi. — [Digame, me rogo, digame que es lo que sabre cuando me vuelva la memoria de ese tiempo oscuro ! Daba vneltas en el dedo, mientras me liablaba, d su anillo de boda. Todavia lo llevaba, y el aro de diamantes que le habia comprado para sujetarlo ; pero aiin no me habia preguntado como estaba en su mano aquel anillo. — I Crees que te volvera, Paulina ? — Si, lo creo, lo creo ! Pero . . . ^ ^^ traera alegria, 6 pena ? — I Quien sabe ? La pena y la alegria van siempre juntas. Suspiro, y quedo con la mirada fija en tierra. — Digame donde y cuando aparecio Vd. en mi vida, por que lie sonado tanto con Yd ? — Me viste muy a menudo cuando estabas enferma. — T I por que cuando volvi al sentido me estaba cui- dando Priscila ? — Tu tio te habia dejado a mi cuidado : yo le ofreci mirar por ti durante su ausencia. — jY nunca vol vera ! \ Estd pagando su crimen, el crimen de estar &, su lado cuando asesinaban a mi ber- mano ! Se llevo las manos a los ojos, como para no ver el cua- dro terrible. Quise arrebatarla a aquellos pensamientos. — Dime, Paulina, i como me veias tti en suenos ? i que sonabas de mi ? Se estremecio. 214 MISTEBIO .... — Sonaba que estaba Yd. a mi lado, en el mismo apo- sento, que vio Yd. el asesinato ; pero yo sabia que no pu- do ser asi. — I T despues ? — Despues lo he visto a Yd. muchas veces : era siem- pre yiajando, Tiajando entre nubes. Yi que se abrian sus labios, y me parecio que decia Yd : " Yoy d saber la ver- dad" : por eso espere tranquila hasta que Yd. volviese. — T I nunca habias soSado en mi antes ? Iba ya oscureciendo. Xo sabia si era la sombra de los arboles lo que hacia mas oscura su mejilla, 6 si era el arrebato del rubor, que le anegaba el rostro. Mi cora- z6n saltaba de su eauce. — ^Xo se . . . no puedo decir ... no me pregunte . . . dijo con voz turbada. Y se dispuso a andar. — ^Esta oscuro y bumedo. Yamonos. t/ To la segui. Era ya en mi invariable costumbre pasar junto a ella las primeras boras de la noche, que en gran parte empleabamos tocando y cantando. Un piano fue lo primero que pidio Paulina cuando se sintio ya bien. Co- mo, ereyendose rica, era natural que pidiese sin escrupulo lo que deseaba, yo habia advertido a Priscila, al empren- der viaje, que satisficiese sus deseos sin reparar en gasto : el piano vino de una ciudad de la eereania. Con la razon le habia vuelto su antigua maestria. Su voz era aun mas \dgorosa y dulee que antes. Una vez y otra me senti cerca de ella suspenso y cautivo, arrobado en sus notas, como la noche aquella del tremendo grito, cuando nada hubiera podido predecir que su suerte y la mia iban a unirse tan estrechamente. iDEL DOLOR AL JUBILO I 215 Quede, pues, sorprendido cuando, al Uegar al umbral de su casa, se volvio d mi y me dijo : — No, esta noche no ! Dejeme sola esta noche ! Calle. Tuve un instante su mano en la mia, y le dije adios hasta el dia signiente : ; volveria al campo abierto, d pensar en ella, a la luz de las estrellas ! Al separarnos, me miro de una raanera extraiia, casi solemn e. — Gilberto, mo dijo en italiano, para no ser entendida porPriscila: ^debere rogar porque me vuelva la memo- ria de lo pasado, 6 porque nunca me vuelva ? i Que sera mejor para mi y para Yd ? y sin esperar mi respuesta, siguio hacia adentro por delante de Priscila, que se quedo aguardando a que yo entrase tras ell a. — Adios, Priscila, le dije : no entro esta noche. — ; Que no entra, mi senor Gilberto ! : va a enojarse la seiiorita Paulina. — Esta cansada y no se siente bien. Entra tii y cui- dala. Adios. Pero Priscila salio al umbral, y cerro tras de si la puerta. Todo en ella me deeia que por aquella vez es- taba determinada a usar de nuevo cuanta autoridad tuvo sobre mi en mis primeros ai5os, la cual no dispute yo por cierto sino cuando ya estaban muy firmes en mi chaqueta y pantalones. Estoy seguro de que le entraban deseos de tomarme por el cuello, y sacudirme lindamente. La ma- yor edad solo la contuvo ; y con un mundo de dolorosa in- dignacion en sus palabras, rompio de esta manera : — i Pues como ba de sentirse bien, la pobre senorita, viviendo su marido en una casa y ella en otra ! \ Y aqui 216 MISTUEIO .... todo el mundo liaWando de lo que es y de lo que no es, y de lo que sera Vd. de la senorita Paulina ! y preguntan- dome, y yo sin poder decir que son Vds. marido y mu jer ! — ^No, Priscila, todavia no. — Pues se lo voy a decir, senor Gilberto. Si Yd. no se lo dice a la pobre senorita, yo se lo dire. Yo le dire como Yd. la trajo a casa, y me niando a buscar para cui- darla, como la atendia y la acompanaba, solo con elk todo el dia, y como se encerro Yd. en casa por ella, sin volver- le a ver la cara a sus amigos. jTodo se lo dire, senor Gilberto ! : y como entro Yd. en su cuarto antes de salir para aquel viaje de loco, a esas tierras de que nadie sabe. j Ya vera Yd. como le vuelve entonces la memoria pronto ! — Te man do, Priscila, que no digas nada. — Yo le he obedecido a Yd. muchas veces, senor Gil- berto para que me importe desobedecerle esta vez por su bien. j Pues yo lie de hacerlo, sucedame lo que quiera ! Yo temia que una explicacion de Priscila, no solo des- vaneciese de aquel delicado renacimiento muclio de su tierna poesia, sino precipitara los sucesos, de manera que me fuese mas dificil encaminarlos a mi satisfaccion. Era precise que Priscila callase. La buena mujer cedia mas facilmente al carino que al mando, y yo, que no olvidaba mis artes de antaiio, sabia bien como traerla a mis deseos. — ISTo, Priscila, la dije, en tono de ruego ; tu no lo haras si yo te suplico que no lo hagas. Tu me quieres mucho para hacer nada contra mis deseos. ]^o supo resistir Priscila a estos cariiios mios ; pero me excito, ya con mas calma, a que no prolongase aquel estado violento. — Y no se fie Yd. m^ucho, seiior Gilberto, en lo que iDEL DOLOR AL JUBILOI 217 ella recuerda 6 no : j como que yo pienso d veces que sabe mucho mas de lo que Yd. supone ! Se separo de ml con estas palabras, y yo me f ui d pen- sar en Paulina, a la luz de las estrellas ! I Que querian decir aquellas ultimas palabras ? " i Que sera mejor para mi y para Vd ? " : ^ recordar, ti olvidar ? ^cuanto recordaba? ^ cuanto habia olvidado? gNo le Labia revelado aquel anillo que era esposa? g Podia dejar de sospechar de quien lo era ? Aunque nada reeordase de aquel extrano casamiento ni de la vidaque despues de el habiamos llevado juntos, al salir de aquella tiniebla se hallaba a mi cuidado, veia que yo conocia los tragicos de- talles de la muerte de su hermano, que acababa de volver de un viaje de miles de millas, emprendido solamente para Uegar d saberlos. Aunque no se lo pudiera explicar, la verdad debia ya baber saltado a su mente. El llevar atin en su mano el anillo indicaba que no repelia la idea de estar ligada a un esposo : i quien sino yo podia serlo? Si : todo me lo indicaba : Paulina conocia ya la ver- dad : llegaba ya el instante en que yo iba a saber si la re- cibia con dolor 6 con gozo ! Yo se lo diria todo al dia siguiente. Le contaria la manera novelesca en que se liabian unido nuestras vidas. Le pediria su amor con mas pasion que la que ardio jamds en labios de hombre. Le demostraria con cuanta inocen- cia habia caido en las tramas de Ceneri, cuan libre de culpa estaba por haberla hecho mi esposa cuando su men- te oscurecida no le permitia negarse a serlo. Todo se lo diria, y esperaria mi suerte de sus labios. De mis derechos legales, ni le hablaria siquiera. En cuanto de mi dependiese, seria enteramente libre : nada 218 MISTEEIO .... mas que por el amor queiia yerla sujeta a mi. T si no me podia amar, me arrancaria de su lado ; y si elk lo de- deseaba, veriasi era posible anular nuestro matrimonio: mas fuese cualqniera su decision, ser mi esposa en nombre, 6 serlo en realidad, 6 romper todo lazo que la uniera a mi, su vida f utura — supieralo ella 6 no — correria d mi cuida- do : j maiiana a esta bora sabre lo que me espera ! Esto resolvi, j hubiera debido retirarme a descansar ; pero no sabe amor mucho de sueno. Yolvian a mi me- moria nuevamente sus ultimas palabras, y otra vez empe- zaban, con aquel encono de los pensamientos amorosos, los calculos de mis esperanzas y mis miedos. i Por que, si Paulina babia adivinado la verdad, no me babia hablado de ella ? ^l Como podia estar sentada junto a ml bora tras bora, sabiendo que era mi esposa, y sin saber como babia llega- do a serlo ? i Querian significar sus palabras miedo de lo que babria de saber ? i Anbelaba su libertad, y la perpe- tuacion de aquel olvido ? T a estas y otras ideas daba yo vueltas, presa de punzante agonia el espiritu. Mucho enamorado, en visperas de oir de su amada su sentencia, ba velado en zozobra, como yo aquella nocbe ; mas no ha vivido de fijo amante alguno que, como yo, hubiera de recibir esta respuesta de labios de una mujer que era ya su esposa. A bora muy adelantada me volvi de mi solitario paseo. Pase frente a la ventana de Paulina, y al detenerme a contemplarla, me preguntaba si ella tambien no estaria alii despierta, meditando como yo en lo que seria de nues- tra vida. \ Manana al fin saldremos ella y yo de dudas ! Era la nocbe cdlida y pesada, y la parte alta de su {DEL DOLOR AL JVBILO! 219 ventana estaba abierta. ^Que voz me aconsejo aqnella locura ? De un rosal del jarclin tome una rosa, ; y alia fue, por sobre el pretil de su ventana ! EUa la hallaria tal vez al despertarse, e imaginaria de quien le vino : seria nn buen augurio ! La rosa al caer liabia tocado la persiana abierta : hui, temiendo ser visto. La maiiana abrio hermosa. Me desperte con la espe- ranza en el corazon, burlandome de los miedos de la no- che. No bien pense que era hora de hallaria levantada, sail en busca de Paulina. Acababa de salir. Me dijeron por donde, y fui tras ella. Iba caminando lentamente, con la cabeza inclinada. Me saludo con su carinosa sencillez habitual, y seguimos andando uno junto a otro. Busque en vano sobre eUa mi rosa: y hube de consolarme con pensar que acaso cayo donde ella no pudiese verla. Yo estaba inquieto, sin em- bargo. JPero atin me aguardaba mayor dolor. Llevaba las manos desnudas enlazadas sobre su falda. Iba yo cami- nando d su izquierda, y vi que en aquella mano no habia ningtin anillo. Aquel aro de oro que en su mano brilla- ba hasta entonces como una luz de esperanza, habia desa- parecido. i Que f ue de mi corazon, que me parecio que cesaba de latir ? Muy claro era el sentido : i quien hubie- ra dejado de entenderlo, ligdndolo con sus palabras de la ultima noche ? Sabia que era mi esposa, y queria librarse de aquel yugo. En Paulina no habia amor para mi : el recuerdo de lo pasado, que iba abriendose paso por la bru- ma, le traia pena : ahora que recordaba, deseaba olvidar. Se habia quitado los anillos para decirme, si era posible, sin palabras, que no habia de ser mi esposa. 220 MISTEBIO .... I Como iba d hablai'le ahora ? La respuesta ; ay ! se habia antici23ado a la pregunta. Bien me vio ella miran- do a su mano desnuda ; pero bajo los ojos, y nada me dijo. Sin duda deseaba ahorrarse la pena de una explicacion. Si : lo mejor seria tal vez, si me alcanzaban las f uerzas, separarme de ella al instante, separarme de ella para no volver a verla mas ! Yiolento y afligido como me tenia aquel fin triste de tantas esperanza, no tarde en observar un cambio notable en los ademanes y palabras de Panlina. l^o era la misma de antes. Algo se levantaba entre ella y yo, que desterro enteramente de nuestras entrevistas nuestra antigua fran- qiieza amistosa, hasta llegar a convertirla en mera coii;esia. Sus palabras y acciones revelaban cortedad y recogimien- to, y acaso las mias tambien. Como de costumbre, pasa- mos el dia juntos ; pero tanto habia cambiado nuestro modo de vernos, que aquella compania forzada debio ser- nos d ambos enojosa. \ Muy triste noche aquella ! ; En el momento de asirla, se me escapaba de las manos la recom- pensa que con tanta ternura babia trabajado por consegiiir ! Asi pasaron varios dias. Ko daba Paulina senal que pudiera yo interpretar en mi favor, y me era imposible prolongar aquella amarga situacion. Priscila, que andaba alerta, me sacaba de juicio con sus reconvenciones, y tan lisamente decia lo que pensaba, que empece a sospechar que habia ya ejecutado su amenaza de revelar algo d Pau- lina : a ella, por supuesto, a su oficiosidad y falta de tacto, echaba yo toda la culpa de mi desdicha. j Todo hubiera podido acabar bien con una semana, con quince dias de espera ! Comence a creer que mi presencia desagradaba a Pau- jDEL DOLOR AL JTJBILO ! 221 lina. No mostraba, es verdad, el menor deseo de esquivar- me ; sino que, por lo contrario, acudia d mi tan pronta- mente que me liacia recordar aquella sumisa obediencia del tiempo de sombras en que no me era dable pensar sin terror. Pero me parecio que viviria mds dichosa cuando no me viese. Resolvi, pues, partir. De liacerlo, Labia de ser en seguida : saldria al dia siguiente. Dispuse mi equipaje: tome asiento en la dili- gencia : me quedaban tres horas en la manana para dar instrucciones a Priscila y despedirme de mi esposa para siempre. No podia irme sin hacerle algunas explicaciones. No la apenaria aludiendo a nuestros lazos ; pero debia hacerle saber que no era, como creia, heredera de una gran fortu- na. Le diria que le quedaba de sobra con que vivir, sin darle a entender que era de mi, de su esposo, de quien le vendria. Y una vez dicho esto, adios, para siempre ! Hice como que almorzaba, y apenas me levante de la mesa cruce la calle y entre en la casa de Paulina. Ignoraba atin mi determinacion. Retuve su mano en la mia mds tiempo que de costumbre, y pude al fin hablar algunas pa- labras. — Vengo k decirte adios. Salgo lioy para Londres. No me dijo una sola palabra : no podia ver sus ojos : senti su mano temblando en la mia. — Si, continue, tratando de hablar con desembarazo: he estado aqui de perezoso bastante tiempo : tengo mucho que hacer en Londres. No parecia Paulina estar bien de salud aquella mana- na. Nunca, desde mi llegada, habian estado tan palidas sus mejillas. Parecia decaida y agoviada. Mi presencia 222 MISTERIO .... la liabia estado mortificando, sin duda. j Pobre criatura ! : pronto iba a verse libre de ella. Al ver que yo agnardaba sn respuesta, me hablo al fin : pero i no liabia perdido sn voz algo de su limpieza y f rescnra ? — I Cuando se va Yd ? — Fue todo lo que dijo : j ni una palabra sobre mi vnelta ! — For la diligencia de las doce : me quedan todavia algunas lioras. Como ya es esta la tiltima vez, i quieres que paseeraos juntos hasta la colina ? — I Lo desea Yd ? — Si no tienes algun reparo. Quiero hablarte de tl misma, de asuntos de negocio, aiiadi, para demostrarle que no debia temer la entrevista. — Ire, dijo, y salio de la babitacion precipitadamente. Espere. Friscila entro a los pocos instantes. Me atra- vesaba con las miradas. Su voz era aspera y silbante, como cuando en mis niueces la incomodaba con mis trave- suras. — La senorita Faulina dice que vaya Yd. al cerro a esperarla. Ella ira ahora. Tome el sombrero para salir. En lo que me babia dicbo Friscila, nada me revelaba que tuviese noticia de mi viaje ; pero al ir yo a poner el pie en el umbral, he aqui que le cigo : — Bien esta, senor Gilberto. Es Yd. un tonto mas grande de lo que ya pensaba. A mi vieja Friscila la queria yo muy bien ; pero ni atin de ella podia oir aquel cumplimiento sin volver d re- prenderla ; y me volvi a esto. Friscila me dio en la cara con la puerta. I DEL DOLOR Al JUBILO ! 223 Emprendi la marcha al cerro, sin pensar mas en la frase de Priscila. Ella no podia entender la dificultad de mi situacion. Yo liablaria largamente con ella antes de ■nartir. La Explanada estaba en la falda de un cerro vecino. Andando una tarde por el bosqne nn poco d la ventura, entramos por nna senda no muy frecnentada que paraba en un espacio abierto, limpio de arboles y broza, desde donde se veian en bello paisaje las eolinas opuestas, y el rio alegre traveseando por el valle. Aquel fue desde en- tonces mi paseo favorito : alii habia pasado largas horas hablando con Paulina : alii, abandonado a mis suenos, habia dado suelta a las palabras de carifio, por tanto tiem- po sujetas en mis labios : alii iba a decirle mi ultimo adios. Muy afligido llevaba el espiritu cuando llegue d la Explanada. Me tendi en tierra, con los ojos fijos en la senda por donde debia aparecer Paulina. Un tronco cai- do me daba almobada ; cuchicheaban los arboles, acaricia- dos por la brisa, alrededor mio ; aquietaba los sentidos y adormecia el ruido monotono del riachuelo un poco mas abajo; cruzaban por el cielo leutamente algunas nubes blancas: convidaba al reposo, y d los suenos, en aquel fresco asilo, la hermosa man ana. Yo apenas liabia dormi- do en las dos 6 tres noches anteriores. Paulina tardaba : sin querer se cerraron mis ojos, y por algunos instantes ahuyento mi desengano y mi pena el descanso que tanto necesitaba. Pero ^dormi realmente? Si, puesto que para sonar se necesita estar dormido. ; Ah ! si aquel suefio fuera realidad, seria grato vivir. Sone que mi esposa estaba 221 MISfEEIO • . . . junto a mi, que tomaba mi mano v la besaba con pasion, que su mejilla rozaba la mia^ que sentia en el rostro su suave aliento. Tan vivo me parecio lo que sonaba que me volvi sobre el tronco para abrazar mi sueno, que el aire se llevo desvanecido ! Desperte. Paulina estaba frente a mi, no velados los ojos magnificos por las pudorosas pestanas, sino abiertos y lijos en los mios. Los vi solo nn segnndo, mas lo que vi en ellos fne bastante para precipitar en curso loco la san- gre por mis venas, lanzarme en pie, apretarla subitamente entre mis brazos, cubrir todo su rostro de todos mis besos : J le decia las unicas palabras que podia entonces decir : '' \ Te amo ! j te amo ! ; te amo ! " Porque nadie ha visto todavia en los ojos de una mujer lo que yo vi en los de Paulina, a menos que esa mujer no lo ame por sobre todas las cosas de este mundo ! Is^o hay palabras que deseriban el arrebato de aquel momento, mi entrada siibita en la dicha. Era mia : para siempre mia. Yo lo sabia : yo lo podia sentir cada vez que mis labios oprimian los suyos : ; lo senti tantas veces ! El rubor que la enciende me lo eonfiesa : la sumision con que reeibe mis caricias me lo confii-ma ; pero yo quiero que me lo diga con sus labios ! — Paulina, Paulina, exclame : i me quieres ? La senti temblar de gozo. — I Que si te quiero ? si, te quiero !, y hundio sn rostro en mi hombro. Su voz me respondia ; me respondia su cabeza reelinada ; y la levanto de pronto y poso sus labios en los mios. — Te quiero ! si, te quiero, mi marido! — I Ouando lo conociste ? i cnando recordaste ? jDEL DOLOE AL JUBILO ! 225 Estuvo un momento sin responderme. Se desasio de mis brazos, y entreabriendo su traje, pude ver que Ueva- ba al cuello una cinta azul, de la que colgaban los dos anillos, que parecian brillar de gozo al sol. Los desato, y me los tendio. — Gilberto, esposo mio, si quieres que yo sea tu espo- sa, si me crees digna de serlo, tomalos y ponlos donde los guardare toda mi vida. Y una vez mas, con muchos besos, con muclios jura- mentos, puse en su mano los anillos de esposa, como quien sella un dolor que ya no ha de volver jamas. — ^Pero cuando lo conociste? ^cuando volvio a ti la memoria ? — i Loco ! — me dijo en voz muy baja, que a mis oidos sonaba como mtisica — lo conoci cuando te vi en la otra orilla del rio. Todo lo recorde en aquel instante : hasta entonces todo estaba en sombras. Te vi, y lo snpe todo. — I Y como no me lo dijiste ? Bajo la cabeza. — Yo queria saber si me querias. % For que me habias de querer \ Si no me querias, podriamos separarnos, y yo te liubiera dejado libre, si se podia. Pero ahora no, Gil- berto : abora ya no te veras nunca libre de mi ! Habia, pues, pensado lo mismo que yo : no en vano me era imposible comprenderla : \ me parecia tan singu- lar que desconociese ella el amor que le tenia ! — Me habrias salvado de muclios dias de angustia si bubiese sabido que me querias, Paulina : i por que te qui- taste los anillos ? — ; Pasaban tantos dias sin que me dijeses nada ! En- tonces me los quite, y los he tenido sobre mi corazon, 226 MISTERIO .... ' esperando a que tti me los yolvieses a dar cuando quisieras. Di un beso en la mano en que brillaban. — I Lo sabes, pues, todo, Paulina mia ? — ^No todo ; pero se suficiente. Tu lealtad, tu temu- ra, tu eonsagracion, todo esto, mi Gilberto, lo recuerdo, y todo te lo pagare, si mi carino puede pagartelo. Con estas palabras puede cesar la relacion de lo que alii nos di jimos : dejad que lo demas nos sea sagrado : lo saben los altos arboles al rededor de nosotros, que bora sobre bora nos dieron discreta y generosa sombra, mientras cam- biabamos aquellas inacabables conf esiones de amor que em- bellecieron nuestro segundo y verdadero dia de boda. l^os pusimos en pie al fin ; pero todavia nos quedamos algunos instantes en la Explanada, como si nos doliese dejar el lu- gar donde la felicidad babia descendido sobre nosotros. Miramos en torno nuestro una vez mas, y nos despedimos de las colinas, del rio alegre, del valle : una vez mas nos miramos en los ojos, y nuestros labios se unieron otra vez en un apasionado beso. Nos volvimos entonces al mun- do, y a la vida nueva y grata que se abria para noso- tros. Anduyimos como en un sueno, del cual solo nos arran- c6 la vista de las casas y la gente. — I Quieres, Paulina, que salgamos de aqui esta nocbe ? Iremos a Londres. — I Y despues ?, me dijo mimosamente. — I A donde, sino a Italia ? Me dio gracias con una mirada y un apreton de mano. Ya estabamos en su casa. Entro sola, por delante de Priscila, que dejaba caer sobre mi sus nobles ojos. Pris- I DEL DOLOR AL JVBILO! 227 cila me habia llamado grandisimo tonto : ; yo me vengare de ti, buena alma ! — Priscila, le dije gravemente : salgo en la diligencia de esta noche. Escribire cuando llegue a Londres. Yenganza mas eompleta no la goce nnnca : la santa mujer cayo a mis pies llorando : — ; Oh, mi senor Gilberto, no se vaya, no se vaya ! I Que se va d hacer mi pobre senorita, mi senorita Pauli- na ? Ella quiere la tierra misma que Yd. pisa, mi senor Gilberto ! i Oh, no ! yo no queria afligirla ! Fuse la mano en su hombro, y la mire cara a cara : — Pero, Priscila, la senorita Paulina, Mrs. Yaughan, mi mujer, Priscila, va conmigo. Mas abundantes corrieron entonces las lagrimas de Priscila ; pero eran de gozo. Diez dias despues, Paulina estaba junto d la tumba de su hermano. Fue su deseo visitarla sola : yo la esperaba a la puerta del cementerio. Trajo de la triste visita muy palido el rostro, y los ojos con huellas de muy copiosas la- grimas ; pero sonrio al distinguir mi ansiosa mirada. — Gilberto, me dijo, he Uorado ; pero ahora sonrio. Lo pasado es pasado : que la alegria del presente y las pro- mesas del porvenir disipen sus tinieblas. Yo pondre en el amor que doy d mi marido todo el amor que le tuve a mi hermano. Yolvamos la espalda a aquellas sombras oscuras, y empecemos a vivir ! I Me queda aun algo que decir ? Aun me queda algo. Alios mas tarde, estaba yo en Fans. Hasta los dien- 228 MISTEEIO .... tes se habia peleado en la gran gnerra : se habian borrado las primeras liuellas del conflicto entre las dos razas ; pero las de la guerra civil eran visibles aun en todas partes. Lo que el teuton respeto en la Galia, lo habia destrozado el galo mismo: hicieron los comunistas lo que no habian osado haeer los alemanes. Las Tullerias volvian triste- mente los ojos vacios hacia la plaza de la Concordia, don- de se levantaban las estatuas de las hermosas provincias perdidas. La columna de Yendome yacia por tierra. Todo Paris, aca comido del fuego, alia ennegrecido, mos- traba la fatidica faena que, antorcha y hacha en mano, emprendieron contra ella sus propios Lijos. Pero las llamas estaban ya sofocadas, y se habia tornado amplia venganza de los incendiarios. XJn joven y alegre militar, amigo mio, me llevo a visitar una de las prisiones. Con- yersabamos fumando al aire libre cuando aparecio un pe- queno destacamento de soldados. Iban escoltando d tres hombres, que Uevaban las manos sujetas con esposas, y las cabezas bajas. — I Quienes son ? pregunte. — Comunistas. — I A donde los llevan ? El frances se encogio de hombres : J A donde debian llevarlos a todos, malvados ! : d f usi- larlos ! Malvados podian ser, 6 no ; pero tres hombres a quie- nes apenas queda un minuto de vida deben ser objeto de interes, sino de simpatia. Cuando pasaron junto a nos- otros, los mire atentamente. ITno de ellos levanto la ca- beza, y me miro cara d cara. j Era Macari ! Me estremeci al reconocerlo ; pero no me avergiienzo iDEL DOLOR AL JUBILO ! 229 de decir que no me estremeci de compasion. A Ceneri, a despecho de mi mismo, lo compadecia, y hubiera aliviado su desdicha, a serme posible : d aquel rufian, mentiroso y traidor, lo habria dejado ir a la muerte, aunque con levan- tai* un solo dedo hubiera podido salvarlo. Muclio tiempo habia ya corrido desde aquel en que Macari enveneno mi vida; pero aun bullia la sangre en mis venas euando pen- saba en el y en sus crimenes. l^o sabia yo como habia vivido desde que deje de verlo, ni a quien ni d cuantos habia denunciado; pero si la Justicia habia tardado en alcanzarloj por fin tenia ya en el aire su espada sobre el, y estaban cerca sus ultimos momentos. El me conocio : acaso penso que habia venido d gozar- me en su castigo. Le inundo el rostro el odio, y se detuvo para maldecirme. La escolta lo echo adelante. Volvio la cabeza, y continuo maldiciendome, hasta que uno de los soldados, de un reves de la mano, le sello los labios. El acto pudo ser brutal, pero se trataba en aquellos dias con pocos miramientos a los comunistas. La escolta desa- parecio por una esquina del edificio. — ^'Yemos el fin ? dijo mi amigo, sacudiendo la ceniza de su tabaco. — i Oh, no ! Pero lo oimos. A los diez minutos sono la descarga : el ultimo y el mas culpable de los asesinos de Antonio March habia recibido su castigo. Me acorde entonces de mi promesa a Ceneri. Con gran trabajo consegui poner en camino una carta que crei le llegaria. Seis meses despues, recibia yo otra, cubierta de sellos y contrasenas de correo, en que me decian que el preso d quien escribi habia muertc dos anos despues de su 230 MISTERIO .... Uesrada a las minas. El menos indiomo de los tres com- plices Labia expirado sin conocer el fin sombrio del que lo dennncio. Esta es mi liistoria. Mi yida y la de Paulina comen- zaron cuando volvimos de aquel cementerio, decididos d olvidar lo pasado. Desde entonees nuestras penas y ale- grias ban sido las comunes a la eriatura bumana. Abora que escribo esto en mi tranquila casa de campo, rodeado de mi mujer y de mis bijos^ me pregunto con asombro si fui yo mismo el ciego infeliz que oyo aquellos sonidos terribles, y vio despues el tremendo espectaculo. i Fui yo mismo aquel que atraveso de un cabo a otro la Europa para desvanecer una duda que se avergiienza boy de baber abrigado un solo momento ? i Puede baber sido esta misma Paulina, cuyos ojos resplandecen junto a ml de amor e inteligencia, aquella misma que vivio en bonda sombra meses y anos, ealladas en su espiritu las voces armoniosas que tan suavemente vibran en mi oido ? Si, debe ser asi : porque ella ba leido por encima de mi bombro cada una de las lineas de nuestra bistoria, y al Uegar a esta ultima pagina, rodea con su brazo mi cuello, y me dice, insistiendo amorosamente en que la escriba, esta f rase que copio : — Demasiado, demasiado de mi, esposo mio; muy poco de lo que td biciste y bas becbo siempre por mi ! Con esta, que es acaso la linica diferencia de opinion que existe entre nosotros, bien puede acabar esta bistoria. FIN isruEVO TESORO DE CHISTES, MAXIMAS, PROVERBIOS, REFLEXMES MORALES, HISTORIAS, CUENTOS, LEYENDAS, Extractadas de las Obras de Byron, Waltkr Scott, Washington Irving, Prescott, Moore, Franklin, Ajddison, Cooper, Gibbon, Paley, Goldsmith, Hawthorns, Robertson, Story, Marshall, Wyse, Dickens, Bulwee, Hook, Macaulay, Bryant, Pope, Dryden, ETC., ETC., etc. NUEYA EDICION NIJEVA YORK: D. APPLETON Y COMPAN"fA, 1, 3, Y 5 BOND STREET. EL INGENIOSO HIDALGO DO^ QUIJOTE DE LA MANCHA. SEGUX EL TEITO CORREGIDO T AXOTADO FOR EL SB.. OCHOA. NTJEYA EDICION AMERICANA AGOMPA^ADA DE TJS EN3AT0 HISTORICO SOBRB! T.A YIDA Y ESCRITOS DE CEKYANTES. FOR EL DR. JORGE TICK^OR, ACTOB DI LA •* HISTOBIA PB LA LirBBATUBA SSPAKOLA.'* NTJEVA TOEK D. APPLETOJT Y COMPANiA 1, 8 T 6 BOOT) STEEET HISTOEIA DE GIL BLAS DE SANTILLANA, PUBLICADA EX FRANCES FOR A. R. LE SAGE, TRADUCIDA AL CASTELLANO POE EL PA DEE ISLA, CORREGIDA, RECTIFICADA Y ANOTADA FOR DO^" EYARISTO PEXA Y MARm NUEYA YORK D. AFPLETON Y COMPANiA 1, 3 T 5 BOND STEEET NUEVA BIBLIOTECA DE LA EISA POR UNA SOCIEDAD DE LITEEATOS DE BUEU HUMOE. COLECCION- COMPLETA DE OUENTOS, CHISTES, ANECDOTAS, HECHOS SORPEENDENTES T MAEAVILLOSOS, PENSAMIENTOS PEOFUNDOS, DICHOS AGUDOS, EEPLICAS INGENIOSAS, EPIGEAMAS, POESIAS FESTIVAS, EETEUEOANOS, EQUIVOCOS, ADIVI- NANZAS, SIMILES, BOLAS, EMBUSTES, SAN- DECES Y EXAGEEACIOjSIES. OBRA CAPAZ DE HACER EEIB 1 UNA ESTATUA DE PIEDEA: ESCaiTA AL ALCANCE DE T0DA8 LAS INTELIGENCIA8, Y DISPUESTA PASA SATISFAOEB TODOS LOS GUSTOS. RECAPITULACION DE TODAS LAS FLORESTAS, DE TODOS LOS LIBROS DE CUENTOS ESPA- IJOLES Y DE UNA GRAN PARTE DE LOS ESTRANJEROS. ESTRACTO DE LA CIi6nI0A DIAKIA Y DB LAS 0BEA8 CBLEBRE8 DE HI8T0ELA Y DE LITSEATFEA ANTIGUAB Y^sODEBNAS. NUEYA YORK D. APPLETO]^ Y COMPASIA 1, 3 J .5 BOND 8TKEET oO*, -4 La Educaci6n del Hombre. Por Federico Froebel. 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